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Authors: Christopher Priest

Tags: #Aventuras, Intriga

El prestigio (37 page)

BOOK: El prestigio
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En determinado momento, llegué a una curva concreta del camino donde la hierba estaba muy alta, y me detuve ante ella. Alley, que había estado trotando detrás de nosotros, nos alcanzó enseguida, y siguiendo las instrucciones de Tesla colocó el teodolito. Unas pocas medidas tomadas cautelosamente fueron suficientes para que Tesla descartara el lugar.

Después de aproximadamente media hora habíamos localizado otro lugar parecido. Estaba exactamente al este del laboratorio, aunque por supuesto a una considerable distancia debajo de él. Teniendo en cuenta la empinada bajada de la ladera, así como el hecho de que la barra de hierro seguramente hubiera podido rebotar y rodar al golpearse con el suelo, podía ser muy probablemente el sitio en el que la barra se había materializado. Era evidente que Tesla se sentía satisfecho, y estuvo sumido en sus pensamientos durante todo el camino en ascensión de la montaña de regreso al laboratorio.

Yo también había estado pensando, y en cuanto estuvimos dentro una vez más dije: —¿Puedo hacer una sugerencia?

—Ya estoy bastante endeudado con usted, señor —contestó Tesla—. ¡Dígame lo que quiere!

—Ya que tiene la posibilidad de calibrar el dispositivo, en vez de apuntar sus experimentos simplemente al aire, en dirección este, ¿no podría enviarlos a una distancia más corta? ¿Tal vez hasta la otra punta del mismo laboratorio, o al exterior, al área que rodea el edificio?

—¡Evidentemente pensamos igual, señor Angier!

En todas las veces que había estado con él, nunca antes había visto a Tesla tan alegre, y él y Alley se pusieron a trabajar inmediatamente. Una vez más me convertí en alguien que sobraba, y me fui a sentar silenciosamente a la parte de atrás del laboratorio. Hacía mucho ya que había adquirido el hábito de llevarme conmigo algo de comida al laboratorio (Tesla y Alley tienen los hábitos de comida más irregulares que jamás haya visto cuando están muy concentrados en su trabajo) y entonces me comí los bocadillos preparados especialmente para mí por el personal del hotel.

Después de un período más largo y más tedioso de lo que podría aquí describir, Tesla dijo finalmente:

—Señor Angier, creo que estamos preparados.

Y así me dirigí hasta allí para examinar el artefacto, ante el mundo entero, como un miembro del público de un teatro, invitado a subir al escenario para inspeccionar la caja de un mago, y junto con Tesla salimos fuera y determinamos sin lugar a dudas que en el área que había escogido como blanco no había ninguna clase de barra de metal.

Cuando introdujo la barra experimental, y accionó la palanca, un más que satisfactorio estruendo anunció el exitoso fin del experimento. Los tres salimos corriendo hacia el punto de materialización y, efectivamente, allí, sobre la hierba, estaba la ya familiar barra de metal pintada de color naranja.

De regreso en el laboratorio examinamos la pieza «original». Estaba helada, pero indudablemente era idéntica a la gemela que había sido producida a partir de ella a través del vacío del espacio.

—Mañana, señor —me dijo Tesla—, mañana, y con el consentimiento aquí de mi noble asistente, procuraremos transportar sin peligro alguno al gato desde un lugar hasta otro. Si podemos conseguirlo, supongo que estará satisfecho.

—Ciertamente, señor Tesla —dije con entusiasmo—. Ciertamente.

20 de agosto de 1900

Y ciertamente lo hemos conseguido. ¡El gato ha cruzado el éter totalmente ileso!

Sin embargo, hubo un pequeño percance y Tesla se ha concentrado en los detalles de la investigación, y una vez más me ha enviado al hotel, y una vez más me sorprendo a mí mismo preocupado por el tiempo que se escapa.

Tesla me ha prometido otra demostración mañana, y esta vez me ha dicho que no habrá ningún problema. Presiento a un hombre ansioso por cobrar el resto de sus honorarios.

11 de octubre de 1900

Casa Caldlow, Derbyshire.

No esperaba vivir para escribir estas palabras. Tras el accidental fallecimiento de mi hermano mayor Henry, y debido a que no ha dejado ningún testamento, finalmente he heredado el título y las tierras de mi padre.

Ahora resido permanentemente en la casa de la familia, y he abandonado mi carrera de mago de escenario. Mi rutina diaria está ocupada con la administración de la herencia, y la necesidad de resolver los numerosos problemas prácticos originados por los caprichos de Henry, sus deslices y sus estimaciones financieras totalmente equivocadas.

Ahora firmo con mi nombre,

Rupert, 14° conde de Colderdale.

12 de noviembre de 1900

Acabo de regresar de una corta visita a mi antigua casa en Londres. Mi intención era limpiar a fondo el lugar y mi antiguo taller, y vender ambas propiedades en el mercado inmobiliario. La finca de Caldlow está al borde de la bancarrota y necesito reunir algún dinero urgentemente para realizar reparaciones que no pueden esperar, tanto de la casa como de otras fincas que componen la herencia. Naturalmente, me maldigo a mí mismo por haber despilfarrado casi toda la riqueza acumulada durante mi carrera sobre el escenario en Tesla. Prácticamente la última cosa que hice antes de abandonar Colorado, a punto de regresar a Inglaterra urgentemente tras haber recibido la noticia de la muerte de Henry, fue entregarle el resto de los honorarios. En aquel entonces no se me ocurrió lo radicalmente que iba a cambiar mi vida a causa de aquella noticia.

Sin embargo, regresar a Idmiston Villas provocó en mí una sensación imprevista.

Lo encontré lleno de recuerdos, por supuesto, y tan mezclados como lo pueden estar recuerdos de este tipo, pero sobre todo me vinieron a la memoria mis primeros días en Londres. En aquel entonces era poco más que un niño, desheredado, inexperto en las costumbres del mundo, educado de manera incompleta, sin estar cualificado para realizar ningún oficio o profesión. Así y todo me había labrado un porvenir, una vida y un sustento, contra todo pronóstico, y al final me hice moderadamente rico y más conocido de lo habitual. Estaba, y supongo que todavía lo estoy, en lo más alto de la profesión de mago. Y lejos de descansar sobre mis laureles, invertí casi todo mi dinero en ambiciosos e innovadores artefactos de magia, el uso de los cuales le hubiera dado indudablemente un nuevo impulso a mi carrera.

Estuve pensando de esta manera tan melancólica durante dos días, y finalmente envié una nota al domicilio de Julia. Ella estaba presente en mis pensamientos, porque a pesar de habernos separado hace muchos años, todavía identifico mis primeros días en Londres con ella. Ya no puedo distinguir mis primeros planes y mis primeros sueños del período en el cual me enamoré de ella.

Más que para mi sorpresa, para mi intenso placer, accedió a reunirse conmigo, y dos días atrás pasé una tarde con ella y los niños en la casa de una de sus amigas.

Ver nuevamente a mi familia bajo tales circunstancias fue emocionalmente abrumador, y todos los planes que había hecho de antemano para hablar de asuntos prácticos fueron abandonados de inmediato. Julia, al principio fría y distante, se vio evidentemente muy afectada por mis expresiones de sorpresa y de emoción (Edward, con dieciséis años ahora, ¡es tan alto y apuesto!; ¡Lydia y Florence son tan hermosas y dulces!; no pude quitarles los ojos de encima en toda la tarde) y pronto me estaba hablando amable y afectuosamente.

Luego le conté mis noticias. Incluso cuando estuvimos casados y viviendo juntos, nunca le había revelado mi pasado, por lo tanto mis palabras fueron una triple sorpresa para ella. Primero tuve que contarle que una vez había renunciado a una familia y a una herencia de las que ella nunca había sabido nada, segundo, que ahora había regresado a ella, y tercero, que como consecuencia había decidido abandonar mi carrera de mago.

Como debí haberme imaginado, Julia pareció tomarse todo esto con mucha calma.

(Únicamente cuando le dije que de ahora en adelante deberían dirigirse a ella como Lady Julia, su compostura se quebró momentáneamente). Un poco más tarde, me preguntó si estaba seguro de abandonar mi carrera. Le dije que no veía ninguna otra alternativa. Me dijo que, a pesar de que estuviéramos separados, había seguido mi carrera de mago con admiración, lamentando únicamente no seguir siendo parte de ella.

A medida que íbamos hablando, sentía que iba creciendo dentro de mí, o más precisamente que me iba hundiendo en una desesperación por haber abandonado a mi esposa, y aún más imperdonable, a mis espléndidos hijos, y todo por el bien de la mujer estadounidense.

Ayer, antes de abandonar Londres, fui en busca de Julia una segunda vez. Esta vez los niños no estaban con ella.

Me puse a su merced, le supliqué que me perdonara por todos los pecados que había cometido contra ella. Le rogué que volviera conmigo, y que viviera conmigo una vez más como mi esposa. Le prometí que haría todo lo que me pidiera siempre y cuando estuviera a mi alcance, si ella aceptaba.

Me dijo que no, pero me prometió que lo consideraría detenidamente. No merezco nada más.

Más tarde, cogí el tren nocturno a Sheffeld. No pensé en otra cosa que no fuera una reconciliación con Julia.

14 de noviembre de 1900

Sin embargo, me veo obligado a no pensar en nada más que no sea en el dinero, enfrentado como estoy nuevamente a las realidades de esta casa en franco deterioro.

Es ridículo tener problemas a causa de la escasez de dinero, tan poco tiempo después de haber despilfarrado aquella inmensa suma, así que le he escrito a Tesla exigiéndole que me reembolse todo lo que le pagué. Hace ya casi tres meses que me fui de Colorado Springs y no he recibido ni una mísera carta de su parte. Tendrá que pagarme, sin importar las circunstancias, porque también he escrito a la firma de abogados en Nueva York que me ayudó con un pequeño asunto legal durante mi última gira. Les he dado instrucciones para que entablen demandas en su contra a partir del primer día del mes que viene. Si realiza el reintegro inmediatamente, recibirá mi carta anulando la persecución, pero tendrá que enfrentarse con las consecuencias si no lo hace.

15 de noviembre de 1900

Estoy a punto de regresar a Londres.

17 de noviembre de 1900

Ya estoy de regreso en Derbyshire, y cansado de viajar en trenes. No estoy, sin embargo, cansado de vivir.

Julia me ha propuesto una manera en la que podremos estar juntos en el futuro.

Sólo tengo que tomar una simple decisión.

Dice que volverá conmigo, que vivirá conmigo una vez más como mi esposa, pero únicamente si yo reanudo mi carrera de mago. Quiere que abandone la Casa Caldlow y que regrese a Idmiston Villas. Dice que ella y los niños no quieren mudarse a una casa que se encuentra en un lugar tan apartado y, para ellos, desconocido de Derbyshire. Me ha planteado el asunto en términos tan simples que sé que no son negociables.

Para intentar persuadirme de que su propuesta también es para mi propio bien, aduce cuatro argumentos generales.

Primero dice que lleva el escenario en la sangre tanto como yo, y que a pesar de que ahora ve a los niños como su responsabilidad más importante, desearía participar completamente en todas mis futuras empresas. (Me imagino que, en el fondo, quiere decir que no podré partir de gira fuera de Inglaterra sin ella, para que no haya ningún riesgo de que otra Olivia Svenson se interponga entre nosotros). A principios de este año, argumenta después, yo estaba en la cima de mi profesión, pero debido a mi inactividad, el desgraciado de Borden está a punto de ocupar mi lugar. Aparentemente, sigue realizando su versión del truco del cambio.

Julia me recuerda entonces que la única manera estable de ganar dinero que conozco es realizando trucos de magia sobre un escenario, y que tengo la obligación de seguir manteniéndola y también de administrar la herencia de la familia, la existencia de la cual ella ignoraba por completo hasta la semana pasada.

Finalmente, señala que no perderé mi herencia por el hecho de continuar trabajando en Londres, y que la casa y todo lo que incluye la herencia todavía me estarán esperando cuando llegue el momento de retirarme. Los asuntos urgentes, tales como las reparaciones, pueden ser manejados desde Londres casi tan fácilmente como desde la casa.

Por lo tanto, he regresado a Derbyshire, aparentemente para ocuparme de los asuntos desde aquí, pero de hecho necesito algo de tiempo a solas para poder pensar.

No puedo no hacerme cargo de mis responsabilidades en la Casa Caldlow. Están los aparceros, la servidumbre de la casa, los compromisos que mi familia ha establecido tradicionalmente con la diputación rural, con la iglesia, con los parroquianos, etcétera. Me sorprendo tomándome estos asuntos muy seriamente, así que supongo que siempre, hasta el día de hoy, han estado fuyendo, sin que yo lo sospechara siquiera, en mi sangre.

Pero ¿de qué manera puedo ser útil yo en cualquiera de estas funciones si estoy a punto, según parece, de quedarme en bancarrota?

19 de noviembre de 1900

Lo que realmente quiero es estar con Julia y mi familia una vez más, y para conseguirlo tengo que aceptar las condiciones de Julia. Mudarme otra vez a Londres no tiene por qué ser algo complicado, si bien es cierto que me resulta difícil pensar en la idea de regresar a actuar sobre un escenario.

He estado alejado de mi profesión durante solamente unas semanas, pero no me había dado cuenta de la carga en que se había convertido todo aquello. Recuerdo aquel día, allí en Colorado Springs, en el cual recibí tardíamente la noticia de la muerte de Henry. No pensé en absoluto en Henry y su humillante pero apropiado fallecimiento en París. Lo que sentí fue para mí un estallido de alivio, un alivio verdadero y estimulante.

Estaría libre por fin de las tensiones y presiones mentales asociadas con la magia.

Se terminarían, por suerte se terminarían, las horas diarias de práctica. No más estancias nocturnas en horrorosos hoteles provinciales o pensiones junto al mar. No más agotadores viajes en tren. Me liberaría de la interminable atención que deben prestarse a las cuestiones prácticas: asegurarme que los accesorios y los trajes llegaran a los mismos lugares que yo y a la misma hora, comprobar el área de los bastidores de los teatros para poder aprovechar mis accesorios lo mejor posible, emplear y pagarle a mi plantilla de empleados, y otras mil tareas menos importantes.

Todo esto de repente había desaparecido de mi vida.

Y también había pensado en Borden. Allí estaba mi inquebrantable enemigo, al acecho en el mundo de la magia, listo para reanudar su campaña de malignidades en mi contra.

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