El poder del perro (60 page)

Read El poder del perro Online

Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El poder del perro
11.64Mb size Format: txt, pdf, ePub

Pero Callan no piensa en todo eso.

Solo piensa en ese trago, y sus pies le conducen hasta uno de los antiguos supervivientes, un bar estrecho y oscuro cuyo nombre desconoce (el letrero se borró hace mucho tiempo), encajado entre el último Laundromat del barrio y una galería de arte.

Está oscuro, como debe ser.

Es un bar de bebedores empedernidos (nada de aficionados o diletantes), y hay una docena o más en este momento, la mayoría hombres, que se tambalean en la barra y en los reservados de la pared del fondo. La gente no entra aquí a entablar relaciones sociales, a hablar de deportes o de política, o a catar whiskies estupendos. Entran a emborracharse y a continuar borrachos mientras se lo permitan sus bolsillos y sus hígados. Algunos alzan la vista con hosquedad cuando Callan abre la puerta y deja que un rayo de sol perfore la oscuridad.

La puerta se cierra deprisa, y todos vuelven a clavar la vista en su vaso, mientras Callan entra, se acomoda en un taburete ante la barra y pide.

Bien, todos no.

Hay un tío en un extremo de la barra que sigue mirando subrepticiamente por encima de su whisky. Un tipo pequeño, un tipo viejo con cara de querubín y la cabeza poblada de pelo plateado. Parece un duende subido sobre una seta en lugar del taburete de un bar, y sus ojos parpadean de sorpresa cuando reconoce al hombre que acaba de entrar en el bar, se sienta y pide dos cervezas con un chupito de whisky.

Han pasado veinte años desde que vio por última vez a este hombre, en el pub Liffey de la Cocina del Infierno, cuando este hombre (un crío, en realidad) sacó una pistola de la región lumbar y le metió dos balazos a Eddie «Carnicero» Friel.

Mickey hasta se acuerda de la música que sonaba. Recuerda que había cargado la máquina de discos con versiones de «Moon River», porque quería escuchar la canción el máximo número de veces posible antes de ir a chirona de nuevo. Recuerda haberle dicho a este hombre (sí, no cabe duda de que es él, incluso con el mismo bulto en la región lumbar, donde lleva la pistola) que tirara el arma al río Hudson.

Mickey nunca volvió a ver al chico, hasta este momento, pero se enteró del resto de la historia. Acerca de que este chico, ¿cómo se llama?, derrocó a Matty Sheehan y se convirtió en uno de los reyes de la Cocina del Infierno. De que él y su amigo se convirtieron en los reyes de la Cocina del Infierno. De que él y su amigo hicieron las paces con la familia Cimino y se convirtieron en pistoleros de Big Paulie Calabrese, y de que, si los rumores son ciertos, había abatido a Big Paulie delante del Spark Steak House, justo antes de Navidad.

Callan, piensa el viejo.

Sean Callan.

Bien, te he reconocido, Sean Callan, pero da la impresión de que tú a mí no.

Lo cual está bien, está bien.

Mickey Haggerty termina su bebida, baja del taburete y se encamina hacia una cabina telefónica. Sabe que alguien estará muy interesado en averiguar que Sean Callan está en un bar del Gaslamp.

Tiene que ser delírium trémens.

De todos modos, Callan busca su pistola.

Pero tiene que ser delírium trémens, aquí al menos, porque no existe otra explicación de que esté viendo a Big Peaches y a O-Bop al lado de su cama del Golden West, apuntándole con sus armas. Ve las balas en las recámaras, brillantes y letales, hermosas y plateadas, en las que se refleja la luz de la farola de la calle, la falsa lámpara de gas que la persiana rota no puede tapar.

El neón rojo del local porno de enfrente destella como una alarma.

Demasiado tarde.

Si esto no es delírium trémens, ya estoy muerto, piensa Callan. Pero, de todos modos, empieza a sacar la pistola de debajo de la almohada. Se los llevará con él.

—No lo hagas, puto irlandés —gruñe una voz.

La mano de Callan se queda petrificada. ¿Es un sueño de borracho o la realidad? ¿De veras están Big Peaches y O-Bop en su habitación, apuntándole con sus armas? Y si van a disparar, ¿por qué no lo hacen? Dicen que si mueres en sueños mueres en vida, pero a veces cuesta diferenciar entre los vivos y los muertos. Lo último que recuerda es haberse trincado cervezas con whisky en el bar. Ahora se despierta (más o menos), y podría estar vivo o podría estar muerto. ¿O está de vuelta en la Cocina, y los últimos nueve años han sido un sueño?

Big Peaches ríe.

—¿Qué eres ahora?, ¿un puto hippy? Con ese pelo y esa barba...

—Está bolinga —dice O-Bop—. Una buena trompa irlandesa.

—¿Tienes esa veintidós debajo de la almohada? —pregunta Peaches—. Me da igual lo borracho que estés. Saca la pistolita. Despacio, ¿eh? Si hubiéramos venido a liquidarte, ya habrías muerto antes de despertar.

—Entonces, ¿a qué vienen las pistolas? —pregunta Callan.

—Llámalo abundancia de precauciones —dice Peaches—. Eres Billy «el Niño» Callan. ¿Quién sabe qué te ha traído aquí? Tal vez un contrato para acabar conmigo. Así que saca la pistola poco a poco.

Callan obedece.

Durante medio segundo piensa en cargárselos, pero qué más da.

Además, la mano le tiembla.

O-Bop toma con delicadeza la pistola de la mano de Callan y la guarda en su cinturón. Después se sienta a su lado y le abraza.

—Jesús, cómo me alegro de verte.

Peaches se sienta al pie de la cama.

—¿Dónde coño has estado? Joder, dijimos que te fueras al sur, no nos referíamos a la Antártida. Eres la hostia.

—Estás hecho un asco —dice O-Bop.

—Estoy hecho un asco.

—Bien, al menos lo parece —dice Peaches—. ¿Qué coño estás haciendo en este cagadero? Joder, Callan.

—¿Lleváis algo de beber?

—Claro.

O-Bop saca media pinta de Seagram's del bolsillo y se la pasa a Callan.

Le da un buen viaje.

—Gracias.

—Malditos irlandeses —dice Peaches—. Sois todos unos borrachos.

—¿Cómo me habéis encontrado? —pregunta Callan.

—Hablando de borrachos, Little Mickey Haggerty. Te vio en ese chiringuito de mierda al que vas a beber, metió una moneda en una cabina, averiguamos que vives en el hotel Golden West, no podíamos creerlo. ¿Qué coño te ha pasado?

—Muchas cosas.

—No me jodas —dice Peaches.

—¿Para qué habéis venido?

—Para sacarte de aquí —dice Peaches—. Te vienes a casa conmigo.

—¿A Nueva York?

—No, capullo —dice Peaches—. Ahora vivimos aquí. Sun Diego, nene. Es bonito. Un sitio bonito.

—Tenemos una banda —explica O-Bop—. Peaches, Little Peaches, Mickey y yo. Y ahora tú.

Callan sacude la cabeza.

—No, estoy harto de esa mierda.

—Sí —dice Peaches—. No cabe duda de que las cosas te van bien. Escucha, ya hablaremos de eso más tarde. Ahora vamos a ponerte sobrio, a darte bien de comer. Un poco de fruta. La fruta de aquí es increíble. No solo los melocotones. Estoy hablando de peras, naranjas, pomelos tan rosados y jugosos que son mejor que el sexo, te lo aseguro. O-Bop, recoge la ropa de tu chico y vámonos de aquí.

Callan está lo bastante borracho para obedecer.

O-Bop recoge algo de su mierda y Peaches le saca a rastras.

Tira uno de cien sobre la recepción y dice que la cuenta está saldada, sea cual sea el monto. De camino al coche (Peaches se ha comprado un Mercedes nuevo), O-Bop y Peaches le cuentan a Callan lo bien que les va aquí.

Que se atan los perros con longanizas, nene.

Con longanizas.

El pomelo descansa como un sol gordo en el cuenco.

Un sol gordo, hinchado, jugoso.

—Cómelo —dice Peaches—. Necesitas vitamina C.

Peaches se ha convertido en un obseso de la salud, como toda la gente de California. Aún es un hombre corpulento, pero un hombre corpulento bronceado, con el colesterol bajo y una dieta rica en fibra.

—Me tiré un montón de años en chirona —explica a Callan—, pero me siento cojonudo.

Callan no.

Callan se siente exactamente como un hombre que se ha tirado una borrachera de años. Se siente como muerto, si es que la muerte es tan asquerosa. Y ahora, el gordo de Big Peaches le está dando la paliza para que se coma el puto pomelo.

—¿Tienes una cerveza? —pregunta Callan.

—Sí, tengo una cerveza —contesta Peaches—. Eres tú quien no tiene ni va a beber ninguna cerveza jodido alcohólico. Vamos a enderezarte.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí?

—Cuatro putos días —dice Peaches— de lo más placenteros, con tus vómitos, tus lloros, tus balbuceos, tus gritos de mierda.

¿Qué gritaba?, se pregunta Callan. Es preocupante, porque los sueños eran sangrientos y aterradores. Los malditos fantasmas (y había muchos) no querían marcharse.

Y aquel puto cura.

«Te perdono. Dios te perdona.»

No, Él no, padre.

—No me gustaría ver una foto de tu hígado, tío —dice Peaches—. Debe de parecer una pelota de tenis usada. Ahora juego al tenis, ¿te lo había dicho? Juego todas las mañanas, salvo las cuatro últimas, en las que he estado haciendo de enfermera. Sí, juego al tenis, patino...

¿Ciento treinta kilos de Big Peaches sobre ruedas?, piensa Callan. La de accidentes que puede haber...

—Sí —dice O-Bop—, sacamos las ruedas de un camión Mack y se las pusimos a los patines.

—Que te den por el culo, Ricitos —dice Peaches—. Patino muy bien.

—La gente se aparta de su camino, te lo aseguro —dice O-Bop.

—Tendrías que hacer ejercicio, en lugar de empinar tanto el codo —dice Peaches a O-Bop—. Tú, Días sin Huella, come el puto pomelo.

—¿Se pela antes? —pregunta Callan.

—Malditos idiotas. Dame eso.

Peaches coge un cuchillo, corta el pomelo por la mitad, lo parte con cuidado en rodajas y lo devuelve al cuenco de Callan.

—Ahora, te lo comes con la cuchara, so bárbaro. ¿Sabes que la palabra «bárbaro» procede de los romanos? Significaba «pelirrojo». Se referían a los tuyos. Lo vi en el, ¿cómo se llama?, Canal Historia anoche. Me encanta esa mierda.

Suena el timbre de la puerta, Peaches se levanta y va a abrir.

O-Bop sonríe a Callan.

—Con esa bata, Peaches parece un viejo
mamma mia
, ¿verdad? Hasta le están saliendo tetas. Sólo le faltan unas zapatillas de color rosa con pompones. Tendrías que verle patinando. La gente sale corriendo. Es como una película de terror japonesa. Wopzilla.

—Entra en la cocina, verás lo que ha traído el gato —oyen que dice Peaches.

Un par de segundos más tarde, Callan está ante Little Peaches, quien le da un gran abrazo.

—Me lo habían contado —dice Little Peaches—, pero si no lo veo no lo creo ¿Dónde has estado?

—En México, sobre todo.

—¿No hay teléfonos en México? —pregunta Little Peaches—. ¿No puedes llamar a la gente para informarla de que estás vivo?

—¿Adónde debía llamarte? —pregunta Callan—. Estás en el puto Programa de Protección de Testigos. Si yo pudiera encontrarte, también otra gente lo haría.

—Toda la demás gente está en Marion —dice Peaches.

Sí, claro, piensa Callan. Tú les metiste allí. Big Peaches, el de la vieja escuela, se convirtió en el más espectacular pájaro cantor desde Valachi. Metió a Johnny Boy en la cárcel de por vida, y a algunos más de propina. No parece que su vida vaya a durar mucho, por otra parte. Dicen que Johnny Boy tiene cáncer de garganta.

Es bueno que Peaches cantara, así Callan no tendrá que preocuparse de que llame a Sal Scachi, a quien no le gustará nada que Callan haya escapado de la reserva. Callan sabe demasiado sobre el trabajo de Scachi (toda aquella mierda de Niebla Roja) para andar suelto, así que es bueno que Peaches y él no sigan en contacto.

Little Peaches se vuelve hacia su hermano.

—¿Estás dando de comer a este tipo?

—Sí, le estoy dando de comer.

—Pero este pomelo de mierda no —dice Little Peaches—. Joder, dale salchichas, un poco de prosciutto, unos raviolis. Si es que encuentras. Callan, en esta ciudad hay una Little Italy, pero no podrías conseguir un cannoli ni con una ametralladora. En los restaurantes italianos de aquí sirven tomates secos. ¿Qué significa eso? Después de dos años, yo también me he convertido en un tomate seco. Siempre hace sol y calor, incluso de noche. ¿Cómo lo consiguen, eh? ¿Alguien me traerá un café, o tengo que pedirlo como en un puto restaurante?

—Aquí tienes tu puto café —dice Peaches.

—Gracias. —Little Peaches deja una caja encima de la mesa y se sienta—. He traído unos Donuts.

—¿Donuts? —dice Peaches—. ¿Por qué me estás saboteando siempre?

—Eh, Richard Simmons, no los comas si no los quieres. Nadie te ha apuntado una pistola a la cabeza.

—Capullo de mierda.

—Porque no me presento en casa de mi hermano con las manos vacías —dice Little Peaches a Callan—. Los buenos modales me convierten en un capullo.

—En un capullo de mierda —rectifica Peaches mientras coge un Donuts.

—Come un Donuts, Callan —dice Little Peaches—. Come cinco. Cada uno que comas significará uno menos para mi hermano, y así no tendré que oírle lloriquear sobre su figura. Estás gordo, Jimmy, spaghetti de sebo. Desengáñate.

Salen al patio porque Peaches cree que a Callan le sentará bien tomar un poco el sol. De hecho, Peaches cree que a Peaches le sentaría bien tomar un poco el sol, pero no quiere parecer egoísta. Peaches opina que no hay motivos para vivir en San Diego si no te pones a tomar el sol a la menor oportunidad.

De manera que se reclina en la tumbona, abre la bata y empieza a aplicarse Bain du Soleil en el cuerpo.

—No hay que jugar con el cáncer de piel —explica.

Mickey no piensa hacerlo. Se encasqueta la gorra de los Yankees y se sienta bajo el parasol del patio.

Peaches abre una lata fría de melocotón en almíbar y se mete unos cuantos gajos en la boca. Callan ve que una gota de zumo cae sobre su gordo pecho, y después se mezcla con el sudor y la loción bronceadora, y resbala sobre su estómago.

—En cualquier caso, es bueno que aparecieras —dice Peaches.

—¿Por qué?

—¿Qué te parecería cometer delitos en que las víctimas no pudieran acudir a la policía?

—Suena bien.

—¿«Suena bien»? —pregunta Peaches—. A mí me suena celestial.

Se lo explica a Callan.

Las drogas van al norte, de México a Estados Unidos.

El dinero va al sur, de Estados Unidos a México.

—Se limitan a meter el producto (seis, a veces siete cifras) en coches y cruzan la frontera de México —dice Peaches.

Other books

Captain by Phil Geusz
The King's Daughters by Nathalie Mallet
The Furthest City Light by Jeanne Winer
Tomatoland by Barry Estabrook
Some Like It Wild by M. Leighton
Revolution Business by Charles Stross
Bitter Almonds by Lilas Taha
Blood of Retribution by Bonnie Lamer