Del mismo modo, como las formaciones geológicas de la Tierra cambian
tan
lentamente y los seres que habitan sobre su superficie evolucionan
tan
lentamente, en un primer momento parecía razonable suponer que
no
se producían cambios y que la Tierra y la vida siempre habían sido como en el momento presente. De ser así, no tendría importancia que la Tierra y la vida tuvieran miles de millones de años de antigüedad o sólo unos cuantos miles. Y los miles eran medidas más fáciles de abarcar.
Pero cuando las cuidadosas observaciones demostraron que la Tierra y la vida sufrían cambios a una velocidad muy pequeña, pero
no
igual a cero, se hizo evidente que ambas tenían que ser muy antiguas. así nació la geología moderna, y también el concepto de evolución biológica.
Si estos cambios fueran más rápidos, la geología y la evolución habrían llegado ya en la antigüedad al punto en que se encuentran ahora. Sólo el hecho de que la diferencia entre la velocidad de los cambios en un Universo estático y en un Universo evolutivo se encuentra entre el cero y una cifra muy próxima al cero ha permitido a los creacionistas seguir propagando sus insensateces.
¿Y qué decir de las dos grandes teorías del siglo XX: la de la relatividad y la de la mecánica cuántica?
Las teorías de Newton sobre el movimiento y la gravitación se acercaban mucho a la verdad, y si la velocidad de la luz fuera infinita habría acertado por completo. Pero la velocidad de la luz es finita, y había que tener en cuenta este hecho en las ecuaciones relativistas de Einstein, que eran una ampliación y un perfeccionamiento de las ecuaciones de Newton.
Podrían ustedes objetar que la diferencia entre infinito y finito es en sí misma infinita, así que ¿por qué las ecuaciones de Newton no cayeron inmediatamente por su base? Considerémoslo de otra manera, preguntándonos, en primer lugar, cuánto tarda la luz en recorrer una distancia de un metro.
Si la luz se desplazara a una velocidad infinita, tardaría 0 segundos en recorrer un metro. Pero a la velocidad real de la luz, tarda 0,0000000033 segundos. Einstein corrigió esta diferencia entre 0 y 0,0000000033.
Conceptualmente; esta corrección era tan importante como lo fue la de la curvatura de la Tierra de 0 a 20 cm por milla. Las partículas subatómicas en movimiento no se comportarían como lo hacen sin esta corrección, y los aceleradores de partículas tampoco funcionarían de la manera en que lo hacen, ni explotarían las bombas atómicas, ni brillarían las estrellas. No obstante, se trataba de una corrección minúscula, y no es de extrañar que Newton no pudiera tomarla en consideración en su época, ya que sus observaciones estaban limitadas a velocidades y distancias para las que esta corrección era insignificante.
Del mismo modo, el principal fallo de la física precuántica es que no tomaba en consideración la «granulación» del Universo. Se creía que todas las formas de energía eran continuas y capaces de subdividirse indefinidamente en cantidades cada vez más pequeñas.
Esto resultó no ser cierto. La energía se propaga en cuantos, cuya magnitud depende de algo llamado la constante de Planck. Si la constante de Planck fuera igual a 0 ergio-segundos, entonces la energía sería continua y el Universo no presentaría esta granulación. Pero la constante de Planck es igual a 0,0000000000000000000000000066 ergio-segundos. Una desviación del cero verdaderamente pequeña, tan pequeña que no era necesaria tenerla en cuenta para las cuestiones ordinarias relativas a la energía de la vida diaria. Pero cuando se trabaja con partículas subatómicas, esta granulación es lo bastante considerable en comparación como para que resulte imposible obtener ningún resultado sin tener en cuenta las consideraciones cuánticas.
El hecho de que las correcciones a las teorías sean cada vez menos importantes, indica que incluso las que son bastante antiguas tienen que haber sido suficientemente correctas como para estar abiertas a nuevos avances; avances que las correcciones posteriores no han suprimido.
Por ejemplo: los griegos introdujeron el concepto de latitud y longitud, y confeccionaron mapas bastante correctos de la cuenca mediterránea aun sin tener en cuenta la esfericidad de la Tierra, y en la actualidad seguimos utilizando la latitud y la longitud.
Probablemente fueran los sumerios los primeros en instituir el principio de que los movimientos de los planetas en el cielo siguen pautas regulares y son predecibles, y en emprender la tarea de descubrir maneras de realizar estas predicciones, aunque suponían que la Tierra era el centro del Universo. Sus mediciones han sido tremendamente mejoradas, pero el principio sigue siendo válido.
La teoría de la gravitación de Newton, aunque no cubre las grandes distancias y velocidades, es perfectamente adecuada para el Sistema Solar. El cometa Halley aparece puntualmente en los momentos previstos por la teoría de la gravitación y las leyes del movimiento de Newton. Toda la ciencia de los cohetes está basada en las teorías de Newton, y el
Voyager II
llegó a Urano con un segundo de diferencia sobre el momento previsto. Ninguna de estas cosas ha perdido su vigencia con la teoría de la relatividad.
En el siglo XIX, antes de que se soñara siquiera con la teoría cuántica, fueron enunciadas las leyes de la termodinámica. La primera ley es la de la conservación de la energía, y la segunda la del inevitable aumento de la entropía. También se enunciaron otras leyes de la conservación, como la del momento, la del momento angular y la de la carga eléctrica, así como las leyes de Maxwell sobre el electromagnetismo. Todas estas leyes siguieron firmemente arraigadas incluso después de la aparición de la teoría cuántica.
Como es natural, las teorías actuales pueden considerarse incorrectas en el sentido simplista que da a la palabra mi corresponsal especialista en literatura inglesa; pero, en un sentido mucho más verdadero y sutil, sólo hay que considerarlas incompletas.
Por ejemplo: la teoría cuántica ha producido algo conocido como «incongruencia cuántica», que pone seriamente en cuestión la naturaleza misma de la realidad y que plantea acertijos filosóficos que los físicos parecen sencillamente incapaces de admitir. Es posible que hayamos llegado a un punto en el que el cerebro humano es simplemente incapaz de comprender los hechos, y también es posible que la teoría cuántica esté incompleta, y que una vez adecuadamente ampliada, desaparezcan todas las «incongruencias».
Del mismo modo, la teoría cuántica y la de la relatividad son aparentemente independientes, de tal manera que, mientras según la teoría cuántica parecería posible que tres de las cuatro interacciones que se conocen puedan combinarse en un solo sistema matemático, la gravedad —el dominio de la teoría de la relatividad— se ha resistido por el momento a todos los esfuerzos.
Si fuera posible combinar la teoría cuántica y la de la relatividad, se abriría la posibilidad de formular una verdadera «teoría de campos unificada».
Pero una vez conseguido todo esto, todavía quedaría una corrección aun más sutil por hacer, que afectaría a las fronteras de nuestro conocimiento: la naturaleza del Big Bang y de la creación del Universo, las propiedades que rigen en el centro de los agujeros negros, algunas sutilezas relativas a la evolución de las galaxias y de las supernovas, y así sucesivamente.
Pero prácticamente todo lo que sabemos hoy en día permanecerá sin alteraciones, y creo que tengo motivos para decir que me alegro de vivir en un siglo en el que comprendemos los principios básicos del Universo.
NOTA
En la introducción a este articulo me he referido a John W. Campbell. Jr. (1910–1971), el mejor editor que ha existido y que es probable que exista en esta profesión.
Nos conocimos en 1938. y nos hicimos muy amigos. Durante años examinó atentamente mis escritos y discutió conmigo mis historias, y me aconsejaba a la hora de revisar historias antiguas y de escribir otras nuevas. El solo me enseñó más cosas sobre la ciencia-ficción que todas las que pueda haber aprendido de otras personas, y siempre he mantenido que le debo mi carrera.
También era importante para mi en otro aspecto del que no hablo con tanta frecuencia. Quizá ya es hora de que lo mencione aquí. John Campbell sabia todo lo que hay que saber sobre la ciencia-ficción, pero también sabía todo lo que hay que saber sobre los errores de concepto y las deformaciones relativas a la ciencia y a la sociedad Cuando no hablaba de ciencia-ficción. siempre estaba equivocado…, pero era tan inteligente y persuasivo que resultaba casi imposible
probar
que estaba equivocado, por muy ridículo que fuera su punto de vista.
Como siempre estaba intentando convencerle, adquirí muchísima práctica en el arte de la discusión; él aguzó mi capacidad de aducir argumentos lógicos casi hasta el infinito. Es posible que lo hiciera a propósito.
Una vez oí decir que la oratoria de William Jennings Bryan, el populista líder del Partido Demócrata de la primera década de este siglo, era como el río North Platte de su Estado natal, Nebraska. Según decían, su oratoria tenía «tres kilómetros de anchura y treinta centímetros de profundidad».
Pues bien, anoche conocí a un caballero muy afable y simpático que se ha pasado décadas investigando un tema determinado, con el resultado de que, en mi opinión, sus conocimientos tienen tres kilómetros de anchura, pero sólo treinta centímetros de profundidad.
Este caballero daba una charla, y en el tumo de preguntas subsiguiente tuvimos una pequeña bronca. Por dos veces intenté expresar mi punto de vista, y por dos veces él me envolvió en su charla trivial. Cuando lo intenté por tercera vez, con un vibrante «No obstante», el moderador me interrumpió, temiendo que me olvidara de mis buenos modales y ofendiera al conferenciante.
Pero
logré
decir algunas cosas, entre ellas una cita del poeta latino Horacio. No, no lo cité en latín, porque no soy esa clase de erudito, sino en inglés, que me sirve de sobra para mis propósitos. La cita era la siguiente:
«Muchos valientes hubo antes de Agamenón, pero todos ellos están sepultados en la noche eterna, sin que nadie les llore, desconocidos, porque no tuvieron un poeta sagrado.»
Con esta frase (que, por cierto, venía bastante a propósito para mi argumentación), Horacio quería decir que, a pesar de todas las hazañas y hechos heroicos y de su alta posición, Agamenón no habría pervivido en la memoria de la humanidad si Homero no hubiera escrito
La Ilíada
. Lo que vive en la memoria de la humanidad es la obra del poeta, y no la del héroe.
Aunque no conseguí aclarar mi punto de vista como hubiera querido, no me olvidé de la cita, y ella me ha dado la idea para este articulo, que va a ser bastante distinto de los que les he ofrecido a lo largo de ¡oh, tantos años! Tengan paciencia conmigo, porque voy a hablarles de poesía.
Pero primero quiero aclarar algunos extremos. No soy ningún experto en poesía. Tengo una cierta facilidad para las parodias y los chascarrillos, pero eso es todo.
Tampoco pretendo tener una gran capacidad para juzgar la calidad de un poema. No soy capaz de distinguir un buen poema de uno malo, y nunca he sentido la tentación de convertirme en un «critico».
Entonces, ¿de qué voy a hablar en este artículo? Pues de algo para lo que no es necesario tener capacidad de juicio ni de comprensión de la poesía, ni siquiera capacidad crítica (si es que existe tal cosa).
Voy a hablar del
efecto
de la poesía. Algunos poemas tienen un efecto sobre el mundo, y otros, no. No tiene nada que ver con que sean buenos o malos. Esta es una decisión subjetiva, que supongo que suscitará diferencias de opinión por siempre jamás. Pero no puede haber ningún desacuerdo en cuanto a la eficacia de un poema. Voy a darles un ejemplo.
En 1797 los recién nacidos Estados Unidos fabricaron sus primeros barcos de guerra. Uno de ellos era el
Constitution
, construido en Boston. Este barco tuvo una breve oportunidad de ser puesto a prueba en ocasión de una pequeña guerra naval no declarada que enfrentó a los Estados Unidos con Francia en 1798.
La verdadera prueba de fuego fue en 1812, cuando los Estados Unidos entraron por segunda vez en guerra con Gran Bretaña. La guerra comenzó con una humillación sufrida en tierra firme. El general William Hull, un completo inútil, entregó Detroit a los británicos prácticamente sin presentar batalla. (Hull fue sometido a consejo de guerra y condenado a muerte por ello, pero le fue concedido el indulto por sus servicios en la Guerra de la Revolución.)
Lo que mantuvo la moral de los estadounidenses en medio de las dificultades de estos primeros meses fueron las proezas de nuestra Marina, que desafió a los orgullosos guerreros británicos y les dio una buena paliza. El
Constitution
estaba a las órdenes del hermano pequeño de William Hull, Isaac Hull. El 18 de julio de 1812 el
Constitution
se encontró con el navío británico
Guerriére
, y en dos horas y media lo acribilló como un queso Gruyere, hasta tal punto que tuvo que ser hundido.
El 19 de diciembre el
Constitution
, a las órdenes de otro capitán, destruyó otro barco de guerra británico frente a las costas de Brasil. En esta segunda batalla las balas de los cañones británicos sacudieron las curtidas cuadernas del casco del
Constitution
, sin producirle ningún daño, y la tripulación prorrumpió en aclamaciones. Uno de ellos proclamó que el barco tenía los costados de acero. Inmediatamente el barco fue bautizado «El Viejo Costados de Acero», nombre por el que se le conoció desde entonces, hasta el punto de que no creo que mucha gente recuerde su verdadero nombre.
Bueno, los barcos también envejecen, y en 1830 «El Viejo Costados de Acero» ya estaba obsoleto. Había cumplido con su función e iba a ser desguazado; la Marina no tenia ningún inconveniente, porque para entonces ya contaba con barcos mucho mejores. El Congreso no estaba demasiado dispuesto a gastar más dinero en el barco, así que el desguace parecía la mejor solución. Algunos sentimentales opinaban que el barco tendría que ser conservado como un tesoro nacional; pero quién va a hacer caso de unos cuantos bobos de corazón tierno. Además, como dice el proverbio, no se puede luchar contra el municipio.
Pero he aquí que en Boston vivía un joven de veintiún años llamado Oliver Wendell Holmes. Acababa de graduarse en Harvard, tenía la intención de estudiar medicina y había garrapateado montones de poesías; tantas que sus compañeros le nombraron «poeta de la clase».