El secreto de los Assassini (18 page)

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Authors: Mario Escobar Golderos

Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga

BOOK: El secreto de los Assassini
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—Tienes razón Alicia. Debemos actuar con cautela —dijo Lincoln pasando el brazo por su cintura.

—Bueno, empecemos por buscar a Nikos. He mandado una carta a su antigua casa, en ella le pido que se reúna con nosotros esta misma tarde. Si conocemos el significado de la inscripción, por lo menos tendremos algo que ofrecer a Al-Mundhir si está dispuesto a negociar —dijo Garstang.

Hércules miró a Yamile, su cara de piel casi transparente parecía a punto de partirse. Tragó saliva y dijo en voz baja:

—No tenemos mucho tiempo, si no logramos hacernos con la joya y la inscripción, ella morirá.

41

Estambul, 15 de enero de 1915

El agua helada despertó a Roland. Desconocía el tiempo que llevaba inconsciente, pero todavía sentía un fuerte dolor en la cabeza. Comenzó a tiritar de frío y levantó la cara instintivamente, dirigiendo su mirada hacia la mortecina luz del techo.

—Roland Sharoyan. Ese es tu verdadero nombre, ¿no es cierto? —preguntó uno de los hombres uniformados.

El miedo empezó a invadirlo por completo. Si conocían su nombre, no tardarían en ir a por su madre y hermana. Las había puesto en peligro por su negligencia.

—Hemos encontrado la carta para los ingleses. Es inútil que niegues nada. Además, la palabra de un sucio armenio no valdría mucho en un tribunal —bromeó el oficial.

Los otros dos soldados rieron a carcajadas, hasta que uno de ellos cruzó la cara al joven, que comenzó a sangrar por la boca.

—A tiempo hemos sacado del ejército a escoria armenia como tú. En la carta hablas de una revuelta que se está organizando en Van, pero también informas a los ingleses sobre nuestro ejército y las defensas de la península de Gallípoli. El Alto Mando se pondrá muy contento con toda tu información —dijo el oficial.

—¿Me van a matar? —preguntó el joven con voz temblorosa.

—¿Matarte? No, tienes que llevar un importante mensaje para el ejército de su majestad británica, con la única diferencia de que llevarás el mensaje que nosotros te demos. Un grupo de mis hombres ha salido hacia tu aldea para capturar a tu madre y hermana. Si quieres verlas con vida, tendrás que llevar nuestro mensaje, cualquier vacilación o la más mínima señal de que nos has traicionado y ellas morirán. ¿Has entendido?

—Sí, señor.

—Ah, no intentes ir a buscarlas, nunca llegarías a tiempo. Uno de nuestros hombres te acompañará hasta el cuartel general y no se separará de ti hasta que regreses aquí.

Roland sintió alivio cuando le soltaron los brazos y comprendió que no iba a morir por ahora. Le devolvieron su macuto, una carta idéntica a la que llevaba y un acompañante con cara de mono y de boca mellada. En los próximos días tendría que elegir entre las dos cosas que más amaba en este mundo, salvar al pueblo armenio o retrasar la muerte de su familia, por un poco de tiempo.

42

Estambul, 15 de enero de 1915

Mustafa Kemal observó los planos e intentó meterse en la cabeza de su enemigo. Los servicios de reconocimiento habían descubierto varios barcos británicos en la zona próxima de Gallípoli y eso le preocupaba. Su ejército había avanzado notablemente en Palestina y ahora estaban frente a frente con los británicos en el propio canal de Suez. Los rusos presionaban por el noroeste y el desastroso comportamiento de las tropas turcas en la batalla de Sarikamis, donde las fuerzas turcas huyeron despavoridas, le hacía temer que los aliados abrieran un tercer frente. No podía ser por otro sitio que por la pequeña península de Gallípoli, que era la puerta de Estambul. Si la capital caía en manos aliadas, el descabezado imperio no resistiría ni un día más en la guerra.

Mustafa Kemal estaba tan absorto en sus pensamientos que no escuchó los pasos de Ismail Enver.

—Querido Mustafa —dijo Ismail, saludando a su amigo.

—Ismail, pensaba que te encontrabas en el Cáucaso.

—No te has enterado, Mustafa —contestó el hombre con la cara desencajada.

—No, ¿qué ha sucedido? —disimuló Mustafa.

—La batalla de Sarikamis fue un desastre, los rusos nos barrieron.

—Lo lamento mucho.

—La culpa no fue de nuestros hombres. Los traidores armenios nos vendieron a nuestros enemigos. Localizamos a varios soldados armenios que pasaban información a los rusos.

—No puede ser.

—Como lo oyes. He dado orden de que todos los soldados armenios sean desmilitarizados y encerrados en campos de control.

—Pero ¿eso no supondrá una merma en nuestras fuerzas?

—Mira, Mustafa, conviene más al ejército contar con menos hombres, pero saber que por lo menos no te van a atacar a traición. Los armenios son un problema y tenemos que terminar con ese problema.

—Estoy de acuerdo contigo, Ismail. Las pretensiones de los armenios son inaceptables. Nunca habrá un Estado armenio.

—Será mejor que hagamos con ellos lo que hicimos con los griegos tras su independencia, expulsarlos del país.

—Pero ¿a dónde? Ellos no tienen un territorio en el que establecerse.

—Una vez que estén fuera de Turquía, ese dejará de ser nuestro problema.

Mustafa Kemal observó los ojos de Ismail. Aquel hombre había logrado, con un puñado de oficiales y el Movimiento de Jóvenes Turcos,
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revolucionar la anquilosada sociedad otomana, pero a veces le preocupaba. Hablaba de los judíos de Salónica, de los armenios o de los kurdos, como si no fueran turcos. Anhelaba un país completamente musulmán, Mustafa prefería una sociedad más libre, parecida a sus vecinas europeas. Él había nacido en Tesalónica, dentro de Europa. Los últimos meses los había pasado en Sofía, la capital de Bulgaria. Eso lo había inclinado hacia la secularización del Estado y la separación de lo religioso y lo oficial.

—Turquía es musulmana, Mustafa. Únicamente Alá puede devolvernos la grandeza del pasado, pero antes tenemos que limpiar nuestra casa de impureza.

43

Atenas, 15 de enero de 1915

Nikos Kazantzakis parecía más un burócrata que un filósofo. Sus quevedos sobre la fina nariz, los ojos pequeños, su frente despejada y su perilla le daban un aire vulgar. Vestía un traje gris, con una camisa blanca impoluta y corbata corta. Su estatura era pequeña y parecía incómodo dentro de su ropa rígida. Sus maneras eran formales, pero se notaba que sus modales dejaban mucho que desear. Parecía un ermitaño condenando a vivir en la ciudad.

—Nikos Kazantzakis, estos son mis amigos —dijo Garstang presentándolos uno a uno.

—Mucho gusto —dijo Nikos, apartando la mirada, como si le diera vergüenza mirarlos a los ojos.

—Necesito su ayuda. Para una vez que vengo a Atenas, y tengo que importunarlo —se lamentó Garstang.

—No se preocupe, señor Garstang. En París usted fue uno de los pocos anclajes que tuve con la realidad. Usted y mi amado Henri Bergson —apuntó Nikos.

—¿Qué sabe de Henri?

—Se encuentra bien, ya sabe, con sus escritos y pensamientos. Hércules hizo un gesto impaciente y Garstang se decidió a entrar en el asunto. Se acercó a una bolsa de piel y extrajo la pequeña estatuilla. Nikos abrió mucho los ojos y por primera vez dejó que su rostro mostrara alguna expresión.

—¿Cómo han conseguido esto?

—La encontramos.

—¿Dónde? ¿Han estado en Cnosos?

—¿Cnosos? —preguntó Lincoln.

—La antigua capital de Creta —contestó Garstang.

—No había escuchado nada sobre esa ciudad —dijo Lincoln.

—Las ruinas fueron descubiertas en Cnosos en el año 1878 por Minos Kalokairinos, un anticuario y comerciante cretense. Él realizó la primera excavación, que sacó a la luz parte de los almacenes en el ala oeste y una sección de la fachada oeste del famoso palacio. Después de Kalokairinos, varias personas trataron de continuar las excavaciones, pero por una u otra razón fracasaron —dijo Nikos, comenzando a entusiasmarse. No paraba de mover las manos y cada vez se le veía más animado.

—He leído algo sobre el tema. Al final fue un inglés el que realizó el descubrimiento más importante —señaló Hércules.

—Tiene toda la razón, fue el 16 de marzo de 1900, cuando el arqueólogo Arthur Evans, un caballero inglés de medios independientes, compró el terreno y realizó excavaciones de envergadura. Algunos han criticado sus métodos, demasiado agresivos. Pero hay que reconocer que Evans realizó una fuerte inversión y quería recuperar parte de su dinero. Sin duda, tanto la excavación y la restauración del palacio de Cnosos como el descubrimiento de la cultura minoica se deben a sus importantes trabajos, aunque no nos gusten sus métodos —dijo Nikos.

—Es cierto que sus métodos no fueron los más adecuados, hoy en día la arqueología es un campo de trabajo realizado por un equipo académico y en el que se aplica el más estricto rigor científico, pero hace unos años, eran proyectos impulsados por hombres ricos y altruistas —dijo Garstang.

—Bueno, Evans no hizo el trabajo solo, ni a ciegas. Estuvo en todo momento asistido por el doctor Duncan Mackenzie, que ya se había distinguido por sus excavaciones en la isla de Melos, y por el señor Fyfe, un famoso arquitecto del Colegio Británico en Atenas. Además, Evans empleó un gran número de trabajadores locales y en unos meses había descubierto una parte importante de lo que él denominó el Palacio de Minos —dijo Nikos.

—¿Un palacio? —preguntó Lincoln.

—Bueno, nosotros lo denominamos de esa manera, pero en realidad, el término palacio puede inducir a error. Lo cierto es que Cnosos fue una compleja construcción de más de mil habitaciones unidas entre sí; algunas eran talleres de artesanos, otros tipos de talleres. Sirvió de punto de almacenamiento de ese territorio, y era centro administrativo y religioso de la cultura minoica —comentó Nikos.

El griego se quedó en silencio por unos momentos y contempló la estatuilla que descansaba encima de la mesa. Hizo un gesto para poder tocarla y Garstang asintió. Nikos comenzó a observarla detenidamente, acercando sus quevedos a la estatua como si se tratara de una lupa.

—¿Dónde me han dicho que la encontraron? —preguntó por fin.

—No se lo hemos dicho —contestó Garstang.

—¿Han estado en Creta?

—No, la encontramos en el sitio más inesperado —dijo Hércules.

—Me tienen en ascuas.

—En la iglesia de San Sergio, que se encuentra en el barrio copto de El Cairo —dijo Lincoln.

—Sé dónde se encuentra la iglesia de San Sergio, pero lo que no comprendo es qué hacía la estatua de una diosa pagana de la fertilidad en un templo cristiano —refunfuñó Nikos.

—Eso mismo me pregunto yo —dijo Garstang.

—Todas las estatuillas se han encontrado en el Palacio de Cnosos y en Creta, pero hasta ahora, que yo sepa, no se había encontrado ninguna en Egipto —dijo Nikos.

—Ha dicho que es una diosa de la fertilidad, pero también he leído algunos estudios que la identifican como la diosa tierra o una posible sacerdotisa. ¿Podría tratarse de una sacerdotisa? —preguntó Garstang, levantando las gafas y pegando su nariz a la estatua.

—Podría ser. Esta no lleva las dos serpientes en las manos, es una característica común en todas las estatuillas que se han encontrado —dijo Nikos.

—Tiene las manos en alto y los puños cerrados, posiblemente alguien quitó las serpientes hace siglos y comenzó a venerar a la estatuilla como si fuera una representación de la Virgen —dijo Garstang.

—¿Usted cree? —preguntó Lincoln sorprendido—. Pero si lleva los pechos al aire.

—Hay varias estatuas y cuadros que representan a la Virgen con el pecho desnudo —dijo Alicia.

—Sí, pero normalmente está también el niño y lo está amamantando —contestó Nikos.

—Lo que está claro es que debieron de considerarla una imagen venerable y ha sobrevivido en la iglesia hasta ahora —dijo Garstang zanjando el tema—. ¿Cuántos años puede tener?

—Es difícil de calcular. Algunos han hablado del 1450 antes de Cristo, pero es demasiado pronto para saberlo —dijo Nikos.

—¿Y la inscripción? —preguntó Hércules señalando los signos en la falda de la estatuilla.

Nikos volvió a mirar la estatua de cerca y comenzó a leer entre labios. Todos lo observaban expectantes. El griego se detuvo y mirándoles les dijo:

—Sin duda se trata de escritura en lineal A.

—¿Qué nos puede decir de ella? —preguntó Hércules.

—La escritura lineal A es una de las dos escrituras lineales de signos que se utilizaban en la antigua Creta. Bueno, hace poco hemos descubierto que hay un tercer tipo de escritura, a la que hemos denominado
hieroglyphs.
Las dos primeras fueron descubiertas y nombradas por Arthur Evans —dijo Nikos.

—¿Se puede descifrar un tipo de letra de un idioma muerto? —preguntó Hércules.

—La verdad es que tan solo se puede deducir. Hace poco que hemos conseguido descifrar la escritura lineal B, pero sabemos que comparten signos: usando las sílabas asociadas con la escritura lineal B se puede llegar a leer la lineal A —dijo Nikos.

—De que se trata, ¿de una especie de griego primitivo? —quiso saber Alicia.

—No, se cree que este lenguaje es anterior al griego; se le ha denominado minoico y corresponde a un período en la historia cretense antes de una serie de invasiones griegas alrededor de 1450 antes de Cristo —explicó Nikos.

—Si se tratara de griego arcaico, todo sería mucho más sencillo —dijo Garstang.

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