El pequeño vampiro lee (2 page)

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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

BOOK: El pequeño vampiro lee
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Anton abrió los ojos pestañeando.

En su cabeza había un extraño vacío y durante unos segundos no supo dónde estaba ni qué era lo que había pasado. Vio que delante de él había una abertura redonda por la que entraba la clara luz del sol. Y, cosa rara, no estaba tendido en una cama, sino en el suelo...

Anton se acordó entonces de todo:

Hacía tres días que había llegado con su padre al Valle de la Amargura para pasar unas vacaciones..., unas «vacaciones-acción». Por Navidad le habían regalado una tienda de campaña y un saco de dormir... y un vale que decía: «Vale por unas “vacaciones-acción”. A canjear en las vacaciones de primavera». Había sido una idea del psicólogo Schwartenfeger para que Anton no estuviera pensando siempre en sus amigos los vampiros. ¡Y a Anton le dejaron incluso elegir el lugar donde pasarlas! Él, naturalmente, se había decidido por el Valle de la Amargura, pues desde que los vampiros fueron expulsados de su cripta natal por Geiermeier, el guardián del cementerio, vivían en el castillo en ruinas del Valle de la Amargura.

Así pues, Anton y su padre fueron en tren hasta Larga-Amargura y luego siguieron a pie. En el Valle de la Amargura se habían instalado en el interior de una cueva: la Cueva del Lobo. Ahora ya habían pasado allí tres noches. Y hacía dos días, durante el primer recorrido por el castillo en ruinas, su padre se había pillado los dedos con el viejo órgano.

Anton se estremeció al volver a pencar en el repugnante color violeta oscuro que tenían los dedos de su padre la noche anterior...

Y los machacados dedos tenían que ser también la causa de que ahora de repente estuviera allí fuera de la cueva la madre de Anton, a la que no le entusiasmaban unas vacaciones sin agua caliente corriente y que por eso no se había ido al principio con ellos. Al parecer los dolores se habían vuelto tan fuertes que el padre de Anton había llamado por teléfono a casa y le había pedido a ella que fuera a buscarles... ¡A Anton y a él!

—¡Oh, no! —gimió Anton en voz baja mordiéndose los labios. Él no quería marcharse del Valle de la Amargura… ¡Ni dejar a Rüdiger y a Anna!

Cuando echó un vistazo por la cueva comprobó con sobresalto que ya estaba casi todo recogido... Todo menos su saco de dormir, sus zapatillas de deporte con los calcetines y el libro
El vampiro: verdad y poesía
. ¡Parecía que con las prisas los padres de Anton habían guardado ya hasta su jersey y sus pantalones vaqueros!

Lleno de rabia, Anton pensó que ahora tendría que andar por ahí fuera en pijama... Entonces palpó con los dedos algo áspero y raído que, con toda seguridad, no era su pijama.

Anton estuvo a punto de pegar un grito: ¡Era la capa de vampiro con la que la noche anterior había ido volando con Anna a las ruinas del castillo!

Allí, en las ruinas, Rüdiger le había estado leyendo unas páginas de la
Crónica de la familia Von Schlotterstein
... y al final, cuando Anton regresó solo a pie a la Cueva del Lobo, se olvidó, por puro agotamiento, de quitarse la capa de vampiro y esconderla en la grieta de la roca que había delante de la cueva. Con toda su ropa puesta se había metido tal cual en el saco y se había quedado dormido.

Deprisa y corriendo Anton se subió la cremallera hasta la barbilla. ¿Y ahora? ¿Debería intentar quitarse la capa dentro del saco? ¡Pero dentro del saco de dormir, tan estrecho y tan almohadillado, eso era mucho más fácil decirlo que hacerlo!

¡Pobre chico!

Anton aún estaba haciendo esfuerzos por conseguirlo cuando, de repente, una cabeza se asomó por la abertura redonda y le miró; con voz de alegría su madre dijo:

—¡Anton!

Luego entró en la cueva metiéndose a gatas por la abertura, llegó hasta donde él estaba y quiso abrazarle. Sin embargo, Anton, haciendo fuerza, mantuvo cerrada la cremallera por dentro.

Ella se quedó desconcertada:

—¿Estás enfermo?

Inmediatamente le puso la mano en la frente.

—¡Oh, Anton, pero si estás ardiendo!...

«¡No me extraña!», pensó Anton, pero apretó los dientes y no dijo nada.

—¡Pobre chico! ¡Seguro que tiene fiebre! —le gritó al padre de Anton, que estaba fuera.

—¡Yo..., yo no tengo fiebre! —repuso Anton..., dándose cuenta él mismo de que no había sido muy convincente.

—¡Pero si estás empapado en sudor! —exclamó ella, que evidentemente parecía muy preocupada.

—Es que he tenido un sueño muy agitado —intentó excusarse él.

—¡Seguro que era otra de tus horribles pesadillas de vampiros! —dijo, y añadió con decisión—: Esa es una razón más para marcharse de esta horrible cueva. ¡Si es que aquí tiene que tener uno pesadillas a la fuerza!... ¡Menos mal que he encontrado dos luminosas y limpias habitaciones para nosotros en una posada!

—¿Una posada? ¡Yo no quiero ir a ninguna posada! —gruñó Anton.

Su madre se rio.

—Tres días nada más de cavernícolas y papá tiene ya una grave magulladura, tú una gripe... ¡No quiero ni pensar qué es lo que podría pasar aún!

—¡Papá no se ha pillado los dedos dentro de la cueva! —repuso Anton.

—¡Y tampoco os habéis lavado ni una sola vez! —continuó su madre sin hacer caso de los reparos de Anton—. De tu saco de dormir sale un olor como a..., yo qué sé qué. ¡Probablemente es por eso por lo que mantienes la cremallera cerrada con tanta fuerza! ¡El caso es que ya va siendo hora de que te des un baño!

—¡Yo sí me he lavado! —protestó el padre de Anton desde fuera—. En el río, como corresponde a unas vacaciones-acción. Anton, sin embargo, no..., para él estaba el agua demasiado fría.

—¡No! ¡Estaba demasiado sucia! —repuso Anton.

Tuvo que hacer esfuerzos para no reírse. ¡Si su madre supiera que lo que olía tan raro era la capa de vampiro!...

—¡Está bien! —dijo ella—. ¡Si dices que no tienes fiebre, levántate ahora mismo, coge tu saco de dormir y vente! ¡Papá ya está impaciente por ir a un médico!

La voz de ella —como comprobó con satisfacción Anton— sonaba excitada. ¡En todo caso, en la difícil situación en que él se encontraba (con la capa de vampiro dentro del saco de dormir) una madre impaciente y nerviosa le venía mucho mejor que una excesivamente atenta que no le quitara ojo de encima!

Si la indignaba un poquito más, seguro que salía furiosa de la cueva. ¡Y en aquel momento eso era justo lo que le convenía a Anton!

—¿Impaciente? —dijo con desdén—. Pero si papá acaba de decir que era mejor que me dejarais seguir durmiendo un poco —bostezó ostentosamente—. ¡Papá tiene razón, como siempre! —declaró después cerrando los ojos—. ¡Estoy realmente muy cansado!

—¿Cansado? ¡No me hagas reír! —dijo su madre ahora ya exaltada de verdad—. ¡Tú verás cómo te las apañas solo! Voy a salir de la cueva, pero ¡ay de ti como no hayas venido dentro de diez minutos! ¡Pondremos los motores en marcha y nos iremos sin ti!

Una vez dicho aquello salió corriendo afuera (si es que dentro de la baja cueva se podía hablar de «correr»).

Anton se rio irónicamente. Irse sin él...: ¡Eso no se lo creía ni ella! Aunque a Anton eso... ¡hasta le vendría muy bien! Después de todo, aquella noche había quedado con el pequeño vampiro en la capilla del castillo para enterarse de más cosas de la
Crónica de la familia Von Schlotterstein
.

Y Anton solía acudir a sus citas... ¡Sobre todo a las citas con el pequeño vampiro!

Estuvo esperando hasta que oyó hablar a sus padres entre ellos en voz baja. Luego se puso en pie, se quitó rápidamente la capa de vampiro y la metió dentro del saco de dormir.

Respirando aliviado enrolló el saco de dormir. Se calzó las zapatillas de deporte, se colocó el libro y el saco de dormir debajo del brazo y salió por la abertura.

No es razón para llorar

Fuera vio apoyada en el árbol y cargada con sus mochilas la bicicleta que su padre había alquilado en la gasolinera de Larga-Amargura.

Se dirigió a su madre riéndose irónicamente.

—¿No decías que ibais a poner los motores en marcha?

—Sí, ¿por qué? —contestó ella.

—¡Pues que con la bicicleta cargada hasta los topes —dijo— lo más que se puede hacer es empujar!

—¡Muy gracioso! —dijo mordaz su madre—. ¡Ya me explicarás tú cómo iba a llegar con el coche hasta vuestra apartada cueva!

—¿Quién ha dicho que tuvieras que hacerlo? —repuso insidiosamente Anton.

—¡Anton! —intervino su padre—. Yo comprendo que estés decepcionado, ¡pero las vacaciones no se han acabado, ni mucho menos! ¡Lo único es que nos trasladamos a una preciosa posada que mamá nos ha encontrado! Allí por las mañanas habrá cacao caliente, un huevo cocido, miel, mermelada, panecillos recién hechos... ¡Todo lo que tú quieras!

—¿Todo lo que yo quiera? —dijo Anton—. ¡Yo lo único que quiero es quedarme aquí!

—¡No seas tan cabezota! —contestó su madre—. ¿O acaso te crees que papá se ha machacado los dedos a propósito?

—No —gruñó Anton—. ¡Pero quizá podríais pensar en mí alguna vez! Al fin y al cabo fuisteis vosotros los que me regalasteis la tienda de campaña y el saco de dormir por Navidad. Y ahora al parecer tengo que quedarme sin todo eso...

Notó cómo se le llenaban los ojos de lágrimas y rápidamente se dio media vuelta.

—¡Anton! —oyó que decía la voz de su madre—. ¡Eso no es razón para llorar! Además, en cuanto estemos en la posada podrás montar tu tienda de campaña con mucho menos peligro que aquí en este... —ella se quedó atascada— ...¡en este Valle de la Amargura plagado de leyendas terroríficas! —dijo después totalmente horripilada.

—¿Leyendas terroríficas?

Contra su voluntad Anton se rio irónicamente.

—¡Sí! En Larga-Amargura se oyen las más terribles historias sobre este valle... ¡Y especialmente sobre el castillo en ruinas! Por eso tampoco nos hospedaremos en Larga- Amargura, sino en el Valle de la Alegría.

—¿En el Valle de la Alegría?

—Sí, así se llama el valle vecino, donde está la posada. ¡Seguro que allí te sentirás muy bien!

—¿Que me sentiré bien? —inquirió pensativo Anton mirando hacia el castillo en ruinas—. ¿Y dices que allí podré de verdad montar mi tienda de campaña?

—¡Pues claro que sí! Detrás de la posada hay un gran jardín con viejos árboles frutales... Para acampar está que ni pintado.

—Hummm... ¿Ya qué distancia está ese alegre valle?

—A un cuarto de hora en coche.

—Un cuarto de hora... —repitió Anton completamente sumido en sus pensamientos. ¡Entonces él, con la capa de vampiro, tardaría como mucho veinte minutos!

—¡No suena muy mal del todo!

Observó los morados dedos de su padre. ¡Realmente a él incluso le venía muy bien que de allí en adelante su madre estuviera ocupada con el problema de la mano herida!

—¡Okay! —dijo haciéndose el condescendiente—. Estoy de acuerdo... ¡Pero sólo si es verdad que me dejáis acampar!

—¡Prometido! —afirmó su padre.

—Con una condición... dijo la madre de Anton.

—¿Cuál? —preguntó molesto Anton.

—¡Que en el jardín no haya vampiros! —explicó ella.

El padre de Anton se rio a carcajadas.

—¡Vampiros en el jardín! ¡De haber vampiros, sería más probable que estuvieran en las horripilantes ruinas de allí arriba!

Anton estiró el mentón.

—¡Exacto! —dijo, y con una risita burlona añadió—: Papá, como siempre, tiene razón.

—¡Vaya dos! —dijo resentida su madre—. Vámonos ya de una vez.

Un pequeño Robinson Crusoe

La posada del Valle de la Alegría era un edificio bastante grande con un tejado de ripias cubierto de musgo y dos torres.

La madre de Anton había alquilado habitaciones en el primer piso. En la más grande había una cama de dosel con cortinas de encaje que se podían echar.

—¡Es la suite nupcial! —le había su susurrado ella al padre de Anton... y se había puesto colorada cuando se dio cuenta de que Anton también lo había oído.

La habitación de Anton era más pequeña y tenía un tocador en el que había una jofaina adornada con pintura y un jarro. Iba ya a burlarse diciendo que vaya agua caliente corriente cuando vio el lavabo, que estaba instalado en un rincón de la habitación.

—¿Te gusta tu habitación? —le preguntó expectante su madre.

—Hummm, sí, no está mal —dijo Anton con marcada indiferencia.

Naturalmente, no iba a revelarle a ella que la habitación, incluso, le parecía estupenda, pues tenía un pequeño balcón que daba al jardín, mientras que la habitación de sus padres daba a la parte de delante, a la desigualmente empedrada calle.

Además, desde el balcón Anton ya había descubierto un sitio donde montar su tienda de campaña: en la parte trasera del jardín había un árbol grande y nudoso con una copa muy extendida y muy caída, cuyas tupidas ramas colgaban casi hasta el suelo. Ni siquiera unos ojos de vampiro podrían descubrir una tienda de campaña debajo de aquel techo de ramaje. ¡Ni siquiera una de color rojo chillón como la de Anton!

Esperó a que se fuera su madre y luego metió rápidamente sus cosas en el armario, escondió la capa de vampiro entre dos jerseys, cogió su tienda de campaña y su saco de dormir y se marchó corriendo al jardín.

De cerca el árbol parecía más imponente aún. Y el ramaje era tan denso que debajo del árbol reinaba la penumbra. Anton, muy contento, se puso a montar su tienda de campaña justo al lado del tronco.

Por la tarde, cuando sus padres regresaron de visitar al médico del Valle de la Alegría, les enseñó dónde estaba la tienda de campaña.

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