El secreto de los Assassini (15 page)

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Authors: Mario Escobar Golderos

Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga

BOOK: El secreto de los Assassini
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—Pensé que la Sagrada Familia había vivido en Alejandría. Allí había una gran comunidad judía —dijo Hércules.

—Ellos estaban huyendo de Herodes, no podían confiar en nadie. Alguno de sus hermanos judíos podía haber delatado su presencia —apuntó Garstang.

—Será mejor que se concentren en encontrar la inscripción —les interrumpió el árabe.

—La iglesia está dedicada a Sergio y Baco, que eran soldados santos que fueron martirizados durante el siglo
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antes de Cristo en Siria por el emperador romano Maximiano. La característica más interesante es la cripta donde se dice que María, José y el niño Jesús descansaron. La cripta es de diez metros de profundidad y, cuando los niveles del Nilo son altos, a menudo se inunda. Por tanto hemos de descartarla como lugar en donde esconder algo tan valioso como la inscripción que buscamos. Entonces, ¿dónde podemos encontrarla?

El resto del grupo permanecía expectante. El arqueólogo se acercó al altar y observó una pequeña inscripción a los pies de una figura de Jesús crucificado.

—No, esto no es —dijo Garstang, pensando en voz alta.

El arqueólogo comenzó a buscar en uno de los altares más pequeños hasta que entre la velas vio algo reflejado a los pies de una pequeña estatua de la virgen. La imagen estaba ennegrecida por el paso del tiempo y, a diferencia del resto de tallas, era de bronce. Las incisiones en la base parecían simples arañazos realizados por un niño.

—Eureka —dijo Garstang eufórico.

—¿Qué ha encontrado? —preguntó Al-Mundhir acercándose al pequeño altar. Hércules y Yamile también se aproximaron y formaron un círculo alrededor de la estatua.

—He visitado esta iglesia en numerosas ocasiones y nunca me había fijado en la figura de la virgen.

—Pero, señor Garstang ¿por qué la clave iba a estar inscrita en una estatua pequeña? —preguntó Hércules.

—Los que la hicieron querían que pasara desapercibida y lo han conseguido durante casi mil quinientos años.

—¿Eso son letras? —preguntó Al-Mundhir, frunciendo el ceño—. ¿En qué idioma está escrito?

—Para hacer el grabado han utilizado la letra primitiva. La lineal A es una escritura de la civilización minoica en Creta. Los investigadores creen que se empleó entre los siglos
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a. C, pero hace muy poco que se encontró esta forma de escritura. Sir Arthur Evans descubrió esta escritura en Cnosos, en un palacio de cultura minoica. Al parecer, la escritura estaba en tablillas de barro y tras un incendio se cocieron. Por eso han llegado hasta nosotros. Que yo sepa, tan solo hay un especialista en el mundo que pueda descifrarlo, pero está en Atenas —dijo Garstang.

—Lo que no comprendo, es ¿por qué la inscripción está en esta virgen? —dijo Hércules.

—Realmente no es una virgen. Fíjense bien —dijo Garstang.

Todos miraron la estatuilla. No se parecía a ninguna estatua de la virgen que hubieran visto hasta entonces. La estatuilla era de un tamaño pequeño. Estaba de pie, con los brazos extendidos, vestía una larga falda y llevaba en la cabeza un sombrero elevado. La figura era muy estilizada, casi insinuante. No parecía una virgen cristiana.

—¿Cómo tomaron esta estatua como una representación de la virgen? —preguntó Hércules.

—No es tan excepcional. En muchos lugares, el cristianismo tan solo cambió los altares o los nombres a los dioses locales. Esta diosa de la fertilidad debía encontrarse aquí desde antes de que el templo cristiano se levantara, cuando aquí se encontraba el templo de Amón —dijo Garstang.

—¿Cómo podemos descifrar la inscripción? —preguntó, nervioso, Al-Mundhir.

—No podemos, ya se lo he dicho. Este tipo de escritura solo ha podido ser descifrada en una pequeña parte. Algunos investigadores piensan que es la predecesora de la escritura lineal B. Se ha llamado a la lengua escrita con este sistema minoica o eteocretense, lengua que nos es desconocida.

—¿Desconocida? —preguntó el árabe—. ¿No dijo antes que hay alguien que puede descifrarla?

—A pesar de que la lengua eteocretense nos es desconocida casi por completo, en los últimos años se ha intentado deducir el valor de muchos de los signos a través de la comparación con la lineal B de forma más o menos fiable —dijo Garstang, comenzando a asustarse de la expresión fanática de Al-Mundhir.

—¿Quién puede ayudarnos? Será mejor que responda —dijo el árabe sacando un gran puñal.

Garstang se quedó sin habla, mirando fijamente el cuchillo.

—Cálmese —dijo Hércules adelantándose unos pasos. Uno de sus captores le cogió por el brazo y le obligó a retroceder.

—¿Quién puede descifrar esta maldita letra? —preguntó, amenazante, Al-Mundhir.

—Nadie, la gran cantidad de signos logográficos permite deducir el contenido de los textos encontrados. Deducir, pero no traducir; no creo que nadie sea capaz en la actualidad —dijo Garstang con voz temblorosa.

—Miente, quiere engañarme. Pero nadie engaña a Al-Mundhir.

En ese momento, todos escucharon un fuerte golpe en el techo. Una figura se lanzó sobre Al-Mundhir y le derrumbó al suelo. Hércules aprovechó para golpear a su captor. Le robó el puñal del cinto y se lo clavó en medio del corazón. La puerta del templo se abrió y al fondo del pasillo surgió otra figura que corría hacia el grupo. Los raptores miraron hacia la entrada y mientras que dos corrieron hacia la figura, uno se mantuvo vigilando a Yamile.

Lincoln golpeó a Al-Mundhir, pero al final este logró levantarse y correr hacia el altar mayor. Hércules miró al fondo de la nave y observó como dos de los hombres corrían hasta Alicia. Esta levantó su pistola y disparó directamente al pecho de uno de los captores. El hombre se agarró el brazo dando un alarido, pero su compañero logró derrumbar a la mujer. Lincoln se levantó y miró a Al-Mundhir que se escabullía por la parte trasera, luego miró hacia Yamile. Uno de los hombres la tenía cogida por el cuello con el puñal en la otra mano y la arrastraba hacia la salida, aprovechando la confusión.

Hércules derribó al hombre herido en el brazo y después frenó al otro asesino que con la mano levantada estaba a punto de clavar un puñal a Alicia. El hombre se giró, pero antes de que pudiera reaccionar, Hércules comenzó a estrangularle. El hombre soltó el puñal y se aferró a su cuello.

Lincoln apuntó a la cabeza del hombre que tenía atrapada a Yamile y dudó por unos segundos antes de disparar. La bala atravesó la cara del secuestrador, que se desplomó hacia atrás. El rostro de Yamile se cubrió de sangre, dio un par de pasos con las manos levantadas, pero sin poder pronunciar palabra. Garstang corrió hasta el resto del grupo. Los cinco miraron la sala poco iluminada, la entrada de la iglesia y se quedaron inmóviles sin saber a dónde dirigirse.

—Gracias, amigos, por venir. Han llegado en el momento más oportuno —dijo Garstang.

—¿Cuál es su plan de fuga? —preguntó Hércules.

Alicia y Lincoln cruzaron su mirada. La salida principal podía ser peligrosa, por lo menos un asesino esperaba en el exterior. El americano levantó los hombros y Hércules observó la gran puerta.

—Bueno, será mejor que nos marchemos de aquí, antes de que vengan más asesinos —dijo Hércules. Tomó de la mano a Yamile que seguía con la mirada perdida y corrieron hacia la puerta.

—Al-Mundhir escapó con la joya —dijo Garstang.

—No se preocupe. Ya nos ocuparemos de él más tarde —contestó Hércules.

La plácida noche contrastaba con el gran revuelo que se había levantado en la iglesia. Las calles seguían desiertas y mudas. Los cuatro bajaron a toda prisa la gran escalinata. Lincoln observó que el asesino que guardaba los caballos había huido, pero que todavía quedaban varios caballos y el pequeño carro. Corrieron hasta ellos, debían alejarse cuanto antes del barrio copto.

En cuanto llegaron al hotel, el grupo se dirigió a la habitación de Lincoln y Alicia. Aquella noche descansarían en la ciudad antes de abandonar El Cairo. Alicia y Yamile dormirían en la misma habitación, Lincoln, Hércules y Garstang se turnarían haciendo guardia en la habitación contigua.

Pudieron ducharse y cambiarse de ropa. Llevaban más de un mes sin cambiarse y sin sentir el frescor del agua. Cuando todos terminaron, se reunieron en la habitación de las mujeres. Hércules pensó que lo mejor era que Lincoln y Alicia conocieran la historia del Corazón de Amón y cómo Yamile había huido del harén en Estambul y, sobre todo, cuál era la verdadera edad de la princesa y qué le sucedería si no encontraban la joya lo antes posible. Lincoln y Alicia escucharon sorprendidos el relato de su amigo.

—¿Eso quiere decir que Yamile morirá si no encontramos la joya? —preguntó Alicia, sintiendo por primera vez lástima por la princesa.

—Sí —contestó Hércules, que se había sentado en la cama junto a Yamile.

—No puedo negar que me encuentro asombrado —dijo Lincoln—. Esa joya tiene un poder que me asusta.

El profesor Garstang, que había estado caminando de un lado para otro de la habitación, se detuvo y les miró fijamente.

—Por lo menos sabemos dónde debemos buscar —dijo Garstang.

—¿Dónde? —preguntó Alicia.

El arqueólogo rebuscó en sus pantalones y sacó la pequeña estatuilla con el grabado. Todos la miraron con asombro, en mitad del estruendo y la pelea se habían olvidado por completo de ella.

—Al-Mundhir logró escapar con el rubí, pero se olvidó de algo muy importante. ¿No creen? —dijo Garstang con una amplia sonrisa.

—Es increíble —dijo Hércules admirando la estatuilla.

—Pero, ¿cómo encontraremos la joya? —preguntó Alicia.

—No se preocupen, mientras tengamos esto, la joya nos encontrará a nosotros. Será mejor que intentemos descifrarlo cuanto antes. No hay muchos barcos de pasajeros debido a la guerra, pero conozco a un armador que me ayuda a transportar antigüedades cuando necesito sacarlas de Egipto. Saldremos mañana hacia Alejandría y desde allí nos dirigiremos hacia Atenas —dijo Garstang.

—¿Por qué a Atenas? —preguntó Lincoln.

—Allí se encuentra el único hombre que puede descifrar esta inscripción —dijo el arqueólogo.

—¿Quién es el hombre que puede descifrar la inscripción? —preguntó Hércules.

—Nikos Kazantzakis, un brillante especialista en griego clásico que conocí en París, mientras estudiaba filosofía en la Sorbona —dijo Garstang.

—¿Un estudiante podrá resolver este enigma? —preguntó Hércules.

—Esperemos que sí —contestó el arqueólogo sonriente.

—Disponemos de poco tiempo —dijo Hércules mirando a Yamile—. No sabemos cuánto durará el efecto de la joya.

—Será mejor que crucemos los dedos —contestó Garstang—. Si el ejército griego ha movilizado a Nikos Kazantzakis, estamos perdidos.

Desde hacía días se habían olvidado de que la guerra continuaba en Europa. No sería fácil atravesar un mar infectado de buques de guerra, llegar a Atenas y encontrar al joven estudiante de griego, mientras la sombra de los asesinos se cernía amenazante sobre ellos.

35

Alejandría, 9 de enero de 1915

El puerto más grande de África se encontraba bajo el control del Gobierno británico. Desde allí partían barcos a todas las partes del mundo. El trasiego de mercancías de todo tipo era enorme, lo que convertía a Alejandría en la ciudad más rica de Egipto y de todo el norte del continente.

El grupo llegó a la ciudad poco antes de la puesta del sol, pero Garstang logró visitar al armador y pedirle que les dejara partir en el próximo barco para Grecia. El armador le dio todo tipo de excusas. Desde hacía meses, el ejército inglés había confiscado gran parte de la flota mercantil para su propio uso. Según le informó, se preparaba una operación de gran envergadura en el frente turco y los británicos estaban reuniendo material y hombres en la ciudad. Al parecer habían llegado tropas desde Australia y Nueva Zelanda, un nuevo ejército que pretendía abrir un segundo frente en Turquía.

Garstang tuvo que desistir y, con una carta de recomendación del armador, se dirigió, junto a Lincoln y Hércules, al Alto Mando británico, para solicitar que les transportaran hasta Grecia. Él era el único ciudadano británico y el ejército podía negarse a transportar al resto del grupo, especialmente a Yamile que era ciudadana turca, pero no les quedaba otra alternativa.

Los tres hombres se armaron de valor y se presentaron a la mañana siguiente en el edificio del Alto Mando. Al llegar, un sargento les pidió los pasaportes y los acomodó en una salita de espera.

Unos minutos más tarde, un oficial entró en la sala y con gesto cansado les saludó. Les pidió que le siguieran y les llevó al despacho del comandante Yard.

—Por favor, siéntense —dijo el comandante sin ni siquiera mirarlos. Continuó leyendo unos papeles y, tras unos minutos, levantó la vista, esperando que le contaran su caso.

Los tres hombres se miraron, pero fue Garstang el que se decidió a hablar.

—Discúlpenos comandante. No queremos robarle su precioso tiempo, pero necesitamos salir de Egipto cuanto antes, y hasta el momento nuestros intentos han sido infructuosos. Nos han informado que la mayor parte de los barcos ha sido requisada y que es imposible salir por vía marítima de Alejandría.

—Cierto, no puedo ayudarles en eso. No somos una línea de transporte de viajeros, profesor... —dijo el comandante mirando el pasaporte.

—Profesor Garstang, de la universidad de Liverpool —se adelantó Garstang.

—Ah, de Liverpool —dijo el comandante. Para alguien educado en Cambridge, ser profesor de una universidad en Liverpool era poco más que nada.

—Estoy realizando trabajos de suma importancia y necesito viajar a Atenas para confirmar algunas de mis teorías...

—Estamos en guerra, señor mío. Esa es ahora la prioridad del Reino Unido, sus estudios pueden esperar—dijo el comandante, arrojando los tres pasaportes sobre la mesa.

—¿Qué? Soy ciudadano británico y exijo que me lleven fuera de Egipto —dijo Garstang, comenzando a enfadarse.

—¿Exige? ¿A un comandante de la Royal Navy? —dijo el comandante, mientras su cara comenzaba a enrojecer.

—¡Es su deber sacarme de aquí! —dijo Garstang, señalando al hombre con el dedo.

El comandante se puso en pie y a gritos le echó del despacho. Mientras caminaban hacia la salida, Garstang no hacía más que rezongar. Lincoln y Hércules lo miraban sin decir palabra.

—¿Cómo es posible? Nos ha tratado a patadas.

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