El ponche de los deseos (11 page)

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Authors: Michael Ende

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: El ponche de los deseos
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—Blablablá —musitó el cuervo con un graznido casi imperceptible.

El mago y la bruja intercambiaron una mirada rápida. Luego, ella preguntó:

—Jacobito, mi querido cuervo, ¿cómo es que estás aquí?

—¡Oh,
madam
! —respondió Jacobo con gesto de inocencia—. He querido anunciar su visita.

—¿Sí? Pero yo no recuerdo habértelo ordenado, avecilla.

—Lo he hecho por mi propia cuenta. He creído que usted quería ahorrarme esa molestia por el mal tiempo y por mi
reumaticismo
, pero yo quería tener esta amabilidad con usted.

—Está bien, está bien. Has sido muy amable, Jacobito. Pero en el futuro será mejor que me preguntes antes.

—¿He metido la pata otra vez? —preguntó Jacobo compungido—. ¡Oh, soy realmente un cuervo calamitoso!

—Dime —preguntó el mago dirigiéndose al gato—, ¿dónde habéis estado metidos todo el tiempo, pillines?

Maurizio iba a contestar, pero el cuervo se le anticipó rápidamente:

—El repugnante devorapájaros ha querido enchiquerarme en su habitación, Excelencia; pero yo me he escapado y he bajado corriendo al sótano. Luego ha logrado atraparme y me ha encerrado en un cajón que apestaba. Yo he protestado allí durante horas, porque eso no son modales, y así no se trata a ningún huésped, y entonces él ha abierto y me ha dicho que cerrara el pico porque, si no, me metería al horno como a un pollo de asador, y entonces yo le he dado una torta, y luego se ha armado una trifulca, y de repente estábamos otra vez aquí, no sé cómo, y entonces esa estúpida serpiente de papel nos ha envuelto durante la riña y entonces ha llegado usted, por suerte. Pero ese gato, perdonen que lo diga, ese gato debería estar en una jaula, allí es donde debería estar, porque es muy peligroso, una bestia sangrienta, eso es lo que es.

Maurizio había escuchado el torrente de palabras del cuervo con los ojos como platos. Había intentado interrumpirlo un par de veces, pero afortunadamente no había tomado la palabra. Ahora le dijo Sarcasmo sonriendo:

—¡Bravo, bravo, mi valiente caballero! Pero en adelante tenéis que llevaros bien. ¿Me lo prometéis?

—¡Hasta ahí podíamos llegar! —graznó el cuervo, y le volvió la espalda al gato—. Yo no puedo llevarme bien con uno que me llama pollo de asador. Antes tiene que retirar esa palabra.

—Pero… —objetó Maurizio.

Sin embargo, la bruja lo interrumpió:

—¡No hay peros que valgan —dijo con voz meliflua—. Tenéis que ser amigos los dos, pillines. Mi famoso sobrino y yo hemos ideado algo exquisito para vosotros. Si os estáis quietecitos y os lleváis bien, podréis celebrar con nosotros la fiesta de San Silvestre. Será muy divertido, ¿verdad, muchachito? Sí, sí, lo será.

—Sin duda —respondió Sarcasmo con una sonrisa ambigua—. Habrá sorpresas magníficas, siempre que os portéis bien.

—Si no hay más remedio —rezongó Jacobo—, haremos las paces, señor barón. ¿De acuerdo?

Rozó con el ala a Maurizio y éste asintió con cierto aire de necedad.

E
NTRETANTO, la bruja había enrollado otra vez la serpiente de pergamino. Ahora, el mago sacó de la manga de su bata un rollo que parecía exactamente igual.

—Ante todo, Titi —declaró—, tenemos que comprobar a título de ejemplo si las dos partes estaban originariamente unidas. ¿Conoces la fórmula y sabes qué tienes que hacer?

—Está todo claro —respondió ella.

Luego, dijeron a dúo:

Por la fuerza de sesenta y seis

pentagramas del revés

se muestran falsas o reales

partes que del conjunto nacen.

¡Fórmula de la oscura noche,

enséñame tu poder sin límite!

Bajo el rayo y las llamas,

¡únete!

¡Preparados… Listos… Ya!

En el mismo instante lanzaron los dos al aire su rollo de pergamino. Un relámpago terrible y cegador cruzó el recinto, y el aire de la habitación centelleó con millares de estrellitas como si hubiera estallado una bengala. Pero esta vez no se oyó ningún ruido.

Como atraídos por una increíble fuerza magnética, los extremos de las dos partes chocaron el uno con el otro y se unieron tan perfectamente y sin rastros de adhesivos como si nunca hubieran estado separados.

Bajo el techo del laboratorio flotaba una serpiente de pergamino que medía unos cinco metros y descendía lentamente hacia el suelo con amplios y pausados movimientos ondulatorios.

El mago y la bruja asintieron, satisfechos.

—Y ahora —dijo Sarcasmo dirigiéndose a los animales— tenéis que dejarnos solos un momento. Vamos a preparar la fiesta de San Silvestre y no os necesitamos.

Con la secreta intención de impedir que el ponche de los deseos estuviera a punto antes de las doce, Jacobo pidió y suplicó que se le permitiera quedarse allí y prometió que no molestaría lo más mínimo. Maurizio se unió a su petición.

—Aquí no tenéis nada que hacer, bribonzuelos curiosos —dijo Tirania—. Nos estáis importunando constantemente con vuestras preguntas. Además, tiene que ser una sorpresa para vosotros.

Como las súplicas y los consejos no servían de nada, la bruja cogió al cuervo y el mago al gato. Los llevaron a la habitación de Maurizio y los dejaron allí.

—Podéis echar una siestecita —sugirió Sarcasmo— para que luego no os canséis durante la fiesta. Sobre todo tú, gatito.

—O podéis jugar un rato al ovillobol para matar el tiempo —añadió Tirania—. Lo importante es que os portéis bien y no volváis a reñir. Cuando esté todo listo, vendremos a llamaros.

—Y para que no miréis antes de tiempo y nos agüéis la fiesta a nosotros y a vosotros —prosiguió Sarcasmo—, os vamos a encerrar hasta que llegue la hora.

Cerró la puerta y dio la vuelta a la llave desde fuera.

Sus pasos se alejaron.

J
ACOBO Osadías revoloteaba sobre el respaldo del sofá de felpa, de cuya tapicería salían algunos muelles, porque el gato había afilado allí sus uñas muchas veces.

—¡Ya ves! —graznó irritado—. Los dos superespías estamos aquí sentados esperando cándidamente.

Maurizio había corrido inicialmente hacia su lujosa cama con dosel; pero luego, aunque se sentía más enfermo y cansado que nunca, había tomado la heroica decisión de no meterse en ella. La situación era demasiado grave como para pensar en dar una cabezadita.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó perplejo.

—¿Que qué hacemos ahora? ¡Una impresión penosa, eso es lo que hacemos! ¡Pasó la oportunidad de evitar la catástrofe! Por algo digo yo que:

En el futuro las cosas irán a peor

y el desastre será aún mucho mayor.

Y es verdad, porque rima. Esto va a tener un mal
endesenlace
.

—¿Por qué repites eso constantemente? —se lamentó Maurizio.

—Ésa es mi
fielosofía
—declaró Jacobo—. Hay que contar siempre con lo peor, y luego hay que hacer contra ello todo lo que se pueda.

—¿Y qué podemos hacer? —preguntó Maurizio.

—Nada —admitió Jacobo.

Maurizio se hallaba delante de la mesita baja, y desde ella lo atraían la nata dulce y otros bocados exquisitos. Le costó un esfuerzo enorme, pero logró vencer la tentación porque conocía muy bien los perniciosos efectos que ese alimento ejercía sobre él.

Hubo un largo silencio. Sólo la tempestad de nieve silbaba alrededor de la casa.

—Te voy a confesar una cosa, gatito —dijo por fin el cuervo—. Estoy harto de ser agente secreto. Nadie puede exigirme que ejerza esa profesión. Es superior a mis fuerzas de cuervo. Lo dejo. Abandono.

—¿Precisamente ahora? —preguntó Maurizio—. No puedes hacer eso.

—Claro que puedo —respondió Jacobo—. No quiero seguir. Quiero volver a llevar una vida normal de vagabundo como antes. ¡Ojalá estuviera ahora al calor del nido con mi Ramona!

Maurizio se sentó y levantó la vista hacia él.

—¿Ramona? ¿Por qué precisamente Ramona?

—Porque es la que más lejos está —dijo Jacobo, apesadumbrado—, y eso es lo que yo querría ahora.

—Mira —replicó Maurizio tras un breve silencio—, también yo preferiría recorrer países lejanos y enternecer con mis canciones todos los corazones. Pero si esos dos truhanes destruyen esta noche el mundo con su magia, ¿qué vida de minnesínger habría luego, si es que queda vida?

—¿Y qué? —graznó airado Jacobo—. ¿Qué podemos hacer nosotros frente a eso? ¿Por qué no se preocupa ningún otro, por ejemplo, allá arriba, en el cielo? Me gustaría saber una cosa: ¿por qué tienen los malos tanto poder en el mundo y los buenos nunca tienen nada más que, a lo sumo,
reumaticismo
? Eso no es justo, gatito. Ahora me declaro en huelga.

Y metió la cabeza debajo del ala para no ver ni oír nada.

Esta vez hubo un silencio tan prolongado que el cuervo miró por debajo del ala y dijo:

—Al menos podrías contradecirme.

—Tengo que reflexionar sobre lo que has dicho — respondió Maurizio—. Porque mi postura es completamente distinta. Mi bisabuela Mía, que era una anciana gata muy sabia, decía siempre: «Si puedes entusiasmarte por algo, hazlo; si no puedes, duerme». Yo tengo que poder entusiasmarme; por eso procuro siempre imaginarme la mejor de todas las posibilidades y, luego, hacer todo lo posible por alcanzarla. Pero, desgraciadamente, yo no tengo tanta experiencia de la vida ni tanto talento práctico como tú. En otro caso, se me ocurriría algo que pudiéramos hacer.

El cuervo sacó la cabeza de debajo del ala, abrió el pico y volvió a cerrarlo. Este inesperado reconocimiento por parte de un artista famoso perteneciente a una antiquísima estirpe de caballeros nobles lo dejó sin habla.

En toda su casquivana vida de cuervo no le había ocurrido nada semejante. Carraspeó.

—¡Hummm…! Bueno —cacareó—. En todo caso, una cosa es segura: mientras estemos sentados aquí, no se arreglará nada. Tenemos que salir. Pero ¿cómo? La puerta está cerrada. ¿Se te ocurre algo?

—Tal vez pueda abrir la ventana —propuso Maurizio, solícito.

—¡Inténtalo!

—¿Para qué?

—Tenemos que ponernos en camino, en un largo camino, probablemente.

—¿Hacia dónde?

—En busca de ayuda.

—¿Ayuda? ¿Del Consejo Supremo?

—No. Para eso es ya demasiado tarde. Cuando llegásemos allí y el Consejo pudiera tomar alguna medida, habría pasado ya la medianoche. Eso no tiene ningún objeto.

—¿Quién otro puede ayudarnos?

Jacobo se rascó pensativamente la cabeza con la garra.

—Ni idea. Quizá ahora sólo pueda salvarnos un pequeño milagro. Es posible que el destino tenga compasión, aunque, según mi experiencia, no hay que confiar mucho en eso. De todos modos, podemos probar.

—Eso es poco —dijo Maurizio lúgubremente—. Por eso no puedo entusiasmarme yo.

Jacobo asintió sombríamente.

—Tienes razón. Aquí no hace frío. Pero mientras sigamos acurrucados aquí, no tenemos ninguna oportunidad.

Maurizio reflexionó un instante, tomó impulso, saltó a la repisa y abrió la ventana con algún esfuerzo. Entró un torbellino de nieve.

—¡Vamos! —graznó el cuervo, y salió volando.

Atrapado por una ráfaga de viento, desapareció inmediatamente en la oscuridad.

El pequeño y barrigudo gato hizo acopio de todo su valor y saltó detrás de él. Cayó desde bastante altura y chocó contra un ventisquero, que se cerró por encima de él.

Con grandes fatigas, logró salir pataleando.

—Jacobo Osadías, ¿dónde estás? —maulló angustiado.

—¡Aquí! —oyó que decía cerca la voz del cuervo.

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