El Secreto de Adán (22 page)

Read El Secreto de Adán Online

Authors: Guillermo Ferrara

Tags: #Aventuras, Histórico, Intriga

BOOK: El Secreto de Adán
8.46Mb size Format: txt, pdf, ePub

Eduard estaba más confuso aún. Su mente giraba aturdida con aquellas palabras.

"¿Interior y exterior, arriba y abajo, macho y hembra?"

—¿Y el pecado? —preguntó el catalán, visiblemente molesto—, ¿dónde queda?

Adán inhaló profundamente.

—¿Sabes lo que significa etimológicamente la palabra pecado?

Eduard negó con la cabeza.

—Búscalo en el diccionario. Significa, "errar el tiro."

—¿Errar el tiro? —preguntó sorprendido.

Adán asintió lentamente.

Alexia lo miraba atenta, analizando cada palabra.

—Sí. Al tiro o al lanzamiento al cual se refieren es a la eyaculación. En vez de disparar hacia abajo, fuera del cuerpo, supuestamente debemos disparar hacia arriba.

—¿Te refieres a la eyaculación de la energía sexual?

—Sí. La idea sería que no malgastes tu energía sacándola fuera de tu cuerpo porque es la que produce la transformación de todos los sistemas, sobre todo el energético. Para los antiguos, la palabra pecado significó cuidar la energía, no dispararla en algo que no crecerá. Luego la palabra pecado adquirió connotaciones moralistas y eso sepultó la enseñanza original.

—Yo no veo nada de malo en eyacular.

Adán pensó que ese hombre no entendía nada.

—Bueno, de acuerdo con esta ciencia tántrica, significa ni más ni menos que la pérdida de la conciencia sagrada y la consecuente lucha feroz entre los egos, ¿te parece poco?

Sintiendo admiración por él, Alexia estaba entendiendo por qué su padre podría haberlo mandado a llamar.

Eduard estaba inmóvil y abatido por aquellas explicaciones.

Adán dio tres pasos hacia la amplia ventana.

—Además la iglesia hizo todo lo posible para ocultar y censurar los años ocultos de Jesús. Y también cambió la vestimenta.

—¿Cambiaron la vestimenta? ¿Qué quieres decir? —Eduard no salía de su asombro.

—Sí. Antiguamente la gente se vestía con túnicas.

Eduard se encogió de hombros.

—¿Y con eso qué?

—Luego, al aparecer, el pantalón, pasó a simbolizar "lo de abajo"; y la camisa, "lo de arriba". Corta justo por la mitad al ser humano en la zona sacra. Necesitaban poner todo tipo de divisiones entre el hombre y el sexo.

—No pensarás que la iglesia hizo eso adrede —ironizó Eduard.

Adán le dirigió una mirada pícara a Alexia.

—Entre otras cosas. La iglesia tuvo que ocultar y demonizar todo lo sexual porque lo sexual, correctamente dirigido, llevaba al individuo al estado paradisiaco. Un estado de conciencia expandida.

—Quieres decir que el Paraíso de la Biblia, el Jardín del Edén, ¿era un estado de conciencia?

—Así es. En Oriente le llaman iluminación.

Eduard estaba lleno de inquietud al escuchar aquellas palabras.

Adán había tenido en un par de ocasiones un leve atisbo de aquel estado aunque en mucha menor escala, ya que al meditar, varias veces había salido de su cuerpo para sentirse como si tuviera una mirada de águila.

Alexia observaba a Adán con atención, la misma que ponía cuando era una chiquilla.

Ahora trataba de ensamblar todo aquello en su mente.

—Me cuesta digerir que la iglesia haya podido hacer algo así —dijo Eduard, con una expresión de víctima en su rostro.

—Y muchas cosas más Eduard, recuerda que cada vez que vas a una misa le hacen golpear a la gente el pecho tres veces y proclamar una dañina afirmación: "por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa".

—¿Eso es malo?

—El
chakra
del corazón, el centro del amor —Adán se señaló el pecho— se cierra y entonces, al sentirte culpable, no puedes amar. Es otra forma de maniatar a la gente. La fórmula es que si te sientes culpable no ames, ni goces, ni seas feliz; así entonces necesitarás ayuda espiritual. Y ya sabes dónde querrán que la pidas —dijo, acentuando las últimas palabras cargadas de ironía.

Alexia intervino en la conversación.

—Adán, volvamos al mapa —le dijo ella—, nos quedan Adán y Eva. ¿Dónde encajan? ¿Qué significan?

—La Biblia dice que Jehová fue quien los creó a su imagen y semejanza. Etimológicamente Je significa lo masculino; y hova, que luego se convirtió en "heva" significa el principio femenino.

Eduard se quedó en silencio, mirando el extraño dibujo en esa especie de mapa. Buscaba algún fallo en aquella hipótesis.

—En el mapa falta descifrar el símbolo del ADN, ¿verdad?

Adán observó las hélices entremezcladas.

—Sí, supuestamente la sexualidad antiguamente se usaba para potenciar el código genético de quien lograba subir la serpiente de energía sexual hacia arriba y no caer en pecado, no dispararla fuera del cuerpo sino hacia el área coronaria. Así producirían la unión consciente del microcosmos del hombre con el macrocosmos. Pero sólo los iniciados que usaban la alquimia energética lo conseguían.

Adán recordó los libros que leyó sobre tantrismo y también los de alquimia de Carl Jung.

—¿Y qué papel tenían las mujeres en esta ceremonia sexual? —preguntó Alexia intrigada.

—La mujer es la iniciadora, el poder de la vida, el cáliz de donde sale el poder. La mujer es la fuente y en ella está la contraparte de la electricidad masculina, ella es el magnetismo femenino. De allí se genera la corriente electromagnética del sexo, la atracción constante, la unión de los opuestos. Incluso el triángulo invertido de los vellos de su pubis también representa el principio femenino. La mujer es magnética y el hombre es eléctrico.

—Dime una cosa —Alexia tenía una sonrisa en el rostro y le brillaban los ojos—. A ver si entendí bien: la energía sexual elevada potenciaría todos los aspectos latentes del ADN del cuerpo de la mujer y del hombre que realicen esta práctica, ¿verdad? Y la iglesia hizo todo lo posible para detener el crecimiento y activación del ADN por muchos medios, incluso la obsesiva represión sexual, ¿no es cierto?

Adán la miró desconcertado.

—¿Adónde quieres llegar?

—Tú hablas varios idiomas, incluso español también, ¿verdad?

Adán asintió.

—Tu homónimo, el supuesto primer hombre, en castellano, se llama igual que tú: Adán.

—Sí.

Ella mostró una sonrisa enigmática.

—Adán, hazme el favor de quitarle la segunda "a", a tu nombre.

El sexólogo se quedó inmóvil.

—¡ADN!

Alexia afirmó con su cabeza y una sonrisa hizo brillar su rostro.

—¡Debemos llamar a Krüger! —dijo Alexia al momento que salía del salón en busca de su teléfono.

32

El cardenal Tous había presionado a Viktor Sopenski para que jugara su carta más importante. Si conseguía dar con la hija del arqueólogo, le pagaría cincuenta mil euros. Eso le había despertado la ambición aún más al corrupto policía. "Te encontraré dondequiera que te escondas."

Sopenski no creía en ninguna profecía, para él el mundo giraba y giraba sin más y seguiría existiendo hasta que él muriera de viejo algún día, pero aquello lo veía muy lejano en el tiempo. Viktor Sopenski no era un hombre creyente ni espiritual, su mayor preocupación era imponer su propia autoridad, eso le reforzaba la autoestima, le daba un lugar en el mundo. Se saboreaba pensando qué haría con la recompensa prometida.

Estaba impaciente en el hall del aeropuerto. Viajar hacia Londres le llenaba de coraje. A pesar de que sabía que la ciudad estaba tensa frente a la posibilidad de que también allí se produjera un terremoto, la preocupación generalizada de las autoridades británicas se centraba en la organización de los Juegos Olímpicos.

El capitán Viktor Sopenski tenía pensado, una vez que llegara a la capital británica, ir directamente a la casa de Alexia; entraría a una hora en que ella no estuviera, la esperaría sigiloso y, como un cuervo hambriento, tomaría a su víctima. De lo que estaba indeciso era de su
modus operandi
.

Había apurado su café y caminaba ansioso de un lado a otro en el aeropuerto de Atenas. La gente se desplazaba por los amplios pasillos e iba y venía para coger sus vuelos, esperar a sus amigos o abordar taxis. Sólo faltaba media hora para embarcarse en el avión rumbo a Londres.

33

Eduard sentía una profunda incredulidad pero igual quería enterarse de todo lo que hablaban.

—¿Dicen que el primer Adán no es más que la abreviatura simbólica del ADN? —les preguntó, su mente daba vueltas como la rueda de una bicicleta.

—Puede ser —respondió Adán—. Los atlantes, egipcios, hindúes, mayas y varias corrientes religiosas y espirituales practicaron la sexualidad sagrada; sabían el enorme poder que ejercía ésta para potenciar al ADN. De allí tenían grandes dones matemáticos, científicos, astronómicos, espirituales y místicos. En la Grecia antigua incluso existían los llamados "
ómnibus a Hieros Gamos
", los rituales sexuales colectivos para despertar la energía en las festividades de Dionisio. Aunque ésas eran las postrimerías de tales enseñanzas. Las antiguas culturas eran sabias porque tenían contacto con el universo y sabían que el sexo era una fuente de vida y expansión de la conciencia sin connotaciones lujuriosas, represoras o morbosas.

—Luego todo comenzó a deteriorarse, degradarse y tergiversarse en la época del Imperio Romano. Y ha venido decayendo en la confusión, la represión o el libertinaje de nuestros días.

—Entonces, ¿cómo se recuperaría aquello? —intervino Alexia.

Antes de contestar, Adán tomó el mapa.

—Un antiguo aforismo tántrico dice: "
Con el mismo pie que te caes, te vuelves a levantar
". O sea que si caes con el sexo, te tienes que levantar con el sexo. Este mapa con los símbolos representaría un camino sexual ancestral para potenciar el ADN.

Alexia regresó al salón con su Blackberry en la mano y le preguntó a Eduard por la agenda de su padre.

—¿Sabes dónde está el directorio personal de mi padre? Tenemos que llamar a Krüger.

Eduard le dio la agenda de contactos. Rápidamente Alexia buscó la K en el orden alfabético. Kristos Vassilis; Kristopoulos Kostas; Krugüer Stefan.

—¡Aquí está! —exclamó Alexia con ímpetu.

Adán y Eduard se acercaron a ella.

Ella tecleó el número de Krüger.

—Tenemos suerte —dijo, mientras esperaba el contacto—, en Londres es más temprano, una hora menos que aquí.

Adán asintió a su lado. Marcó y al cabo de unos segundos se escuchó una voz masculina del otro lado.

—Hola.

—¿Señor Krüger?

—Soy yo. ¿Quién habla?

—Soy Alexia Vangelis, la hija de Aquiles. Espero que me recuerde. Estuvimos juntos hace tiempo en una conferencia de mi padre organizada por su laboratorio en Londres.

El hombre hizo una pausa.

—¡Alexia! —respondió con alegría—. ¿Cómo estás?

—No muy bien, señor Krüger, mi padre. —Alexia se aclaró la garganta—, sé que mi padre ha estado con usted hace dos meses en Londres, ¿no es cierto?

—Sí, efectivamente, hemos estado reunidos.

—Estoy al corriente de que él ha hallado algo muy importante, no se qué es exactamente. Pero mi padre ha desparecido. Estoy segura de que lo han secuestrado.

—¿Cómo? No puedo creerlo, estoy muy sorprendido —Krüger cambió el tono de voz—. ¿Quién fue?

—No lo sé, alguien a quien no le conviene que mi padre revele su conocimiento. Mire, necesito hablar con usted. Supongo que mi padre le habrá dicho algo sobre su descubrimiento. Sólo tengo unas pocas pistas. Ahora me encuentro buscando cosas en su laboratorio, por lo que le agradecería que me explicase, por favor.

Krüger hizo una pausa. Un silencio que pareció durar siglos. El doctor necesitaba digerir lo que acababa de escuchar. Que Aquiles Vangelis estuviese secuestrado era un gran problema. Además también podía involucrarlo a él.

—Tendríamos que hablarlo personalmente —respondió al fin un tanto desconfiado—. Es un tema muy delicado para comentarlo por teléfono.

—Es que es urgente. No he tenido ninguna señal de vida de mi padre, no me han pedido rescate ni nada. Estoy desesperada —su voz mostraba fatiga y dolor emocional.

—Lo mejor es que vengas. Lo discutiremos —la mente del científico estaba confusa.

—¿Ir a Londres? —Alexia estaba cansada, su voz se le quebraba—. Yo sólo quiero encontrar a mi padre —los ojos se le llenaron de lágrimas, la garganta se le hizo un nudo—. Dígame por favor su dirección, yo iré a verlo sin falta.

Adán cogió un papel de la mesa del arqueólogo y le ofreció su estilográfica para que escribiera. Alexia se despidió prometiendo verlo al día siguiente.

34

Stewart Washington hablaba sobre el plan secreto en su reunión con los doce miembros más poderosos del mundo.

—No podemos hacer eso deliberadamente —había rebatido Patrick Jackson frente a su propuesta.

—¿Y qué piensa hacer? —la voz de Washington estaba seca y ronca—. ¿Dejaremos que la energía de la alineación planetaria eche a perder nuestro trabajo? ¿Se dan cuenta de lo que eso significaría? Es lo más grave que nos ha sucedido hasta ahora.

Los miembros de inteligencia de la organización sabían que el cerebro afectaba al ADN. De sobra conocían que el cerebro, en su máxima expresión potencial, podía procesar una información alrededor de unos 400,000,000 de bites, mientras que en la actualidad el cerebro del
homo sapiens
común y corriente procesaba y tomaba conciencia de sólo unos 2,000. Además, si esa energía del Sol y el centro de la galaxia cambiaba las frecuencias de vibración Schumann de la Tierra, afectaría enormemente el cerebro, el ADN y la percepción de los seres humanos. De pasar eso, habría dos caminos: literalmente los podía volver locos o bien volverlos dioses.

—Busquemos otra estrategia —pidió Jackson, mirando a los demás miembros en la mesa de roble—. No creo que la activación del plan sea la decisión más acertada.

Los asistentes de aquel
master meeting
se hallaban dispuestos a tomar una gran decisión, aunque estaban acostumbrados a ejercer su inteligencia y sus estrategias hacia cosas más tangibles. Ahora necesitaban desarrollar su estrategia "suprema".

—Pues si hay otra solución, le agradecería que nos la dijera —murmuró Washington.

El Cerebro estaba acostumbrado a elaborar la mayor cantidad de planes encubiertos desde sus días al lado del ex presidente Nixon y por ello era tan respetado.

Jackson dejó las carpetas que tenía en la mano sobre la mesa ovalada y se puso de pie. Se sentía inspirado.

Other books

The Internet of Us by Michael P. Lynch
Southern Charmed Billionaire by Frasier, Kristin, Bentley, Bella
Friends by Stephen Dixon
The Magician's Bird by Emily Fairlie
The Most Wicked Of Sins by Caskie, Kathryn
Red and Her Wolf by Marie Hall
Unhooked by Lisa Maxwell
A Bear of a Reputation by Ivy Sinclair