Nada más dejar la carta, Mario cogió la pluma y una hoja de papel. Mojó el estilete en el tintero y escribió decidido:
Claro que lo entiendo. ¡Aprovecha, Publio Rutilio! Cneo Malio Máximo necesitará toda la ayuda que sea posible; y tú serás un cónsul excelente. En cuanto a tu sobrina, ¿por qué no la dejas que escoja ella el marido? Parece que lo ha hecho bien en lo de la criada. Aunque yo, sinceramente, no veo que sea para tanto. Lucio Cornelio me dice que es padre de un hijo, pero la noticia le llegó por Cayo Julio, no de Julilla. ¿Me harías el favor de echar un vistazo a esa joven? Porque no creo que Julilla sea como tu sobrina en cuestión de sentido común, y tampoco conozco a quien pedírselo, teniendo en cuenta que no voy a dirigirme a su tata. Te doy las gracias por informarme de que Cayo Julio no se encuentre bien. Espero que cuando recibas ésta seas ya cónsul.
A
unque Yugurta aún no era un fugitivo en su propio pais, las partes de éste más pacificadas y orientales habían llegado a un acuerdo con los dominadores romanos, aceptando la inevitabilidad de su poder. Sin embargo, la capital, Cirta, estaba situada en el centro y Mario pensó que era más prudente invernar en ella en lugar de hacerlo en Utica. La población de Cirta nunca había demostrado gran cariño al rey, pero Mario conocía de sobra a Yugurta para saber que se volvía ún individuo de lo más peligroso —y de lo más encantador— cuando se le presionaba. Y no sería buena política dejar Cirta a merced de la seducción del númida. Sila quedó en Utica de gobernador de la provincia romana, mientras Aulo Manlio recibía licencia para volver a Italia. Manlio regresó a Roma con los dos hijos de Cayo Julio César, ninguno de los cuales quería dejar Africa. Pero Mario, preocupado por la carta de Rutilio, pensó que era mejor que César tuviera a sus hijos a su lado.
En enero del nuevo año, el rey Boco de Mauritania se decidió por fin; pese a sus vínculos de parentesco con Yugurta dijo que se aliaría formalmente con Roma si ésta se dignaba tenerle por aliado. Se trasladó de lol a Icosium, lugar en que se había entrevistado con Sila y el mareado Manlio dos meses atrás, y desde allí envió una pequeña embajada a Mario. Lamentablemente no se le ocurrió que Mario fuese a invernar en cualquier otro lugar que no fuera Utica, y, como consecuencia, el reducido grupo se dirigió a esta ciudad, alejándose muy al norte de Cirta y de Cayo Mario.
Eran cinco embajadores moros, incluido también esta vez el joven príncipe Bogud, hermano del rey, pero la comitiva viajaba con poco aparato y sin escolta, pues Boco no quería dificultades con Mario ni mostrarse intimidatorio y bélico. Además, tampoco deseaba llamar la atención de Yugurta.
Por tanto, la caravana parecía una simple expedición de mercaderes ricos regresando a casa con el producto de una buena temporada, por lo que resultaba una buena tentación para las partidas de bandoleros que habían surgido con la fragmentación de Numidia y la impotencia de su rey para evitar que se apoderasen de la propiedad ajena. Cuando el grupo vadeaba el río Ubus, algo más abajo de Hippo Regius, lo atacaron unos ladrones y les robaron todo menos las ropas; incluso los esclavos y criados les quitaron para venderlos en algún mercado lejano.
Quinto Sertorio y su excepcional cerebro se hallaban a las órdenes de Mario, lo que significaba que Sila contaba con oficiales menos perspicaces. No obstante, consciente de ello, había adoptado la costumbre de echar personalmente un vistazo a las puertas del palacio del gobernador en Utica, y por suerte vio a aquel grupo de desaseados que inútilmente trataban de que les franqueasen la entrada.
—¡Tenemos que ver a Cayo Mario! —decía una y otra vez el príncipe Bogud—. ¡Somos embajadores del rey Boco de Mauritania, os lo aseguro!
Sila reconoció a tres de ellos y se apresuró a acercarse.
—Déjalos pasar, idiota —espetó al tribuno de guardia, que dio el brazo a Bogud para ayudarle a caminar, pues se notaba que llevaba los pies llagados—. Ya os explicaréis después, príncipe —añadió tajante—. Ahora necesitáis un baño, ropa limpia y descanso.
Horas después escuchaba el relato de Bogud.
—Hemos tardado más de lo previsto en llegar —concluyó Bogud—, y temo que mi hermano el rey se haya desesperado. ¿Po demos ver a Cayo Mario?
—Cayo Mario está en Cirta —respondió Sila—. Os insto a que me digáis qué desea el rey y yo lo comunicaré a Cirta. Si no, Se producirá aún más retraso.
—Somos parientes del rey, quien solicita a Cayo Mario que nos envíe a Roma para suplicar directamente al Senado qúe vuelva a aceptar como cliente a nuestro soberano —dijo Bogud.
—Entiendo —dijo Sila poniéndose en pie—. Príncipe Bogud, aposentaos cómodamente aquí y esperad. Voy a avisar en seguida a Cayo Mario, pero tardaremos unos días en saber su respuesta.
Vaya, vaya, vaya —decía la carta de Mario que llegó a Utica unos días después—, esto puede ser muy interesante, Lucio Cornelio. No obstante, debo tener sumo cuidado. El nuevo cónsul, Publio Rutilio Rufo, me dice que nuestro querido amigo Metelo Numídico, el Meneítos, va por ahí diciendo a todos los que le escuchan que va a procesarme por extorsión y corrupción en la administración provincial. Así que no puedo facilitarle municiones. Por suerte tendrá que buscarse pruebas porque yo nunca he extorsionado ni fomentado la corrupción; bueno, imagino que tú lo sabes mejor que nadie. Así que lo que quiero que hagas es lo siguiente.
Concederé audiencia al príncipe Bogud en Cirta, lo cual quiere decir que tendrás que traer la embajada aquí. Sin embargo, antes de hacer nada, reúne a todos los senadores romanos, tribunos del Tesoro y representantes del Senado del pueblo de Roma que puedas, así como a los ciudadanos romanos importantes de la provincia africana, y los traes a Cina. Quiero entrevistarme con Bogud delante de todos los notables romanos para que escuchen lo que diga y aprueben por escrito lo que decida hacer.
Sila dejó la carta entre carcajadas.
—¡Ah, muy bien hecho, Cayo Mario! —exclamó hablando a solas entre las cuatro paredes de su despacho.
E inmediatamente fue a fastidiar a sus tribunos y oficiales de administración, ordenándoles recorrer de arriba abajo la provincia en busca de notables romanos.
Porque, dada la importancia como abastecedora de trigo a Roma, la provincia africana era el lugar que más les gustaba visitar a los senadores trotamundos. Además, era un país exótico y precioso; en primavera, los vientos predominantes soplaban del cuadrante norte y era una ruta marítima hacia oriente más segura que la del mar Adriático para los que no tuvieran prisa. Y aunque fuese la época de las lluvias, eso no quería decir que lloviese todos los días; los días que no llovía, el tiempo era delicioso comparado con el invierno europeo, y curaba rápidamente los sabañones del viajero.
Sila pudo encontrar dos senadores trotamundos y dos terratenientes que estaban de viaje (uno de ellos el poderoso Marco Cecilio Rufo), más un funcionario mayor del Tesoro que estaba de vacaciones, un plutócrata romano propietario de un importante negocio de importación de trigo, y que solía viajar a Utica para ocuparse de las cosechas.
—Pero lo bueno —dijo a Cayo Mario nada más llegar a Cirta dos semanas después— ha sido dar nada menos que con Cayo Bilieno, que en su viaje hacia la provincia de Asia decidió pasar unos días en Africa. Así que te he conseguido un pretor con imperium proconsular. Tenemos también un cuestor del Tesoro, Cneo Octavio Ruso; el pobre acababa de desembarcar en Utica con la paga del ejército antes de que yo partiera, y me lo traje.
—Lucio Cornelio, ¡no sabes cuánto te aprecio! —dijo Mario con una gran sonrisa—. ¡Sí que aprendes de prisa!
Antes de recibir a la embajada mora, Mario convocó una reunión de los notables romanos.
—Voy a exponeros la situación, nobles señores, tal como es, y después de entrevistarme en presencia vuestra con el príncipe Bogud y los embajadores, quiero que lleguemos a una decisión conjunta respecto al rey Boco. Es preciso que todos demos por escrito nuestra opinión para que Roma esté informada y se sepa que no me extralimité en mi autoridad —dijo Mario a los senadores, Terratenientes, mercaderes, al tribuno del Tesoro, al cuestor y al gobernador provincial.
El resultado de la entrevista fue el que Mario había previsto; había expuesto la situación a los notables romanos con minuciosidad y elocuencia y con el vehemente apoyo de su cuestor Sila. Un tratado de paz con Boco era muy deseable, concluyeron los notables, y la mejor manera de llevarlo a cabo era enviando a tres de los embajadores moros a Roma, acompañados por el cuestor del Tesoro Cneo Octavio Ruso, mientras los otros dos regresaban a la corte de Boco como muestra de la buena fe de Roma.
Así pues, Cneo Octavio Ruso acompañó a Bogud y a dos primos suyos a Roma, a donde llegaron a primeros de marzo y a los que inmediatamente escuchó el Senado en una reunión extraordinaria. Se celebró en el templo de Belona porque el asunto implicaba una guerra en el extranjero con un rey extranjero y Belona era la diosa romana de la guerra, por consiguiente mucho más antigua que Marte, siendo su templo el lugar de reunión cuando se trataban asuntos de guerra.
El cónsul Publio Rutilio Rufo dio al Senado el veredicto con las puertas del templo abiertas de par en par para que la multitud apiñada en el exterior pudiera oírlo.
—Decid al rey Boco —dijo Rutilio Rufo con su voz potente y clara— que el Senado y el pueblo de Roma recuerdan una ofensa y un favor. Vemos claramente que el rey Boco se arrepiente sinceramente de su ofensa, por lo que sería una grosería por parte del Senado y el pueblo de Roma negarle el perdón. Por consiguiente, queda perdonado. Sin embargo, el Senado y el pueblo de Roma exigen que el rey Boco nos brinde un favor de igual magnitud, pues actualmente no tenemos un favor que recordar con la ofensa. No estipulamos cuál ha de ser ese favor y lo dejaremos totalmente al criterio del rey Boco. Cuando se nos haya mostrado tan inequívocamente como la ofensa, el Senado y el pueblo de Roma tendrán mucho gusto en conceder al rey Boco de Mauritania un tratado de amistad y alianza.
Boco recibió la respuesta a finales de marzo, entregada en persona por Bogud y los otros dos embajadores. El terror a las represalias romanas superó al temor del rey por su persona y, en lugar de retirarse al lejano Tingis junto a las columnas de Hércules, Boco optó por quedarse en Icosium, razonando que Cayo Mario le trataría con frialdad, pero nada más. Y para defenderse de Yugurta, trajo a Icosium otro ejército moro y fortificó lo mejor posible la pequeña ciudad portuaria.
Bogud fue a ver a Mario a Cirta.
—Mi hermano el rey ruega y suplica a Cayo Mario que le diga qué favor puede hacer por Roma de similar magnitud a la ofensa —solicitó Bogud de rodillas.
—¡Levantaos, levantaos! —exclamó Mario, malhumorado—. ¡No soy un rey, sino procónsul del Senado y el pueblo de Roma! ¡Nadie se humilla ante mi, pues me denigra tanto como al humillado!
—¡Cayo Mario, ayudadnos! —exclamó Bogud perplejo, incorporándose—. ¿Qué favor puede desear el Senado?
—Os ayudaría si pudiera, príncipe Bogud —respondió Mario mirándose las uñas.
—¡Pues enviad a un oficial vuestro a hablar con el rey! Quizá entre los dos puedan encontrarlo.
—De acuerdo —contestó de repente Mario—. Irá Lucio Cornelio Sila a hablar con el rey. A condición de que la reunión se celebre a media distancia entre Cirta e Icosium.
—Naturalmente, es Yugurta el favor que queremos —dijo Mario a Sila, mientras su cuestor se disponía a embarcar—. ¡Ah, daría mis colmillos por ir en tu lugar, Lucio Cornelio! Pero como no puedo, me alegra mucho enviar a un hombre que tiene un buen par de ellos.
—Una vez que los clave —dijo Sila con una sonrisa—, dificil es que suelten la presa.
—¡Pues clávalos el doble de fuerte de parte mía! ¡Y si puedes, tráeme a Yugurta!
Así, con gran ánimo y una férrea determinación, Sila zarpó para Rusicade. Llevaba consigo una cohorte de legionarios romanos, una cohorte de tropas itálicas, de la tribu de los pelignos de Samnio, con armamento ligero, una escolta personal de honderos de las islas Baleares y un escuadrón de caballería, la unidad ligur de Publio Vagienio. Era mediados de mayo.
Durante toda la travesía se fue irritando, a pesar de que era buen marino y había descubierto que le gustaba mucho el mar y los barcos. Era una expedición venturosa. Y muy importante para él. Lo sabía como si se lo hubieran vaticinado. Y era curioso que nunca había propiciado una entrevista con Marta la siria, pese a que Cayo Mario le había instado a ello; su negativa nada tenía que ver con que fuese incrédulo o rechazara las supersticiones. Como buen romano, Lucio Cornelio era muy supersticioso, incluso hasta el pavor. Pero por mucho que anhelase que otro ser humano le confirmase sus propias previsiones sobre su gran destino, conocía muy bien su debilidad y su lado oscuro para acudir sereno a una sesión de adivinación como había hecho Mario.