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Authors: Antonio Salas

El Palestino (28 page)

BOOK: El Palestino
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Estudiante de Periodismo y becaria en un conocido periódico, Ana era además hijastra de una célebre actriz española. Había leído mi libro de un tirón y había decidido: «Hoy no iré a trabajar, y no volveré nunca más».

Hasta entonces, Ana ejercía la prostitución en la agencia de relax Élite, una de las muchas que yo había investigado durante mi infiltración. Propiedad de Daniel Ernesto L. A., nacido en Buenos Aires el 17 de enero de 1963, con DNI 352947..., técnico de una conocida emisora de radio de día y proxeneta de noche, y propietario de la agencia con la connivencia de su esposa. Otra de «sus chicas», Ania, terminaría poniéndose en contacto conmigo después de Ana, y a ella también la animaría a dejar la prostitución, o al menos a independizarse del chulo que vivía a su costa. Yo estoy en contra de toda forma de prostitución, pero si una mujer la ejerce, opino que es ella, y no un chulo cobarde, la única que debería beneficiarse de la explotación sexual de su cuerpo y de su mente. Y Ania terminó por abandonar Élite y montar su propia agencia con otras chicas. En dicha agencia, gracias a Ania, es donde conocí a Carol, la que sería mi primer contacto en Venezuela.

La historia de Carol es la misma que la de muchas jóvenes latinoamericanas que viajan a España en busca de oportunidades que no encuentran en su país de origen. Un año antes su hermana mayor había llegado de Caracas para ejercer la prostitución y terminó en la agencia de mi amiga Ania. Unos meses después fue la segunda de las hermanas la que acabó en dicha agencia. Y más tarde le tocó el turno a la más pequeña, apenas una adolescente, Carol. Las tres hermanas venezolanas se prostituían en la misma agencia de
escorts
española.

En Caracas, Carol era estudiante. Vivía en el legendario barrio 23 de Enero, dicen que el más peligroso y conflictivo de la capital bolivariana, y su novio era un oficial de la DISIP (Dirección General Sectorial de los Servicios de Inteligencia y Prevención), que por supuesto no tenía ni la menor idea de a qué se dedicaban su novia y sus hermanas en España.

Carol se convertiría en uno de mis contactos en Venezuela. Otro sería Marta Beatriz, una intrépida periodista venezolana, chavista hasta el tuétano, que había conocido años atrás mientras trabajaba en España, y que más tarde había regresado a Caracas. Y la tercera persona que rescaté de mi agenda había sido una de las fuentes de mis compañeros Santiago Botello, Mauricio Angulo y Julio César Alonso en su investigación sobre el narcotráfico en Cuba. Botello, Angulo y Alonso eran mis compañeros en el equipo de investigación de Telecinco. Mientras ellos investigaban el narcotráfico en la isla de la revolución, a mí se me encomendó la infiltración en los skinheads. Y tras la realización de un estupendo reportaje de cámara oculta, Angulo y Botello escribieron el libro:
Conexión Habana
,
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donde relataban los pormenores de dicha investigación.

En la página 289 de dicho libro, Angulo y Botello se refieren a una fuente de «origen cubano que dice trabajar para los servicios de inteligencia norteamericanos», y que les filtró varios documentos que incriminaban al gobierno de Fidel Castro en el tráfico de drogas. Pues bien, esa sería mi tercera puerta a la que llamar antes de irme a Caracas. «La fuente de la CIA», o «the Source», como nos referíamos a ella coloquialmente en Telecinco, nos había comentado su interés por Venezuela en alguna ocasión, y cuando volví a recuperar el contacto con ella, había avanzado a pasos agigantados en esa dirección. No es ningún secreto que después del 11-S los servicios secretos norteamericanos destinaron mucho dinero y recursos al mundo árabe. Sin embargo, en América Latina millones de dólares y numerosos efectivos de la CIA continuaban observando atentamente la evolución de Hugo Chávez y la corriente bolivariana que, desde Venezuela, se extendía como un «cáncer revolucionario» por todo el continente. Tampoco es ningún secreto que la CIA no se limitaba a observar en Venezuela y que sus intentos de injerencia en la política venezolana habían sido tan enérgicos como antes lo habían sido en El Salvador, Panamá o Nicaragua. Así que no debería haberme sorprendido que Source, «la fuente de la CIA», se hubiese concentrado en Venezuela con todas sus energías. No olvidemos que en diciembre de ese año 2006 habría elecciones generales, y el pueblo venezolano debería decidir si mantenía a Chávez en el poder o mandaba «pal carajo» al «tirano dictador»...

Hasta tal punto estaba «la fuente» implicada en el asunto venezolano que, cuando la informé de que pensaba marcharme a Caracas en las próximas semanas, me respondió entregándome una invitación a su boda. No es nada extraño que los espías contraigan matrimonios reales como parte de su tapadera durante una infiltración, y nuestra «fuente» planeaba acercarse hasta el mismísimo gobierno bolivariano de Chávez casándose con un conocido personaje de la diplomacia venezolana. Una boda suele ser la mejor cobertura para una infiltración de este tipo. Yo mismo terminaría por darme cuenta de ello. Pero, por el momento, me habían invitado a ser testigo del enlace.

Por supuesto, no podría demostrar que «la fuente» sea realmente espía de la CIA, aunque así es como ella se nos presentó cuando colaboró con mis compañeros de Telecinco para incriminar al gobierno castrista en el narcotráfico. Más bien tiendo a pensar que se trata de una iniciativa de la contrainteligencia cubana; agente, espía o confidente, con una doble misión, sobre quien quizás algún día escriba la historia real. En cualquier caso y más allá de las enrevesadas tramas e intereses superpuestos e indescifrables del mundo del espionaje internacional, solo sé que «la fuente» me había invitado a su boda, en Caracas, y yo pensaba asistir a toda costa. Sobre todo porque a dicha boda, y dado el protagonismo político de su cónyuge, estaban invitados los principales ministros del gobierno bolivariano. Incluyendo al mismísimo Hugo Chávez y su canciller Nicolás Maduro. Quizás tendría la oportunidad de presenciar una ejemplar operación de infiltración de una agencia como la CIA en el gobierno de Chávez, y eso es algo que un periodista no ve todos los días.

Finalmente desestimé la idea de retomar el contacto, cuando llegase a Caracas, con el teniente coronel Pascualino Angiolillo Fernández, el agregado militar de la embajada de Venezuela en Madrid, que había conocido en el curso de terrorismo de Jaca. Después de mi experiencia con el jefe de policía que me delató a los Hammerskin, los uniformes no me inspiran confianza. Solo rezaba porque el teniente coronel Angiolillo no estuviese invitado a la boda de Source, cuya fecha habían fijado para un par de meses después, así que no tenía mucho tiempo para preparar el viaje.

Mis estudios de árabe iban de mal en peor. La carrera de Lengua Árabe consta de siete años lectivos. Y estaba claro que yo no podía esperar tanto tiempo para aprender el idioma. Lo peor es que con tantos viajes, con mi trabajo «oficial» y con mi necesidad de mantener viva la identidad de Mu hammad Abdallah, literalmente no tenía apenas horas para estudiar. Ni siquiera para asistir a las clases. Así que tenía que robárselas al sueño y, de seis, pasar a dormir solo cinco.

Para colmo, ese mes de mayo se anunciaban muchas actividades en Madrid a las que me convenía asistir, como un desayuno con el imam de la mezquita de la M-30, Moneir Mahmoud, organizado por el Foro Nueva Sociedad, donde coincidiría de nuevo con el embajador de los Estados Unidos en España, Eduardo Aguirre; o un interesante evento sobre terrorismo, organizado por la embajada rusa y el Seminario Permanente de Estudios sobre Terrorismo de la Fundación José Ortega y Gasset, entre otros. Y no quería perderme ninguno de ellos. Especialmente aquella conferencia hispano-rusa sobre terrorismo, en la que esperaba ampliar mis conocimientos sobre uno de los aspectos más importantes y menos conocidos del yihadismo internacional: Chechenia.

Chechenia: del yihad afgano de Al Jattab
al periodismo valiente de Anna Stepanovna Politkóvskaya

No es casualidad que
Salaam1420
escogiese la imagen del comandante Ibn Al Jattab para una de sus caricaturas yihadistas, porque, tras la guerra de Afganistán, muchos muyahidín árabes que habían luchado contra los rusos hasta expulsarlos del país, entregando el gobierno a los talibanes, encontraron en Chechenia una nueva causa islámica por la que combatir. E Ibn Al Jattab era uno de ellos.

Tras el desmembramiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, muchas provincias aceptaron firmar el tratado de la Federación Rusa, de 1992, pasando a convertirse en provincias del nuevo país. No fue el caso de Tartaristán y Chechenia, donde existe una gran comunidad musulmana. En 1994, los nacionalistas chechenos, que se oponían a la integración de su país en la nueva federación, decidieron tomar las armas. Los feroces bombardeos de Grozni marcaron un punto de no retorno en las negociaciones diplomáticas y estalló la revuelta. Curiosamente, los rusos utilizaron en Grozni las mismas bombas de fósforo blanco que los israelíes en Gaza. Los chechenos respondieron con una guerra de guerrillas, que triunfó en 1996, logrando la expulsión a los rusos de Grozni. En realidad, Boris Yeltsin firmó la paz poco antes de las elecciones rusas porque la guerra chechena se había convertido en un escollo político muy incómodo.

Pero en 1999, con el duro Vladimir Putin ya en el poder, unos supuestos atentados terroristas —que muchas voces críticas atribuyen a los mismos rusos, necesitados de una justificación para intervenir con mano dura en Chechenia— escandalizan a la opinión pública internacional y renuevan el conflicto. Los musulmanes chechenos comienzan a protagonizar titulares en los mismos medios árabes que antes se ocupaban de los afganos bombardeados por los mismos rusos. Y es entonces cuando una nueva oleada de muyahidín viaja a Chechenia para unirse a la resistencia. Entre ellos el legendario «Che Guevara musulmán», el comandante Ibn Al Jattab, alias
el Árabe Negro
o
el Manco Ahmed
. Para los yihadistas, Al Jattab es un mito viviente casi comparable a Osama Ben Laden.

Sin embargo, a pesar de ser uno de los personajes más influyentes en el ideario mitológico muyahid, pocos analistas occidentales conocen o consideran la historia del comandante Samir Salah Abdullah Al Suwailum (
), más conocido en ambientes yihadistas como Al Jattab. Esta es, en mi humilde opinión, la transcripción más correcta del nombre árabe
, que también he visto transcrito como Khattabb, Khatab o Jatab.

Nacido en Arabia Saudí en 1969, en 1987, año del apogeo de la lucha de los muyahidín musulmanes contra los invasores soviéticos en Afganistán, obtuvo una beca para una escuela secundaria americana, pero la rechazó. Decidió cambiar su beca norteamericana por la posibilidad de acudir a hacer su yihad a Afganistán, seducido por las imágenes de los guerrilleros talibanes enfrentándose al todopoderoso ejército ruso que aparecían en todos los medios árabes del momento.

Especialmente inteligente (hablaba árabe, pastún, inglés, francés y ruso), el joven Jattab completó su adiestramiento como guerrillero y, llegado el día, partió hacia el campo de batalla. Uno de sus instructores fue Hassan As-Sarehi, el comandante de la famosa Operación la Guarida del León en Jaji, en 1987. Allí conoció, según relataría posteriormente, a otro joven voluntario del yihad en Afganistán, también de origen saudí, pero menos activo en el campo de batalla y más ocupado en cuestiones logísticas, un tal Osama Ben Laden, aunque sus destinos seguirían caminos distintos y terminarían perdiendo el contacto.

A diferencia de Osama, Jattab era un hombre de acción. Participó en las mayores operaciones del yihad afgano entre 1988 y 1993, incluyendo las conquistas de Jalalabad, Khost y Kabul. En una ocasión recibió una bala de gran calibre (12,7 mm), en otra perdió varios dedos de la mano derecha al explotarle una granada casera, pero siempre sobrevivía.

Jattab luchó en Afganistán hasta que los soviéticos fueron expulsados. Y de la misma forma que el Che Guevara continuó la lucha armada en África y en Bolivia después del triunfo en Cuba, Jattab buscó una nueva causa islámica por la que seguir luchando. La encontró en Tayikistán primero y en Chechenia después, adonde llegó en 1995 en compañía de ocho muyahidín árabes, que se unieron a la resistencia chechena en calidad de instructores militares. Jattab, además, fue uno de los primeros terroristas que comprendieron la importancia de la propaganda: «Allah nos ordena combatir a los incrédulos del modo que ellos nos combaten. Ellos nos combaten con medios de información y propaganda, así es que nosotros deberíamos también combatirlos con nuestros medios de información». Y por ello se convirtió en reportero de guerra de sus propias operaciones, grabando cientos de vídeos de los ataques chechenos a las tropas rusas en Chechenia, que luego eran distribuidos por todo el mundo.

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