El secreto de los Assassini (7 page)

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Authors: Mario Escobar Golderos

Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga

BOOK: El secreto de los Assassini
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—No soporto a esa mujer. Me quiere dar lecciones de cómo debo comportarme con Hércules —dijo Alicia frunciendo el ceño.

—¿No estarás un poco celosa? —preguntó Lincoln. Pero enseguida se ruborizó. No era tan directo con las mujeres y mucho menos con Alicia.

—¿Celosa? No. Hércules ha vivido con muchas mujeres. Su difunta esposa era una persona encantadora. Pero Yamile oculta algo. Mi instinto me dice que no nos ha contado toda la verdad.

—Será mejor que nos tomemos este viaje como una aventura. ¿Por qué no disfrutas de estos días en Egipto? Recorrer este río ha sido el sueño de miles de personas a lo largo de la historia.

—Sí, pero ellos tenían una misión clara. Buscaban algo, pero nosotros qué buscamos. Una ciudad nubia para depositar una piedra que una princesa prometió devolver a un esclavo moribundo. Yamile no me parece el tipo de persona que cumple la voluntad de un moribundo.

—Entonces, ¿para qué ir hasta Nubia? Podía haber regresado a Hungría o a cualquier parte de Europa —dijo Lincoln.

—Yo creo que en Meroe se oculta un tesoro. Aquel esclavo le debió de hablar de ello a la princesa y ahora ella quiere recuperarlo —dijo Alicia, bajando el tono de voz.

—¿Un tesoro? Si es verdad, ¿por qué no decirlo? En ese caso se aseguraría nuestra ayuda.

—Qué ingenuo es, Lincoln, la princesa no quiere compartirlo con nosotros —dijo Alicia.

—Pero cuando lleguemos allí no podrá ocultarlo —dijo Lincoln, sin llegar a tomarse en serio a su amiga.

—Únicamente estoy especulando, lo que está claro es que nos oculta algo extraño.

Unas voces interrumpieron la conversación. Hércules y Yamile salían para intentar aprovechar la ligera brisa exterior.

—Espero que pesquen algo. La carne de cocodrilo nos va a matar a todos —bromeó Hércules.

—Que bromista es usted —dijo Yamile tocando el mentón del hombre.

Los dos rieron, mientras Lincoln y Alicia se miraban de reojo.

En ese momento un grupo de muchachos corrió hasta el río y comenzó a desvestirse. Antes de que los cuatro pudieran reaccionar, los egipcios, con todas sus vergüenzas al aire, se lanzaron al agua. Algunos se subieron a un tronco que flotaba sin mostrar la más mínima vergüenza. Después se acercaron a pedir propina, como siempre hacían todos los egipcios al ver a un occidental.

—¡Cielo santo! —gritó Alicia tapándose la cara con las manos.

Hércules se echó a reír, mientras Lincoln hacía gestos a los hombres para que se marchasen. Yamile permaneció impasible. No era el primer hombre que veía desnudo y en el harén era normal que los hijos de las otras mujeres entraran a los baños con ellas hasta los doce años.

—Pero, ¿por qué van desnudos? —preguntó Alicia cuando los muchachos se alejaron.

—No sienten vergüenza por su desnudez. Aquí todos los niños y los jóvenes llevan muy poca ropa —dijo Hércules, tranquilizando a su amiga.

—Pero esto es inadmisible entre gente civilizada—dijo Lincoln.

—En España o Londres una mujer no puede enseñar ni un tobillo —dijo Alicia.

—En nuestra cultura la desnudez no es pecaminosa, pero está prohibida entre personas de distintos sexos. Las mujeres nos bañamos todas desnudas y nuestros hombres pueden ver nuestros cuerpos, siempre que lo deseen —dijo Yamile.

—Pero, usted no es árabe —dijo Lincoln.

—Sí lo soy. Me han criado como a una árabe, poco importa que naciera en Hungría. ¿Usted se considera africano? —preguntó Yamile.

—Naturalmente que no —contestó Lincoln torciendo el gesto—. Yo nací y me crié en Washington D. C.

—Entonces, ¿por qué se extraña?

—Mi familia lleva más de cien años en los Estados Unidos. ¡Yo no fui secuestrado y vendido como esclavo! —dijo Lincoln alzando la voz.

Hércules se adelantó un paso y se situó entre los dos. Nunca había visto a su amigo tan alterado.

—Por favor Lincoln, no olvide que se encuentra ante una dama —dijo Hércules.

Lincoln miró a Yamile y se retiró a su camarote. Alicia corrió detrás de él.

—Lamento lo sucedido, princesa —dijo Hércules.

—Yo no quería... —dijo la princesa apoyándose en el hombro de Hércules.

—No se preocupe, Lincoln no quería ofenderla.

Yamile se estrechó entre sus brazos. Hércules cerró los ojos y sintió como se le aceleraba el corazón. La princesa, con la vista perdida en el horizonte, pensó que el tiempo se terminaba, tenían que llegar a Meroe antes de que fuera demasiado tarde.

14

El Nilo, 20 de noviembre de 1914

Cuando el capitán Hasan se levantó para reanudar el viaje antes del amanecer le pareció escuchar el lejano murmullo de un motor. Se paró en silencio e intentó forzar su oído, pero no escuchó nada. Caminó hasta la cabina y preparó el barco antes de ponerlo en marcha. Le gustaba mucho ese momento del día. Todos dormían y por fin se sentía dueño de su vieja
Cleopatra.
Llevaban veinte años juntos y habían navegado por el río cientos de veces. Durante todo ese tiempo, había transportado a miles de viajeros occidentales, pero aquel grupo era diferente a todos. Un negro, dos mujeres, una de ellas árabe y un caballero español. Aunque todo eso ya importaba poco, aquella tarde, después de dejarles en Korosoko, daría media vuelta y regresaría a casa. Tenía una hija y dos nietas que esperaban que regresara cuanto antes. Alá no le había concedido el don de tener hijos varones, pero el amor de su hija era suficiente regalo.

Los marineros se despertaron y comenzaron a preparar el barco con sus movimientos torpes y ruidosos. El capitán les hizo gestos para que no molestaran a los viajeros, pero los marineros siguieron haciendo ruido. Pusieron el motor en marcha y el barco comenzó a moverse muy lentamente.

El capitán observó en el horizonte como los primeros rayos de sol se colaban bajo el manto de la noche y sonrió. No le gustaba la oscuridad y daba gracias a Alá de que, después de un mes de navegación, ningún bandido los hubiera asaltado. Debido a la guerra en Europa, el número de soldados egipcios se había duplicado, por lo menos hasta el Alto Egipto, Nubia era otra cosa. En Alejandría podía verse a miles de soldados británicos, que pasaban allí unos meses antes de ir a Europa. Aunque él evitaba trabajar para los soldados. Solían beber más de la cuenta y causar muchos problemas.

El capitán percibió que el ruido monótono de otro barco se acercaba en la oscuridad. Esta vez el sonido era fuerte y se distinguía del lento palpitar de su vieja caldera de carbón. Gritó algo a sus hombres y estos corrieron a por algunas viejas carabinas. Dudó en despertar a los occidentales. Tal vez solo se trataba de algún viejo barco de pescadores, aunque el motor del barco parecía demasiado potente para tratarse de una vieja barcaza.

Hércules apareció por la espalda y el capitán dio un respingo al escuchar su voz.

—Capitán, ¿quién viene? —preguntó Hércules vestido solo con pantalones y con el torso desnudo.

—No lo sé, señor. No quise importunarlo. Seguramente sea un barco de pescadores o un barco comercial.

—¿A estas horas de la madrugada?

El capitán se encogió de hombros. Hércules regresó al camarote y tomó su gran rifle. Al regreso, Alicia y Lincoln se le habían unido.

—Alicia, será mejor que nos esperes en el camarote —dijo Hércules muy serio.

—Ni hablar. No he estado practicando con mi rifle Fletcher durante todo el viaje para quedarme ahora con los brazos cruzados —dijo Alicia, quitando el seguro del arma.

—Está bien —refunfuñó Hércules—. Pero será mejor que nos pongamos a cubierto.

Todos aguantaron la respiración mientras el sonido se acercaba más y más. Lincoln tragó saliva y mustió una oración entre labios. Alicia miró a la oscuridad con el rifle apuntado hacia el ruido. Hércules permanecía sentado en el suelo, relajado, mientras abrazaba su gran rifle.

De repente el sonido cesó y eso les puso aún más nerviosos. Los marineros se acercaron a la borda con grandes faroles y examinaron el agua. De pronto, un grito rompió el silencio y uno de los faroles cayó al agua. Uno de los marineros luchaba con algo en la oscuridad, pero apenas podían distinguir una figura negra que rodeaba el cuello del pobre diablo. Lincoln intentó acercarse, pero Hércules lo retuvo y le hizo un gesto negativo con la cara.

Los gritos cesaron y el cuerpo del marinero cayó al agua. Los otros dos hombres se alejaron de la borda y se acercaron a Hércules y sus amigos.

—Apártense de en medio. Nos quitan visibilidad —dijo Hércules con un gesto.

Los hombres lo miraron aterrorizados y se cubrieron junto a ellos.

—El capitán. Puede que intenten matarle y atacarnos por la espalda —dijo Alicia poniéndose en pie. Comenzó a cubrirse con las cajas y se dirigió hacia la cabina.

—No, Alicia. Puede ser peligroso —dijo Hércules, pero un disparo le obligó a agachar la cabeza.

—No se preocupe, yo la acompañaré —dijo Lincoln empuñando su revólver.

Lincoln corrió tras la mujer y los dos se metieron en la cabina. Allí, el capitán estaba agachado con un cuchillo en la mano. Sus ojos expresaban verdadero pánico.

—No son bandidos —dijo en su mal inglés.

—¿Qué? —preguntó Lincoln.

—Los bandidos no disparan sin avisar. Amenazan y se llevan todo, pero no atacan de esta forma.

—Entonces, ¿quién nos ataca? —dijo Alicia asomando la cabeza. Dos balas pasaron rozando su pelo.

—¡Maldición! —gritó Alicia, después miró a Lincoln algo avergonzada—. Oh, lo siento.

—No se preocupe. ¿Este trasto no puede navegar más rápido? —preguntó Lincoln.

—Hay que alimentar la caldera. Apenas había comenzado a calentarse cuando nos han atacado —contestó el capitán.

—Vaya y aumente la presión —dijo Lincoln tirando del brazo del capitán.

—¿Yo? —dijo resistiéndose.

—Es su barco, ¿no? Venga, que le cubrimos.

Alicia y Lincoln comenzaron a disparar a la oscuridad y el capitán salió a gatas. Entró en la sala de máquinas de la bodega y lanzó varias paletadas de carbón. Cuando regresaba para la cabina, una sombra se abalanzó sobre él.

—¡Ah!

Hércules miró a su espalda y vio al capitán tumbado en el suelo y un hombre sobre él con una gran cimitarra. Apuntó su rifle y disparó. El asesino quedó destrozado por la bala explosiva. El capitán se quitó de encima el cuerpo y corrió hasta la cabina. En ese momento Lincoln luchaba contra otro de los asesinos. El capitán se acercó por detrás y le hincó su cuchillo. El asesino se derrumbó, muerto.

—Gracias —dijo Lincoln. Después se agachó y recogió su revólver del suelo. Cuando entraron en la cabina, Alicia les apuntó con su rifle.

—Tranquila, somos nosotros —dijo Lincoln.

El capitán aumentó la potencia del barco y se escuchó el crujir de la madera.

—Han puesto su barco en la proa, pero el
Cleopatra
lo moverá —dijo el capitán alzando la barbilla.

El barco comenzó a moverse con más rapidez y se oyó el gorgoteo de un par de personas que se lanzaban al agua. El sol ya había despuntado y observaron como el barco de los asaltantes comenzaba a perderse en el horizonte. Lincoln y Alicia se reunieron con sus amigos y miraron los cuerpos inertes de los tres asesinos. Vestían igual que los que les habían asaltado al pie de las pirámides.

—¿Por qué nos siguen? ¿Cómo saben que nos dirigimos a Meroe? —dijo Alicia mirando directamente a Yamile.

La princesa retrocedió y se agarró al brazo de Hércules.

—No lo sé. Si lo supiera se lo diría —dijo la princesa, con los ojos llenos de lágrimas.

Todos se miraron impacientes, pero antes de que ninguno de ellos hablara el capitán gritó:

—Korosoko.

En el horizonte apareció la ciudad y por unos instantes se sintieron a salvo.

15

Korosoko, Alto Nilo, 22 de noviembre de 1914

Hércules pasó dos días regateando con el jeque el precio de las provisiones y los camellos. La princesa Yamile le había aleccionado sobre cómo negocian los árabes y era entretenido observar a Hércules y al jeque discutir mientras tomaban un té sentados en la alfombra de la casa en la que se alojaban. El jeque insistía en pedir un precio muy alto por sus camellos y Hércules se quejaba de lo delgados y enfermizos que parecían los animales. El primer día, el jeque se levantó y se marchó ofendido. Eso también formaba parte del ritual.

Cuando el jeque se marchó, Hércules se quedó anonadado.

—¿Y ahora qué vamos a hacer? El jeque es el único hombre en la ciudad que tiene suficientes camellos para el viaje —dijo Hércules, nervioso.

—No te preocupes, volverá. Él es el que ha roto la negociación, ha dudado de tu inteligencia. Lo que tienes que hacer ahora es mandarle una carta alabando su sagacidad y enviarle algún presente. Antes de que llegue la noche responderá —dijo Yamile.

Hércules la miró sorprendido, pero el plan dio resultado. Al día siguiente había dieciséis camellos a la puerta de la casa, además de las provisiones, el agua, un cocinero, el
trujamán
[17]
y un guía.

—Es increíble —dijo Hércules al ver la caravana de camellos.

Partieron aquella misma mañana. Después de dos días de espera, todos estaban impacientes por enfrentarse al implacable desierto. El camino no era fácil. Tenían que atravesar una de las zonas más inhóspitas del mundo, con unas reservas pequeñas de agua y alimentos. No podían contar con encontrar fuentes de agua potable, tan solo había en el camino un viejo cráter apagado, en el que había agua amarga, conocido como Morad. Su destino era Abu Hammad, allí podrían aprovisionarse de nuevo y continuar hasta Meroe.

Cuando la caravana se introdujo en la inmensa llanura de arena y cielo, todos sintieron un escalofrío. Nunca la inmensidad había sido tan claustrofóbica.

16

En mitad del desierto, 1 de diciembre de 1914

No había día sin viento. El
simun
era un fuego abrasador que lamía la humedad de sus cuerpos hasta deshidratarlos por completo. A pesar de llevar más de quinientos litros de agua consigo en las
girbas
colgadas de los camellos y en unos toneles, no sería suficiente. Las
girbas
impedían la evaporación del líquido, pero por más que economizaban, en unos días la falta de agua comenzaría a ser su principal problema.

Cuando la caravana llegó al pozo de Morad, contemplaron decenas de cuerpos de camellos resecos por el calor del desierto. No sabían lo que había sido de sus dueños, pero la visión los inquietó. La inmensa llanura se interrumpía en el horizonte, pero las colinas que contemplaban a lo lejos eran tan estériles como la llanura. Durante la noche la temperatura caía hasta los veinticinco grados y por eso, escogieron viajar de noche y descansar de día.

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