El rey ciervo (20 page)

Read El rey ciervo Online

Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Fantasia

BOOK: El rey ciervo
12.72Mb size Format: txt, pdf, ePub

Me agaché y moví una piedra para formar la siguiente serie de números mágicos: las mareas habían cambiado y ahora estábamos bajo las estrellas del invierno. Luego volví a casa, temblando, y conté que, sorprendida por la noche en las colinas, había dormido en la cabaña desierta de algún pastor. Las intensas nevadas me mantuvieron encerrada durante gran parte del invierno, pero sabía cuándo amainarían las tormentas; en el solsticio de invierno arriesgué una caminata hasta el círculo de piedras, sabiendo que estaría despejado, pues nunca había nieve dentro de los círculos mágicos.

Y allí, en el centro, vi un pequeño paquete: un trozo de cuero atado con tendones. Mis dedos no vacilaron al desatarlo Para dejar caer el contenido en la palma de la mano. Parecían un par de semillas secas, pero eran las diminutas setas que crecen cerca de Avalón. No sirven como alimento y hasta se las cree venenosas, pues causan vómitos, diarrea y un flujo sanguinolento; pero si se comen en ayunas y en poca cantidad pueden abrir las puertas de la videncia. Era un Don más precioso que el oro, pues no crecían en aquella región; sólo cabía imaginar lo mucho que habrían andado los del pueblo pequeño hasta hallarlas. Les dejé lo que llevaba: carne seca, frutas y un panal de miel, pero no como pago, pues el regalo era inapreciable. En aquel primer día de invierno, encerrada en mi alcoba, buscaría nuevamente la videncia a la que había renunciado. Con las puertas de la visión abiertas de tal modo, podría buscar la presencia de la misma Diosa, para implorarle que me permitiera repetir los votos. No temía ser rechazada. Era Ella quien me enviaba ese presente para que pudiera buscarla otra vez.

Y me incliné hacia la tierra en agradecimiento, sabiendo que mis plegarias habían sido oídas y mi penitencia estaba cumplida.

10

L
a nieve empezaba a fundirse en las colinas y en los valles asomaban las primeras flores silvestres cuando la Dama del Lago subió a la barca para recibir al Merlín de Britania. Kevin estaba pálido, cansado y ojeroso; arrastraba los miembros torcidos con más esfuerzo que nunca y se apoyaba en un grueso bastón. Se había visto obligado a dejar a Mi señora en las manos de un criado, pero Niniana fingió no percatarse, sabiendo que tenía que ser un golpe enorme para su orgullo. En el camino hacia su vivienda aminoró los pasos y allí le dio la bienvenida, haciendo que sus mujeres avivaran el fuego y llevaran vino. Él bebió apenas un sorbo y se lo agradeció con una grave reverencia.

—¿Qué os trae en esta época del año, Venerable? —preguntó Niniana—. ¿Venís de Camelot?

Kevin negó con la cabeza.

—Pasé allí parte del invierno, discutiendo mucho con los consejeros de Arturo, pero a principios de primavera fui al sur, con una misión que cumplir entre las tropas del tratado, que ahora se llaman «reinos sajones». Creo que sabéis, Niniana, a quién vi allí. ¿Fue obra de Morgause o vuestra?

—De ninguna de las dos —respondió en voz baja—. Lo decidió el mismo Gwydion. Sabía que necesitaba experiencia de combate y resolvió ir a los reinos sajones, donde Arturo no lo vería. —Al cabo de un momento añadió—: No podría jurar que Morgause no haya tenido ninguna influencia en su decisión. Si algún consejo busca es el de ella.

—¿De veras? —Kevin enarcó las cejas—. Supongo que sí, es la única madre que ha conocido. Y ella sigue mandando bien en Lothian, incluso con su consorte.

—No sabía que se hubiera vuelto a casar. No puedo ver tan bien como Viviana lo que sucede en los reinos.

—Sí, ella se ayudaba con la videncia. Y cuando ésta le falló, con las doncellas que la tenían. ¿No tenéis el don, Niniana?

—Sí… un poco —respondió ella, vacilando—. Pero me falla de vez en cuando. —Por un momento guardó silencio, con la vista clavada en las piedras del suelo. Por fin dijo—: Creo que Avalón… se está alejando cada vez más de las tierras de los hombres, señor Merlín. ¿Qué estación es en el mundo exterior?

—Han pasado diez días desde el equinoccio, señora.

Niniana lanzó un largo suspiro.

—Y yo celebré esa fiesta hace apenas siete días. Es corno yo pensaba: las tierras se alejan más y más. Por ahora, sólo unos días cada luna, pero temo que pronto sea como en el reino de las hadas. Cada vez resulta más difícil convocar las brumas y salir de aquí.

—Lo sé —dijo Kevin—. ¿Por qué creéis que vine con la marea baja? —Esbozó su sonrisa torcida—. Tendríais que regocijaros: no envejeceréis como las mujeres del mundo exterior, Dama. Os mantendréis más joven.

—Eso no me consuela —repuso Niniana, estremeciéndose—. Pero no hay en el mundo exterior nadie cuyo destino me interese, salvo…

—Gwydion —completó Kevin—. Pero hay otra persona cuyo destino tendría que preocuparos.

—¿Arturo? Ha renunciado a nosotros. Avalón ya no le presta ayuda.

—No me refería a Arturo. Tampoco él pide ayuda a Avalón, por ahora. Pero… —vaciló—. El pueblo de las colinas dice que en Gales vuelve a haber rey…, y una reina.

—¿Uriens? —Niniana soltó una risa desdeñosa—. ¡Es más viejo que esas colinas, Kevin! ¿Qué puede hacer por esas gentes?

—Tampoco me refería a él. ¿Habéis olvidado que Morgana está allí? El pueblo antiguo la ha aceptado como reina. Los protegerá mientras viva, aun contra Uriens. ¿No recordáis que el segundo de sus hijos se educó aquí y tiene las serpientes en las muñecas?

La sacerdotisa guardó un momento de silencio. Por fin dijo:

—Lo había olvidado. Como no es el primogénito, supuse que jamás reinaría.

—El primogénito es un necio, aunque los curas lo consideran buen sucesor para su padre, porque es devoto y simple y no perjudicará a su Iglesia. En cambio no confían en Accolon. Porque luce las serpientes. Desde que Morgana está allí, la sirve corno a su reina. Y lo mismo sucede con el pueblo de las colinas. Para ellos, rey es el que muere anualmente entre los ciervos, pero la reina es eterna. Y tal vez, a fin de cuentas, Morgana haga lo que Viviana dejó inconcluso.

Niniana percibió, con objetiva sorpresa, la amargura de su voz.

—Ni un solo día desde que Viviana murió y me instalaron aquí, se me ha permitido olvidar que, comparada con ella, no soy nada. Hasta Cuervo me sigue con grandes ojos silenciosos que dicen siempre: «No eres Viviana, no puedes hacer aquello a lo que dedicó la vida.» Lo sé bien. Sólo fui elegida porque soy la última descendiente de Taliesin y porque no había otra, pero no pertenezco a la estirpe real de Avalón. No soy Viviana, no, ni tampoco Morgana, pero he servido fielmente en este puesto que nunca pedí.

Kevin dijo delicadamente:

—Viviana, señora, fue una de esas sacerdotisas que sólo vienen al mundo una vez cada varios siglos, aun en Avalón. Y su reinado fue largo: treinta y nueve años. Cualquier sacerdotisa que siguiera sus pasos había de sentirse inferior. Pero no tenéis nada que reprocharos. Habéis sido leal a vuestros votos.

—Como no lo fue Morgana —señaló Niniana.

—Cierto. Pero lleva la sangre real de Avalón y dio un heredero al Macho rey. No nos corresponde juzgarla.

—La defendéis porque fuisteis su amante —le espetó ella.

Kevin alzó la cabeza; en la cara oscura y contraída, sus ojos eran azules como el centro mismo de la llama. En voz baja, dijo:

—¿Buscáis discutir conmigo, Dama? Eso terminó hace años. La última vez que la vi me acusó de traidor y de cosas peores, expulsándome de su presencia con palabras que nadie podría perdonar. Pero no me corresponde juzgarla, ni tampoco a vos. Sois la Dama del Lago. Morgana es mi reina y la reina de Avalón. Cumple su misión en el mundo, como vos cumplís la vuestra aquí… y yo, donde los dioses me llevan. Y esta primavera me llevaron al país de los pantanos, donde vi a Gwydion, en la corte de un sajón que se dice rey obediente a Arturo.

A Niniana se le había enseñado a mantener la cara impasible, pero comprendió que los ojos penetrantes de Kevin podían leer en su interior. Aunque deseaba pedirle noticias del joven, se limitó a decir:

—Morgause me contó que entiende algo de estrategia y que no es cobarde en el combate. Sé que fue al sur porque uno de los reyes sajones quería para su corte un druida que supiera leer, escribir y algo de cifras y mapas. ¿Cómo se encuentra entre esos bárbaros?

—Le llaman Mordret, que en su lengua significa «consejero de la maldad», pero es un cumplido; significa que es malvado con quienes querrían hacerles daño. Dan un apodo a todos los huéspedes.

—Entre los sajones cualquier druida, por joven que sea, ha de parecer muy sabio. ¡Y Gwydion es sagaz! De niño ya tenía respuesta para todo.

—Es sagaz, sí —confirmó Kevin, lentamente—. Y sabe hacerse amar, según he visto. Me recibió como si fuera su tío favorito.

—Sin duda se sentía solo y fuisteis como un aliento del hogar —comentó Niniana.

Pero Kevin, ceñudo, bebió un poco de vino. Luego inquirió:

—¿Hasta dónde llegó Gwydion en el aprendizaje de la magia?

—Lleva las serpientes —respondió Niniana.

—Eso puede significar mucho o poco. Tendríais que saberlo.

Aunque las palabras parecían inocentes, la Dama sintió el aguijonazo: una sacerdotisa con la media luna en la frente podía ser como Viviana…, o sólo como ella.

—En el solsticio de verano —aclaró—, tiene que regresar para ser consagrado rey de Avalón, el cargo que Arturo traicionó. Y ahora que se ha hecho hombre…

—No está preparado para ser rey —advirtió Kevin.

—¿Dudáis de su valor? ¿O de su lealtad?

—Oh, el valor… —el Merlín hizo un gesto despectivo—. Es valiente y astuto, pero no confío en su corazón. Y no es como Arturo.

—Mejor para Avalón, que no lo sea —estalló Niniana—. No queremos más apóstatas. Los curas pueden poner en el trono a un hipócrita devoto, dispuesto a servir al Dios que más convenga en cada momento…

Kevin levantó la mano contrahecha en un gesto tan autoritario que ella guardó silencio.

—¡Avalón no es el mundo! No tenemos ni ejércitos ni armas. Y Arturo es muy amado en estas islas a las que ha traído la paz. Por ahora, cualquier voz que se alce contra él será acallada en pocos meses, sino en días. Y aunque así no fuera, lo que hagamos en Avalón tiene poco peso en el mundo exterior. Como Cabéis dicho, nos estamos alejando entre las brumas.

—Razón de más para actuar deprisa para derribar a Arturo y poner en el trono a un rey que nos devuelva al mundo.

—A veces me pregunto si eso es posible —musitó Kevin—, si no nos habremos pasado la vida dentro de un sueño carente de realidad.

—¿Eso decís vos, Merlín de Britania?

—He vivido en la corte de Arturo, no protegido en una isla que cada vez se aleja más. Aquí tengo mi hogar, pero mi gran matrimonio fue con Britania, Niniana, no sólo con Avalón.

—Si Avalón muere, Britania se quedará sin corazón y morirá también, pues la Diosa retirará su alma de la tierra.

—¿Eso creéis, Niniana? —Kevin volvió a suspirar—. He recorrido este país en todas las estaciones del año: Merlín de Britania, halcón de la videncia, mensajero del Gran Cuervo… Y ahora veo otro corazón en la tierra, que refulge en Camelot.

Calló. Después de mucho rato ella dijo:

—¿Fue por decir palabras como éstas que Morgana os tildó de traidor?

—No; fue por otra cosa. Quizá no conozcamos tanto como creemos la voluntad de los dioses. Os aseguro que, si actuamos ahora contra Arturo, el país caerá en un caos peor que el de la muerte de Ambrosio. ¿Creéis que Gwydion puede combatir? Los caballeros de Arturo se unirían contra quien se alzara contra su héroe; para ellos es un Dios que no puede equivocarse.

—Nunca planeamos que Gwydion pelee con su padre por la corona —dijo Niniana—. Sólo que un día Arturo, al verse sin herederos, se vuelque hacia el hijo que deba lealtad a Avalón. Dicen que ha nombrado heredero al hijo de Lanzarote, pero es apenas un niño, mientras que Gwydion ya es hombre, guerrero y druida. ¿No creéis que, si algo le sucediera a Arturo, lo preferirían a una criatura?

—Los caballeros de Arturo no seguirían a un desconocido. Antes bien, nombrarían regente a Gawaine hasta que el hijo de Lanzarote tuviera edad de gobernar. Además, son cristianos y rechazarían a Gwydion por su nacimiento; entre ellos el incesto es un grave pecado.

—No saben nada de cosas sagradas.

—Cierto. Necesitan tiempo para habituarse a la idea. Pero si aún no ha llegado el momento, se tendría que informar de que la hermana de Arturo tiene un hijo, que está más cercano al trono que el de Lanzarote. Y este verano habrá guerra otra vez.

—Creía que todo estaba en paz.

—En Britania sí, pero en la baja Britania hay quien se considera emperador de todo el país.

—¿Ban? —exclamó Niniana, atónita—. ¡Pero si celebró el gran matrimonio antes de que naciera Lanzarote!

—Ban está anciano y débil —dijo Kevin—. En su lugar gobierna su hijo Lionel: Bors, su hermano, es caballero de Arturo y adora a Lanzarote. Ninguno de ellos molestará al trono. Pero existe alguien que se hace llamar Lucio y se ha proclamado emperador. Es quien desafiará a Arturo.

A Niniana se le erizó la piel.

—¿Eso es videncia?

Kevin sonrió.

—No hace falta videncia para saber que el hombre ambicioso actuará para satisfacer su ambición. Algunos piensan que Arturo está envejeciendo porque ya no enarbola el dragón. Pero no lo subestiméis, Niniana. Lo conozco; ¡no es necio!

—Creo que lo amáis mucho, considerando que habéis jurado destruirlo.

—Soy uno de sus consejeros. Es fácil amarlo, pero he jurado lealtad a la Diosa. —Otra vez esa risa breve—. Creo que de eso depende mi cordura: de saber que cuanto beneficie a Avalón tiene que beneficiar, a largo plazo, también a Britania. Para vos, Arturo es el enemigo, Niniana. Para mí es el Macho rey, que protege su rebaño y sus tierras.

La sacerdotisa dijo, en un susurro trémulo:

—¿Y qué pasará con el Macho rey cuando el macho joven haya crecido?

Kevin apoyó la cabeza en las manos. Parecía anciano, enfermo y cansado.

—Aún no ha llegado ese día. No tratéis de impulsar a Gwydion tan velozmente que resulte destruido, sólo porque es vuestro amante.

Y salió cojeando de la habitación, sin mirar atrás. Niniana quedó mohína y enfadada.

«¿Cómo pudo saberlo, ese miserable?.»

Durante los primeros años había conquistado su corazón: un niño solitario y perdido, sin nadie que lo amara ni se interesara por él. Lo habían separado de Morgause. la única madre que conocía. ¿Cómo había podido Morgana abandonar a un hijo así, inteligente, bello y sabio, sin molestarse en preguntar jamás por él? Niniana nunca había tenido hijos, aunque le habría gustado dar una niña a la Diosa, pero no se rebelaba contra su suerte. En aquellos primeros años dejó que Gwydion se ganara su corazón.

Other books

A Most Unpleasant Wedding by Judith Alguire
The Write Stuff by Tiffany King
Clash by C.A. Harms
El astro nocturno by María Gudín
Reaction by Jessica Roberts
Federation World by James White
Snow Blind-J Collins 4 by Lori G. Armstrong
St. Nacho's by Z. A. Maxfield