Read El secreto de los Assassini Online
Authors: Mario Escobar Golderos
Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga
—Es asqueroso —dijo Alicia sacándose un pedazo de carne de la boca.
—¿Has probado la sopa? —preguntó Lincoln sonriente—. Está muy rica.
Alicia se llevó la cuchara a la boca, pero con un gesto la soltó casi llena en el plato. Hércules terminó su sopa sin rechistar. La princesa comió la suya con esfuerzo, pero Lincoln y Alicia ni lo intentaron. Se limitaron a devorar el pan de centeno.
—Espero que mañana la comida sea más apetitosa —dijo Alicia, después de terminar su pan—. ¿Cuándo llegaremos a el-Hawamdya?
—Debemos de estar a punto de alcanzar el puerto —contestó Hércules.
—Les pido que me disculpen —dijo la princesa, que hasta ese momento había permanecido en silencio—. Creo que les debo una larga explicación.
El resto del grupo se calló de repente y miró atento a la princesa. Yamile sonrió y sus grandes ojos verdes brillaron a la luz de las velas. Ya no llevaba la cara cubierta, tan solo se tapaba cuando estaban presentes los marineros árabes. Hércules y Lincoln apenas se habían acostumbrado a contemplar su belleza. Era difícil adivinar su edad, en algunos momentos parecía una muchacha en su primera juventud y en otros una mujer en la plenitud de su vida. Su voz era suave y arrastraba las palabras hasta darles un tono musical.
—Ustedes se preguntarán por qué tras escapar de mi esposo el sultán no me he dirigido a mi tierra natal, Hungría —dijo la princesa. El resto del grupo asintió con la cabeza—. Europa está inmersa en una guerra terrible. Bueno, ustedes lo saben mejor que yo. Pero esa no es la verdadera causa de mi viaje a Egipto. Cuando escapé del palacio del sultán, hice una promesa a mi esclavo y cuidador Omán, un nubio que pertenecía al misterioso pueblo de Meroe.
—¿Meroe? —preguntó Alicia.
—El pueblo de Meroe es casi tan antiguo como el pueblo egipcio. Omán siempre me contaba la hermosa historia de sus antepasados. Meroe es el nombre del reino que surgió en Nubia hacia el año 400 y lleva el nombre de su capital, la ciudad de Meroe.
—Nunca había oído hablar de él. ¿Se refiere al reino de Saba que narra la Biblia? —preguntó Lincoln.
—No, Lincoln —interrumpió Hércules—. El famoso reino de Saba se encontraba más al sur y se le conoce también como el reino de Aksun.
La princesa miró impaciente a Hércules y cuando este hubo terminado continuó su relato.
—En el año 270 a. C. el rey Ergamenes destruyó Napata y se trasladó con su corte a Meroe, que pasó a ser la capital. Roma y Meroe se enfrentaron en diversas ocasiones. Hacia el año 25 a. C, el rey de Meroe intentó acrecentar su reino y conquistar la Tebaida, Elefantina y Siena, pero fue rechazado por el general Petronius, que entró en Napata unos meses después de conquistar Dakka y Primis. Entonces la reina Candace pidió un tratado de paz que le fue rechazado, y los romanos se llevaron miles de esclavos y un gran botín. Entre aquel botín transportaron numerosos pergaminos de la cultura Meroe y uno de sus secretos mejor guardados —dijo la princesa.
Todos la escuchaban sin pestañear. No entendían que tenía que ver eso con su huida de Estambul ni con los hombres que la perseguían, pero Lincoln, Hércules y Alicia eran unos enamorados de los misterios.
—En el año 20 a. C. la reina pidió la paz a César Augusto, que se la concedió y estableció la frontera y el reino de Meroe. La reina pidió a Roma que le devolviera sus tesoros y pergaminos, pero los romanos no respondieron a sus peticiones —dijo la princesa.
—Una bella historia, pero no entiendo... —dijo Lincoln.
La princesa hizo un gesto suave con la mano y continuó su relato.
—El reino de Meroe, temeroso de que los romanos lograran descifrar sus secretos y quisieran arrebatárselos, ocultó una valiosa joya en el templo a su dios Apedamak.
—¿Apedamak? —preguntó Alicia.
—Apedamak era para los egipcios el dios protector del faraón en las batallas. Durante siglos fue el principal dios de Nubia, venerado en Naga y Debod. Según me decía Omar, en el templo de Naga se le representa como un hombre con cabeza de león —dijo la princesa.
—Qué interesante —dijo Alicia, apoyando la barbilla en la mano—. Pero, ¿por qué guardarlo allí? Los templos son los primeros lugares que se saquean en una guerra.
—Los sacerdotes de Apedamak eran los únicos que conocían el secreto. El sumo sacerdote transmitía su conocimiento al siguiente sumo sacerdote, y el secreto se escondía en el corazón de la propia estatua del dios —dijo la princesa.
—¿Qué quiere decir con el corazón? ¿En el interior de la estatua? —preguntó Alicia.
—Exacto, en una pequeña cavidad disimulada. Mientras permaneciera allí, el reino de Meroe nunca sucumbiría —dijo la princesa.
—Pero, el reino sucumbió —dijo Hércules—. Al parecer, su secreto no les sirvió para mucho.
—El corazón de Apedamak fue robado, pero su secreto permanece allí.
—Sigo sin entender nada —dijo Hércules encendiendo un puro habano.
Un pesado silencio envolvió el caluroso ambiente nocturno. La princesa miró directamente a los ojos a Hércules y le dijo:
—Yo tengo el corazón de Apedamak, también llamado de Amón.
El Nilo, 19 de octubre de 1914
Atracaron en el pequeño puerto de el-Hawamdya entrada la noche. El capitán compró algunos víveres y carbón y antes del amanecer el
Cleopatra
comenzó su leve ronroneo río abajo. Hércules fue el primero en levantarse. No había dormido en toda la noche y con la cabeza aún pesada por la falta de sueño se dirigió hasta la cubierta. Allí los marineros marchaban de un lado al otro intentando disimular su inactividad. Se dirigió a la cabina del capitán y lo encontró adormilado, con la mirada perdida en la larga serpiente de agua.
—Mar-haba
—dijo Hércules.
—Mar-haba,
señor Guzmán —contestó el capitán.
—¿Cuántos días tardaríamos en llegar a Nubia?
—¿A Nubia? ¿Es allí dónde nos dirigimos? —preguntó el capitán, chupando un largo palulú.
—Tal vez. ¿Cuántos días? —preguntó impaciente.
—Ninguno. No podemos llegar hasta allí en barco.
—¿Cómo? —dijo Hércules pegando su cara a la del capitán.
—Yo solo puedo llevarle hasta Korosoko, desde allí tendrán que continuar el camino por tierra —dijo el capitán apartándose de Hércules.
—¿Y cuántos días de viaje quedan hasta Korosoko?
—No menos de veinticinco días de viaje —dijo bajando la cabeza el capitán.
—¿Veinticinco días de viaje? ¿Este trasto no puede ir más rápido? —preguntó Hércules dando un puñetazo al timón.
—No, señor Guzmán. Con un poco de suerte, si tenemos días con viento ahorraremos dos o tres días, pero en esta época del año... —dijo el capitán levantando las manos con las palmas hacia arriba.
Hércules abandonó la cabina hecho una furia. El viaje a Nubia era inadmisible. Veinticinco días en barco; después, una larga marcha por el desierto hasta Berber y otro barco que tardaría casi dos semanas más. Su caballerosidad tenía un límite. Él había pensado que viajarían por el Nilo para descubrir sus maravillosas ruinas, no para llevar a una desconocida a una ciudad perdida en el desierto para cumplir una promesa a un esclavo muerto.
Cuando el resto de sus compañeros se reunieron, él ya se encontraba más calmado. Estaba recostado en una vieja tumbona de mimbre y con la mente puesta en las palabras con las que iba a explicar a la princesa que no estaban preparados para llegar hasta Nubia.
—Hércules, ¿desde cuándo llevas despierto? —preguntó Lincoln, que había descansado a pierna suelta.
—¿Despierto? No he dormido nada —se quejó.
—Bueno, por lo menos hay camas en el barco —dijo Alicia estirando su espalda—. ¿Pararemos en Menfis?
—No —contestó secamente Hércules.
—Pero, si llevas semanas hablando de Menfis —dijo Alicia sentándose en uno de los lados de la tumbona.
—He hablado con el capitán. En total, tardaríamos más de dos meses en llegar a Meroe. No podemos seguir —dijo, después de dar una profunda bocanada a su puro.
La princesa abrió los labios para contestar, pero al final se alejó de ellos y se puso en la proa del barco. Hércules se levantó bruscamente y siguió a la mujer.
—Yamile —dijo al llegar a su altura.
La princesa contempló el río. Su pelo suelto se movía con la brisa. Hércules se aproximó y se apoyó en la baranda, a su lado.
—Compréndalo. No sobreviviríamos en el desierto. Yo soy un viejo marinero retirado, Lincoln un ex agente de policía que conocí en Cuba hace muchos años y Alicia una mujer de ciudad. No podemos atravesar un desierto sin equipos, sin experiencia —dijo Hércules con tono suave.
—Lo comprendo. Les pido que me dejen en la primera ciudad que encontremos en el camino y que prosigan su viaje de placer sin mí. Fui yo la que hice la promesa a Omán. Seré yo la que lleve el Corazón de Amón a Meroe —dijo la princesa, a punto de echarse a llorar.
Hércules la miró a los ojos. La princesa Yamile parecía muy asustada. De repente comenzó a suspirar y él le puso la mano en el hombro. Ella se le abrazó e irrumpió en un llanto profundo, como si llevara mucho tiempo soportando la presión. El contacto con el cuerpo cálido de la mujer lo incomodó. En los últimos días había imaginado cómo sería besarla y estrecharla entre sus brazos, pero ahora sentía una extraña sensación de desasosiego al hacerlo.
—La acompañaremos hasta allí, por Dios bendito, no tenemos nada mejor que hacer. Venimos para conocer Egipto y lo conoceremos en profundidad —dijo Hércules con una sonrisa.
Desde el otro lado del barco, Lincoln y Alicia observaban la escena con inquietud. Atravesar el norte de África sin el equipo adecuado y sin experiencia era la aventura más difícil a la que se habían enfrentado nunca.
El Nilo, 17 de noviembre de 1914
Las rutinas diarias terminaron por relajar el ánimo de los cuatro compañeros. Pasaban muchas horas charlando, durmiendo o simplemente contemplando el paisaje. No había mucho más que hacer. Procuraban atracar por las noches en algún pequeño puerto y partían antes de la puesta de sol. El calor era incesante y lo único que variaba eran las orillas del río, que a ratos se convertían en estrechas lenguas verdes que ya no ocultaban el temido desierto.
A medida que viajaban más al sur, los pueblos se espaciaban más. Podían recorrer decenas de kilómetros sin cruzarse con otra embarcación y sin ver a ningún nativo. La influencia árabe en los habitantes de las orillas decrecía a medida que se alejaban de El Cairo. Cuanto más al sur, más africanos parecían los nativos. Era curioso observar como los habitantes de los pueblos más al norte despreciaban las costumbres y los hábitos de los que estaban más al sur. Su aspecto también era distinto. La mezcla entre árabes, egipcios y nubios era cada vez más evidente.
La rutina al llegar al puerto era siempre la misma. Decenas de personas se agolpaban a su alrededor y les pedían propina. Los marineros los echaban y ellos caminaban un poco por la aldea o el pueblo. Aquellos paseos nocturnos eran una fuente de relajación. Pasar la mayor parte del tiempo en el
Cleopatra
podía convertirse en tedioso y desesperante. Todo marchaba demasiado lento en Egipto, como si el tiempo se hubiera detenido en la tierra de los faraones.
Hércules pasó por alto la mayoría de las ruinas con las que se encontraban. Había determinado que al regreso sería más fácil visitar los monumentos y hacerse con algunas obras interesantes. En España apenas había objetos egipcios y pensaba donar la mayor parte de las piezas que encontrara al Museo de Ciencias. Lincoln leía la Biblia constantemente, era el único libro que llevaba siempre encima. Aunque también procuraba pasar más tiempo con Alicia, ya que Hércules y la princesa se alejaban muchas veces en sus paseos nocturnos o charlaban durante horas solos en cubierta. Alicia se sentía halagada por la atención de su amigo, pero echaba de menos a Hércules. Lo conocía desde niña y, desde la muerte de su padre, él se había convertido en un padre para ella. Los marineros apenas se dejaban ver y no cruzaban palabra con ellos.
Todos sabían que en un par de días llegarían a Korosoko y la tensión fue creciendo al aproximarse a su destino. Cruzar el desierto podía resultar mortal, pero en cierto modo confiaban en su buena estrella. La misma que les había librado de muchos peligros en Europa justo antes de que la guerra estallara.
En un par de días medirían sus fuerzas frente al verdadero Egipto, el duro y peligroso país del desierto.
El Nilo, 19 de noviembre de 1914
—Nos queda un día para llegar a Korosoko —dijo Hércules señalando el mapa.
—¿Cuál es nuestro destino, después de dejar Korosoko? —preguntó Alicia.
—Desde allí partiremos hacia Berber. Nuestra principal preocupación será el agua. Únicamente hay una fuente de agua en todo el camino. En cuanto lleguemos a Korosoko tendremos que comprar camellos, víveres, agua y hacernos con un guía e intérprete. Puede que no encontremos mucha gente que hable inglés o árabe tan al sur —dijo Hércules.
—¿La zona está protegida por el Gobierno británico? —preguntó Lincoln.
—Oficialmente sí, pero su control siempre ha sido más teórico que real. Aquí son los jeques los que gobiernan los territorios y tendremos que congraciarnos con ellos. Además, el Reino Unido ha desplazado muchas de sus fuerzas a Europa y Asia. No creo que encontremos ni a un soldado británico tan al sur —dijo Hércules.
—Pues las expectativas parecen estupendas. Desierto, bandidos, poca agua y la posibilidad de perderse en medio de la nada —se quejó Alicia.
—No te preocupes Alicia. He recorrido medio mundo y creo que podremos atravesar el desierto sin dificultades —dijo Hércules, poniéndole un brazo sobre el hombro.
—Eso me tranquiliza, Hércules. Pero creo que tú recorriste medio mundo en barco y que no sabes más que nosotros sobre cómo atravesar un desierto.
—Debería confiar más en su mentor, señorita Alicia —recriminó la princesa a la joven, señalándola con el dedo.
Alicia la miró fijamente. Después se dirigió a Lincoln y le dijo:
—Creo que será mejor que tomemos el fresco. Aquí el ambiente está muy cargado.
Lincoln y Alicia salieron a cubierta. El barco marchaba muy despacio pegado a la orilla. Dos de los marineros navegaban en la barca intentando pescar algo y el capitán seguía al timón.