Authors: Justin Cronin
—Basta ya, los tres. Jimmy, que nadie entre ahí. ¿Comprendido?
Jimmy asintió contrito.
—Claro. Lo que tú digas.
—Hablo en serio. Me da igual quién sea.
Sanjay clavó la mirada en la cara de Jimmy. El hombre no era Soo Ramírez, eso era evidente. Tampoco era Alicia. Sanjay se preguntó si lo habían elegido por eso.
—¿Qué quieres que hagamos con Zapatillas? —preguntó Jimmy—. O sea, que no vamos a expulsarlo, ¿verdad?
El chico, pensó Sanjay cansado. De repente, Caleb Jones era la última persona en quien quería pensar. Caleb había aportado a las primeras horas de crisis el tipo de lucidez que ésta exigía. La gente necesitaba algo en que concentrar su ira. Pero ya había pasado lo peor y, a la luz del día, el hecho de expulsar al muchacho había empezado a parecerle una crueldad, un gesto inútil del que todo el mundo se arrepentiría más tarde. Y el chico había hecho gala de verdadera valentía. Cuando le leyeron los cargos, aceptó todas las culpas sin vacilar. A veces descubrías el coraje donde menos te lo esperabas, y Sanjay lo había visto en el mecánico llamado Caleb Jones.
—Mantenedlo vigilado.
—¿Y Sam Chou?
—¿Qué pasa con él?
Jimmy vaciló.
—Corren rumores, Sanjay. Sam, Milo y otros. Sobre expulsarlo.
—¿Dónde has oído eso?
—Yo no. Fue Galen.
—Eso fue lo que oí —intervino Galen—. De hecho, me lo dijo Kip. Estaba en casa de sus padres y oyó hablar a un grupo.
Kip era un corredor, el hijo mayor de Milo.
—¿Y bien? ¿Qué te dijo?
Galen se encogió de hombros vacilante, como si quisiera distanciarse de lo que iba a contar.
—Sam dice que si no lo expulsamos, lo hará él.
Tendría que haberlo previsto, pensó Sanjay. Era lo último que necesitaba, que la gente hablara de tomarse la justicia por su mano. Pero Sam Chou... Adoptar aquella postura parecía impropio de aquel hombre, el tipo más apacible a quien Sanjay había conocido. Sam se encargaba de los invernaderos, donde siempre había un Chou al mando. Decían que mimaba las hileras de guisantes, zanahorias y lechugas como si fueran animalillos domésticos. Imaginaba que todos aquellos Pequeños tenían algo que ver con lo sucedido. Cada vez que Sanjay se daba la vuelta, Sam ya estaba pasando el brillo de celebración y Otra Sandy estaba embarazada de nuevo.
—Ben, es tu primo. ¿Sabes algo de eso?
—¿Cómo quieres que lo sepa? Llevo aquí toda la mañana.
Sanjay dijo que doblaran la guardia en la cárcel y bajó del porche al sendero. Reinaba un silencio siniestro. Ni siquiera los pájaros cantaban. Volvió a pensar en la chica, en la sensación de ser observado por todos. Como si, detrás de su dulce cara dormida (y sí que era dulce, con la
dulzura
de un niño; le recordó a Mausami cuando era una pequeña, cuando trepaba a su catre de la Sala Grande y esperaba a que Sanjay se inclinara sobre ella para darle el beso de buenas noches), como si su mente, la mente de la Chica, detrás de los párpados, aquel velo de carne suave, estuviera buscando la de él en la habitación. Jimmy no se equivocaba. Tenía algo peculiar. Sus ojos eran peculiares.
—¿Sanjay?
Cayó en la cuenta de que divagaba, y se había dejado llevar por sus pensamientos. Se volvió y descubrió a Jimmy parado en el peldaño de arriba, con los ojos entornados y el cuerpo inclinado hacia adelante, esperando, con las palabras de alguna declaración tácita atascadas en sus labios.
—¿Y bien? —De repente, Sanjay notó la garganta seca—. ¿Qué pasa?
El hombre abrió la boca para hablar, pero no surgieron palabras. El esfuerzo pareció inútil.
—Nada —dijo Jimmy por fin—. Sara tiene razón. Debería irme a dormir.
Llegaría un momento, muchos años después, en que Peter recordaría los acontecimientos que rodearon la llegada de la chica como una serie de movimientos similares a un ballet: cuerpos que convergían y se separaban, lanzados durante breves períodos a órbitas más abiertas, sólo para ser atraídos de nuevo bajo la influencia de unos poderes desconocidos, una fuerza tan serena e inevitable como la gravedad.
Cuando acudió al hospital la noche antes y vio a la chica, no había experimentado sorpresa o terror, sino una ráfaga de puro reconocimiento. Había sangre por todas partes, Sara intentaba cerrar la herida frenéticamente, y Caleb tenía la horrible compresa ensangrentada en las manos. Y allí estaba la chica del tiovivo. Allí estaba la chica del pasillo y de la demencial huida en la oscuridad. Allí estaba la chica del beso y la puerta que se cerraba.
El beso. Durante las largas horas que pasaba en la pasarela, cuando esperaba la Misericordia a Theo, la memoria de Peter había regresado al beso, una y otra vez, con el fin de analizar su significado, el tipo de beso que era. No era un beso como el que Sara le había dado aquella noche bajo las luces. No era el beso de una amiga, y ni siquiera era, en un sentido estricto, el casto beso de una niña, aunque había sido un poco infantil. Se lo había dado con una precipitación furtiva y una rapidez avergonzada, y había terminado casi antes de empezar, con la brusca retirada de la chica, que había vuelto al pasillo, antes de que él pudiera pronunciar una sola palabra, y le había cerrado la puerta en las narices. Era todo eso y nada, y cuando llegó al hospital y la vio tendida allí comprendió lo que era: una promesa. Una promesa tan clara como las palabras de una chica que no hablaba. Un beso que decía: «Te encontraré».
Escondidos detrás de un grupo de enebros, en la base de la muralla del Asilo, Alicia y Peter vieron alejarse a Sanjay. Jimmy se fue un momento después. Peter percibió algo extraño en sus movimientos, una lasa desorientación, como si no supiera muy bien adónde iba o qué hacer, dejando a Ben y Galen de guardia a la sombra del porche.
Alicia sacudió la cabeza.
—Creo que no vamos a poder convencerlos de que nos dejen pasar.
—Ven —dijo Peter.
La guió hasta la parte posterior del edificio, un callejón protegido que corría entre el hospital y los invernaderos. Era la puerta trasera del edificio y sus ventanas estaban tapiadas, pero detrás de una pila de cajas vacías había un mamparo metálico. Dentro había una antigua rampa de descarga que conducía al sótano. A veces, por la noche, cuando su madre había estado trabajando sola y él era aún lo bastante pequeño como para divertirse con eso, ella lo dejaba deslizarse por la rampa.
Abrió la puerta metálica.
—Tú primero.
Alicia se dejó caer. Peter oyó que su cuerpo rebotaba en los lados del tubo, y después su voz desde abajo.
—Ya está.
Agarró los bordes de la puerta y bajó el mamparo. Lo invadió una repentina negrura envolvente. Recordó cuán emocionante era caer por la rampa en la oscuridad. Se soltó.
Se produjo una veloz y vibrante caída. Aterrizó de pie. La habitación estaba tal como la recordaba, llena de cajas y otros pertrechos, y a su derecha el viejo congelador con su muro de botes, y en el centro la amplia mesa, con su balanza, herramientas y velas a medio consumir. Alicia estaba parada en la base de las escaleras que conducía a la sala delantera del hospital, con la cabeza ladeada hacia el haz de luz que caía desde arriba. Los escalones desembocaban arriba a plena vista del porche. Lo más difícil sería pasar delante de las ventanas.
Peter fue el primero en subir. Casi al final alzó la cabeza por encima del último escalón. El ángulo era deficiente, estaba demasiado bajo, pero oyó el sonido apagado de los dos hombres. Miraban al otro lado. Se volvió hacia Alicia, indicó cuáles eran sus intenciones, se levantó a toda prisa, atravesó furtivamente la habitación y recorrió el pasillo hasta llegar al pabellón.
La chica estaba despierta e incorporada. Eso fue lo primero que vio. Su ropa ensangrentada había desaparecido. En vez de eso, llevaba una fina bata que revelaba el vendaje blanco. Sara, en el borde del estrecho catre, miraba al otro lado. Sostenía la muñeca de la chica.
La chica alzó la vista y lo miró. Se produjo un estallido de movimientos llenos de terror. Soltó la mano de Sara y gateó hasta la cabecera de la cama, mientras Sara, que había intuido una presencia a su espalda, se puso en pie de un brinco y dio la vuelta hacia él.
—¡Joder, Peter! —Todo su cuerpo parecía tenso. Habló en un susurro ronco—. ¿Cómo coño has entrado aquí?
—Por el sótano.
La voz sonó detrás de él. Era Alicia. La chica se había acurrucado, con las rodillas apretadas contra el pecho formando un parapeto, y la tela suelta de su bata caída sobre las piernas, que aferraba con las manos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Alicia—. Hace unas horas tenía el hombro hecho trizas.
Sólo entonces se relajó Sara. Exhaló un suspiro de cansancio y se dejó caer en uno de los catres contiguos.
—Será mejor que os lo diga. Por lo que veo, está perfectamente. La herida está casi curada.
—¿Cómo es posible?
Sara sacudió la cabeza.
—No me lo explico. Creo que no quiere que nadie lo sepa. Sanjay estuvo aquí hace un momento con Jimmy. Cuando entra alguien, finge que está dormida. —Se encogió de hombros—. Tal vez quiera hablar contigo. Yo he sido incapaz de arrancarle una sola palabra.
Peter oyó la conversación como desde lejos. Daba la impresión de que ésta tenía lugar en otra parte del edificio. Había avanzado hacia el catre. La chica le echaba un vistazo con cautela por encima de sus rodillas, los ojos ocultos tras un mechón de pelo enmarañado. Era como moverse en presencia de un animal aterrado. Se sentó en el borde de la cama, delante de ella.
—Peter. —Era Sara—. ¿Qué estás... haciendo?
—Me seguiste, ¿verdad?
Un leve asentimiento, casi imperceptible.
«Sí. Te seguí.»
Peter levantó la cara. Sara le estaba mirando, parada al pie de la cama.
—Ella me salvó —explicó Peter—. En el centro comercial, cuando nos atacaron los virales. Me protegió. —Miró a la chica de nuevo—. Es verdad, ¿no? Me protegiste. Los ahuyentaste.
«Sí. Los ahuyenté.»
—¿La conoces? —preguntó Sara.
Peter vaciló, mientras intentaba reconstruir la historia en su memoria.
—Estábamos debajo de un tiovivo. Theo ya había desaparecido. Los pitillos se acercaban. Pensé que todo había terminado. Entonces, ella... me cubrió con su cuerpo.
—Te cubrió con su cuerpo.
Peter asintió.
—Sí, sobre mi espalda. Como si me estuviera protegiendo. Sé que no lo estoy contando bien, pero sucedió así. Cuando me quise dar cuenta, los pitillos se habían ido. Me guió hasta un pasillo y me enseñó la escalera que subía al tejado. Así logré huir.
Sara no dijo nada durante un momento.
—Sé que suena raro.
—Peter, ¿por qué no se lo dijiste a nadie?
Peter se encogió de hombros, desorientado. Era difícil ofrecer una explicación verosímil.
—Tendría que haberlo hecho. Ni siquiera estaba seguro de que hubiera sucedido en realidad. Y como me callé, cada día me costaba más hablar de ello.
—¿Y si Sanjay lo descubre?
La chica había levantado la cara unos centímetros por encima del parapeto que formaban sus rodillas, con una expresión indescifrable y cómplice en el rostro. Su forma de moverse transmitía una sensación de algo salvaje, un nerviosismo animal. Pero durante los escasos minutos que habían transcurrido desde que entró en el pabellón, se había producido un cambio. El miedo había disminuido de forma perceptible.
—No lo descubrirá. —dijo Peter.
—Oh, Dios mío —dijo una voz detrás de ellos—. Es verdad.
Todos se volvieron y vieron a Michael parado delante de la cortina.
—Circuito, ¿cómo has entrado? —susurró Alicia—. No alces la voz.
—Igual que vosotros. Os vi en el callejón. —Michael avanzó con cautela hacia el catre, la mirada centrada en la chica. Aferraba algo en la mano—. En serio, ¿quién es?
—No lo sabemos —contestó Sara—. Es una caminante.
Michael guardó silencio un momento, con expresión indescifrable. No obstante, Peter detectó sus rápidos cálculos mentales. De pronto, pareció reparar en el objeto que sostenía.
—¡Hostia puta! ¡Hostia puta! Eso lo explica todo. Es lo que dijo Elton.
—¿De qué estás hablando?
—La señal. La señal fantasma. —Los hizo callar con un ademán—. No, esperad... Un momento. No me lo puedo creer. ¿Estáis todos preparados? —Una sonrisa triunfal iluminó su rostro—. Allá va.
Y en ese instante, el objeto empezó a zumbar.
—Circuito, ¿qué coño es eso? —preguntó Alicia.
Alzó el objeto y se lo enseñó. Una PDA.
—Es lo que he venido a deciros —explicó Michael—. La chica, la caminante, nos está llamando.
—El transmisor debía de estar en su persona —explicó Michael—. No sabía bien qué aspecto tendría. Seguro que era lo bastante grande como para contener una fuente de energía, pero aparte de eso no sabía más.
La mochila y lo que ésta contenía habían ido a parar al fuego. Eso dejaba algo que la chica llevaba encima como único origen posible de la señal. Sara se sentó a su lado y le explicó qué quería hacer, y pidió a la chica que se estuviera quieta. Empezó a palparla a partir de los pies, apoyando los dedos con delicadeza sobre cada superficie, examinando sus piernas, brazos, manos y cuello. Una vez hubo terminado, se levantó para colocarse detrás de ella, e introdujo los dedos entre la mata de su pelo. La chica se mantuvo inmóvil durante todo el rato. Levantaba los brazos y las piernas cuando Sara se lo pedía, mientras recorría la habitación con la mirada, con expresión neutra, como si no estuviera muy segura de qué debía deducir.
—Si está aquí, lo escondieron bien. —Sara hizo una pausa para apartarse de la cara un mechón de pelo empapado en sudor—. ¿Estás seguro, Michael?
—Sí, estoy seguro. Tiene que estar dentro de ella.
—¿Dentro de su cuerpo?
—Debería estar cerca de la superficie. Justo debajo de la piel. Busca una cicatriz.
Sara reflexionó.
—Bien, no pienso hacerlo delante de una multitud. Peter y Michael, daos la vuelta. Lish, acércate. Puede que te necesite.
Peter aprovechó aquel momento para acercarse a la cortina y echar un vistazo. Ben y Galen seguían fuera, unas figuras borrosas al otro lado de las ventanas. Se preguntó cuánto tiempo les quedaba. De un momento a otro podía aparecer alguien. Sanjay, Old Chou o Jimmy.
—Muy bien, ya podéis mirar.
La chica estaba sentada en el borde de la cama, con la cabeza inclinada hacia adelante.