—Hola —dijo con voz áspera el cardenal—, la situación aquí está complicada, hay una corriente de pánico y confusión general. ¿Cómo está el arqueólogo?
—¿Qué ha sucedido? —Viktor Sopenski estaba fuera de información debajo de aquella habitación mohosa.
—Ha habido varios sismos y terremotos en una línea tectónica que abarca varios países. Hay miedo colectivo. ¿Qué ha pasado con el arqueólogo? —repitió ansioso—. ¿Ha confesado? —la voz del cardenal Tous sonaba muy tensa e impaciente—. He tratado de llamar a El Búho, pero no contesta. ¿Sabes algo de él? ¿Está ahí con ustedes?
Sopenski estaba abochornado por el arqueólogo, ya que en todos sus años de policía nunca se había encontrado con alguien a quien no pudiera hacerlo confesar.
—No. El Búho no está y el arqueólogo es duro como una roca, le hemos hecho de todo, pero no ha dicho ni una palabra más, sólo habla en griego, como si estuviera en trance. Se encuentra medio muerto.
Tous se encolerizó.
—¡No! ¡No pueden matarlo todavía! Escúchame con atención, les diré lo que haremos. Tendrás que movilizar nuestros contactos de Inglaterra y hallar a la hija de Vangelis de una vez por todas, ella vive en Londres. Ve a buscarla —dijo intentando dar un golpe más certero.
Sopenski asintió del otro lado de la línea.
—Muy bien, lo haré.
—Deberás darte prisa, tienes dos días para encontrarla.
—Délo por hecho —se jactó Sopenski obediente.
—Eso espero. Al encontrar a su hija tendremos con seguridad todo lo que queremos de él.
Tous estaba convencido de que ésta era la única vía para lograr que el arqueólogo le entregara lo que necesitaba.
Eduard Cassas golpeó la puerta del camarote donde estaban reunidos Alexia y Adán.
—Estamos por llegar a Santorini. El piloto me ha dicho que falta menos de media hora.
Aunque Grecia era un país acostumbrado a los terremotos, en aquel momento las tranquilas aguas del Egeo eran ajenas a los movimientos terrestres que habían tenido lugar en otros países. Eran casi las cinco de la tarde y todo estaba normal: aguas trasparentes y calmas, el cielo despejado sin nubes y un Sol radiante.
—De acuerdo —dijo Alexia.
—¿Has podido recordar algo que mi padre te haya dicho o que haya hecho?
Eduard negó con la cabeza.
—Estoy realmente preocupada por él. No he conseguido descubrir nada sobre la supuesta bitácora que me tendría que haber dejado en caso de peligro.
Eduard miró a Adán, que estaba en un rincón del camarote, pensativo.
—¿Entonces qué vamos a hacer? —la voz de Eduard sonaba débil.
—Revisaremos el laboratorio de mi padre y llamaré a aquel amigo que le envió la caja desde Londres —dijo, refiriéndose a Krüger.
—Yo tendré que conseguir un teléfono móvil nuevo.
Alexia se giró para ver por las escotillas la costa de la isla. Habían sido muchos los veranos que había pasado allí con su padre.
—¿Qué piensas Adán? Estas muy callado.
—Estoy reflexionando.
—¿Sobre qué?
Adán se giró y le dirigió una mirada de inquietud.
—Sabemos que las civilizaciones antiguas, como los mayas, los egipcios, los hindúes, sumerios, atlantes, indios americanos, chinos y por supuesto nuestros antepasados griegos rendían tributo al Sol, mediante rituales, y se dedicaban a observarlo, pues aspiraban a la armonía con él.
Alexia no sabía donde quería llegar.
—He podido ver que en el archivo que tu padre habla del "Quinto Sol", que las profecías de los mayas dicen que será el último de esta era.
Eduard se sentó en una silla, a la distancia, y los escuchaba atentamente.
—En la Biblia también se menciona algo coincidente en el Libro de las Revelaciones.
—¿Qué es lo que dice? —preguntó Alexia, mostrándose interesada.
—Si no me equivoco, creo que palabras más, palabras menos, dice y la tierra engalanada con su mejor vestido de luz será elevada y verá otro Sol.
—¿Piensas que éste será el último Sol? ¿Qué tiene que ver con eso? Es imposible. ¿Piensas que en diciembre el Sol se apagará? Los científicos han dicho que se apagará un día, pero para eso faltan miles de millones de años.
—Las profecías mayas no son superchería —replicó Adán—. Ellos fueron grandes matemáticos y calcularon que cada aproximadamente unos 12,800 años el Sol, la Tierra y el clima experimentan cambios, y que cada 25,625 años se produce una rotación estelar.
—Correcto —dijo Alexia, asintiendo con la cabeza.
—Por alguna razón, los profetas antiguos o seres que no conocemos ordenaron a los mayas, en el auge de su brillante civilización, abandonar sus ciudades, dejando atrás palacios, observatorios astronómicos, arte de gran valor, monumentos arquitectónicos especiales. Desaparecieron sin más.
Eduard, que se encontraba en el otro rincón del camarote, se aproximó interesado.
—¿Desaparecieron? —preguntó el catalán. Su VOZ mostraba sorpresa y escepticismo—. A algún lado tienen que haber ido, ¿no?
Adán negó con la cabeza.
—No dejaron rastro. Uno no se va porque sí ni deja algo de gran valor, si no lo cambia por algo mejor. El calendario maya finaliza justo este año —afirmó Adán.
—No logro entender la relación.
—Son señales, Alexia. Nuestros padres estudiaron en profundidad los códices mayas y los símbolos atlantes. Que el Sol se haya puesto rojo por su actividad inusual, que haya habido cambios climáticos y que se hayan cumplido las seis profecías anteriores puede indicarnos que estamos frente a una gran mutación no sólo en nuestro planeta sino en todo nuestro sistema solar.
—¿Y a nosotros en qué nos afectará? —Eduard preguntó frunciendo el ceño.
—Me parece significativo que los mayas antiguos, un pueblo que desapareció sin dejar rastro, en el que sus maestros y científicos estaban a la altura de los científicos más brillantes, pudieran predecir lo que sucedería en el futuro sin más medios que la mente y sus observatorios. Lo más importante es que, según ellos, desde el centro de la galaxia cada 5,125 años surge un rayo sincronizador que armoniza y eleva la frecuencia del Sol y a todos los planetas de nuestro sistema con una poderosa energía cósmica.
Los ojos de Eduard brillaron cada vez con mayor interés.
Adán se puso de pie para continuar.
—En la rotación completa del sistema solar en la galaxia, los mayas hacían una división del ciclo completo de 25,625 años —buscó su estilográfica Parker del bolsillo de su chaqueta colgada en una percha y dibujó un óvalo sobre un papel, dividiéndolo en la mitad—. Formamos una elipse en dos, lo cual nos da dos periodos o fracciones cada una de 12,812 años, llamando a la fracción de "arriba", más cercana al centro de la galaxia, "día", y a la parte de abajo, más alejada del centro, "noche".
—Como si cada ciclo fuera un latido del corazón de La Fuente, o una inhalación en la respiración; lo que a nosotros nos lleva una centésima de segundo en generar un sístole y un diástole de nuestro corazón humano, a la galaxia le lleva más tiempo.
Alexia vio atentamente aquel dibujo con aquella elipse universal como un óvalo cósmico y en la zona alta el Sol central del cosmos.
—Continúa con tu explicación —pidió Alexia.
—A su vez, estas dos divisiones se parten en cinco periodos de 5,125 años: mañana, mediodía, tarde, atardecer y noche —Adán le zanjó al dibujo cinco periodos y les mostró el gráfico. Según los mayas, justamente en nuestro año, estamos dejando atrás el periodo que representa la "noche" e ingresando en la "mañana galáctica". Éste es justo el momento cuando la Tierra y el sistema solar es marcado por el rayo sincronizador desde el centro del cosmos.
—¿Y qué tiene que ver esto con nosotros? —preguntó tímidamente Eduard, que miraba aquel dibujo con suspicacia.
—Mucho, Eduard. Si ahora estamos por ingresar en este nuevo periodo, quiere decir que dejaremos atrás una era de dolor, guerras, caos, confusión y odio, lo que ellos llamaron "la noche", la etapa oscura de 5,125 años que hemos pasado.
—Sigue —le pidió Alexia interesada.
—En el año 1998, si mal no recuerdo, la NASA descubrió que desde el centro de la galaxia, grandes cantidades de energía comenzaron a llegar a nuestro sistema solar.
—Parece una coincidencia —dijo Eduard.
—No es coincidencia, es un fenómeno exacto. Incluso en la tradición hindú se le llama la era de Kali, un periodo de oscuridad y destrucción en la civilización. Y de acuerdo con ellos, estamos completando este ciclo para entrar en uno nuevo.
—Algo así como muerte y renacimiento o como destrucción y creación —dijo Alexia.
Adán asintió, estaba sintiendo mayor entusiasmo, buscaba claridad.
—Según los científicos, en 1994 las líneas magnéticas terrestres sufrieron disturbios, lo cual ocasionó que muchas ballenas encallaran y los pájaros que migraban se desorientaran.
—E incluso —completó Alexia— recuerdo la noticia de que en los aeropuertos debieron cambiar y reimprimirse los mapas, ya que los aviones debieron aterrizar manualmente.
—Exacto. Además —agregó Adán, con sus ojos llenos de brillo—, en 1996, el satélite enviado a estudiar el Sol descubrió que nuestra estrella ya no tenía polo norte ni sur, se había convertido en un sólo campo magnético.
—Tienes razón —afirmó Alexia—, nosotros estudiamos que en el mismo año se produjo un fuerte movimiento magnético que ocasionó que el Polo Sur se moviera 17° de su posición en un sólo día.
—¿Y qué hay con todo eso? —preguntó Eduard, que no lograba entender nada.
—Que estamos frente a un cambio de gran magnitud y que el Sol, como ser vivo, igual que la Tierra y los planetas, está a punto de.
—Evolucionar —completó Alexia.
Adán asintió lentamente, pensativo.
—Creo que la Tierra se está preparando para un acontecimiento único.
—¿Ah sí? ¿Cuál es? —preguntó Eduard, pasmado.
Alexia, recordando datos, empezó su explicación.
—En el año 1997 hubo grandes tormentas solares, fuerzas magnéticas que incluso destruyeron satélites que orbitaban la Tierra. Y algo importante: la Tierra aceleró su frecuencia de vibración Schumann. Pasó de 7.8 hertz en 1997 a casi 12 hertz, en 1999. Si la frecuencia de resonancia alcanza los 13 ciclos, estaríamos en el campo magnético del punto cero. Lo que sucedería, de ser así, es que la Tierra se detendría y en dos o tres días comenzaría a girar nuevamente en la dirección opuesta. Esto produciría una reversión en los campos magnéticos alrededor de la Tierra. El Punto Cero también llamado el Cambio de las Edades ha sido predicho por los indios Hopi, chamanes, sabios; durante miles de años, han habido muchos cambios, incluyendo el que siempre ocurre cada 13,000 años, la mitad de los 26,000 años de la procesión del equinoccio.
—Esto también coincide numéricamente con el fin del calendario maya: 13.0.0.0.0 —agregó Adán.
—¿Vibración Schumann? —preguntó Eduard aturdido. Era la primera vez que escuchaba aquello.
—Sí —afirmó Alexia—, estas ondas resonantes conocidas como Schumann vibran en la misma frecuencia que las ondas cerebrales de los seres humanos y de todos los mamíferos en general, es decir 7.8 hertz o ciclos por segundo. Mi padre me dijo que siempre ha sido un secreto de las grandes potencias mundiales como el caso de Suiza, Austria y Alemania que han estado experimentando con estas ondas resonantes, muy reservadamente, y creando nuevos proyectos sofisticados. La generación electrónica de estas ondas constituye una de las armas militares más peligrosas del futuro, ya que por medio de su creación artificial y a la vez exacta, dicha resonancia podría interferir en los procesos psíquicos de los enemigos. La NASA también ha estudiado estas ondas con los astronautas.
—¿Pueden crear ondas Schumann artificialmente? —quiso saber el catalán.
—Exacto. A través de muchas mediciones, se pudo determinar científicamente que el valor exacto de la frecuencia del hipotálamo no era de 10, sino de 7.8 hertz; es la única frecuencia similar en todos los mamíferos, incluido el hombre. Mientras el ritmo Alfa varía de una persona a otra, y es aproximadamente de 7 a 14 hertz, la frecuencia de 7.8 hertz es una constante normal biológica, funciona como un marcapasos para nuestro organismo. Sin esa frecuencia la vida no sería posible. Esta frecuencia es la misma que la de la Tierra y si fuera de otro modo, todos explotaríamos, literalmente.
Adán miraba a Alexia con admiración.
—Se comprobó en la NASA que los primeros astronautas regresaban de su misión espacial con muy serios problemas de salud. Al estar volando fuera de la ionosfera les faltaba la pulsación de esa frecuencia vital de 7.8 hertz. Mas tarde, este problema fue resuelto mediante generadores de ondas Schumann artificiales. Esto es pura ciencia.
Eduard no salía de su asombro.
—¿Estás insinuando que el cambio planetario traerá un cambio en nuestra bioquímica, en nuestra mente, en…?
—¡En nuestros átomos! —añadió Alexia con fervor—. Ya sabes que los elementos básicos que componen todas las cosas son los átomos, y ellos están formados por electrones, protones y neutrones, que se encuentran juntos; estos dos últimos forman el núcleo. Los electrones giran alrededor de ese núcleo igual que la Tierra gira alrededor del Sol. De esa manera, los átomos vibran, y empujan a los átomos vecinos para que también vibren. La cuestión es que los átomos forman moléculas, que generan células, que forman órganos, que nos forman a todos nosotros. Como están tan juntas, al vibrar los átomos, vibran las moléculas, células y órganos. Todos vibramos a una determinada frecuencia. A la transmisión de frecuencias se le llama resonancia.