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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

El secreto del universo (38 page)

BOOK: El secreto del universo
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Las plantas son las que «portan semilla» y «engendran semilla», pero en los animales hay «aliento vital».

Desde luego, hoy en día no haríamos esta distinción. Las plantas están tan vivas como los animales, y la savia realiza la misma función que la sangre animal. Pero la teoría de la sangre no se sostiene ni aun teniendo en cuenta únicamente el mundo animal. Aunque la pérdida de sangre en cantidades apreciables conduce inevitablemente a la pérdida de la vida, no sucede así al contrario. Es perfectamente posible morir sin perder ni una sola gota de sangre; de hecho, ocurre con frecuencia.

Ya que la muerte puede producirse sin que en apariencia se haya perdido nada desde el punto de vista material, habrá que buscar la chispa de la vida en algo más sutil que la sangre.

¿Y la respiración? Todos los seres humanos y todos los animales respiran.

Si pensamos en la respiración, nos daremos cuenta de que es mucho más apropiada que la sangre como sustancia esencial de la vida. Estamos constantemente expulsando aire y volviendo a inspirarlo. La incapacidad de volver a inspirar produce invariablemente la muerte. Si una persona no puede inspirar a causa de una presión ejercida sobre la tráquea, o de un hueso alojado en la garganta o por estar sumergida en el agua, morirá. La pérdida de la respiración es tan ineludiblemente mortal como la pérdida de la sangre, y las consecuencias mortales de la pérdida de la respiración son más rápidas que la de aquélla.

Además, mientras que en el caso de la sangre lo contrario no es cierto (se puede morir sin que haya pérdida de sangre),
si
que lo es en el caso del aire. La gente no puede morir sin que se produzca una pérdida de aire.Un ser humano vivo respira, por muy débilmente que lo haga y por muy próximo que esté de la muerte; pero después de que ésta se produzca ya no respira, en ningún caso.

Además, la respiración es un proceso muy sutil. Es invisible, impalpable, y los antiguos creían que era inmaterial. Era exactamente el tipo de sustancia que podría y debería representar la esencia de la vida y, por tanto, la sutil diferencia entre la vida y la muerte.

Así, en
Génesis
, 2, 7, se describe la creación de Adán como sigue: «Entonces el Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo.»

En hebreo, «aliento» es
ruakh
, que, por lo general, se traduce por «espíritu».

Parecería que hay un largo trecho entre «aliento» y «espíritu», pero no es así de ningún modo. Las dos palabras tienen el mismo significado literal. La palabra latina
espirare
significa «respirar», y
spiritus
significa «un aliento». La palabra griega
pneuma
, que significa «aliento», también se utiliza con el significado de «espíritu». Y la palabra «fantasma»
[26]
proviene de una palabra del inglés antiguo que significa «aliento». No se conoce con certeza el origen de la palabra «alma», pero estoy bastante seguro de que, de saberlo, comprobaríamos que también proviene en última instancia de la palabra «aliento».

Como en la lengua inglesa tenemos tendencia a utilizar palabras derivadas de términos griegos y latinos, y de olvidar cuál era el significado de los términos clásicos, atribuimos a algunos conceptos una grandiosidad que, en realidad, no les corresponde.

Hablamos de los «espíritus de los muertos». Si habláramos del «aliento de los muertos», el significado sería el mismo, aunque resultaría menos impresionante. Los términos «Espíritu Santo» y «Fantasma Santo»
[27]
son completamente equivalentes y su significado es, esencialmente, «el aliento de Dios».

Podría hacerse la lógica objeción de que el significado literal de las palabras no tiene ninguna importancia, que los conceptos más importantes y esotéricos tienen que ser expresados con palabras modestas, y que estas palabras toman su significado del concepto y no al contrario.

Bueno, quizá se pueda aceptar eso en el caso de que uno crea que el conocimiento se adquiere en su forma definitiva por revelación sobrenatural, pero yo creo que el conocimiento opera de abajo arriba, que se adquiere mediante la observación, mediante un proceso de pensamiento sencillo y sin complicaciones que fija un concepto primitivo que se va haciendo gradualmente más complejo y abstracto a medida que se van acumulando más conocimientos. Por tanto, la etimología nos ofrece una indicación sobre el pensamiento
originario
, ahora cubierto por miles de años de filosofías abstrusas. Creo que la gente se dio cuenta de la relación existente entre el aliento y la vida de una forma sencilla y directa, y que todos los sutiles conceptos filosóficos y teológicos del espíritu y el alma vinieron después.

¿Es el espíritu humano tan amorfo e impersonal como el aliento del que toma su nombre? ¿Es posible que los espíritus de todos los seres humanos que han muerto se confundan en una masa homogénea de vida generalizada?

Resulta difícil de creer. A fin de cuentas, cada ser humano es distinto y diferente a cualquier otro de diversas maneras, más o menos sutiles. Por tanto, parece natural suponer que la esencia de la vida de cada uno ha de diferenciarse de la de los demás en algunos aspectos. Por consiguiente, cada espíritu conservaría esa diferencia y guardaría una especie de reminiscencia del cuerpo que habitó y al que confirió la cualidad y la individualidad de la vida.

Y si cada espíritu conserva el sello que es el origen de las propiedades características de cada cuerpo, resulta tentador suponer que el espíritu conserve también, de alguna manera sutil, ligera y etérea, la forma y el contorno del cuerpo humano que ocupó. Esta idea podría haber estado fundada en el hecho de que no es raro ver en sueños a personas que han muerto como si estuvieran vivas. En épocas primitivas era frecuente que se concediera gran importancia a los sueños (y también en la época actual, si a eso vamos), que se consideraban mensajes del otro mundo, por lo que estos sueños se tenían por pruebas irrefutables de que los espíritus se parecen a los cuerpos que han abandonado.

Aunque no sea más que por razones de pudor, por lo general se representa a estos espíritus revestidos de amorfos ropajes blancos que forman una especie de nube luminosa o de luz resplandeciente, y esa es la razón de que en las historietas se represente a los fantasmas y espíritus cubiertos por una sábana.

Es aun más natural suponer que el espíritu es inmortal. ¿Cómo podría morir la esencia misma de la vida? Un objeto material puede estar vivo o muerto, dependiendo de que contenga o no la esencia de la vida; pero ésta sólo puede estar viva.

Este razonamiento es análogo al de que una esponja puede estar seca o mojada dependiendo de que contenga agua o no, pero el agua misma sólo puede estar mojada, o el de que una habitación puede estar iluminada o a oscuras, dependiendo de si los rayos del sol entran en ella o no, pero los rayos del sol sólo pueden ser luz
[28]
.

Si existe una serie de espíritus o almas que están eternamente vivos y que se introducen en un pedazo de materia en el momento del nacimiento, infundiéndole vida, y que luego lo abandonan y lo dejan morir, entonces debe de haber un número enorme de espíritus, uno por cada ser humano que haya vivido alguna vez o que vaya a hacerlo en el futuro.

Este número puede ser aún mayor si también existen espíritus para otras formas de vida. Es posible que sea menor si los espíritus pueden reciclarse: es decir, si un espíritu se puede trasladar a un cuerpo que acaba de nacer tras abandonar un cuerpo moribundo.

Estas dos últimas teorías tienen sus partidarios; a veces, se encuentran combinadas, como en el caso de las personas que creen que la trasmigración de las almas se produce de manera escalonada en el reino animal. Un hombre que haya sido particularmente malo puede volver a nacer como una cucaracha; mientras que, inversamente, una cucaracha puede volver a nacer con forma humana si ha sido una cucaracha buena y noble.

Sea cual sea la interpretación que se haga de esta cuestión, ya estén los espíritus limitados a los seres humanos o repartidos por todo el reino animal, exista o no la trasmigración de las almas, tiene que haber un gran número de espíritus disponibles para infundir y quitar la vida. ¿Dónde viven?

En otras palabras, si se acepta la existencia de los espíritus, es necesario suponer la existencia de todo un mundo espiritual. Este mundo espiritual puede estar bajo la tierra o a gran altura sobre su superficie, en otro mundo o en otro «plano».

La suposición más sencilla es que los espíritus de los muertos se encuentran amontonados bajo tierra, quizá debido a que la práctica de enterrar a los muertos es muy antigua.

La residencia subterránea de los espíritus en su forma más sencilla seria la de la morada gris del olvido, como el Hades griego o el Sheol hebreo. Allí se está en un estado muy parecido al de hibernación perpetua. así se describe Sheol en la Biblia: «Allí acaba el tumulto de los malvados, allí reposan los que están rendidos, con ellos descansan los prisioneros sin oír la voz del capataz; se confunden pequeños y grandes y el esclavo se libra de su amo» (
Job
, 3, 17–19). Y Swinburne describe el Hades en
El jardín de Proserpina
, que comienza:

Aquí, donde el mundo está en silencio,

Aquí, donde todos los cuidados parecen

Vientos muertos y tumultos de olas inútiles

En inciertos sueños de sueños.

Esta nada no satisface a mucha gente, a la que la amarga certeza de la injusticia de la vida hace caer en la tentación de imaginarse un lugar de tortura al que va la gente que no le gusta después de la muerte: el Tártaro griego o el Infierno cristiano.

El principio de simetría exige que existan también moradas de bienaventuranzas para la gente que le gusta: el Paraíso, las Islas de los Bienaventurados, Avalón, los Alegres Campos de Caza o el Valhalla.

Toda esta vasta estructura escatológica está basada en el hecho de que los vivos respiran y los muertos, no, y de que los vivos sienten la desesperada
necesidad
de creer que no morirán verdaderamente.

Por supuesto, hoy en día sabemos que la respiración tiene tan poco que ver con la esencia de la vida como la sangre; que, al igual que ésta, está simplemente al servicio de la vida. Y además no es insustancial, inmaterial y misteriosa. Es tan material como el resto del cuerpo y está formada por átomos tan misteriosos como puedan serlo otros átomos cualesquiera.

Y, sin embargo, a pesar de ello, la gente sigue creyendo en la vida después de la muerte; incluso la gente que tiene conocimientos sobre los gases y los átomos y la función del oxígeno. ¿Por qué?

La razón fundamental es que, a pesar de todas las evidencias o de la falta de éstas, la gente sigue queriendo creer. Y este deseo se manifiesta en un poderoso impulso por creer, aunque sea de manera irracional.

La Biblia habla de los espíritus y almas y de la vida después de la muerte. En un pasaje, el rey Saúl llega incluso a pedir a un brujo que traiga al espíritu de Samuel de Sheol (
1 Samuel
. 28, 7-20). Esto es prueba suficiente para millones de personas, pero muchos de los miembros de nuestra generación escéptica y secular no están dispuestos a aceptar indiscriminadamente todas las afirmaciones que se hacen en esta recopilación de antiguas leyendas y poemas de los judíos.

Desde luego, hay testigos visuales. Me pregunto cuántas personas habrán declarado que han visto espíritus y fantasmas. Quizá millones. Nadie puede dudar de la existencia de estas declaraciones; pero cualquiera puede poner en duda que estos testigos hayan visto realmente lo que dicen haber visto. Me resulta inimaginable que una persona racional acepte estas historias.

También está el culto al «espiritismo», que afirma la capacidad de los médium para entrar en contacto con el mundo de los espíritus. Este culto ha prosperado, atrayendo no sólo a las personas sin educación, ignorantes y sencillas, sino, a pesar de los numerosos casos de evidentes fraudes descubiertos, hasta a personas de tanta inteligencia y seriedad como A. Conan Doyle y sir Oliver Lodge. Pero la inmensa mayoría de las personas racionales no dan ningún crédito al espiritismo.

Tenemos también el caso de un libro publicado hace más de veinte años, titulado
La búsqueda de Bridey Murphy
, en el que una mujer era supuestamente poseída por el espíritu de una irlandesa muerta mucho tiempo atrás, con la que era posible comunicarse hipnotizando a su anfitriona. Durante una temporada esto se consideró una prueba de la existencia de la vida después de la muerte, pero ya no es tomado en serio.

Ahora bien, ¿existe
alguna
prueba de la vida después de la muerte que pueda considerarse científica y racional?

En la actualidad, hay quien sostiene que existen evidencias científicas.

Una médico llamada Elisabeth Kübler-Ross ha presentado declaraciones que afirma haber recibido de diferentes personas en su lecho de muerte, que aparentemente indican que existe vida después de la muerte, y se ha producido una auténtica eclosión de libros sobre el tema. Por supuesto, cada uno de estos libros tiene garantizado un gran número de ventas entre los crédulos.

Según estos informes de reciente publicación, algunas personas que han estado «clínicamente muertas» durante algún tiempo se las han arreglado para aferrarse a la vida y reponerse, para luego contar sus experiencias de la «muerte».

Parece ser que seguían conscientes, se sentían felices y tranquilas, veían su cuerpo desde arriba, atravesaban túneles oscuros, veían los espíritus de parientes y amigos muertos, y en algunos casos se encontraban con un amable y cariñoso espíritu resplandeciente que se disponía a guiarlos hacia algún lugar.

¿Qué crédito puede darse a estas declaraciones?

Yo creo que ninguno en absoluto.

No es necesario suponer que estas personas «muertas» estén mintiendo acerca de sus experiencias. La mente de una persona bastante cerca de la muerte como para ser considerada «clínicamente muerta» deja de funcionar con normalidad. En este caso la mente sufre alucinaciones muy parecidas a las que sufriría si no estuviera funcionando normalmente por cualquier otra razón: alcohol, LSD, falta de sueño, etcétera. La persona moribunda experimentaría lo que él o ella hubiera esperado o querido experimentar. (Por cierto, en ninguno de estos informes se habla del Infierno o de los demonios.)

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