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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El río de los muertos (13 page)

BOOK: El río de los muertos
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—Fui yo quien tomó la decisión —respondió Silvanoshei con dignidad—. Actué por mi cuenta. Hice lo que habría hecho mi madre de estar en mi lugar. Lo sabes, Samar. Ella misma me contó que en cierta ocasión se había lanzado contra el escudo montada en un grifo en un intento de hacerlo añicos. Lo intentó una y otra vez, saliendo despedida en el aire...

—¡Basta! —Samar lo interrumpió, impaciente—. Lo hecho, hecho está. —Había perdido ese asalto y lo sabía. Guardó silencio un momento, pensativo. Cuando volvió a hablar, había un cambio en su voz, un dejo de disculpa en su tono—. Eres joven, Silvanoshei, y es atribución de la juventud cometer errores, aunque éste, me temo, quizá resulte fatal para nuestra causa. Sin embargo, no nos hemos rendido. Todavía podemos reparar el daño que, aunque con la mejor intención, has causado. —El guerrero sacó de debajo de su capa otra prenda igual con capucha.

»
Los caballeros negros caminan por nuestra sagrada ciudad con total impunidad. Los vi entrar. Vi a esa humana. Vi a nuestras gentes, especialmente a los jóvenes, caer en su embrujo. Están ciegos a la verdad, y nuestra tarea será abrirles los ojos. Ocúltate bajo esta capa, Silvanoshei. Nos marcharemos por el pasadizo secreto por el que he entrado y huiremos de la ciudad aprovechando la confusión.

—¿Partir? —Silvanoshei miró a Samar estupefacto—. ¿Por qué habría de marcharme?

Samar iba a contestar, pero Kiryn se adelantó con la esperanza de salvar su plan.

—Porque estás en peligro, primo. ¿Os es que crees que los caballeros negros permitirán que sigas siendo rey? Y, si lo hacen, te convertirás en su marioneta, como tu primo Gilthas. Sin embargo, como rey en el exilio, serás una figura influyente que unirá al pueblo...

«¿Irme? No puedo irme —se dijo el joven rey para sus adentros—. Ella regresa conmigo. Está más cerca a cada momento. Quizás esta noche la estreche entre mis brazos. No me marcharía aunque supiera que la propia muerte viene por mí.»

Miró a Kiryn y a Samar y no vio unos amigos, sin extraños que conspiraban contra él. No podía fiarse de ellos. No podía fiarse de nadie.

—Decís que mi pueblo corre peligro —manifestó mientras se volvía hacia el ventanal, como si estuviese contemplando la ciudad. En realidad la buscaba a ella—. Mi pueblo está en peligro y queréis que huya y me ponga a salvo dejándolo que se enfrente sólo a esa amenaza. ¿Qué clase de rey es el que hace algo así, Samar?

—Un rey vivo, majestad —respondió el guerrero—. Un rey que piensa en su pueblo lo bastante como para vivir para ellos, en lugar de para sí mismo. La gente lo entenderá y te honrará por esa decisión.

Silvanoshei giró la cabeza para mirarlo fríamente.

—Te equivocas, Samar. Mi madre huyó, y el pueblo no la honró por ello. La despreció. No cometeré el mismo error. Agradezco tu visita, Samar. Tienes mi permiso para marcharte.

Tembloroso, sorprendido por su propia temeridad, volvió de nuevo la cara hacia el ventanal y miró a través de él sin ver.

—¡Cachorro ingrato! —La ira casi ahogaba a Samar, que apenas podía hablar—. ¡Vendrás conmigo aunque tenga que llevarte a rastra!

Kiryn se interpuso entre el rey y el guerrero.

—Creo que será mejor que os marchéis, señor —dijo con voz tranquila y mirada firme. Estaba furioso con los dos; furioso y desilusionado—. O me veré obligado a llamar a la guardia. Su majestad ha tomado una decisión.

Samar hizo caso omiso del joven noble, sin apartar su mirada torva de Silvanoshei.

—Me marcho, sí. Le contaré a tu madre que su hijo ha hecho un noble y heroico sacrificio en nombre de su pueblo. No le diré la verdad: que se queda por amor a una bruja humana. Yo no se lo diré, pero habrá otros que lo harán. Lo sabrá, y se le romperá el corazón. —Tiró la capa a los pies de Silvanoshei—. Eres un necio, joven. No me importaría si tu estupidez acarreara la ruina sólo a ti, pero las consecuencias las pagaremos todos nosotros.

Giró sobre sus talones y cruzó la sala hacia el pasadizo secreto. Apartó la cortina con tal violencia que por poco la arranca de las anillas. Silvanoshei asestó una mirada feroz a Kiryn.

—No creas que no sé lo que te propones. ¡Destituirme y ocupar tú el trono!

—No es verdad que pienses eso de mí, primo —dijo sosegadamente el otro joven—. No puedes pensar tal cosa.

Silvanoshei lo intentó con todas sus fuerzas, pero no lo consiguió. De toda la gente que conocía, Kiryn era la única persona que parecía sentir cariño por él realmente. Por él, no por el rey. Por Silvanoshei.

Se apartó del ventanal y se acercó a Kiryn; cogió su mano y la apretó con afecto.

—Lo siento, primo. Perdóname. Ese hombre me pone tan furioso que no sé lo que digo. Sé que tu intención era buena. —El joven monarca dirigió la vista hacia la cortina tras la que había desaparecido Samar—. Sé que él también lo hacía con buena intención, pero no lo entiende. Nadie lo entiende.

Silvanoshei se sintió muy cansado de repente. No dormía desde hacía mucho tiempo, no recordaba cuánto. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Mina, oía su voz, sentía el roce de sus labios en los suyos, y el corazón le daba un salto, se le estremecía la sangre y yacía despierto, mirando la oscuridad, esperando que regresara con él.

—Ve con Samar, Kiryn. Asegúrate de que sale de palacio sin incidentes. No querría que le pasara nada malo.

El joven noble dirigió una mirada de impotencia a su rey; después suspiró, sacudió la cabeza e hizo lo que le mandaban.

Silvanoshei regresó junto al ventanal.

7

Navegando por el Río de los Muertos

Es un triste tópico que las desgracias ajenas, por terribles que sean, siempre parecen nimias comparadas con las propias. En ese momento de su vida, si alguien le hubiese dicho a Acertijo que ejércitos de goblins y hobgoblins, draconianos, matones a sueldo y asesinos marchaban contra los elfos, el gnomo se habría echado a reír con desdén mientras ponía los ojos en blanco.

—¿Y creen que
ellos
tienen problemas? —habría dicho—. ¡Ja! Tendrían que estar sumergidos en el océano, dentro de un sumergible en el que entra agua y con una humana que insiste en que siga a un puñado de muertos. Eso sí es tener problemas.

Si a Acertijo le hubiesen informado que a su amigo el kender, quien le había proporcionado los medios para, finalmente, poder llevar a cabo su Misión en la Vida y trazar el mapa del laberinto de setos, lo tenía prisionero el mago más poderoso de todo el mundo en la Torre de la Alta Hechicería, el gnomo habría resoplado con sorna.

—¡De modo que el kender cree que está en apuros! ¡Ja! Tendría que intentar manejar el sumergible él solo, cuando se necesita una tripulación de veinte personas. ¡Eso sí es una situación apurada!

De hecho, el sumergible funcionaba mucho mejor con un solo tripulante, ya que los otros diecinueve sólo habrían servido para añadir su peso, estorbar y consumir aire. El viaje original que partió del Monte Noimporta con destino a la Ciudadela había empezado con una dotación de veinte, pero los demás se habían perdido, habían desaparecido o habían sufrido graves quemaduras a lo largo de la travesía, de manera que al final sólo quedó Acertijo, el cual no era más que un modesto pasajero, al control de los mandos. Su desconocimiento absoluto sobre el complicado sistema de mecanismos diseñado para propulsar el
NMN Indestructible
era, sin duda, la razón de que la nave hubiese permanecido a flote durante tanto tiempo.

El navío se había diseñado a semejanza de un gran pez. Estaba fabricado con madera, por lo que era lo bastante ligero para flotar, y después cubierto con hierro, por lo que era lo bastante pesado para hundirse. Acertijo sabía que había una manivela a la que tenía que dar vueltas para que la nave mantuviera el avance, otra manivela para que ascendiera, y una tercera que hacía que se sumergiera. Tenía una vaga idea sobre la función que realizaban las manivelas, aunque recordaba que un gnomo (quizás el último capitán) le había dicho que la manivela trasera hacía que las aletas posteriores de la nave giraran de manera desenfrenada, removiendo el agua y, en consecuencia, la propulsaran hacia adelante. La manivela del fondo hacía girar las aletas inferiores, impulsando la nave hacia arriba, en tanto que las aletas superiores invertían el proceso.

Acertijo sabía que, además de las manivelas, había un montón de engranajes que tenían que engrasarse continuamente. Eso lo sabía porque todos los gnomos de cualquier parte del mundo sabían que los engranajes tenían que engrasarse constantemente. Le habían dicho que había fuelles que bombeaban aire al interior del sumergible, pero no había sido capaz de dilucidar cómo funcionaban y, en consecuencia, llegó a la conclusión de que lo más juicioso, ya que no lo más científico, sería hacer subir al
Indestructible
a la superficie cada pocas horas para renovar el aire. Puesto que los fuelles no funcionaban —y nunca habían funcionado— resultó muy sensato por su parte razonar así.

Al inicio de su forzoso viaje, Acertijo le preguntó a Goldmoon por qué había robado su sumergible, dónde planeaba ir con él y qué se proponía hacer cuando llegasen allí. Fue entonces cuando la mujer hizo la asombrosa declaración de que seguía a los muertos, que éstos la guiaban y protegían y que la conducían a través del Nuevo Mar hacia donde debía ir. Cuando él le preguntó, lógicamente, por qué los muertos habían estimado conveniente decirle que le robara su nave, la mujer había contestado que sumergirse bajo el agua era el único modo de escapar del dragón.

Acertijo intentó interesar a Goldmoon en el funcionamiento del sumergible y obtener su ayuda en el manejo de las manivelas —tarea que cansaba mucho los brazos— o al menos la ayuda de los muertos, ya que ellos parecían ser los que estaban al mando de la travesía. Goldmoon no le hizo el menor caso. A Acertijo le resultaba exasperante su pasajera, y habría dado media vuelta al
Indestructible
en ese mismo instante, poniendo rumbo al laberinto de setos, tanto si había un dragón como si no, de no ser por el hecho lamentable de que no tenía la más remota idea de cómo hacer que la nave fuera en otra dirección distinta a arriba, abajo y adelante.

Resultó que el gnomo tampoco sabía cómo detener el sumergible, lo que dio un nuevo y desdichado significado al término «tomar tierra».

Ya fuese por azar o por la orientación de los muertos, lo cierto es que el
Indestructible
no se estrelló contra un acantilado ni encalló en un arrecife. Por el contrario, varó en una lisa playa, con las aletas todavía girando y lanzando al aire montones de arena y agua de mar, destrozando medusas y aterrorizando a las aves marinas. El último cabeceo sobre la playa fue violento e incómodo, pero no fatal para los pasajeros. Goldmoon y Acertijo salieron sólo con cortes y contusiones sin importancia. No podía decirse lo mismo del
Indestructible.

Goldmoon se paró en la playa desierta y respiró profundamente el fresco aire marino. No hizo caso a los cortes de sus brazos ni al chichón de su frente. Aquel nuevo y extraño cuerpo suyo tenía la capacidad de sanarse a sí mismo; al cabo de unos segundos, la sangre dejaría de manar, la carne cicatrizaría por sí sola, los moretones se borrarían. Seguiría sintiendo el dolor de las heridas, pero sólo en su verdadero cuerpo, el débil y frágil cuerpo de una mujer anciana.

No le gustaba ese nuevo cuerpo que se le había otorgado milagrosamente —receptora en contra de su voluntad— la noche de la terrible tormenta, pero acabó comprendiendo que su fortaleza y su salud eran esenciales para llevarla dondequiera que los muertos querían conducirla. El viejo cuerpo no habría llegado tan lejos; estaba cerca de la muerte, al igual que lo estaba el espíritu que residía en él. Tal vez ésa fuera la razón de que ella pudiese ver a los muertos mientras que otros no los veían. Se encontraba más cerca de los muertos que de los vivos.

El pálido río de espíritus discurría sobre las dunas azotadas por el viento, en dirección norte. La alta hierba de un verde pardusco que crecía en las dunas se mecía con el viento levantado a su paso. Goldmoon se recogió la larga falda de su túnica blanca, la túnica que la señalaba como una mística de la Ciudadela de la Luz, y se dispuso a seguirlos.

—¡Espera! —gritó Acertijo, que había estado contemplando, boquiabierto, los destrozos sufridos por el
Indestructible—
. ¿Qué haces? ¿Adónde vas?

La mujer no respondió y siguió adelante. Caminar resultaba difícil, ya que se hundía en la blanda arena a cada paso, además de que la túnica le obstaculizaba los movimientos.

—No puedes abandonarme —protestó Acertijo. Agitó una mano llena de grasa—. He perdido un montón de tiempo transportándote a través del mar, y ahora has roto mi nave. ¿Cómo voy a volver a mi Misión en la Vida, hacer el mapa del laberinto de setos?

Goldmoon se paró y se volvió para mirar al gnomo; no era una imagen agradable, con el áspero cabello y la barba desaliñada, la cara roja de justa indignación y llena de churretes de aceite y sangre.

—Gracias por traerme —dijo, alzando la voz para hacerse oír sobre el fresco viento y el romper de las olas—. Lamento tu pérdida, pero no puedo hacer nada para ayudarte. —Movió la cabeza y miró hacia el norte—. He de continuar un viaje y no puedo entretenerme aquí ni en ningún sitio. —Volvió la vista hacia el gnomo de nuevo y añadió amablemente:— No es mi intención dejarte abandonado a tu suerte. Puedes acompañarme, si quieres.

Acertijo miró a la mujer y después al
Indestructible,
que ciertamente no había hecho honor a su nombre. Hasta él, un simple pasajero, podía ver que las reparaciones serían largas y costosas, por no mencionar el hecho de que, puesto que nunca había entendido cómo funcionaba ese cacharro, conseguir que volviera a funcionar plantearía ciertos problemas.

«Además —se dijo, más animado—, sin duda el propietario lo tiene asegurado y será compensado por la pérdida.»

Eso era enfocar el asunto bajo un punto de vista optimista. Optimista y absolutamente poco realista, ya que era de sobra conocido el hecho de que el gremio de AseguradoresAsociadosdeFinanciación y AnulacióndeColisiónDesmembraciónAccidentalFuegoInundación NoImputablesaActosDivinos nunca había pagado una sola pieza de cobre, si bien había, a raíz de la Guerra de Caos, innumerables demandas pendientes con la argumentación de que los ActosDivinos ya no contaban puesto que no había dioses. Debido al hecho de que las demandas tenían que pasar a través del sistema legal gnomo, no se esperaba que ninguna llegase a una sentencia durante la vida de los litigantes, si bien se pasaría a las generaciones venideras, todas las cuales acabarían arruinadas por las costas legales acumuladas.

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