Y continuaba mucho más, en el mismo tono.
Sarcasmo había puesto en marcha todas sus computadoras mágicas, que estaban conectadas con el ordenador central del infierno, y las alimentaba con las informaciones necesarias. Las computadoras trabajaban a todo gas —si es posible aplicar esta expresión a los aparatos electrónicos—, chirriaban, piaban, crepitaban, emitían luces intermitentes y escupían fórmulas y diagramas que indicaban al mago lo que debía hacer en el momento siguiente con el líquido de la ponchera.
Así, en una ocasión tuvo que crear un campo antigravitatorio para conseguir la ingravidez absoluta. De este modo pudo sacar del recipiente todo el mejunje. El líquido flotó en medio del recinto como un enorme balón un poco gelatinoso, y Sarcasmo pudo bombardearlo con una carga concentrada de partículas perversas que no habría podido atravesar el vaso de fuego frío. Pero, durante esta fase, él y su tía se vieron afectados también por la ingravidez, circunstancia que dificultó considerablemente el trabajo. Porque Sarcasmo flotaba junto al techo del laboratorio con la cabeza hacia abajo, mientras que Tirania giraba horizontalmente en el aire alrededor de su propio eje. Sin embargo, el mago logró parar el generador antigravitatorio mediante un certero disparo, con lo cual el líquido volvió a caer en su recipiente con un leve chapoteo, pero Sarcasmo y Tirania se dieron un doloroso golpe al chocar contra el pavimento.
De todos modos, estos sucesos son casi inevitables en experimentos tan arriesgados, y apenas influyeron en el entusiasmo con que trabajaban los dos.
Sin embargo, un poco después surgió un incidente imprevisto y aterrador, incluso para el mago y la bruja: el líquido de la ponchera cobró repentinamente vida.
Hay seres vivos unicelulares, llamados amebas, que son tan minúsculos que ordinariamente sólo pueden verse con el microscopio. Pero, en este caso, todo el contenido de la ponchera de cristal se transformó en una sola ameba gigantesca que abandonó el recipiente y se esparció por el pavimento del laboratorio como un gran charco gelatinoso. La tía y el sobrino se apartaron de ella y terminaron por huir en direcciones distintas. Después, el gigantesco unicelular se escindió en dos, y cada parte se deslizó tras uno de los fugitivos, con la evidente intención de fagocitarlos.
Sólo con astucia y esfuerzo lograron el mago y la bruja que las dos partes entraran nuevamente en la ponchera, donde, hambrientas, se lanzaron inmediatamente la una contra la otra y se devoraron mutuamente. Ahora eran otra vez un simple líquido, y estaba conjurado el peligro.
Por fin había concluido el proceso de hechizamiento. La sustancia del recipiente parecía ahora espejeante y opaca como el mercurio. Estaba preparada para absorber cualquier poder mágico, en este caso la misteriosa virtud de hacer realidad todos los deseos.
F
ÉLIX había saltado a un saledizo bajo que había sobre la puerta lateral; de allí, al tejadillo de la entrada principal. Luego trepó a una torrecilla cubierta de salientes semiesféricos, y desde su aguja, dando un salto arriesgado, se posó sobre un alféizar. Allí estuvo a punto de resbalar pues el alféizar se hallaba cubierto de hielo y nieve; pero al fin consiguió mantener el equilibrio. El cuervo aleteaba mirando hacia él.
—¡Basta ya! —dijo con gran vehemencia—. ¡Baja inmediatamente! Terminarás por romperte todos los huesos. Estás demasiado gordo y no tienes condiciones para eso.
Pero el gato siguió trepando.
—¡Oh! —gritó Jacobo furioso—. Debería arrancarme la última pluma por no haber tenido el pico cerrado. ¿No hay un solo gramo de sesos en tu necia cabeza de gato? Te estoy diciendo que no tiene ningún sentido. Las campanas de allá arriba son demasiado pesadas para los dos juntos.
—Eso ya se verá —respondió imperturbable el gato.
Siguió trepando y trepando. Cuanto más subía, más implacablemente le silbaba la tempestad en las orejas.
Ya había alcanzado el extremo superior del rosetón que había sobre la puerta principal cuando sintió que sus fuerzas desfallecían súbitamente. La cabeza le daba vueltas. Nunca había sido de constitución atlética; pero ahora comenzaba a hacerse notar la estancia en el contenedor de productos tóxicos.
Al saltar a una gárgola que representaba un demonio sonriendo sarcásticamente y con orejas puntiagudas, comenzó a resbalar lenta pero irremediablemente. Se habría precipitado en el abismo —que ahora era mortal incluso para un gato entrenado— si Jacobo no hubiera acudido volando y lo hubiera agarrado de la cola en el último instante.
Jadeante y tembloroso, el pequeño gato se apretó contra la pared para protegerse del helado viento e intentó calentarse las patas, ya insensibles.
El cuervo se posó frente a él.
—¡Bien! —dijo—. Ahora en serio: aunque logres llegar hasta las campanas, y no lo lograrás, no tiene ningún sentido. ¡Usa los sesos una vez en tu vida, amiguito! Supongamos que conseguimos entre los dos tocar las campanas (cosa que, como te he dicho, es totalmente imposible), entonces las oirían también mi
madam
y tu maestro. Y si las oyen, cogen inmediatamente onda de que su poción ha perdido el poder de inversión. ¿Y qué? De ese poder pueden prescindir ahora sin dificultad. Sólo era para engañarnos a nosotros. Y si nosotros no estamos presentes, no necesitan el poder de inversión. Entonces desearán a sus anchas maldades manifiestas, que luego se cumplirán. No tendrán necesidad de violentarse, porque nosotros no los molestaremos. ¿O te figuras que puedes bajar de la torre, desandar todo el camino y llegar a tiempo para asistir a la velada? ¿Cómo te imaginas todo eso? ¿Sabes qué será de ti? ¡Será tu final! Morirás lastimosamente por nada y para nada. Eso es lo que ocurrirá.
Félix no escuchaba. La voz del cuervo penetraba en sus oídos como si llegara de muy lejos; pero él se sentía demasiado enfermo y agotado para seguir unos razonamientos tan complicados. Sólo sabía una cosa: ahora había la misma distancia hacia arriba que hacia abajo, y él quería llegar arriba porque así lo había decidido, tuviera sentido o no. El hielo le cubría los bigotes, y el viento le llenaba de lágrimas los ojos, pero siguió trepando.
—¡Eh! —gritó irritado el cuervo a sus espaldas—. Tengo que decirte una cosa: a partir de ahora no volveré a ayudarte, hazlo solo. Yo no tengo ningún aprecio a los héroes, tengo
reumaticismo
y estoy definitivamente harto de tu terquedad, para que lo sepas. Ahora me largo, ¿lo oyes? Me evaporo, ya me he ido. ¡Adiós! ¡Hasta la vista! ¡Ciao! ¡Suerte, señor colega!
En ese instante vio que el gato se balanceaba en el aire, agarrado a una canal con las patas delanteras. Levantó el vuelo hacia él, luchó con el viento de la tempestad para llegar hasta el gato, lo cogió del pescuezo con el pico, tiró y, con sus últimas fuerzas, lo metió dentro de la canal.
—¡Disecado querría estar! —balbució—. Al parecer, me caí del nido siendo huevo; por eso tengo un poco tocada la cabeza, no hay duda.
Luego sintió que lo abandonaban sus fuerzas. El efecto de la estancia en el contenedor se hacía notar también en él. Tenía un malestar angustioso.
—Yo no me muevo de aquí —jadeó—. Me quedo aquí sentado. Aquí me quedo. Por mí puede hundirse tranquilamente el mundo entero. No puedo más. Si intento volver a volar una sola vez, caeré como una piedra.
Miró por encima de la orilla de la canal. Abajo, muy debajo de ellos, parpadeaban las luces de la ciudad.
E
N la fase que tenían que afrontar a continuación, la dirección podía correr nuevamente a cargo de Tirania.
Porque la instrucción sobre el modo de introducir en el ponche el poder de cumplir los deseos estaba redactada en la jerga de las brujas. Se trata de un intrincado lenguaje que emplea nuestro vocabulario normal, pero hace de él un uso absolutamente falaz. En él, ninguna de las palabras tiene el significado ordinario. Así,
globo
significa
muchacho
,
cuba
significa
muchacha
,
estallar
significa
pasear
,
maleta
significa
jardín
,
estirar
significa
ver
,
trago
significa
perro
,
ligero
significa
pintado
,
indolentemente
significa
súbitamente
.
Así pues, la frase «Un muchacho y una muchacha paseaban por el jardín y vieron súbitamente un perro pintado» se dice en la jerga de las brujas: «Un globo y una cuba estallaron en la maleta e indolentemente estiraron un ligero trago».
Tirania dominaba este lenguaje con suma facilidad. Sin este conocimiento, no se descubría ningún sentido en el texto de la receta. Los no iniciados no habrían podido presumir que se ocultara tras él algo más que simples insensateces:
Si sois un maestro,
tomad un cabestro
diestro como el que más.
Soplad en un vaso
de raso y de paso.
¡Qué caso tan infernal!
¡Menudo trabajo
los majos andrajos
debajo del queso!
¡Qué cuco ese barco,
y el charco con arcos
qué parco y travieso!
Sobre la azotea,
la fea corchea
pasea en biplano.
¡Maldita espinilla
que brilla y cosquilla
te pilla en… la mano!
El actor, con tacto,
en el acto exacto
hizo un pacto con el ratón.
Pero si en la venta
te tienta la renta,
cuenta las cuarenta, que cuarenta son.
El pasaje entero era unas cinco veces más largo; pero aquí puede bastar este ejemplo.
Cuando Tirania terminó de traducirlo, se apagaron todas las luces del laboratorio. La tía y el sobrino se hallaban enteramente a oscuras y comenzaron a hechizar a porfía. Con el vértigo de un delirio provocado por la fiebre surgieron de las tinieblas apariciones que se desplazaban unas a otras y luego volvían a desaparecer.
Se formaron en el aire torbellinos centelleantes que giraron velozmente y se apilaron unos sobre otros constituyendo una especie de manguera que se encogió cada vez más hasta tener el tamaño de un minúsculo gusano, que luego fue engullido por un pico sin pájaro. En su interior flotó una nube grisácea de la que colgaba por la cola el esqueleto de un perro, cuyos huesos se transformaron en serpientes incandescentes que rodaron por el suelo entrelazadas en un ovillo. Una cabeza de caballo con las cuencas de los ojos vacías enseñó los dientes y piafó una carcajada espantosa. Ratas con minúsculos rostros humanos danzaron en círculo alrededor de la ponchera. Una gigantesca chinche azul, sobre cuyo caparazón se sentó la bruja, compitió en una especie de carrera con un escorpión amarillo del mismo tamaño, sobre el que cabalgó el mago. Goteando del techo cayeron en gran cantidad sanguijuelas rosáceas. Se abrió un huevo del tamaño de un hombre, y salieron muchas manos negras pequeñas que caminaron dando saltitos como las arañas.
Apareció un reloj de arena en el que los granitos se deslizaban de abajo arriba. Un pez en llamas cruzó la oscuridad nadando. Un minúsculo robot montado en un triciclo atravesó con su lanza a una paloma de piedra, que inmediatamente quedó reducida a cenizas. Un calvo gigante con el tórax desnudo se aplastó él mismo como un acordeón…
Así continuaron desarrollándose los acontecimientos. Las apariciones se sucedían a ritmo creciente, y todas terminaban por desaparecer en la ponchera, cuyo contenido burbujeaba y siseaba como si hubieran metido un hierro incandescente cada vez que penetraba en él una nueva aparición.