El río de los muertos (41 page)

Read El río de los muertos Online

Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El río de los muertos
12.94Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Goldmoon? —preguntó Tas con incertidumbre.

Ella no se detuvo, pero bajó la vista hacia el kender.

—Hola, Tas —contestó de un modo distraído, y siguió adelante.

Sólo eso. «Hola, Tas.» Nada de «Caramba, me alegro de verte, ¿dónde has estado todo este tiempo?». Sólo «Hola, Tas».

Sin embargo, el personaje pequeño y polvoriento

se asombró al verlo. Y también se mostró complacido.

—¡Burrfoot!

—¡Acertijo! —gritó Tas, reconociendo por fin al gnomo bajo la capa de polvo.

Los dos se estrecharon la mano.

—¿Qué haces aquí? —preguntó el kender—. La última vez que te vi, dibujabas el mapa del laberinto de setos de la Ciudadela de la Luz. A propósito, la última vez que vi el laberinto de setos ardía por los cuatro costados.

Tasslehoff se dio cuenta demasiado tarde que no debería haber soltado una noticia tan terrible al gnomo de un modo tan repentino.

—¡Ardía por los cuatro costados! —exclamó Acertijo—. ¡Mi Misión en la Vida! ¡Ardiendo!

Herido en lo más profundo, el gnomo se recostó contra la pared de un edificio, desfallecido, con las manos crispadas sobre el pecho y boqueando para respirar. Tas se detuvo para dar aire al gnomo con el sombrero, aunque sin perder de vista a Goldmoon, que no se había dado cuenta del mal momento que pasaba Acertijo y seguía caminando. Cuando el gnomo dio señales de estar recuperándose, Tas lo cogió del brazo y fue en pos de Goldmoon tirando de él.

—Míralo de este modo —empezó Tas en tono tranquilizador mientras ayudaba al tambaleante gnomo a caminar—. Cuando empiecen la reconstrucción, acudirán a ti porque tienes el único mapa del laberinto.

—¡Es verdad! —exclamó Acertijo al reflexionar sobre ello. Su ánimo mejoró considerablemente—. Tienes toda la razón. —Se habría parado allí mismo, en ese instante, para sacar el mapa de su mochila, sin acordarse de que lo había dejado en la Ciudadela, pero Tas lo apremió argumentando que no tenían tiempo, que debían alcanzar a Goldmoon.

—Por cierto, ¿cómo es que vosotros dos habéis venido a parar aquí? —preguntó el kender a fin de distraer al gnomo y que no pensara en el laberinto de setos ardiendo.

Acertijo relató a Tas la triste historia del naufragio del
Indestructible,
de cómo Goldmoon y él habían sido arrojados a una playa desconocida y que no habían dejado de caminar desde entonces.

—No vas a creerlo —continuó Acertijo, bajando la voz hasta un susurro atemorizado—, ¡pero va en pos de los muertos!

—¿De verdad? Pues yo acabo de salir de un bosque lleno de fantasmas.

—¡Tú también, no! —El gnomo miró a Tas con gesto de asco.

—Bueno, tengo bastante experiencia con seres de ultratumba —contestó el kender con actitud despreocupada—. Guerreros esqueléticos, manos incorpóreas, espectros arrastrando cadenas... Ningún problema para un viajero consumado. Tengo la Cuchara Kender de Rechazo que me dio mi tío Saltatrampas. Si quieres verla...

Empezó a rebuscar en un bolsillo, pero se paró de repente al tocar los fragmentos del ingenio para viajar en el tiempo.

—Personalmente, creo que esa mujer está loca, trastornada, chiflada, desquiciada, ida, mochales. Vamos, que le falta un tornillo —sentenció Acertijo en tono bajo y solemne.

—Sí, sospecho que tienes razón —convino Tas, que miró a Goldmoon y suspiró—. Desde luego no actúa como la Goldmoon que conocí antaño.
Aquella
Goldmoon se alegraba de ver a un kender.
Aquella
Goldmoon no habría permitido que unos perversos hechiceros enviaran a un kender al pasado para que lo aplastara el pie de un gigante. —Tas dio unas palmaditas en el brazo a Acertijo—. Es muy amable por tu parte haberte quedado con ella, atento para que no le pase nada.

—He de ser sincero contigo. No lo habría hecho si no fuera por el dinero. Mira esto.

Tras echar una ojeada en derredor para asegurarse de que no había cortabolsas merodeando por allí, el gnomo sacó del fondo de la mochila una gran bolsa de dinero, llena a reventar. Tasslehoff expresó su admiración y alargó la mano para echarle una ojeada, pero Acertijo le propinó un manotazo en los nudillos y volvió a guardar la bolsa en la mochila.

—¡Y no la toques! —advirtió el gnomo, ceñudo.

—No me gusta el dinero —dijo Tas al tiempo que se frotaba los nudillos doloridos—. Pesa mucho, y ¿para qué sirve? Mira, tengo todas estas manzanas. Pues bien, nadie va a atizarme un golpe en la cabeza para quitármelas, pero si tuviese dinero para comprar manzanas, entonces sí me golpearían en la cabeza para robármelo, así que es mucho mejor tener las manzanas, ¿no te parece?

—¿Por qué hablas de manzanas? —gritó Acertijo, agitando las manos—. ¿Qué tienen que ver? O de cucharas, dicho sea de paso.

—Empezaste tú —replicó Tas. Conociendo a los gnomos y sabiendo lo excitables que eran, decidió actuar con educación y cambiar de tema—. En cualquier caso, ¿cómo habéis conseguido todo ese dinero?

—La gente se lo da a ella —contestó Acertijo, señalando más o menos hacia Goldmoon—. Allí donde vamos, la gente le da dinero o una cama para pasar la noche o comida o vino. La tratan con extraordinaria amabilidad. Y a mí también. Nadie había sido amable conmigo nunca —añadió, melancólico—. La gente siempre me dice cosas desagradables, estúpidas, como «¿Se supone que eso tiene que echar tanto humo?» o «¿Quién va a pagar los desperfectos?», pero cuando estoy con Goldmoon me dicen cosas agradables. Me dan comida y cerveza fría y una cama para dormir y dinero. Ella no quiere el dinero. Me lo entrega a mí, y yo lo guardo. —La expresión de Acertijo era feroz—. Las reparaciones del
Indestructible
van a costar un dineral. Creo que sólo estaba asegurado contra terceros, no por colisión...

Tas tenía la sensación de que el tema se estaba desviando a un terreno aburrido, así que lo interrumpió.

—Por cierto, ¿dónde vamos?

—Algo relacionado con los caballeros —contestó el gnomo—. Caballeros vivos, espero, aunque no apostaría nada. No te imaginas lo harto que estoy de oír hablar sobre gente muerta todo el tiempo.

—¡Caballeros! —gritó alegremente Tasslehoff—. ¡Yo he venido a lo mismo!

En ese momento, Goldmoon se detuvo, miró hacia una calle y luego hacia otra, y pareció que se había perdido. Tasslehoff dejó al gnomo, que seguía mascullando entre dientes algo sobre seguros, y se acercó presuroso a ella por si necesitaba ayuda.

Goldmoon no le hizo caso, sino que paró a una mujer que, a juzgar por el tabardo marcado con una rosa roja que vestía, era una Dama de Solamnia. La dama le dio indicaciones y después le preguntó qué hacía en Solanthus.

—Soy Goldmoon, una mística de la Ciudadela de la Luz —contestó, presentándose—. Espero que el Consejo de Caballeros acceda a recibirme.

—Yo soy lady Odila, Dama de la Rosa —se presentó a su vez la otra mujer, que inclinó la cabeza respetuosamente—. He oído hablar de Goldmoon de la Ciudadela de la Luz. Una mujer muy venerada. Debes de ser su hija.

La expresión de Goldmoon se tornó de repente muy cansada, como si hubiese oído lo mismo muchas veces.

—Sí, soy su hija —contestó con un suspiro.

Lady Odila volvió a hacer una reverencia.

—Bienvenida a Solanthus, hija de Goldmoon. El Consejo de Caballeros tiene muchos asuntos importantes que resolver, pero siempre recibe con agrado a uno de los místicos de la Ciudadela, sobre todo después de la terrible noticia que hemos recibido sobre el ataque.

—¿Qué ataque? —Goldmoon se quedó muy pálida, tanto que Tasslehoff le cogió la mano y se la apretó con afecto.

—Yo puedo contarte... —empezó Tas.

—Maldición, es un kender —dijo lady Odila en el mismo tono que habría utilizado para decir: «Maldición, es un trasgo gigante». La dama solámnica apartó la mano de Tas, y se interpuso entre Goldmoon y él—. No te preocupes, sanadora, yo me ocuparé de esto. ¡Guardia! ¡Otra de esas bestezuelas se ha colado en la ciudad! ¡Sacadlo...!

—¡Yo no soy una bestezuela! —manifestó el kender, indignado—. Estoy con Goldmoon... Es decir, con su hija. Soy amigo de su madre.

—Y yo su administrador de finanzas —intervino Acertijo, dándose muchos aires—. Si queréis contribuir con algunas monedas...

—¿Qué ataque? —demandó desesperadamente Goldmoon—. ¿Es eso cierto, Tas? ¿Cuándo ocurrió?

—Todo empezó cuando... ¡Disculpa, pero estoy hablando con Goldmoon! —gritó Tas mientras se retorcía entre las manos de un guardia.

—Por favor, suéltalo. Viene conmigo —abogó Goldmoon—. Asumo toda la responsabilidad.

El guardia parecía dudoso, pero no podía ir en contra de los deseos de uno de los reverenciados místicos de la Ciudadela. Miró a lady Odila, que se encogió de hombros y dijo en voz baja:

—No te preocupes. Me ocuparé de que se lo eche de la ciudad antes de que caiga la noche.

Tas, entretanto, relataba su historia.

—Todo empezó cuando fui a la habitación de Palin porque había decidido que debía ser noble y regresar a mi tiempo y dejar que el gigante me despachurrara, sólo que ahora he cambiado de idea, Goldmoon. Verás, lo pensé bien y...

—¡Tas! —instó Goldmoon a la par que lo sacudía—. ¡El ataque!

—Oh, sí, vale. Bueno, pues resulta que Palin y yo estábamos hablando sobre eso y entonces miré por la ventana y vi un gran dragón que volaba hacia la Ciudadela.

—¿Qué dragón? —Goldmoon se llevó la mano al corazón.

—Beryl. La misma que me echó la maldición —comentó Tas—. Lo sé porque se me puso el pelo de punta y empezó a darme escalofríos por todo el cuerpo, incluso en el estómago, como me pasa cada vez que la veo. Y a Palin también. Intentamos utilizar el ingenio de viajar en el tiempo para escapar, pero Palin lo rompió. Para entonces, Beryl había llegado con un montón de dragones más y de draconianos que saltaban desde el cielo, y la gente corría y gritaba. Igual que pasó en Tarsis, ¿lo recuerdas? ¿Cuando los Dragones Rojos nos atacaron y el edificio se me cayó encima y perdimos a Tanis y a Raistlin?

—¡Mi gente! —susurró Goldmoon medio ahogada, y se tambaleó—. ¿Qué les ha pasado a los míos?

—Sanadora, siéntate, por favor —dijo suavemente lady Odila mientras la sostenía entre los brazos y la conducía hasta un múrete bajo que rodeaba la camarina fuente.

—¿Es cierto todo eso? —preguntó Goldmoon a la dama solámnica.

—Lamento decir que, por extraño que parezca, la historia del kender es verdad. Recibimos un comunicado de nuestra guarnición destacada en Sancrist en el que informaban que la Ciudadela había sido atacada por Beryl y sus dragones. Causaron una gran destrucción, pero la mayoría de la gente pudo escapar sana y salva a las colinas.

—Gracias le sean dadas al Único —musitó Goldmoon.

—¿Cómo, sanadora? —preguntó lady Odila, perpleja—. ¿Qué has dicho?

—No estoy segura —balbuceó Goldmoon—.
¿Qué
he dicho?

—Dijiste: «Gracias le sean dadas al Único». No sabemos de ningún dios que haya vuelto a Krynn. —Lady Odila parecía intrigada—. ¿A qué te referías?

—Ojalá lo supiera —contestó quedamente Goldmoon, cuya mirada se tornó abstraída—. Ignoro por qué dije eso...

—Yo también escapé —exclamó en voz alta el kender—. Junto con Palin. Fue de lo más excitante. Palin arrojó trozos del ingenio de viajar en el tiempo a los draconianos y realizó algunos conjuros espectaculares. Corrimos hacia la Escalera de Plata en medio del humo del laberinto de setos incendiado...

Ante aquel nuevo recordatorio de que su Misión en la Vida se había reducido a cenizas, Acertijo empezó a gimotear y se sentó pesadamente al lado de Goldmoon.

—¡Y Dalamar nos salvó! —anunció Tas—. En cierto momento nos encontrábamos en la misma punta de la Escalera de Plata, y al siguiente, ¡puf!, estábamos en la Torre de la Alta Hechicería de Palanthas, sólo que ya no está allí. En Palanthas, me refiero. Sigue siendo una Torre de la Alta Hechicería...

—Pequeño mentiroso —dijo lady Odila, cuyo tono pareció casi respetuoso, de modo que Tas prefirió tomarlo como un cumplido.

—Gracias —contestó con modestia—, pero no lo estoy inventando. Encontramos realmente a Dalamar y la Torre. Por lo visto llevaba perdida mucho tiempo.

—Los abandoné y tuvieron que enfrentarse al dragón solos —musitaba Goldmoon, como enajenada, sin prestar atención a Tas—. Dejé a los míos solos ante el dragón, pero ¿qué podía hacer? Las voces de los muertos me llamaban... ¡Tenía que seguirlos!

—¿Has oído? —preguntó Acertijo a la dama solámnica mientras la azuzaba con el dedo en las costillas—. Fantasmas. Espectros. Con ésos es con los que habla, ¿sabes? Loca. Está ida. —Hizo sonar la bolsa del dinero—. Si quieres hacer un donativo... Es deducible de impuestos.

Lady Odila los miraba como si todos fuesen candidatos adecuados para un donativo, pero al advertir la fatiga y la angustia de Goldmoon la expresión de la dama solámnica se suavizó. Rodeó con un brazo los hombros de la mujer.

—Has sufrido una conmoción, sanadora. Al parecer has hecho un largo viaje, y en extraña compañía. Ven conmigo. Te llevaré ante el Maestro de la Estrella, Mikelis.

—¡Sí, lo conozco! Aunque —añadió Goldmoon con un profundo suspiro—, él no me reconocerá.

Lady Odila se incorporó para llevarse a Goldmoon de allí. Tas y Acertijo hicieron otro tanto y las siguieron de cerca. Al oír las pisadas, la dama solámnica se volvió. Tenía esa expresión que adoptan los caballeros cuando están a punto de llamar a la guardia de la ciudad para que se lleve a alguien a la cárcel. Suponiendo que ese alguien podía ser él, Tasslehoff discurrió rápidamente.

—Por cierto, lady Odila, ¿conoces a un caballero llamado Gerard Uth Mondor? Es que lo estoy buscando.

La dama solámnica, que de hecho estaba a punto de llamar a la guardia, cerró la boca y lo miró de hito en hito.

—¿Qué has dicho? —preguntó.

—Que si conoces a Gerard Uth Mondor —repitió Tas.

—Quizá. Perdona un momento, sanadora, esto no me llevará mucho tiempo. —Lady Odila se puso en cuclillas delante del kender para mirarlo a los ojos—. Descríbemelo.

—Tiene el cabello como los molletes de maíz de Tika y una cara que parece fea al principio, hasta que lo conoces, y entonces, por alguna razón, ya no te parece fea en absoluto, sobre todo después de haberme rescatado de los caballeros negros. Sus ojos son...

—Azules como las flores del aciano —se adelantó lady Odila—. Harina de maíz y flores de aciano. Sí, eso lo describe bien. ¿Cómo es que lo conoces?

Other books

Roused (Moon Claimed) by Roux, Lilou
The Bottom Line by Emma Savage
Stealing Trinity by Ward Larsen
The Throne of Bones by Brian McNaughton
The Difficulty of Being by Jean Cocteau
Rebel's Tag by K. L. Denman
Virgin River by Richard S. Wheeler