El Secreto de las Gemelas (5 page)

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Authors: Elisabetta Gnone

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico

BOOK: El Secreto de las Gemelas
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—Y vosotras dos, ¿hacia dónde derrotáis? —preguntó con brusquedad dirigiéndose a las niñas (probablemente quería decir "¿adónde vais?", pues sólo los barcos derrotan cuando el viento hace que se salgan de su ruta).

—¡A la escuela! —le respondió Pervinca con aire desafiante.

—¿A la escuela? ¡JA, JA, JA! —Talbooth estalló en una fragorosa carcajada y las niñas se pusieron a contarle los dientes: ¡uno! Un solo diente, largo y fino—. ¡Esta sí que es buena! —continuó el capitán—. Ahora se educan hasta las mujeres. En mis tiempos, las mujeres se quedaban en casa trabajando en el telar y cocinando la merluza. Su cabeza es demasiado pequeña para que les quepan cosas tan grandes como las matemáticas, la historia y la geografía, ¡se les va a ahogar el cerebro! ¡Por ahí dentro lo que tiene que circular es el aire —dijo indicando la cabeza de las niñas— para que entre un poco de oxígeno! —el capitán Talbooth estalló en otra carcajada seca que pronto se convirtió en una tos sin fin. Y tosiendo se alejó.

Por suerte, habían salido pronto y tenían tiempo de pararse en la Tienda de las Exquisiteces de los señores Burdock para comprar la merienda. Babú, literalmente, se precipitó dentro.

¡DING DONG!

—¡Buenos días, señor Burdock! ¿Qué cosas buenas tiene hoy?

—Buenos días, niñas —respondió el señor Burdock levantando los ojos del libro de cuentas—. Marta está sacando del horno las espumas de fresa que tanto os gustan, si esperáis un minuto...

—¡Ya están listas! —dijo en ese momento la señora Burdock viniendo de la trastienda con una gran bandeja olorosa. Babú se relamió los labios. Pervinca, en cambio, siguió pasando revista a los dulces del escaparate, sin decidirse a elegir—. ¡Creo que probaré éste! —dijo al fin, señalando un buñuelo de chocolate todavía humeante.

—Tienes buen gusto —comentó el señor Burdock metiendo el dulce en una bolsa, y añadió—: A Grisam también le vuelven loco.

Babú abrió mucho los ojos:

—¡Entonces yo también quiero uno! —exclamó devolviendo la espuma de fresa a la señora Burdock. Pervinca le dirigió una mirada burlona.

—A propósito, ¿dónde está Grisam? —pregunté yo distraídamente—. Tenemos una invitación para él.

—¡Menudo vagabundo! Juraría que está en la plaza jugando al balón en vez de estar en la escuela... —respondió el señor Burdock mientras tecleaba nuestra cuenta en la caja.

Pero la señora Burdock le recriminó:

—Tú no quisiste que tuviera un hada niñera para que lo cuidara, ¿de qué te quejas ahora?

—¡Es un varón, Marta! No necesita un hada niñera —dijo él de forma arisca—. Sin ofender... —añadió volviéndose hacia mí. Le sonreí.

—Si tuviese un hada como todos —prosiguió la mamá de Grisam—, sabríamos lo que hace y yo estaría más tranquila.

—Yo no tuve hada, y tampoco mi hermano Duff. Menudo par de alocados que éramos, y sin embargo siempre nos las hemos apañado muy bien, Marta. Sin ofender, Felí.

Sonreí de nuevo. —Ahora tenemos que irnos —dije—. No se preocupen por Grisam, es un buen chico, con la cabeza sobre los hombros, no me parece en absoluto un alocado... Sin ofender, señor Burdock —guiñé un ojo a la madre de Grisam y salimos.

La niña del ratoncito

La plaza bullía de niños y hadas: unos compraban cuadernos, otros se retrasaban jugando a la pelota—pared, charlando o tratando de escaparse para no ir a la escuela. Estábamos a punto de reanudar nuestro camino, cuando de repente Babú, sin decir una palabra, se alejó. Pensé que había visto a alguien que conocía, quizá Grisam. En cambio, como hipnotizada, pasó bajo Roble Encantado sin saludarlo siquiera, atravesó rápida los grupos de niños y finalmente se detuvo ante la tienda de encajes, donde una niña estaba jugando sola.

Yo ya había visto alguna vez su carita, pero no tenía ni idea de quién era.

—¿La conoces? —pregunté a Roble. Él solía conocer a todo el mundo.

—Sííí... —respondió Roble con su vozarrón lento y cavernoso, típico de los robles—. EEES SIN DUUUDA LA HIIIJA DEL TALLADOR. SE LLAAAMA SHIIIRLEY POOOPPY... UNA BUEEENA NIIIÑA, SÍÍÍÍ...

Shirley Poppy. Había oído hablar de ella. No era amiga de las gemelas; a decir verdad, Babú no la conocía de nada. Pero la había visto en el pueblo y a veces las dos se habían sonreído. Era una niña guapa, con una nube de pelo rojizo alrededor de su rostro redondo completamente cubierto de pecas. Tenía los ojos grandes, brillantes y negros como caramelos de regaliz. Y sonreía a todo el mundo, incluso a quienes no conocía. Con ella siempre iban un simpático perro y un ratoncito, al que llevaba sobre su hombro y que nunca dejaba de mirarse la lengua.

Alcancé a oír, sin acercarme demasiado, lo que se dijeron las niñas. Y al principio no se dijeron nada de nada.

Shirley estaba jugando al "Castillo de tiza" y Babú se detuvo para mirarla junto al dibujo trazado en el suelo. Pasaron unos instantes, después la niña puso una piedra en la mano de Babú y con un amable gesto la invitó a jugar. Babú saltó al primer cuadro, después al segundo, al tercero, al cuarto... Por fin, saltando a pies juntos al último cuadro, exclamó:

—¡Lo logré! ¡Vainilla está en el trono del rey!

—¿Has visto, Mr. Berry? ¡Ahora me toca a mí! —dijo entonces Shirley dirigiéndose al ratoncito.

Mr. Berry se miró la lengua.

—Es un glotón de azucarillos de arándano —explicó Shirley—. Se come cajas enteras y no descansa hasta tener la lengua azul. Estoy esperando a mi tía Malva, que está en la tienda. Me llamo Shirley. Y este es Barolo... —dijo señalando al perro.

A Babú, aquel trío le agradó un montemontón.

—Hola, Shirley, Mr. Berry, Barolo... —dijo con una cómica reverencia.

Mr. Berry siguió mirándose la lengua. Barolo correspondió al saludo con un meneo del rabo y un saltito.

Fue un encuentro extraordinario. Shirley y Babú parecían conocerse desde siempre. Más aún, parecía que fuesen amigas incluso antes de presentarse. Sin embargo —palabra de hada—, Jamás se habían dicho
hola
antes de aquel día.

Mientras esperaba su turno para jugar, Babú quiso satisfacer su curiosidad por Shirley:

—¿De dónde vienes? No vives en el pueblo, ¿verdad?

—No, vivo en Frentebosque, en el otro valle... cerca del faro de Aberdur —explicó al recoger las tizas.

—¡Qué suerte! Es uno de mis lugares favoritos. Allí voy a mojarme de salpicaduras cuando hay marejada. Pero nunca te he visto por allí... —prosiguió Babú, toda animada—. ¿Y a qué escuela vas?

—Yo no voy a la escuela. Tomo lecciones con el profesor Rannock Moor, ¿lo conoces? —preguntó Shirley.

Babú pensó un momento. —Mm... No, nunca he oído su nombre.

Charlaron y descubrieron que tenían muchas aficiones comunes: los animales, las flores azules, el viento, los lápices de colores, los castillos en ruinas… Pero no las marejadas. A Shirley no le gustaban, es más, les tenía auténtico pavor.

—Tengo miedo de que el mar me lleve —dijo en voz baja.

Por eso Babú nunca se la había encontrado en el acantilado.

—Un día te llevaré a ver las gaviotas que juegan con las corrientes, ya verás cuánto te gusta, ¡y no correrás ningún peligro! —le prometió Vainilla. Después se acordó de la fiesta—: Mañana es el cumpleaños de nuestra tía y ella siempre nos deja invitar a amigos nuestros a su fiesta. ¿Quieres venir? Vivimos en la calle de los Ogros Bajos, en la casa de las rosas blancas.

—¿De verdad puedo ir? Es fantástico; no, no es fantástico, es más que fantástico, es... es... —yo habría dicho entusiasmantensacional, en cambio Shirley dijo—: ... ¡Sensacional! ¿No es sensacional, Mr. Berry? —abrazó a Babú y le estampó un besó en la mejilla.

—Gracias —respondió Babú un tanto estupefacta.

Quién sabe por qué Shirley estaba tan contenta de participar en su fiestecita privada. En su lugar, Vainilla habría preferido ir a la playa de Arran. Allí, el 21 de junio de todos los años, los magos y las brujas del valle hacían un espectáculo de encantamientos centelleantes y los mayores encendían hogueras altísimas. ¡Aquello sí que era divertido!

Pervinca dice la lección

Llegamos a la escuela ¡media hora después de que sonara la campana! Pervinca estaba furiosa. Y la maestra Margarita de Transvall, profesora de matemáticas y ciencias, lo estaba más que ella.

—Pervinca Periwinkle, ¡a la pizarra! —dijo con su voz cortante antes de que nos sentáramos en los pupitres.

Me temblaron las antenas... no porque Pervinca no estuviera preparada (al contrario, le gustaba estudiar), sino que con los años había aprendido que ciertos profesores parecen sentir un placer sutil poniendo en dificultades a los alumnos. Quién sabe qué habría inventado la señora De Transvall para confundir a mi niña.

—Por favor, ¿podrías contar a tus compañeros qué va a ocurrir mañana? —preguntó sujetándose las gafas oscuras sobre la nariz.

Desde el borde de la regla donde estaba sentada, vi a Pervinca ponerse blanca como la tiza. En casa habían dicho que mantuviéramos en secreto la fiesta, ¿sería posible que ahora la maestra le pidiera que hablara de ella a toda la clase?

—Pervinca, el Solsticio de Verano... Había que estudiarlo para hoy.

¡EL SOLSTICIO!

¡Pues claro! Suspiramos aliviadas: el Solsticio de Verano cae el 21 de junio.

—El Solsticio. Sí, sí, lo he estudiado... —contestó Vi más calmada, recuperando su color natural—. Bien, una antigua magia astronómica hace que ese día, el 21 de junio, el sol se encuentre a su altura máxima en el cielo del hemisferio norte y a su altura mínima en el hemisferio sur... —empezó a decir con seguridad.

—Preferiría que dijeses "fenómeno" astronómico, Pervinca, no magia —la interrumpió la profesora.

—Está bien —respondió ella tranquila—. Una antigua magia astronómica, que en la escuela preferimos llamar "fenómeno", hace que el 21 de junio el sol del Norte y las estrellas del Sur celebren respectivamente el día y la noche más largos del año. Y con danzas, cantos, encantamientos y procesiones de antorchas se celebra entre nosotros la llegada del verano.

De Transvall le puso un 8, pero —palabra de hada— ¡se merecía más!

Cuando sonó la campana del recreo, nos retiramos las tres a los lavabos de las niñas para organizar el reparto de invitaciones.

—Tenemos que evitar como sea que Scarlet Pimpernel nos vea. ¿Lo has entendido, Babú? —insistió Pervinca.

—¡Me lo has dicho por lo menos diez veces, Vi! ¡Yo tampoco quiero que esa antipática venga a la fiesta!

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