El secreto de los Assassini (3 page)

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Authors: Mario Escobar Golderos

Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga

BOOK: El secreto de los Assassini
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La voz del esclavo anunciando la llegada del gran visir le devolvió a la realidad. Notó como las manos comenzaban a sudarle y se le secaba la garganta.

—Oh gran califa del islam, se presenta ante vos su más humilde siervo —dijo el visir de manera ceremoniosa.

El sultán lo miró atemorizado y le ofreció un asiento.

—Nuestros hombres han perdido la pista de la princesa en El Cairo —dijo el visir.

—¿El Cairo? ¿Qué puede hacer nuestra palomita en El Cairo? Ella odia los climas calurosos y más en aquella zona atrasada y sin comodidades —dijo el sultán, horrorizado.

—No lo sabemos. Nuestros hombres estuvieron a punto de detenerla en el barrio copto, pero dos hombres extranjeros se interpusieron.

—Que contrariedad. ¿Qué vamos hacer ahora?

—Nuestros hombres la siguieron hasta el hotel donde se alojan esos caballeros, al parecer tienen dos habitaciones en el Hotel Continental-Savoy. ¿Ordena que la eliminemos?

—No, por favor. Ya sabe que me interesa recuperar la joya y a la princesa. Lo que suceda con el resto me trae sin cuidado. Esa joya ha pertenecido a nuestra familia desde hace siglos y necesito recuperarla.

—Se hará como deseáis, gran califa del islam —dijo el visir con una ligera reverencia.

El visir se puso en pie y se retiró de la sala. El sultán permaneció unos segundos sentado meditando en silencio. Aquella joya poseía un poder que nadie podía entender. Sabía que su suerte estaba unida a ella. Si el rubí caía en manos inexpertas podía ser muy peligroso.

5

El Cairo, 17 de octubre 1914

—Espero que no le molestara lo que le comenté el otro día en el jardín del hotel. No era mi intención ofenderla, simplemente estoy cansada de esa visión masculina de las cosas. Mi padre no era así. Él me animó a estudiar, a ser independiente y tener mis propias ideas —dijo Alicia mientras se peinaba frente al espejo.

—No se preocupe señorita Alicia. Las dos hemos sido criadas en dos mundos distintos y en dos religiones con sus énfasis diferentes. Yo fui educada para complacer a los hombres. Puede que no le parezca bien, pero es la realidad —dijo la princesa mirando directamente a los ojos a Alicia.

La primera vez que Alicia la observó sin velo se quedó asombrada. Sus grandes ojos azules, redondos y enormes, no opacaban el resto de su belleza. La cara ovalada, de piel clara pero no cruda, el pelo rubio trigo y las mejillas ligeramente sonrosadas. Su cuello era largo y fino y su cuerpo tenía las medidas perfectas. Alicia se sintió acomplejada ante ella. Su piel era demasiado lechosa, las pecas le cubrían las facciones y aunque sus ojos eran grandes y expresivos, en los últimos años se habían ribeteado de arruguitas. Su pelo rojo era la admiración de los egipcios, pero a ella le hacía sentirse un patito feo.

La princesa percibió la turbación de la mujer al ver su cuerpo desnudo en la gran bañera de latón. Ella estaba acostumbrada a bañarse completamente desnuda ante otras mujeres, pero para una occidental era muy raro contemplar su propia desnudez. Lo cierto era que Alicia nunca había visto a otra mujer desnuda, tampoco a ningún hombre.

—¿Le molesta verme desnuda?

—No es molestia, princesa. Es pura curiosidad.

—El islam es muy restrictivo con el decoro ante los hombres, pero las mujeres no tenemos que sentir vergüenza unas de otras. Todo lo contrario, Alá nos formó perfectas para que los hombres pudieran ser felices deseándonos —dijo la princesa mientras frotaba sus brazos con la esponja.

Alicia se acercó al balcón y miró el jardín. Era tan frondoso que le costaba hacerse a la idea de que a unos pocos kilómetros se encontraba el desierto más inhóspito del mundo.

—En el catolicismo la cosa no es igual. Todo es pecado y hay que proteger a las mujeres de las miradas de los hombres. Pero el desnudo propio o en presencia de tu esposo, también está prohibido. Los hombres deben temer mucho a las mujeres para tratarlas así.

La princesa comenzó a reírse. Alicia se sintió un poco ridícula. Allí, frente a ella, con una blusa de cuello alto y manga larga, una falda que le llegaba hasta los tobillos, hasta el
niqab
de la princesa era más sensual que su ropa occidental.

—¿Por qué abandonó el harén? Si no lo desea no tiene por qué responderme a esta pregunta. No quiero importunarla —dijo Alicia levantando la palma de la mano.

—Hace un par de días estaba demasiado conmocionada para hablar de ello, pero ahora le puedo narrar en breves palabras lo que me sucedió. Pero permita que me seque y salga del agua. ¿Puede acercarme esa toalla? —dijo la princesa poniéndose de pie mientras el jabón se escurría hasta sus piernas.

Alicia le acercó la toalla blanca y la princesa se cubrió. Después se dirigieron a un cómodo sofá y se sentaron.

—Cuando llegamos al harén nos asignaron un
lala.

—¿Qué es un
lala?
—preguntó Alicia.

—Un
lala
es un cuidador. Todos son negros, desde pequeños se les castró y dedican toda su vida a cuidarte. Mi
lala
se llamaba Omán. Para mí era como mi padre y mi madre. Me daba de comer, traía la ropa limpia, me consolaba cuando estaba triste. Omán era un negro galla
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al que sus padres habían vendido cuando era solo un niño. Los niños eran llevados a Kassala, la segunda ciudad más importante del Sudán. Allí eran vendidos como esclavos, la mayoría a árabes de Egipto y otras zonas del norte de África. Casi todos estaban condenados a un destino terrible y muy pocos llegaban a la madurez, debido al maltrato constante y la desnutrición. Unos pocos, los más bellos e inteligentes, eran castrados y vendidos como mercancía de primera clase al Imperio otomano. Omán fue uno de esos niños. Hace poco menos de un mes Omán tomó una joya de la colección privada del sultán. Insistía en que esa joya pertenecía a su pueblo y que había sido robada hace mucho tiempo, trayendo la pobreza y la esclavitud, ahora él quería devolverla al templo donde, según él, debía permanecer. Le mataron en la huida y yo hice la promesa de llevar la joya personalmente a los galla —dijo la princesa con un tono de voz cada vez más encendido.

—Pero, es una empresa muy peligrosa. Unos hombres os persiguen y una mujer sola no puede llegar tan al sur del Nilo sin ayuda —dijo Alicia, sorprendida por la increíble historia de la princesa.

—Lo sé, pero ya no puedo volverme atrás. Se lo prometí a Omán mientras moría en mis brazos —dijo la princesa con semblante triste.

—Nosotros partimos en dos días hacia el sur. No teníamos previsto llegar más allá de la primera catarata, pero tal vez Hércules y Lincoln accedan a que la llevemos hasta dónde habita esa tribu.

—¿Serían tan amables? —dijo la princesa mientras comenzaba a sonreír de nuevo.

—Hemos alquilado un modesto vapor y, mañana tenemos previsto visitar las famosas pirámides de Giza —dijo Alicia entusiasmándose con tener una compañera el resto del viaje. A veces, la actitud de Hércules y Lincoln la sacaba de quicio.

—¡Alá sea alabado! No se arrepentirán. Les serviré de traductora, además del árabe domino algunos dialectos de la zona, que me enseñó Omán.

Las dos mujeres se fundieron en un abrazo. Alicia se apartó y le dijo a la princesa mientras se quitaba la ropa:

—Creo que es hora de que me dé el primer baño desnuda de mi vida.
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6

Pirámides de Giza, 18 de octubre de 1914

—«La fastuosa necrópolis de Giza se encuentra situada en la meseta de Giza, en las cercanías de El Cairo. Durante miles de años el sol y el viento han moldeado estas montañas de piedra, como un martillo golpea sobre un yunque. En esta gran necrópolis del Antiguo Egipto se erigieron las tres famosas pirámides que han fascinado a los viajeros durante milenios. La más conocida de las tres es la de Jufu,
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pero sus pequeñas hermanas gemelas de Jafra
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y la de Menkaura
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unidas a varias pirámides más pequeñas, templos funerarios y la Gran Esfinge de Giza, forman el conjunto histórico más impresionante del mundo. Unidas a estos fastuosos monumentos reales se encuentran numerosas mastabas de cortesanos y algunos monumentos de épocas posteriores relacionados con el culto a los antepasados. De las tres pirámides principales se conserva su corazón, conformado por bloques de piedra caliza, pero de su hermoso caparazón, de granito rosado, solo quedan algunos restos, pues estos bloques fueron utilizados para construir edificios en la cercana ciudad de El Cairo» —dijo Hércules leyendo el libro, mientras intentaba no caerse de su camello.

—No digo que no sean impresionantes, pero yo prefiero otro tipo de monumentos —comentó Lincoln.

—Escuche esto —dijo Hércules comenzando a leer de nuevo—: «La pirámide de Jafra parece la más alta, pero es debido a que fue construida sobre una zona más elevada de la meseta de Giza; en realidad es la que se adjudica a Jufu la de mayor altura y volumen. La Gran Pirámide estaba considerada en la antigüedad una de las siete maravillas del mundo, y es la única de las siete que aún perdura».

Lincoln se adelantó sobre su camello y con su sombrero de fieltro en la mano en forma de visera observó las enormes montañas de piedra que tenía ante sí. Los norteamericanos tendían a comparar todo con su país, como si los Estados Unidos fuera la medida de todas las cosas. Recordó Washington y los grandes monumentos republicanos y pensó que el fastuoso mundo egipcio no era tan espectacular como todos decían y, sobre todo, no era nada práctico. ¿Cómo aquellos hombres habían gastado su fortuna en la construcción de una tumba?, se preguntó, con su habitual sentido práctico de las cosas.

—¿En qué piensa, querido amigo? —preguntó Hércules, que había logrado sentar a su camello y comenzaba a descabalgar.

—¿Para qué tanto gasto inútil? Los miles de esclavos que debieron trabajar para construir estos templos al ego humano —dijo Lincoln intentando sin suerte que su camello se sentara.

La princesa, con un gesto elegante, se bajó sin esfuerzo de su cabalgadura y comenzó a caminar por la arena. Su vestido brillaba en mitad de la luminosidad del desierto. Hércules no pudo evitar mirarla de reojo. No veía una mujer tan bella desde hacía años. A pesar de su gran belleza, su felicidad truncada y sus ojos melancólicos le conmovían profundamente. A pesar de que él no era un hombre muy sensible, la historia de la princesa le había impactado. Se acercó a ella y le ofreció su brazo. La princesa lo miró a través de su velo y su sonrisa invisible iluminó sus grandes ojos azules.

—Muy amable —dijo la mujer y los dos comenzaron a caminar hacia los monumentos.

—¡Muchas gracias por la ayuda! —gritó Alicia desde su cabalgadura. Uno de los criados había sentado su camello, pero su aparatoso vestido estaba enredado y tardó un buen rato en ponerse en pie. Sus botines blancos de piel se hundían en la arena y apenas avanzaba.

Hércules y la princesa caminaron sin percatarse del mal humor de Alicia, y Lincoln, que ya se encontraba en el suelo, corrió hasta ella y le ofreció su brazo.

—Menos mal que todavía quedan caballeros en este desierto inhóspito —dijo Alicia con una sonrisa.

Lincoln la miró con su piel salpicada de sudor perlado y por un momento recordó el último año que habían pasado juntos. La muerte del padre de Alicia unos meses antes y el poco tiempo que había tenido para completar su duelo la mantenían en un estado de nervios permanente. Sus grandes ojos verdes se encendían con facilidad y su frente pecosa se fruncía en un gesto de disgusto. Un mechón pelirrojo se escapó de su moño y Alicia comenzó a quejarse de nuevo.

—De todos los lugares del mundo teníamos que venir a parar aquí —refunfuñó.

—Aquí estamos a salvo. La guerra ha comenzado en Europa y las noticias que llegan no pueden ser más desalentadoras. Los alemanes han conquistado Luxemburgo y Bélgica —dijo Lincoln con tono grave.

—Pero, ayer leí en el periódico que los franceses les han parado en Marne, la guerra no puede durar ya mucho —dijo Alicia comenzando a dar pequeños pasos sobre la arena.

—Me temo que la guerra durará todavía meses. Los alemanes avanzan en el frente oriental y Rusia no parece muy preparada para resistir sus envites —dijo Lincoln.

—¿Piensa realmente que estamos seguros aquí? Si los turcos entran en la guerra al final y atacan a los británicos, Egipto será uno de sus objetivos primordiales —dijo Alicia abriendo una gran sombrilla.

A pesar de ser muy temprano, el sol del desierto era tan potente que sentían toda su fuerza. El pesado vestido de Alicia apenas le dejaba transpirar. Observó a Lincoln y le impresionó su cuerpo sano y juvenil en aquel traje blanco. No había cambiado mucho en todo ese tiempo. Su pelo había tomado un tono grisáceo en las sienes, pero su piel caoba seguía siendo limpia y sus grandes ojos negros mantenían una inocencia que había visto en pocos hombres. Ella se había criado en La Habana y había visto negros de todos los tonos, pero Lincoln parecía un príncipe nubio, tanto en su porte como en su educación.

—Si los turcos atacan, Hércules tiene previsto que marchemos a América —dijo Lincoln.

—¿A los Estados Unidos?

—No, Alicia. Su gusto por la antigüedad le impide ir a residir a mi país. Le gustaría recorrer el Yucatán y viajar al Perú.

—Mosquitos, calor tropical. Creo que prefiero a los fieros otomanos —bromeó Alicia comenzando a recuperar su buen humor.

Alicia y Lincoln llegaron hasta donde estaban sus dos compañeros y miraron la Gran Esfinge de Giza. La roca caliza estaba muy desgastada en la base, pero la colosal estatua seguía siendo majestuosa.

—Y ustedes se querían perder esto —dijo Hércules levantando los brazos hacia la Esfinge—. Es una de las maravillas de la humanidad.

—En el palacio había visto algunos grabados con la Gran Esfinge, pero no podía imaginar que era tan bella —dijo la princesa apartándose por unos instantes el velo. Sus mejillas blancas estaban enrojecidas por el calor sofocante y su respiración fatigada realzaba su pecho debajo del vestido.

Hércules se quitó el sombrero blanco y se secó el sudor de la frente con un pañuelo. El viaje a Egipto había sido penoso. Europa estaba en guerra y cruzar la frontera francesa no fue tarea fácil. La travesía desde Italia había sido larga y ardua. El buque tenía que parar constantemente y sufrir registros ante la posibilidad de transportar armas para alguno de los beligerantes. Ahora, frente a aquel fabuloso espectáculo, pensó que todos sus esfuerzos habían merecido la pena. A pesar de que sus amigos no compartieran su pasión por Egipto.

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