El rapto de la Bella Durmiente (11 page)

Read El rapto de la Bella Durmiente Online

Authors: Anne Rice

Tags: #Erótico, #S/M

BOOK: El rapto de la Bella Durmiente
11.01Mb size Format: txt, pdf, ePub

«Si vuelve a besarme, me moriré —pensó Bella—. Nunca conseguiré disimular mis sentimientos ante el príncipe.»

«Y si la regla consiste en que me pueden azotar hasta que salga sangre.. » «No tenía una idea real de lo que esto podía significar, aparte de un dolor mucho mayor del que ya había sufrido. Pero incluso eso sería preferible a que su alteza descubriera lo fascinada que se sentía por el príncipe Alexi. «¿Por qué lo hace?», se preguntó con desesperación.

Pero el príncipe empujó al cautivo hacia delante.

—Pon m cara en su regazo —dijo—y rodéala con tus brazos.

Bella se quedó boquiabierta y se incorporó, mientras el príncipe Alexi se apresuraba a obedecer. La princesa observó con la mirada baja el pelo

caoba que cubría su propio sexo mientras sus brazos la rodeaban y sentía los labios de él contra sus muslos. Su cuerpo estaba caliente y palpitante; podía oír los latidos de su corazón y, sin pretenderlo, alargó las manos para cogerle por la cadera.

El príncipe separó de una patada las piernas del príncipe Alexi y, cogiendo bruscamente con la mano izquierda la cabeza de Bella para poder besarla, introdujo su órgano en el ano de su esclavo. El príncipe Alexi gimió por la brutalidad y rapidez de las embestidas. Bella sentía la presión mientras el príncipe cautivo era impelido hacia ella cada vez más deprisa. Su alteza la había soltado y ella lloraba, pero seguía pegada al príncipe Alexi. Luego su señor dio la embestida final con un gemido, las manos pegadas a la espalda del cautivo, y permaneció quieto dejando que el placer le recorriera todo el cuerpo.

Bella intentaba mantenerse inmóvil.

El príncipe Alexi la soltó, pero no sin esbozar una pequeña sonrisa secreta entre sus piernas, justo en lo alto de su vello púbico y, en el momento en que lo apartaban de ella, sus ojos oscuros se estrecharon de nuevo para dedicarle una sonrisa. —Montadlo en el pasaje—dijo el príncipe al escudero—. Comprobad que nadie le satisfaga. Mantened su tormento, y recordadle cada cuarto de hora su deber con su príncipe, pero no lo satisfagáis.

Se llevaron al príncipe Alexi de la estancia. Bella permaneció sentada contemplando la puerta abierta. Pero el espectáculo no había terminado. El príncipe se estiró, la cogió por el cabello y le dijo que le siguiera.

—Poneos sobre vuestras manos y rodillas, querida mía. Ésa será siempre la forma en que os moveréis por el castillo —dijo—, a no ser que se os ordene lo contrario.

Bella se puso en movimiento a toda prisa y lo siguió afuera, hasta el borde de la escalera.

A mitad del descenso había un ancho rellano desde el cual se podía ver directamente el gran salón, y en el descansillo una estatua de piedra aterrorizó a Bella. Era alguna clase de dios pagano con un falo erecto.

En aquel instante estaban clavando al príncipe Alexi en este falo, con las piernas separadas sobre el pedestal de la estatua. Tenía la cabeza echada hacia atrás, sobre el hombro de la estatua. Soltó otro gemido cuando el falo lo empaló, y luego se quedó quieto mientras el escudero Félix le ligaba las manos a la espalda.

La estatua tenía el brazo derecho levantado, y los dedos de piedra de la mano formaban un círculo como si en otro tiempo hubieran sujetado un cuchillo o algún otro instrumento. El escudero colocaba en ese instante la cabeza del príncipe Alexi sobre el hombro de la estatua, justo debajo de la mano de piedra, y a través de ésta colocó un falo de cuero que dobló para que se ajustara perfectamente dentro de la boca del príncipe Alexi.

De este modo, amarrado a la estatua, parecía que ésta lo violaba por el ano y por la boca. Además, su propio órgano, tan tieso como antes, permanecía extendido y duro mientras el falo de la estatua seguía en su interior.

—Quizás ahora os acostumbraréis un poco más a vuestro príncipe Alexi —dijo el príncipe con absoluta tranquilidad.

«Pero es demasiado terrible —pensó Bella— que tenga que pasar la noche de un modo tan miserable.» La espalda del príncipe Alexi estaba dolorosamente arqueada, y sus piernas obligadas a permanecer muy separadas. La luz de la luna que entraba por la ventana situada a su espalda trazaba una larga línea que descendía por su garganta, por su pecho lampiño y su vientre plano.

El príncipe tiró dulcemente del cabello de Bella, sosteniéndolo en su mano derecha y, tras conducirla de vuelta a la cama, la tumbó sobre el lecho y le dijo que se durmiera, cosa que él mismo no tardó en hacer a su lado.

EL PRÍNCIPE ALEXI Y FÉLIX

Casi había amanecido. El príncipe estaba tumbado, profundamente dormido, y Bella, que estuvo esperando a que sus respiraciones delataran su sueño, se deslizó fuera de la cama. A cuatro patas, esta vez por cautela, no por obediencia, alcanzó el pasillo. La princesa había permanecido mucho rato echada en la cama mirando a la puerta y sabía que ésta en ningún momento se había cerrado por completo, y que podría intentar escaparse en silencio si reunía el suficiente valor para hacerlo. Bella gateó por el corredor hasta llegar a lo alto de los escalones.

La luz de la luna caía de lleno sobre el príncipe Alexi, lo que le permitió ver que su órgano continuaba erecto, y que el escudero Félix hablaba con él tranquilamente. No podía oír lo que decía pero Bella se enfureció al ver al criado despierto puesto que esperaba que estuviera también dormido.

Desde su escondrijo, la princesa vio que el escudero se situaba delante del príncipe Alexi y volvía a atormentarle el órgano sexual propinándole

una descarga de palmetazos que resonaron en la escalera vacía. El príncipe cautivo soltó un gemido y Bella alcanzó a ver su agitada respiración.

El criado caminaba inquieto de un lado a otro. Luego miró al príncipe y volvió la cabeza de izquierda a derecha como si tratara de descubrir a alguien. Bella, aterrada sólo de pensar en la posibilidad de ser descubierta contuvo la respiración. El escudero se acercó al príncipe Alexi y, rodeándole la cadera con los brazos, introdujo el miembro erecto en su boca y empezó a chuparlo. Bella estaba fuera de sí, llena de frustración y rabia. Esto era precisamente lo que ella pretendía hacer. Había desafiado todos los peligros para hacerlo, y en aquel instante sólo podía observar cómo el escudero Félix mortificaba al pobre príncipe. Sin embargo, pudo apreciar que el criado no sólo se limitaba a atormentar al príncipe Alexi, sino que daba la impresión de que se entregaba por completo. Devoraba con verdadero entusiasmo el miembro de Alexi y seguía un ritmo regular. Bella comprendió que el príncipe no gemía de dolor sino que lo hacía porque en aquel instante no podía reprimir su pasión desenfrenada.

El cuerpo tenso y cruelmente atado del príncipe se estremeció, soltó un quejido prolongado seguido de otro, y después permaneció inmóvil mientras el escudero se apartaba y retornaba a las sombras.

Parecía que ambos volvían a hablar. Bella, todavía atónita, apoyó la cabeza contra la balaustrada de piedra.

Al cabo de un rato, el escudero intentó despertar al príncipe Alexi y le volvió a torturar su miembro, pero éste no parecía muy dispuesto, y entonces el criado se temió que lo descubrirían y adoptó una actitud amenazadora. El príncipe Alexi no se había despertado sino que seguía profundamente dormido, atado con aquellas dolorosas ligaduras, de lo que Bella se alegró enormemente.

La princesa se dio la vuelta e inició silenciosamente el camino de vuelta al dormitorio, pero de pronto reparó en que había alguien cerca de ella.

Se asustó tanto que casi gritó, pero habría sido un error que con toda seguridad hubiera acabado con ella, así que se tapó la boca, levantó la vista y vio en las sombras distantes la figura de lord Gregory que la observaba. Era el. noble de pelo gris que tanto se había empeñado en disciplinarla, el mismo que la había llamado malcriada.

Él ni se movió. Permaneció quieto, observándola.

Bella, cuando dejó de temblar, se apresuró cuanto pudo para volver a la cama y se deslizó bajo la colcha al lado del príncipe, que continuaba durmiendo profundamente.

La princesa, tumbada en la oscuridad, esperaba que lord Gregory apareciera, pero no lo hizo, y Bella dedujo que al noble señor ni se le pasaría por la imaginación despertar al príncipe, así que al cabo de un rato estaba medio adormecida.

En ese estado de semiconsciencia se imaginó al príncipe Alexi de mil formas diferentes, la rojez de su carne irritada después de la paliza con la pala, sus hermosos ojos marrones y su cuerpo fuerte, compacto. Recordaba su pelo satinado contra ella,

el beso secreto que sintió en sus muslos y, después de la terrible humillación que él había padecido, Bella revivió aquella sonrisa, tan serena y cariñosa, que el príncipe le había dedicado.

El tormento que la princesa sentía entre sus piernas no era mayor que antes, pero no se atrevía a autocomplacerse por miedo a ser descubierta; era demasiado indecoroso pensar en cosas de ese tipo, y estaba segura que el príncipe nunca lo permitiría.

LA SALA DE LOS ESCLAVOS

Era media tarde cuando Bella se despertó. El príncipe y lord Gregory estaban enzarzados en una discusión, y Bella, aterrorizada, se quedó inmóvil. Sin embargo, no tardó en percibir que lord Gregory, obviamente, no le había contado al príncipe lo que había visto. Con toda seguridad, su castigo hubiera sido terrible. Más bien se trataba de que lord Gregory era partidario de llevar a Bella a la sala de esclavos, para que la prepararan debidamente.

—Alteza, estáis enamorado de ella—dijo lord Gregory—, pero sin duda recordaréis vuestra propia censura respecto a otros príncipes, especialmente con vuestro primo, lord Stefan, debido a su excesivo amor por su esclavo.

—No es un amor excesivo—respondió el príncipe con aspereza, pero luego se detuvo, como si lord Gregory hubiera dado en el clavo, y añadió

Quizá deberíais llevarla a la sala de esclavos, aunque sólo por un día.

En cuanto lord Gregory sacó a Bella de la habitación, soltó la pala que llevaba sujeta al cinturón y empezó a propinarle crueles azotes mientras ella, a cuatro patas, gateaba a toda prisa por delante de él. —Mantened la cabeza y los ojos bajos —dijo él con frialdad—, y levantad las rodillas con gracia. La espalda debe ser en todo momento una línea recta, y no miréis a los lados, ¿queda claro?

—Sí, milord —respondió Bella tímidamente. Podía ver una gran extensión de piedra ante sí y, aunque los azotes de la pala no eran muy fuertes,

la ofendían enormemente; puesto que no venían del príncipe. En aquel preciso instante, Bella se percató de que se encontraba a merced de lord Gregory. Quizá se había imaginado que él no la golpearía, que no se lo permitirían, pero obviamente no era éste el caso, y entonces supo que él podría contarle al príncipe que ella había sido desobediente aunque no fuera cierto, y que si así fuera ella no tendría ocasión de defenderse.

—Moveos más rápido—le dijo—. Adoptaréis siempre un paso rápido que demuestre afán por complacer a vuestros señores y damas—añadió, y una vez más la alcanzó uno de aquellos rápidos y precisos azotes degradantes, que de pronto, parecían mucho peores que las palizas más fuertes.

Habían llegado hasta una puerta estrecha y Bella distinguió que ante ella se extendía una rampa larga y curva. Aquello era ingenioso ya que ella no podría haber bajado la escalera a cuatro patas pero, en cambio, por allí podía continuar en la misma postura, y así lo hizo, con las puntiagudas botas de cuero justo a su costado.

Lord Gregory utilizó de nuevo varias veces la pala, así que cuando llegaron a la puerta de entrada a una vasta estancia del piso inferior las nalgas de Bella ardían ligeramente.

Sin embargo, lo que llamó la atención de la princesa fue que allí había gente.

No vio a nadie en el corredor de arriba, y sintió que la timidez la torturaba cuando cayó en la cuenta de que en esta sala había mucha gente que se movía y hablaba.

En aquel instante le dijeron que se sentara sobre los talones, con las manos enlazadas detrás del cuello.

—Ésta será siempre vuestra posición cuando os digan que descanséis —dijo lord Gregory— y debéis mantener la vista baja.

Bella obedeció, pero alcanzó a ver la estancia: a lo largo de tres paredes había unas repisas excavadas en el muro, en las cuales, sobre unos camastros, dormían numerosísimos esclavos, varones y mujeres.

No llegó a ver al príncipe Alexi, pero sí vio a una hermosa muchacha de pelo negro y trascrito rollizo que parecía estar profundamente dormida,

a un joven rubio que al parecer estaba atado por la espalda, aunque no podía distinguirlo con claridad, y a otros, todos ellos en un estado soñoliento, o más bien adormecido.

Ante ella se sucedía una hilera de muchas mesas y entre éstas había cuencos con agua humeante de los que surgía una deliciosa fragancia.

Aquí es donde siempre os lavarán y, acicalarán —informó lord Gregory con la misma voz seria— y cuando el príncipe haya dormido lo suficiente con vos, tanto como si fuerais su amor, éste será además el lugar donde dormiréis, a no ser que su alteza dé órdenes específicas respecto a vos. Vuestro criado se llama León. Él se ocupará de todos los detalles referentes a vuestra persona, y vos le mostraréis el mismo respeto y obediencia que a todos los demás.

Bella vio ante él la figura delgada de un hombre joven, justo al lado de lord Gregory. Cuando se acercó un poco más, lord Gregory chasqueó los dedos y le dijo a Bella que mostrara su respeto.

La princesa le besó las botas al instante. —Debéis respeto hasta a la última fregona—dijo lord Gregory— y si alguna vez detecto la más mínima altanería en vos, os castigaré con toda severidad. No estoy tan... digamos, impresionado con vos como el príncipe.

—Sí, milord —respondió Bella con sumo respeto, aunque estaba furiosa puesto que creía que no había dado muestras de altanería.

Pero la voz de León la calmó de inmediato: —Venid, querida—le dijo, y se acompañó de una palmadita contra el muslo para que ella lo siguiera. Al parecer, lord Gregory desapareció en cuanto León condujo a Bella al interior de un nicho revestido de ladrillo donde humeaba una gran bañera de madera. La fragancia a hierbas era intensa.

León le indicó que se incorporara, le cogió las manos, se las colocó detrás de la cabeza y le dijo que se arrodillara dentro de la bañera.

Bella se introdujo en la pila y sintió la deliciosa agua caliente que te llegaba casi hasta el pubis. León recogió su cabello en un rodete en la nuca y lo sujetó con varias horquillas. En aquel instante podía verle con claridad. Era de mayor edad que los pajes, pero igual de bello; tenía unos ojos almendrados que conmovían por su bondad. Le dijo a Bella que mantuviera las manos detrás del cuello mientras él procedía a hacerle un lavado general del que iba disfrutar.

Other books

The Millionaire Falls Hard by Sarah Fredricks
The Return of Retief by Keith Laumer
Fire Kin by M.J. Scott
The Strangler by William Landay
Lost by Gregory Maguire