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Authors: Margaret Weis y Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El profeta de Akhran (19 page)

BOOK: El profeta de Akhran
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Mateo miró a su alrededor con expresión confundida.

—Creí… Pero no, escapamos. Estábamos en un desierto y caminamos, y luego Serinda estaba todavía muy lejos y vino la tormenta…

Se detuvo, y frunció el entrecejo en un esfuerzo por seguir adelante con sus recuerdos.

—¿No te acuerdas de lo que ocurrió después?

Él negó con la cabeza. Pasándole un brazo por debajo de los hombros, Zohra le levantó la cabeza y llevó una escudilla con agua hasta sus labios.

—Ese hombre llamado Ibn Jad nos encontró —explicó.

El desgastado cuerpo de Mateo se contrajo ante la mención del Paladín. Habría vuelto unos ojos interrogantes hacia Zohra al percibir la tensión que había en su voz cuando pronunció el nombre, pero ella sostenía el agua contra sus labios y él no se atrevió a mover la cabeza por miedo a derramarla.

—El trajo camellos y en ellos viajamos durante la noche hasta Serinda. Entonces fue cuando te vino la fiebre.

Mateo se estremeció. Tenía un débil recuerdo de un viaje por la noche, pero era un viaje acompañado de vagos terrores y enseguida lo desterró de su mente. Después de beber el agua, se volvió a tender.

—¿Dónde está Ibn Jad? ¿Ha continuado su viaje?

—Está aquí —dijo. Zohra sin más—. ¿Tienes hambre? ¿Puedes comer? He hecho algo de caldo. Tómatelo y luego descansa.

Más cansado de lo que pensaba, Mateo bebió obedientemente el caliente líquido que tenía un ligero sabor a carne de pollo y, después, volvió a quedarse dormido. Cuando se despertó, era ya media tarde.

—¿Has estado aquí todo este tiempo? —preguntó a Zohra, quien le tendió la escudilla de agua—. No, no es necesario que me ayudes. Puedo sentarme yo solo.

El pensamiento de qué otros menesteres le habría ella ayudado a llevar a cabo durante su enfermedad, lo hizo sonrojar de vergüenza.

—He causado tantas molestias… —murmuró—. Y ahora os estoy retrasando. Estoy entorpeciendo vuestro regreso a casa.

A casa. El joven pronunció esta palabra con un suspiro. Había estado soñando otra vez, sueños agradables, sueños de su propia tierra. Esta vez el despertar no había sido una experiencia aterradora; sólo dolorosa.

Zohra se sentó a su lado. Con cierto embarazo, pues no estaba acostumbrada a gestos tan afectuosos, le dio unas palmaditas en el dorso de la mano.

—Debes de echar muchísimo de menos tu casa.

Mateo apartó la cara en un intento de esconder las lágrimas que el dolor, el sufrimiento y su debilidad le arrancaban. Pero fue un intento fallido, ya que las lágrimas se convirtieron en sollozos que sacudieron todo su cuerpo. Él intentó tragárselos, obligarse a dejar de llorar, esperando el sarcasmo o la burla con que Zohra saludaba siempre sus arrebatos. Pero, para su sorpresa, ella no dijo nada; y mucho más se asombró cuando la mujer le apretó la mano con fuerza.

—Ahora sé lo que es echar de menos tu casa. De verdad que lo siento por ti, Ma-teo —dijo con una voz amable y llena de una piedad que no ofendía sino que aliviaba su corazón—. Tal vez, cuando todo esto termine, podamos encontrar alguna manera de enviarte de vuelta a tu tierra.

Zohra se puso en pie y salió de la habitación, diciendo algo acerca de traer comida si él creía que podía retenerla. Agradecido de disponer de unos momentos en soledad, Mateo consiguió levantarse de la cama y, aunque sus piernas se doblaban y la cabeza le daba vueltas, fue capaz de lavarse y estaba sentado en el catre, peinándose sus enredados cabellos rojos como mejor podía con las manos, cuando volvió a oír pasos.

No era Zohra, sin embargo, quien venía esta vez hacia él sino Khardan.

—Tus fuerzas están volviendo —dijo el califa sonriendo—. Te he traído esto —y puso una escudilla de arroz en su mano—. Debes comer todo lo que puedas, según… mi esposa.

Siempre pronunciaba estas dos palabras con cierta ironía amarga.

—¿Puedes arreglártelas solo? —preguntó Khardan con cierto embarazo.

—¡Sí! Gracias a Promenthas —respondió Mateo con fervor, ardiéndole la piel.

¡El califa dándole de comer a él! La sola idea lo trastornaba. Contento de tener algo en que ocupar sus manos y sus ojos, Mateo tomó la escudilla y, con gesto hambriento, empezó a llevarse el arroz a la boca con los dedos.

Visiblemente aliviado, Khardan se sentó, apoyando la espalda contra la pared, y se frotó el cuello con un quejido.

—Siento… mucho… haber retrasado vuestro viaje —murmuró Mateo con la boca llena de arroz.

—Para ser sincero, yo no estoy tan ansioso por volver con mi gente —dijo Khardan con pesar.

Durante largos momentos, permaneció en silencio, recostado contra el muro y con los ojos cerrados. Abriendo tan sólo una rendija entre sus párpados, miró a Mateo con aire enigmático.

—Necesito hablar contigo, Ma-teo. ¿Estás en condiciones?

—¡Sí! ¡Por supuesto!

Mateo depositó la escudilla vacía en el suelo y estiró la espalda y los hombros para mostrar un aspecto más atento.

—¿Me avisarás, Ma-teo, cuando te canses?

—Sí, Khardan, te lo prometo.

El califa asintió con la cabeza y entonces frunció el entrecejo, intentando decidir cómo empezar o, tal vez,
si
empezar o no. Mateo esperaba pacientemente.

—Esa visión… que mi esposa… tuvo —dijo con brusquedad—. Cuéntamelo todo.

—Sería más apropiado que le preguntases a ella —sugirió Mateo sorprendido por la pregunta.

Khardan dio un manotazo en el aire, descartando con irritación semejante idea.

—No puedo hablar con ella. Cuando estamos juntos, es como aplicar un tizón ardiendo a una yesca seca. ¡El diálogo racional se evapora como el humo! Quiero que me hables de la visión que dio comienzo a todo esto.

Extrañándose ante el cambio producido en el califa, quien hasta entonces despreciaba burlonamente la idea de que una visión (magia de mujeres) pudiera haber impulsado a Zohra a actuar como lo había hecho y a llevárselo de la batalla del Tel, Mateo empezó a relatar la historia.

—Yo estaba enseñando a Zohra un conjuro mágico conocido por mi gente que nos permite ver el futuro. Se llama escrutar. Para ello, coges un cuenco de agua y lo colocas delante de ti. Entonces, aclaras tu mente de todo pensamiento e influencias externas, entonas las palabras arcanas y, si hay suerte, Sul te ofrecerá una serie de imágenes en el agua que pueden predecir el futuro.

Mateo hizo una pausa, esperando oír una risa o un bufido desdeñoso. Pero Khardan guardaba silencio. Mateo lo observó con atención, intentando descubrir si el califa simplemente estaba siendo demasiado educado para expresar los groseros comentarios que había en su corazón, o si de verdad estaba esforzándose por creer y comprender lo que oía. Pero el rostro de Khardan estaba oculto por las espesantes sombras del anochecer, y Mateo se vio obligado a continuar sin tener idea de lo que el nómada estaba pensando.

—Zohra ejecutó la magia perfectamente. Tu esposa es muy fuerte en magia. —Mateo se tomó un segundo antes de añadir—: Sul la ha bendecido con su favor.

Esto provocó una reacción, pero no precisamente la que él había esperado. En lugar de una mordaz negativa, Mateo oyó a Khardan agitarse, incómodo, y emitir un sonido en lo profundo de su garganta como para indicarle que se mantuviese en el camino principal y evitara las desviaciones. Desconociendo la creación de agua a partir de arena que Zohra había llevado a cabo, un conjuro que él mismo le había enseñado pero que a ella siempre le había dado terror ejecutar, el joven brujo se encogió de hombros para sí y continuó.

—Al mirar en el agua, ella vio dos visiones —dijo, cerrando los ojos, concentrándose con fuerza para recordar cada detalle—. En la primera el sol se estaba poniendo. Una bandada de gavilanes, conducidos por un halcón, salen a cazar. Pero terminan luchando entre sí y, entonces, su presa escapa. Distraídos en su propia querella, son atacados por águilas. Los gavilanes y el halcón combaten con las águilas, pero son derrotados. El halcón resulta herido y cae al suelo, y ya no se vuelve a levantar. Cae la noche. Después, en la segunda visión…

Volviendo a ver de nuevo la escena en su mente, preso de la fascinación que la magia siempre había ejercido sobre él, Mateo había olvidado a su escucha. La voz de éste lo hizo volver súbitamente a la realidad.


¡Pájaros!

La palabra cayó como un rayo. Poniéndose en pie de un salto, Khardan se quedó mirando furioso al joven, quien levantó unos ojos muy abiertos hacia él.

—¿Y ella me hizo esto a mí a causa de unos
pájaros
?

—¡No! ¡Sí! Es decir… —balbuceó Mateo—. ¡Las imágenes son… símbolos que el mago interpreta en su corazón y en su mente!

El muchacho buscó frenéticamente una imagen que pudiera utilizar para ayudar al califa a entender. Inútil relacionar la simbología con letras y palabras, tal como había aprendido Mateo en la escuela. El nómada no sabía leer ni escribir. Muchas de las leyendas del pueblo de Khardan eran parábolas o alegorías pero, aunque los nómadas las entendían con sus corazones, Mateo no estaba nada seguro de que éstos las meditasen en sus mentes. En cualquier caso, él no podía tratar ahora de explicar que el mendigo del relato representaba de hecho a Akhran y que el sultán egoísta era la humanidad. ¿Cómo podría hacer comprender a Khardan?

—Puede explicarse del modo siguiente —dijo Mateo, súbitamente inspirado por los propios símbolos—. Es lo mismo que enseñar a tu halcón a cazar gacelas.

—¡Bah!

Khardan se volvió y pareció disponerse a salir de la habitación.

—¡Escúchame! —rogó, desesperado, Mateo—. ¡Tú no envías a tu halcón tras la gacela sin entrenamiento previo! Pones pedazos de carne en las cuencas de los ojos de un cráneo de oveja y enseñas al ave a atacar a la gacela haciéndola atacar primero la carne de la calavera. ¡Esa calavera representa… simboliza la gacela! Sul hace lo mismo con nosotros. Él utiliza esas imágenes que vemos como tú utilizas el cráneo de oveja.

Interesado a pesar suyo, el califa se había detenido en el marco de la puerta. No era más que una gran sombra sin forma con sus ropas sueltas en la oscuridad.

—¿Por qué hace eso Sul? ¿Por qué no dice sencillamente lo que quiere decir?

—¿Por qué no envías tú al halcón tras la gacela sin entrenarlo?

—¡El pájaro no sabría qué hacer!

—Lo mismo sucede con nosotros. Sul no quiere que aceptemos su visión de forma ligera, sin «entrenar». Él quiere que miremos dentro de nuestros corazones y meditemos el significado de lo que vemos. Los gavilanes son tu gente. Van conducidos por el halcón…, es decir, por ti.

Khardan asintió solemnemente con la cabeza, no con orgullo, sino con aceptación de su propia valía.

—Eso tiene sentido. Continúa.

Mateo comenzó a respirar con más tranquilidad. Aunque el califa permaneciese de pie, al menos estaba escuchando y parecía estar captando lo que el joven brujo le estaba tratando de enseñar.

—Los gavilanes, tu gente, luchan entre sí y, así, la presa se les escapa.

Khardan murmuró con irritación, no gustándole aquello que, después de todo, no era más que la verdad. Ocultando una sonrisa, Mateo se apresuró a continuar.

—Las águilas atacan: éstas son las tropas del amir. Tú resultas herido y caes a tierra, y ya no te levantas. Se hace de noche sobre la tierra.

—¿Y eso qué significa?

—Tu gente es derrotada y se sume en la oscuridad.

—Estás diciendo que, si yo hubiese muerto, mi gente habría sido vencida. ¡Pero no morí! —proclamó con acento triunfal Khardan—. ¡La visión se equivoca!

—Eso es lo que yo intentaba decirte desde el principio —respondió con calma Mateo—. ¡Hubo dos visiones! En la segunda, el halcón es herido por las águilas y cae a tierra, pero consigue levantarse otra vez, aun cuando… —vaciló, no sabiendo muy bien cómo expresar esto, no sabiendo cómo reaccionaría el califa—, aun cuando…

—¿Aun cuando qué?

Mateo tomó una profunda bocanada de aire.

—Las alas del halcón están cubiertas de barro —continuó lentamente—. Tiene que luchar por volver a levantar el vuelo.

Se hizo el silencio, un silencio meditativo, pesado. Khardan se quedó casi inmóvil; ni un ligero roce de ropa rompió la profunda quietud. Mateo contuvo el aliento, como si aquel pequeño sonido pudiera ser una distracción.

—Yo regreso… en desgracia —dijo al fin Khardan.

—Sí.

Mateo dejó salir el aire con la palabra.

—¿Eso es todo? ¿La única diferencia entre las dos visiones?

—No. En la segunda visión no hay noche. Cuando tú regresas, el sol se levanta.

Capítulo 16

—No fue una decisión fácil para Zohra, Khardan —arguyó Mateo con seriedad—. ¡Tú la conoces! ¡Conoces su valor! ¡Ella misma habría preferido morir combatiendo al enemigo a tener que salir huyendo! Pero eso habría significado el fin de vuestro pueblo. Y esto es lo que más le importaba a ella. Por eso te rescatamos de Meryem…

—¡Meryem!

Mateo sabía que esto sorprendería al califa.

—Sí —continuó el joven brujo intentando despojar su voz de toda emoción, sabiendo que Khardan tenía que llegar a conocer la verdad acerca de la mujer—. Ella te estaba llevando lejos de allí a caballo.

—Ella también… tratando de salvarme —dijo Khardan con cariño.

Mateo apretó los dientes para impedir la salida de toda palabra sarcástica.

—Ella te había dado un talismán para llevar colgado del cuello.

—¡Sí, lo recuerdo! —dijo Khardan llevándose la mano a la garganta—. Una tontería, magia de mujeres…

—Aquella «tontería» te hizo perder el sentido y caer —aclaró Mateo con tono severo—. ¿Recuerdas también haber estado luchando y, entonces, sentir un extraño letargo apoderándose de ti? El suelo y el cielo se mezclan de pronto en tu visión. El enemigo ataca, pero tu estas tan débil que no puedes defenderte. El golpe se te viene encima pero rebota sin hacerte daño.

—¡Sí!

Aunque Mateo no podía verlo, sabia que Khardan lo miraba lleno de asombro.

—¿Eso lo has sabido también escrutando?

—Conozco el talismán que ella utilizó —contestó Mateo— y sus efectos. Ella te quería a salvo e ileso, e incapaz de luchar. Con ayuda, te alejó del campo de batalla…

—¿Ayuda? ¿Te refieres a Zohra?

—No. Cuando nosotros te encontramos con esa mujer, ella montaba uno de los caballos mágicos del amir. ¿Cómo crees que podría haber escapado de aquella batalla sino con la ayuda de los soldados del amir?

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