El sexólogo hizo lo que le pidió Kate. Al cabo de varios minutos estaba en una frecuencia mental Alfa, sentía claridad y concentración en la pantalla de su mente.
—Recibirás el descubrimiento de Aquiles en tus manos. Una semilla de lo que los antiguos atlantes usaban para potenciar su ADN. Después de esta experiencia, ya no volverás a ser el mismo.
Aquellas palabras sonaban casi como un cántico religioso. Adán se mantuvo calmo y sereno. Luego de unos diez minutos en que respiraron al unísono frente a frente para equilibrar sus energías femeninas y masculinas, Kate extrajo un pequeño objeto del interior de una bolsita de terciopelo azul.
—Mantente en estado profundo —le dijo, casi como un susurro—. Percibe lo que te pasará por dentro.
Las palmas de las manos de Adán sintieron un suave peso, delicado al tacto y un poco frío. Kate le había colocado un pequeño cristal de cuarzo datado en más de 12,000 años de antigüedad. Era un minúsculo fragmento que pertenecía a un cuarzo madre, de casi un metro de alto, que Aquiles había descubierto. En aquel cuarzo, los antiguos sabios atlantes guardaban la información y el conocimiento de la vida y el universo, de la misma forma en que la civilización contemporánea lo hacía con sus propias tecnologías, en chips, discos o tarjetas de memoria. Para aquella civilización atlante era más fácil guardar la información enfocándola dentro del cuarzo con sus avanzados poderes de la mente.
Adán sintió que una sutil vibración, casi como una pequeña descarga eléctrica, le recorrió la espina dorsal y el sistema nervioso le movilizó involuntariamente varios músculos del cuerpo y de la cara. Poco a poco fue sintiendo calor, luego su nivel de energía subió y tuvo la extraña imagen de ver por dentro a todas sus células danzando, como si fueran diminutos círculos de luz. Le hizo gracia ver cómo los millones de células eran conciencias luminosas recorriendo su cuerpo.
Había leído en el libro de su padre que los atlantes iluminaban sus ciudades con grandes bloques de cuarzo programados para captar la luz del Sol y reflejarla. De la misma manera, los relojes de la actualidad tenían una diminuta piedra de cuarzo en su interior, como motor para su funcionamiento.
—Mantente erguido —le dijo la mujer—. Mantente concentrado en lo que sientes.
La imagen de ambos cuerpos desnudos dentro del círculo de cristales era hermosa, mística, llena de un aura de misterio. Adán sentía la energía del cuarzo que iba elevándose por su interior y la energía femenina de Kate, cálida y envolvente. En aquel momento, sintió una fuerte conexión con el cuarzo que Alexia llevaba colgando de su cuello.
"¿Por eso estaría siempre tan caliente?", se preguntó.
Kate lo tomó de las manos envolviendo la diminuta piedra junto a las suyas. El sexólogo sintió un fuerte calor y una descarga al juntar las manos con las de ella, que se acercó para susurrarle al oído.
—Pronto tu ser interior y tu ADN comenzará a cambiar —parecía hablarle a un niño—. Prepárate para hacer un viaje interior.
Con delicadeza, lo sujetó por detrás de la espalda y lo acostó sobre el suelo, colocándole el cuarzo en el medio de la frente.
Al sentir la piedra con todo su poder en el tercer ojo, en el área de las glándulas pineal y pituitaria, un flash de luz, con todos los símbolos de la tablilla que había hallado Aquiles, se le presentó en la mente. En aquel momento Adán Roussos, completamente desnudo por fuera y por dentro, comenzó a sentir un profundo
déjà vû
.
Alexia había embarcado en el ferry hacia Atenas. Estaba preocupada. Era ya casi mediodía y no había recibido ninguna llamada de Adán.
"Papá, ¡por Dios!", pensó, "¿dónde me has dejado alguna pista?". Se cambió de asiento a un rincón junto a la ventanilla, aunque el ferry iba lleno de turistas. Extenuada mentalmente, decidió conectar su blackberry a internet.
De inmediato descubrió que las noticias eran graves. Las principales páginas de las agencias de prensa anunciaban fuertes daños causados por los terremotos y por el estado del Sol. En los próximos días se esperaban nuevas reacciones y repercusiones en toda la Tierra. Como geóloga, Alexia sabía que cuando un terremoto se presentaba en un lugar, al cabo de un tiempo sucedía alguna otra catástrofe como reacción en otro punto del globo. "Causa y efecto. La situación es terrible", se dijo.
Veía imágenes de varios sitios donde el terremoto había causado una gran devastación, sobre todo en Taiwan, Japón, Corea y Filipinas, destrozando construcciones, puentes y edificios. Las imágenes eran dramáticas. Se sintió sola. "¿Qué vamos a hacer?", se preguntó con angustia. Se puso a leer detenidamente un informe que había en una página web especializada de geología.
• El planeta está siendo sacudido
El hecho de que ayer el Sol generara un fuerte shock en el viento solar fue medido por ACE y SOHO/CELIAS alrededor de las 14 UT, relacionado con la CME asociada a la explosión clasex 3.4.
Una fuerte tormenta geomagnética se espera en las próximas 24 horas. El campo magnético de la Tierra, que actúa como protector de diferentes partículas en el espacio, entre otras la radiación solar, se está debilitando hacia el punto cero y por lo tanto es más vulnerable a la influencia geomagnética, especialmente explosiones solares, CME —eyecciones de la masa coronal— y erupciones de plasma.
Cuanto más grande es el número de explosiones solares, se facilita la cantidad y el poder de las CME y éstas pueden generar tormentas intensas, tornados, inundaciones, sequías, incendios, terremotos y derretimientos de los hielos.
Cada tantos miles de años el campo magnético de la Tierra se transforma, se debilita, cambia de posición y se fortalece nuevamente. Éste es un evento completamente extraño y no sabemos qué esperar.
Por otro lado, si se manifestaba una tormenta solar, podrían quemarse los satélites, con lo cual las telecomunicaciones, internet y todos los sistemas operativos de comunicación quedarían totalmente bloqueados. El mundo podría quedar sin comunicación.
Alexia se sintió impotente. Sabía que si ocurría una pérdida de comunicación a nivel mundial sería un caos a todos los niveles. El mundo entero dependía de las comunicaciones y la tecnología. Los vuelos, los bancos, la bolsa, las navegaciones, los archivos informáticos, los hoteles, los comercios, las empresas, absolutamente todo el mundo moderno.
Tomó su celular y llamó a Adán. Volvió a responder la contestadora. En el fondo de su alma Alexia sospechaba que aquella situación geológica y astronómica tenía una oculta razón de ser. Quizá fuese una razón divina. En la otra punta del ferry, un hombre con gafas oscuras y una gorra turística la observaba agazapado en su asiento. Era Eduard.
El vínculo que unía al Búho con el cardenal Raúl Tous se remontaba catorce años atrás, en 1998, en la ciudad de Boston, donde se conocieron inesperadamente. En esa época El Mago era obispo de Boston y comenzaba a perfilarse dentro de la prelatura con mayor fuerza y poder. Sabía que en pocos años ascendería a cardenal y ya en aquella época estaba haciendo trabajos para el Gobierno Secreto.
Al margen de sus "labores" en las sombras, cumplía con la parte oficial de su trabajo eclesiástico. De vez en cuando le gustaba oficiar alguna boda de personalidades de elite social, ya que en su Lisboa natal su madre le había hecho ver telenovelas de pequeño. Creció viendo que su madre lloraba de emoción al ver a una pareja casarse por la iglesia. Y entonces, oficiar misas esporádicas pasó a ser, para él, una forma de estar con ella sin tenerla físicamente.
El 19 de mayo de 1998 Eduard Cassas fue a casarse en la iglesia del entonces obispo Tous, que para él sólo era otro representante de la iglesia cristiana. Eduard estaba muy enamorado de una chica norteamericana, poco mayor que él, de buena familia, lo que le daba más de un dolor de cabeza. Por aquella época vivía en Barcelona y viajaba cada quince o veinte días a verla. Aquello, para la familia de Eduard, representaba un enorme problema, sobre todo económico, ya que debían pagar todos los gastos de su hijo único. Al padre de Eduard esto no le hacía mucha gracia, era un catalanista tradicional, que cargaba en su psiquis con el virus del ahorro, el óxido mental del nacionalismo y las ínfulas de superioridad.
"Mi hijo no tiene por qué viajar tan lejos para conseguir una novia. Aquí está lleno de mujeres guapas", argumentaba con altanería.
A menudo discutían con su madre por esto. Llegaron a tal punto de saturación y tensión que al final vieron el casamiento de su hijo como un alivio. Su estructurado y rígido padre prefería entregar un hijo al matrimonio americano que arruinarse pagándole los gastos de aquella aventura amorosa.
—Al fin y al cabo es su vida —decía—. Deberá trabajar.
La madre, al contrario, pensaba que Eduard era muy joven para irse de la casa. Con veinticuatro años, todavía le faltaban seis años más para estar dentro del promedio normal que marcaban las no muy alentadoras estadísticas publicadas en un periódico español, según las cuales los hijos catalanes abandonaban su nido paterno recién a los treinta o más años.
Debido al resentimiento, la amargura y el desdén de parte de la familia de la novia al no mostrar demasiado interés por la familia de él, los Cassas decidieron no viajar a la boda ni pagar un céntimo por aquel evento; se quedaron en una casa a las afueras de Lleida, un pequeño poblado del centro de la provincia.
Eduard se encontraba casi en medio de desconocidos, hablaba un inglés limitado y tenía una novia tres años mayor, a punto de dar el gran paso nupcial frente al obispo Tous, el encargado de juntarlos para toda la eternidad.
Por las raras circunstancias del destino, la eternidad de aquella boda no duró ni siquiera un suspiro. La novia, que era en aquel momento su mundo, su centro, su eje existencial, decidió dejarlo plantado frente al altar.
El impacto en la familia de ella duró sólo unos días; la llevaron a Nueva York para despejarse, y en el fondo lo vieron como una liberación. Solo, en un país que no era el suyo, frente a un grupo de desconocidos, el golpe emocional para Eduard fue mayor. Aunque lejano en el tiempo, aquel evento traumático le había dejado un estigmatizado daño emocional en el corazón y una misoginia palpitante.
Cuando le avisaron que la novia no se presentaría, estaba de pie ante el púlpito, vestido elegantemente para la ocasión, frente a un gran crucifijo desde el que Jesús lo miraba con pena. La única y primera persona que tuvo a mano para caer en sus brazos, desmayado, fue el obispo. Rápidamente Tous lo llevó al interior de la iglesia, lo recostó y le dio de beber algo fuerte. Cuando Eduard volvió en sí comenzó a darle las mismas repetidas palabras de aliento que usaba con la gente deprimida y angustiada. El joven catalán estuvo en
shock
durante varias horas.
Aquella noche, el obispo Tous, afecto desde aquel tiempo a la belleza masculina, dejó que el lado débil de su carne saliera a la superficie y lo invitó a cenar con intenciones non sanctas. Abatido, indefenso, caído emocionalmente, Eduard aceptó ir a cenar, ya que no tenía a nadie más. A partir de allí, comenzó a gestarse una extraña relación. A Eduard, la figura, energía y presencia de Tous le aportó el consuelo y el apoyo del padre que no tenía y al obispo Tous, la vía libre para sacar los reprimidos deseos sexuales que no llevaba a cabo casi nunca.
Poco a poco la relación fue tornándose en un raro e híbrido vínculo de esporádicas sonrisas, anhelos de poderes y negociaciones. Tous supo en sus conversaciones que Eduard tenía aspiraciones políticas y decidió ayudarlo y prepararlo con su influencia para que algún día ocupase un cargo en su Cataluña natal, sobre todo para vengarse de su dominante padre y cumplir con el infectado vicio social que su progenitor le repitió durante toda su adolescencia: "Debes ser alguien importante el día de mañana". Entrar en la política le garantizaba ganar la batalla familiar y tener su amor propio por las nubes.
Conforme pasaba el tiempo, esa aspiración se volvía nebulosa. Eduard, que había quedado con la autoestima por los suelos, aumentó con aquella decepción su amargo, seco, parco y distante carácter, su soso temperamento, su carencia de sentido del humor y la poca sensibilidad que poseía. Lo único que desarrolló desde entonces fue su aversión a las mujeres y un sentido de la traición notable que tonificó con el sedante existencial que el obispo a menudo le ofrecía. Aquella no se convirtió en una relación de pareja, por más que empezaron a tener relaciones sexuales esporádicas; se trataba más de un desahogo físico que de un encuentro amoroso. Su vínculo era un parche existencial por ambos, un puente de auxilio que se tendían mutuamente.
Con el correr de los años, Eduard se ganó la confianza de Tous, que fue ascendido a cardenal, quien le reveló su vinculación en los oscuros y sombríos movimientos del Gobierno Secreto. Primero le consiguió varios trabajos livianos dentro de la organización, para ponerlo a prueba, luego le llegó uno de mayor importancia: lo consiguió infiltrar en un puesto de "vigilancia" con uno de los librepensadores e investigadores científicos que estaban fuera del
establishment
y en contra del sistema impuesto por el Gobierno Secreto. Este científico, elegido entre tantos otros, resultó ser el griego Aquiles Vangelis.
El cardenal, como muchas otras veces, había movido los hilos de poder para que Eduard llegara a estar al lado de Aquiles, investigar sus movimientos y conocer en qué trabajaba. Y aquel contacto lo había logrado por una vía que no despertó sospechas para el arqueólogo. Esa mañana, dentro del ferry, Eduard sentía que la situación le dejaba abierta una nueva puerta de poder para ascender dentro de la organización y calmaba, al mismo tiempo, las ansias de venganza reprimida que arrastraba del pasado. Le daba igual si el odio que sentía por haber sido abandonado en el altar lo volcaba hacia otra mujer. Estaba preparado para sacar su furia contra Alexia.
Adán estaba tendido en el suelo dentro de aquel luminoso y energético círculo de cristales con el pequeño trozo de cuarzo atlante colocado en el medio de la frente.
El trance le había durado un poco más de una hora, provocándole un poderoso
déjà vu
. Su mente se abrió a un conocimiento ancestral, como si leyera un libro o abriera un archivo dentro de una computadora; vio desfilar ante sí imágenes mentales como si se tratara de un cómic.