Su rostro se puso rojo. Comenzó a sudar frío. Llamó a toda prisa a información turística para consultar los vuelos y traslados de ferry para ese día.
—¡Hija de puta! —gritó en VOZ alta—. ¡Tiene un ferry en treinta minutos!
No podía arriesgarse llamándola por teléfono. Si la perdía, Tous se pondría furioso y él perdería la gran carta que se jugaba al ser quien la capturara. Recogió la pistola que tenía oculta detrás de un armario, la agenda del arqueólogo y, ciego de ira, salió a toda velocidad hacia el puerto.
Pasado el mediodía, cuando Adán aterrizó en Londres, se acercó a un kiosco del aeropuerto y pudo leer los titulares en los principales periódicos.
"La Tierra se desmorona." "Incomprensible cadena de Terremotos." "El Sol ha dejado su marca en nuestro planeta." "Reunión cumbre de los países en la ONU." "El gobierno británico pide calma ante los inminentes Juegos Olímpicos."
Los titulares eran alarmantes. Casi un tercio del planeta había tenido sismos y terremotos. Las placas tectónicas de América del Norte y Oceanía se habían movilizado. Aunque había una corriente de miedo generalizado, el ser humano se había vuelto tan insensible que todo parecía normal. Desde hacía varios años habían sucedido toda clase de catástrofes y desarreglos climáticos, aunque nunca con tal intensidad como en ese momento.
"Si Aquiles encontró una forma para regenerar el ADN o algo sobre el origen del primer hombre, ¿cuál sería el siguiente paso? ¿Qué debería hacer? ¿Qué tenía que ver aquello con el sexo y las profecías mayas?"
Pensó en ese mapa con la representación de Adán y Eva, esos símbolos. Se arrepintió de haberlo dejado en la cartera de Alexia. Su mente estaba aprisionada, parecía que enormes altavoces repetían sus pensamientos y generaban fuertes ecos retumbando en su cabeza. Pensó que el arqueólogo, como mucha gente, no medía las consecuencias cuando era sorprendido por una enorme ola de arrebato y felicidad. "Debió protegerse si su descubrimiento es tan valioso."
Salió del aeropuerto, abordó un taxi y se dirigió al instituto del científico alemán. Había demasiado tránsito en varias calles de la capital inglesa, por lo que el chofer se vio obligado a hacer un trayecto un poco más largo.
—Por favor, tengo prisa.
El taxista esquivó un par de coches que estaban a su lado, maniobró peligrosamente en un par de esquinas hasta que consiguió una ruta más despejada hacia el centro de Londres. En la radio sonaba cadenciosamente
Stayin' Alive
, el inmortal
hit
de los Bee Gees. Adán pensó que él mismo estaba "manteniéndose vivo" en medio de aquella confusa situación planetaria.
Pasaron frente al Museo Británico y Adán suspiró. Sabía que allí dentro había frescos y frisos que le habían sido arrebatados a Grecia hacía muchos años de las entrañas del Partenón. Ciudadanos griegos a menudo hacían manifestaciones para que devolvieran las obras al nuevo museo de Atenas. A los pocos minutos atravesaron el pulcro y sobrio barrio londinense de Belgravia con sus casas lujosas y elegantes mansiones estilo victoriano.
Al cabo de unos minutos el coche se detuvo en una esquina.
—Le conviene bajarse aquí y caminar hacia la derecha. El sitio que busca está allí detrás —señaló el taxista hacia un edificio con forma de cúpula.
Adán caminó por una calle donde había sólo un par de jóvenes con extraños peinados y los brazos tatuados. Fumaban sobre una de las bancas de la plaza.
Se alejó unos cincuenta metros más en dirección del instituto de Krüger. Al llegar subió una docena de escalones blancos y tocó el timbre a la derecha de la puerta de madera. No tuvo que esperar mucho para ser atendido.
—Buenos días —le abrió la puerta una joven negra, muy elegante y atlética, de unos treinta años, ojos vivaces, el cabello con rizos que formaban una espectacular melena afro color castaño, también llevaba un
piercing
en la nariz que le daba un aspecto sensual.
—Busco al doctor Stefan Krüger.
—¿Su nombre? —la voz de la bella mujer tenía el clásico acento británico.
—Soy Adán Roussos, tengo una reunión con él, hablé por teléfono y.
—Adelante —dijo desde el interior una VOZ masculina. Era un hombre alto, como de un metro noventa, de unos cincuenta y cinco años, bien afeitado, el pelo blanco y abundante, su contextura física era la de un hombre fuerte—. Soy Stefan Krüger —le dijo estrechándole fuertemente la mano.
Krüger le dedicó una sonrisa a la joven.
—Gracias, Kate, yo me encargo.
La joven se marchó, alejándose hacia el final de un largo pasillo que replicaba el eco de sus tacones. Tenía un cuerpo atlético.
—Pase, señor Roussos. Vamos a mi despacho.
Las paredes estaban decoradas con diversos cuadros de niños jugando, otros eran del sistema solar, había algunas imágenes de las hélices del ADN, pinturas con árboles y paisajes, todo se veía muy pulcro y ordenado. Entraron a un despacho que olía a nardos y lavanda.
—Me quedé muy preocupado por su llamada de ayer —Krüger se acercó a un pequeño refrigerador para sacar un par de botellas de jugo.
—Todos lo estamos —respondió Adán, rápidamente—. Aquiles nos llamó a Alexia y a mí para decirnos que había descubierto algo respecto a los atlantes, algo relacionado con la sexualidad y creemos que tiene que ver también con las profecías mayas que anuncian el fin del tiempo para los próximos meses, justo en el momento de los terremotos, con el Sol rojo; es todo un poco extraño.
Krüger se volvió hacia él.
—Cálmese —la voz de Krüger parecía la de un padre que tranquiliza a su hijo, mientras le extendía un vaso con jugo—. Siéntese, por favor. Veo que está un poco tenso. Empecemos por el principio —le pidió Krüger, que se sentó frente a él, en otro sofá de cuero color beige.
Adán le explicó el motivo de su estancia en Atenas y el llamado que había recibido del arqueólogo.
—Lo que yo quiero saber —dijo Adán, con voz grave—, es ¿qué le dijo Aquiles a usted, doctor Krüger?
El alemán arqueó las cejas.
—Verá, Aquiles y yo somos colegas de las Naciones Unidas, además somos amigos. Por el camino de la arqueología, él busca resolver los enigmas de civilizaciones antiguas y yo, por mi camino, como genetista, busco saber cosas del pasado, de nuestra historia como raza y bueno —su voz era suave—, nos hemos complementado en nuestros estudios cada vez que nos veíamos y.
—Hay algo que me interesa saber, doctor Krüger —lo interrumpió Adán—. Dígame, ¿a qué vino a verlo a usted? ¿Le ha dicho algo sobre su descubrimiento? ¿Qué es lo que sabe? Es fundamental conocer esto, pues la vida de Aquiles está en peligro.
El alemán hizo una pausa para pensar.
—Señor Roussos ¿puedo llamarte Adán? Mira, también conocí a tu padre, tengo su libro y el tuyo sobre sexualidad también.
—¿Conoció a mi padre? —su corazón dio un vuelco emotivo.
Krüger asintió.
—Me lo había presentado Aquiles, estuvimos juntos en Naciones Unidas cuatro o cinco veces. Sé que tanto Nikos como Aquiles buscaban la antigua Atlántida. Lamento su muerte.
La mirada perdida de Adán se posó sobre un cuadro sin mirarlo realmente; durante unos segundos lo embargó la añoranza de que su padre no estuviera allí.
—Supongo que por ello debo fiarme de ti —dijo el genetista—. Por cierto, ¿por qué no ha venido Alexia?
—Se quedó en el laboratorio de su padre en Santorini para ver si encuentra algo.
Krüger se inclinó hacia delante en el sofá.
—Mira, Adán. Aquiles vino a verme con algo muy valioso para la arqueología y para la humanidad. Pero este descubrimiento si se aplicase en sentido negativo tendría graves consecuencias.
Adán hizo un gesto de sorpresa.
El alemán se incorporó del sofá y fue hacia la biblioteca.
—Ésta es una parte de los dos descubrimientos de Aquiles, es una copia, por supuesto. Es la menos práctica de las dos cosas que halló.
Le extendió una hoja de papel. Adán la tomó con las dos manos. Su actitud fue de enorme sorpresa ya que vio el mismo mapa que ellos tenían, con los símbolos y Adán y Eva dibujados.
—Esto ya lo hemos visto, tenemos otra copia, ¿sabe qué significa?
El alemán apretó los labios.
—Una parte de nuestro origen.
Adán estaba cada vez más confuso aunque muy intrigado.
—¿Una parte de nuestro origen? ¿Como raza humana? ¿En un trozo de papel?
—No es papel, Adán. Es la tablilla original de
oricalco
, el metal que usaban los antiguos atlantes. Según las pruebas de carbono 14, tiene más de 12,000 años. Ésta es una prueba de que existieron y además.
Una llamada a su teléfono lo interrumpió. El alemán se frenó en medio de su explicación.
—¿Diga? —Se produjo un silencio. La voz del otro lado le dio un informe—. Muy bien, Kate. Iré enseguida.
El alemán colgó el teléfono y volvió la mirada hacia Adán.
—Era Kate, la profesora que te recibió. Aguarda un momento, pronto conocerás la parte más importante del descubrimiento de Aquiles.
—¿Cuál es esa parte?
El alemán lo miró directamente a los ojos.
—Antes tienes que interpretar la primera parte. Esto no es un mapa, es un código cifrado de nuestro ADN original y de dónde venimos.
—Ya sé que es sobre el ADN, pero ¿por qué explica de dónde venimos?
El alemán esbozó una suave sonrisa.
—Estamos en un momento histórico cumbre. Hay mucha gente que lo sabe, Adán. Hay muchos grupos espirituales trabajando por la evolución y personas anónimas que mantienen su genética y su energía en armonía para el gran momento —sus ojos se dirigieron a un cuadro con los planetas que colgaba de la pared.
Adán lo observó pensativo.
—Se espera que la Tierra cambie de la tercera a la quinta dimensión.
—Usted cree que.
—Creo que tú has leído el libro de tu padre y lo que dicen las profecías, pero me temo que no le estás haciendo mucho caso.
Adán hizo un gesto de desaprobación, había leído el libro de su padre más de doce veces.
—Estoy haciendo lo posible por encontrar a Aquiles y desvelar de qué se trata todo esto.
—Yo te ayudaré. No a encontrar a Aquiles, no sé donde está. Pero estoy seguro de que él diría "Olvídate de mí, Stefan, y sigue con el plan".
—¿Qué plan? Por favor, explíquese claramente.
El alemán se sentó sobre su escritorio.
—Verás, Adán. Desde hace tiempo hay muchos científicos que han investigado en diferentes frentes de la ciencia el código genético, tanto en las tablillas sumerias que se encontraron y que tienen una antigüedad inmensa, como en otras fuentes. Otros investigadores han incursionado con canalizaciones de guías de otras dimensiones. Todo nos indica que no somos hijos del barro ni de los monos.
Adán asintió.
—Y aunque los gobiernos y la ciencia tradicional lo hayan negado y hayan insistido en que los creacionistas y los evolucionistas convivan como únicas teorías, existe la presencia de seres de otras dimensiones que han visitado la Tierra desde hace miles y miles de años, cuando el proyecto se gestó.
—¿Qué proyecto?
—Tómalo con calma —le dijo con una sonrisa, al mismo tiempo que se quitó el saco—, el proyecto original para una nueva Tierra, Adán; lo que quizás vendrá a continuación, si todo sigue bien, será positivo para todos.
La mente de Adán daba vueltas en medio de aquella teoría. Él quería, sobre todo, saber algo que le revelara el paradero de Aquiles, en cambio, estaba siendo instruido en algo que no esperaba.
—Así es, no descendemos de los monos, tampoco salimos del barro. En realidad somos un experimento.
—¿Un experimento?
Krüger dio varios pasos hacia la biblioteca.
—Sí. Un experimento de seres más avanzados, concretamente de la constelación de Orión, de Sirio y las Pléyades. Hace millones de años vinieron maestros genetistas a crear cuatro diferentes razas de lo que somos hoy, los
homo sapiens
. Incluso te sorprenderá saber que la primera raza humana fue la negra.
—¿Cómo puede comprobarlo?
—Ya te dije que pronto te mostraré la segunda parte del descubrimiento de Aquiles. Ten paciencia o no comprenderás nada.
—He leído muchos libros que indican eso que está comentando —le contestó Adán al tiempo que pensaba que en su biblioteca personal de Nueva York había volúmenes del erudito palestino Zecharia Sitchin, quien había descifrado las antiguas tablillas sumerias; de Patricia Cori, una investigadora sobre la Atlántida; Helena Blavatsky, la controvertida metafísica rusa, y de investigadores como John Major Jenkins, Gregg Braden, David Icke, José Arguelles, entre otros.
Krugüer comenzó a arremangarse su camisa.
—Bueno, el conocimiento se ha ido perdiendo y durante todo este tiempo se mantuvo oculto.
—Se refiere a.
—La iglesia —completó Krüger, al tiempo que asentía con la cabeza.
Adán se quedó pensativo.
—Los antiguos atlantes eran una civilización avanzada, posterior a Lemuria, la primera civilización humana que fue creada por estos seres de luz de los confines del universo. Ellos responden a la Conciencia Universal, a La Fuente primera. A la Conciencia Eterna, como todos. En realidad, la humanidad no la llamó así, se confundió la esencia de esto al ponerle el nombre de Dios y al grabar en el inconsciente global un programa de diferentes creencias totalmente erróneo, pensando que es una energía masculina, que castiga o premia y que tiene una larga barba blanca.
—Correcto —asintió Adán.
—Todas las religiones piensan que ese dios les pertenece cuando en realidad nadie puede afirmar eso. En realidad todas las religiones veneran a La Fuente aunque le pongan diferentes nombres. Hace más de 10,000 años existía el matriarcado, se veneraba a la diosa, en femenino, la energía creadora y mágica. Hasta que el patriarcado y las religiones quitaron todo rastro de su culto mediante la fuerza y la violencia contra la divinidad femenina.
—¿Por qué?
—Porque fueron llegando a la Tierra energías de seres negativos carentes de luz de otros lugares del cosmos. Y por el poder, principalmente.
—¿Otros seres del cosmos?
—Sí, Adán —dijo Krüger con una sonrisa franca—. Hay vida en otros lugares. ¡No pensarás tú también que somos el ombligo del universo! La Tierra es un sitio importante, corresponde a un lugar de experiencias, evolución y aprendizaje, pero es apenas una minúscula parte entre tantas galaxias, estrellas y planetas.