Read El Secreto de las Gemelas Online
Authors: Elisabetta Gnone
Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico
Volvimos todos a nuestros puestos. Cícero, igual que yo, reanudó los paseos adelante y atrás con Pervinca, que al final se durmió en los brazos de su padre.
Su hermanita, sin embargo, tardaba en presentarse.
Empezamos a preocuparnos, pero el médico, un viejo mago experto y paciente, nos dijo que no nos inquietáramos, que la niña estaba esperando a ver la luz. Y lo decía en el verdadero sentido de la palabra, es decir, esperaba para nacer a que el sol estuviera en lo alto del cielo.
Así sucedió, en efecto: a las doce en punto del mediodía, Vainilla vino al mundo. Exhaustos, pero contentísimos, brindamos por el feliz acontecimiento con un exquisito licor de calabaza preparado por Tomelilla para la ocasión.
Luego, con calma, fui a admirar a la recién nacida.
La pequeña se parecía mucho a Pervinca: tenía la misma naricita respingona, la misma forma bonita de la cara, y, como ella, pesaba 3 kilos y 10 gramos exactos. Pero, a diferencia de Pervinca, Vainilla tenía el cabello del color del pan y sus ojos, muy abiertos, miraban ya el mundo. No había manchas en su tripita, me fijé bien, y en vez de llorar y chillar, la más tardona nos sonreía a todos.
Le pusieron de nombre Vainilla, porque... Es una divertida historia que ya os contaré, pero no ahora. Sabed solamente que, nada más ver a su hermanita, Pervinca se puso toda roja y gritó:
—¡BABÚ!
No creo que quisiera hacerle un cumplido, pero desde aquel momento Vainilla fue apodada Babú.
Ahora, lo importante es recordar que la ley de los magos no admite que las hermanas gemelas sean brujas.
Sin embargo, Lala Tomelilla alimentaba aún una esperanza: quizá doce horas de diferencia basten para constituir una ex—excepción, es decir, la excepción de la excepción a la regla, es decir: "Si dos gemelas no son gemelas perfectas, entonces pueden heredar la brujería".
Tal vez sí o tal vez no. Porque de las ex—excepciones nunca hay que fiarse.
No me acuerdo bien de las cosas que inventé en aquellos días para tranquilizar a Lala Tomelilla. El tiempo pasaba, las niñas crecían y se volvían cada día más guapas, pero ni sombra de magia en ellas. Les habían salido casi todos los premolares y, sin embargo, Vainilla y Pervinca seguían comportándose como niñas Sinmagia: se levantaban tarde para ir al colegio, sobre todo Pervinca, eran muy maniáticas para vestirse y siempre daban un beso a todos antes de salir. En el colegio regañaban puntualmente con Scarlet Pimpernel (¡imposible no hacerlo! palabra de hada), estudiaban con la nariz metida en los libros y la espalda torcida como una rama, se enamoriscaban de los niños monos y bromeaban a la puerta del colegio con sus amigas, sobre todo Vainilla, la más alegre y amable de las dos. Y, tengo que reconocerlo, mi preferida.
También quería a Pervinca, por supuesto, pero su carácter un poco rebelde y un destello de inquietud que a veces le pasaba por los ojos me distanciaban un poco de ella.
Aparte de esto, eran dos niñas adorables y, ¡suspirosuspirante!, absolutamente normales.
Al menos así lo creí hasta la tarde número tres mil ochocientos.
La recuerdo bien, vaya que sí, porque fue entonces cuando todo cambió.
Era una tibia tarde de mayo. De los prados llegaba el intenso perfume de la hierba cortada y el leve canto de los grillos. Mamá Dalia había quitado las mantas de las camas de las niñas, la chimenea estaba bien limpia y Lala Tomelilla había vuelto a ponerse su delantal de lino azul.
Me disponía a reunirme con ella en el invernadero, y mientras volaba de habitación en habitación repasaba mi relato: deseaba hacerlo emocionante y, por primera vez, pensé en añadir algún pequeño "adorno" que pudiese consolar a mi bruja: "Veamos... Hoy Pervinca se ha despertado tarde (como de costumbre), pero se ha despertado... ¡cantando! Sí, cantaba una melodía que... debía de ser mágica, porque ha atraído la atención de los pajaritos y también de las mariposas y... ¿Babú? Ella, en cambio, ha hecho sin duda algo mágico con... ¡con su pelo! Como lo oye: cuando se ha levantado parecía verde, es decir, azul, no... de oro. Sí, resplandecía con una luz dorada. Luego, en el colegio..."
Precisamente estaba pensando en cómo añadir un poco de colorido a las horas de clase, cuando Tomelilla me sorprendió viniendo a mi encuentro a la puerta del invernadero:
—Y bien, Felí, ¿han hecho alguna magia hoy? —preguntó a bocajarro. Yo no estaba preparada.
—No —dije, olvidando todas mis buenas intenciones—. Por desgracia, no. No ha ocurrido nada insólito. A las siete, como todos los días, ha sonado el despertador; Vainilla no lo ha oído, Pervinca le ha tirado la almohada y mamá Dalia ha chillado "¡LEVANTAOS!". Vainilla ha saltado de la cama, ha volado hasta las zapatillas y...
¡CRASH!
Mi relato fue interrumpido por un ruido ensordecedor.
—¡Por Urkablú, qué susto! ¿Qué... qué ha pasado? —exclamé verde de miedo.
La maceta más bonita
Lanicera caprifolium
se le había desparramado en mil pedazos por el suelo. Pero, en lugar de desesperarse, Tomelilla me miraba con ojos de asombro y con la boca abierta.
Intentó decir algo... pero su mandíbula era incapaz de cerrarse y de su boca salían palabras incomprensibles.
¡Nunca la había visto así! Empezaba a preocuparme cuando, de improviso, empezó a saltar y a bailar entre las macetas cantando:
Babú ha volado, Babú ha volado
¡los poderes ha heredado!
Vuela, vuela, niñita
¡el mundo ha heredado
mi joven brujita!
Era una alegría verla. Por fin yo había dicho la frase que esperaba desde hacía años. ¡Si lo hubiera sabido!
Quiero decir: si hubiera comprendido antes que era esto lo que estaba esperando, se lo habría dicho en seguida, ¡porque hacía tiempo que Vainilla volaba!
Sudando y jadeante, Tomelilla detuvo sus idas y venidas frente a mí y con los ojos entrecerrados me preguntó:
—¿Y Vi?
Sí, el arte de Lala Tomelilla para podar nombres había alcanzado también a Pervinca.
—Pervinca no —respondí, un poco atemorizada.
—¿Vi no ha volado? ¿Quieres decir que he transmitido mis poderes a una sola de las niñas? Es extraño… —dijo observándome con un ojo en exclamación y el otro en interrogación, yo no sabía cuál mirar.
—Estoy muy contenta por Babú —dijo—, pero ahora Vi me preocupa más todavía. Su último diente está casi del todo fuera, es cuestión de horas, quizá mañana...
—Lo sé —la consolé—, lo sé.
—Pero, en fin, Babú es bruja... —prosiguió ella con un suspiro.
—Así parece...
—Y ha volado...
—Eso sí.
—Por primera vez...
—Eso no.
—¿NO ES LA PRIMERA VEZ? —exclamó volviéndose de un salto hacia mí.
—Bu... bueno, la primera, primera vez, no.
—¿Y CUÁNDO VOLÓ POR PRIMERA VEZ?
—Ha... hará unos años. Veamos...
—¿HACE UNOS AÑOS?
Sentí desfallecer mis antenas.
—¿BABÚ VUELA DESDE HACE AÑOS Y TÚ NO ME HAS DICHO NADA? —venía hacia mí con los ojos en forma de dragón y la cara violeta. Cuando una bruja de la luz se enfada es capaz de calcinarte, aunque luego te pide perdón (porque las brujas de la luz son corteses). Pero
luego.
Así que yo retrocedí, enredándome las alas entre las hojas y las ramas. Hasta que me encontré contra el frío cristal del invernadero. Estaba atrapada. Me cubrí con los brazos y apreté los ojos a la espera del "¡zut!".
Pasó un momento. Después otro, y otro más... Como no sucedía nada, me decidí a abrir un ojo: Lala Tomelilla estaba delante de mí y me miraba fijamente. Los brazos cruzados, la cara seria... pero por lo menos había vuelto a su color natural.
—Déjate ya de escenitas, sabes que no voy a hacerte nada —dijo, y bajó una mano para que me subiera a ella. Pensé: "¡Tal vez prefiere comerme!".
En cambio, me depositó en una maceta, sobre un blando pradito de flores azules.
—En el fondo, la culpa no es sólo tuya —dijo mientras se acomodaba en la mecedora soltando uno de sus laaaaargos suspiros—. Hay cosas que todavía no te he explicado. Pero ahora, por favor, cuéntame bien lo que ha sucedido hoy y, sobre todo, dime cómo fue el primer día en que Babú voló...
Iba a abrir la boca cuando:
—¡Un momento! —Tomelilla me interrumpió de nuevo.
"¿Qué habré hecho ahora?", pensé preocupada.
—Sifelizserásdecírmeloquerrás —continuó—, antes de que prosigas ve, por favor, al estudio, abre el diccionario y lee mil quinientas veces el significado de las palabras "nada" e "insólito". Quiero estar segura de que en el futuro no se te van a escapar hechos sin importancia como dragones volando por la casa o potajes que se transforman en confeti. Para que te quede claro, Felí, en este mundo una niña que vuela no es exactamente "nada insólito". Si una niña vuela es que se ha tragado un globo, ¡o es que es una bruja! —concluyó.
Es la ley de las hadas: si alguien te llama por tu nombre completo, y sin equivocarse, tienes que obedecer a la fuerza. Por eso los elegimos largos y rebuscados. Pero yo sabía lo que significaban "nada" e "insólito", y aquel día no había ocurrido nada insólito. Vainilla volaba desde hacía ya tiempo. ¡Sólo que creía que eso, el volar, era algo natural!
Bueno, podría haberme ido peor. Tomelilla habría podido enfurecerse de verdad y, entonces, adiós Bruja de la Luz, bienvenida Bruja de la Oscuridad. ¡Zut, zut, zut!
Volví del estudio recitando en voz alta el significado de la palabra "insólito". Tomelilla estaba arreglando las macetas y sonrió. Se tocó el hombro con la mano: fui a sentarme allí, sobre su chal blandito. Y reanudé con calma mi relato...
¿El primer vuelo de Babú? Lo recuerdo bien, lo hizo para salvar los peldaños de la entrada.
Vainilla volvía de la escuela andando lentamente, dando puntapiés a las piedrecitas del camino. Absorta en sus pensamientos, como le sucedía a menudo, llegó delante de los escalones de casa, agarró con fuerza el asa de su cartera y, como un soplo de viento, se elevó en el aire; dio un breve vuelecito hasta la puerta y aterrizó con suavidad sobre el felpudo con la punta de los pies, como una bailarina.
No dijo ni una palabra, ni siquiera se asombró un poco. Abrió la puerta y entró. Nadie la vio. Aparte de mí, pero a mí me pareció muy natural subir los peldaños de esa manera... incluso a los ocho años.
—Tenía ocho años... —comentó Tomelilla con un hilo de voz.
—Sí, y desde entonces ha volado todos los días.
—¿TODOS LOS DÍAS?
—Pues sí... pequeños vuelos. Para poner en su sitio un libro en el estante más alto, para regular las agujas del reloj de péndulo, para devolver a un pajarito a su nido. Y algunas veces, cuando está descalza, vuela derecha hasta las pantuflas para no enfriarse los pies.
—¿Como esta mañana? —preguntó Tomelilla.
—Así es.
—¿Y cómo es que Vi nunca nos ha dicho nada a ninguno de nosotros?
Sin saberlo, di la peor explicación posible.
—¡Pervinca nunca ha visto volar a Vainilla!
—¿¿NUNCA??
—Ahora que lo pienso, es muy extraño, pero cada vez que Babú vuela, Pervinca está mirando a otra parte... —añadí, ay de mí.
—¡Oh no! —se sobresaltó Tomelilla—. Es una mala señal. Por lo que me cuentas, parece que la magia está excluyendo a Pervinca. ¿Cómo es posible? Fue la primera en nacer, así que tendría que haber sido la primera en... a no ser que... ¡No, no, no! Sería un desastre, una auténtica catástrofe.