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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El señor de los demonios (44 page)

BOOK: El señor de los demonios
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Media hora más tarde, Seda regresó a la colina. Garion se puso de pie y le hizo señas para que se acercara.

Cuando el hombrecillo llegó al barranco y desmontó, tenía una expresión de disgusto en la cara.

—¡Maldita religión! —gruñó—, me pregunto cómo sería el mundo sin ella. La gente se ha reunido allí para ver a un mago poderoso que asegura que puede hacer aparecer a un demonio, pese al poco éxito obtenido por los demás magos en los últimos tiempos. Ha sugerido que podría convocar al mismísimo Nahaz, Señor de los Demonios. Lo más probable es que esa gente pase todo el día allí.

—¿Y ahora qué? —preguntó Sadi.

Belgarath se alejó unos pasos por el barranco y miró al cielo con aire pensativo. Cuando regresó, tenía una expresión decidida.

—Necesitaremos un par de esos atuendos —dijo, y señaló el disfraz de Seda.

—Nada más simple —respondió éste—. Aún sigue viniendo gente por la colina y podré asaltar a alguien. ¿Cuál es el plan?

—Garion, tú y yo bajaremos allí.

—Una idea interesante, pero aún no entiendo lo que te propones.

—El mago, quienquiera que sea, ha prometido hacer aparecer a Nahaz, pero Nahaz está con Urvon y es muy difícil que se presente. Después de lo que vimos ayer en esa aldea del camino, sabemos lo que le ocurre a un mago que fracasa al convocar a un demonio. Si nuestro amigo de allá abajo está tan seguro de lograrlo, cuando en los últimos tiempos nadie lo ha conseguido, es porque intentará crear una ilusión. Yo también soy muy bueno creando espejismos, así que lo desafiaré.

—¿No acabarán todos adorando tu espejismo? —preguntó Velvet.

—No lo creo, Liselle —respondió él con una sonrisa picarona—. ¿Sabes? Hay demonios y demonios. Si hago las cosas bien, al atardecer no quedará un solo karand en este lugar, aunque eso depende de lo rápido que corran, por supuesto. —Se volvió hacia Seda—. ¿Aún no te has ido? —preguntó con muestras de impaciencia.

Mientras Seda iba a buscar más disfraces, el viejo hechicero hizo algunos preparativos. Buscó una rama larga, ligeramente doblada para usar como vara, y unas plumas para ponerse en el pelo. Luego se sentó y recostó la cabeza sobre uno de los sacos de provisiones.

—Bien, Pol, ahora dame un aspecto horrible. —Ella esbozó una pequeña sonrisa y comenzó a alzar una mano—. Así, no. Coge un poco de tinta y dibújame la cara. No tienen por qué parecer reales. Los karands han corrompido tanto su religión, que no reconocerían algo auténtico aunque lo tuvieran ante sus propias narices.

La hechicera rió y rebuscó en una de las alforjas. Un momento después, regresó con una pluma y un tintero.

—¿Para qué llevas tinta, Polgara? —preguntó Ce'Nedra.

—Me gusta estar preparada para emergencias como ésta. Una vez hice un largo viaje y necesitaba dejarle una nota a alguien en el camino. No tenía tinta y tuve que cortarme una vena para escribir. Rara vez cometo el mismo error dos veces. Cierra tus ojos, padre. Me gusta empezar por los párpados y después seguir con el resto.

Belgarath cerró los ojos.

—Durnik —dijo el anciano mientras Polgara comenzaba a dibujar—, tú y los demás os quedaréis aquí. Busca un sitio más protegido que este barranco.

—De acuerdo, Belgarath —respondió presto el herrero—. ¿Cómo sabremos cuándo bajar al lago?

—Cuando se acallen los gritos.

—No muevas los labios, padre —dijo Polgara mientras continuaba dibujando con una mueca de concentración—. ¿Quieres que te tiña la barba?

—No, déjala como está. A la gente supersticiosa suele impresionarle la edad y yo parezco más viejo que cualquier otra persona.

—Es cierto, padre, pareces más viejo que el polvo —asintió ella.

—Muy graciosa, Pol —dijo él con un deje de acritud—. ¿Ya has acabado?

—¿Quieres que te dibuje el signo de la muerte en la frente? —preguntó.

—Ya que estás en ello... Esos cretinos no lo reconocerán, pero tiene un aspecto impresionante.

Polgara acabó con su obra de arte y Seda regresó con varias prendas.

—¿Algún problema? —preguntó Durnik.

—Ha sido un juego de niños —dijo Seda encogiéndose de hombros—. Es fácil atacar por detrás a un hombre que tiene la vista fija en el cielo. Un rápido golpe en la cabeza basta para dormirlo.

—Quítate la cota de malla y el casco, Garion —dijo Belgarath—, pues los karands no suelen usar ese atuendo; pero lleva tu espada.

—Pensaba hacerlo —respondió Garion mientras comenzaba a luchar con su cota de malla.

Ce'Nedra se acercó para ayudarle.

—Te estás oxidando —dijo ella cuando el joven logró quitarse la pesada prenda, y señaló varias manchas de color marrón rojizo en la túnica que llevaba debajo.

—Es una de las desventajas de usar armadura —respondió él.

—Además del olor —añadió ella arrugando la nariz—. No hay duda de que necesitas un baño, Garion.

—Veré si puedo dármelo un día de éstos —respondió él mientras se ponía una de las chaquetas de piel que había robado Seda. Luego se ató las rústicas polainas a las piernas y se colocó un hediondo gorro de piel en la cabeza—. ¿Qué aspecto tengo? —le preguntó.

—Pareces un bárbaro —respondió ella.

—Esa es la idea.

—No robé un gorro para ti —le dijo Seda a Belgarath—. Pensé que preferirías llevar plumas.

Belgarath asintió con un gesto.

—Nosotros, los poderosos magos, usamos plumas. Supongo que es una moda pasajera, pero me gusta ir a la última. —Dirigió una rápida mirada a los caballos—. Creo que será mejor que vayamos a pie. Cuando empiece el jaleo, los caballos podrían asustarse. —Se volvió hacia Polgara y los demás—. No creo que tardemos mucho —les dijo con confianza, y comenzó a caminar a lo largo del pequeño desfiladero, seguido por Garion y Seda.

Salieron por la embocadura del barranco, en el extremo sur del monte, y descendieron hacia la multitud reunida en la orilla del lago.

—Aún no veo señales del mago —dijo Garion mientras se esforzaba para ver algo a lo lejos.

—Siempre les gusta hacer esperar un poco al público —explicó Belgarath—, de ese modo crean más expectación.

Hacía calor, y a medida que descendían la colina, el desagradable olor de sus ropas se volvía más fuerte. Aunque no tenían demasiado aspecto de karands, la gente no les prestó atención. Todos los ojos parecían estar fijos en la plataforma y en un altar rodeado por los habituales troncos coronados con calaveras.

—¿De dónde sacan tantas calaveras? —susurró Garion a Seda.

—Antes eran cazadores de cabezas —respondió Seda—. Los angaraks prohibieron esa práctica, así que ahora roban tumbas por las noches. No creo que haya un solo esqueleto entero en ningún cementerio de Karanda.

—Acerquémonos al altar —murmuró Belgarath—. Llegado el momento de actuar, no quiero tener que abrirme paso entre la multitud. —Avanzaron entre la gente. Algunos de los sucios fanáticos se molestaron por sus empujones, pero una sola mirada a los horribles dibujos que Polgara había pintado en la cara de Belgarath los convenció de que el anciano era un mago de gran poder y de que era mejor no interferirse en sus asuntos.

Cuando llegaron al frente, un hombre con una túnica negra de grolim salió por las puertas de la aldea y se dirigió hacia el altar.

—Creo que ése es nuestro mago —dijo Belgarath en voz baja.

—¿Un grolim? —preguntó Seda, sorprendido.

El hombre de la túnica negra se subió a la plataforma y se situó delante del altar. Luego alzó las dos manos y habló con brusquedad en un idioma que Garion no comprendía. Sus palabras podían ser una bendición o una maldición. Por fin, el grolim se quitó la capucha y dejó caer su túnica al suelo. Llevaba sólo un taparrabos y tenía la cabeza afeitada. Su cuerpo estaba cubierto de complicados tatuajes, de la cabeza a los pies.

—Esos tatuajes le deben haber dolido mucho —murmuró Seda, sobresaltándose.

—Preparaos para contemplar el rostro de vuestro dios —anunció el grolim con voz estridente, y luego se inclinó para dibujar unos símbolos ante el altar.

—Es tal como había previsto —murmuró Belgarath—. El círculo que ha dibujado no está completo. Si de verdad intentara convocar un demonio, no habría cometido ese error. —El grolim se irguió y comenzó a declamar un conjuro en un estilo ampuloso y retórico—. Actúa con mucha cautela. Evita pronunciar las frases fundamentales, pues teme hacer aparecer un demonio verdadero por accidente. Esperemos —añadió el anciano con una sonrisa sombría—. Vamos allá.

Garion percibió las familiares vibraciones del poder del grolim mientras éste se concentraba.

—Contemplad a Nahaz, Señor de los Demonios —gritó el grolim lleno de tatuajes, y entonces apareció una figura rodeada de sombras con una llamarada, un trueno y una nube de humo.

Aunque la figura no era más grande que un hombre normal, parecía un demonio de verdad.

—No ha estado mal —reconoció Belgarath de mala gana.

—Parece un demonio verdadero —dijo Seda, nerviosísimo.

—Sólo es una ilusión, Seda —le aseguró el anciano en voz baja—. Aunque lo haya hecho muy bien, no deja de ser un espejismo.

La figura envuelta en sombras se irguió en la plataforma, frente al altar, y se quitó la capucha para revelar la horrible cara que Garion había visto en la sala del trono de Torak.

Mientras la multitud se arrodillaba con una gran ovación, Belgarath respiró profundamente.

—Cuando la gente comience a dispersarse, no dejéis escapar al grolim. Es evidente que conoce a Nahaz, por lo tanto debe de ser uno de los secuaces de Harakan. Quiero hacerle algunas preguntas. —El anciano irguió los hombros—. Bueno, será mejor que empiece. —Dio un paso al frente y se situó ante la plataforma—. ¡Esto es un fraude! —gritó con voz resonante—. ¡Es falso!

El grolim lo miró fijamente y se sobresaltó al ver los dibujos de su cara.

—¡Arrodíllate ante el Señor de los Demonios! —exclamó.

—¡Es un fraude! —repitió Belgarath mientras se subía a la plataforma y se enfrentaba a la asombrada multitud—. Éste no es un mago, sino un timador grolim —declaró.

—El Señor de los Demonios arrancará la carne de tus huesos —gritó el grolim.

—De acuerdo —dijo Belgarath con serenidad y desprecio—, veamos cómo lo hace. Adelante. Yo lo ayudaré —añadió, arremangándose un brazo. Luego se acercó a la brumosa figura que se cernía amenazadora sobre el altar y metió el brazo en su boca entreabierta. Un instante después, su mano pareció salir por la nuca del demonio. Belgarath empujó el brazo hasta que su muñeca y el antebrazo asomaron por la espalda de la aparición. Luego, con un gesto estudiado, saludó a la gente reunida ante el altar agitando los dedos.

Entre la multitud se oyeron unas risitas nerviosas.

—No has comido mucho, Nahaz —le dijo el anciano a la brumosa figura que estaba frente a él—. Aún me queda bastante carne en el brazo y en la mano. —Luego retiró el brazo y atravesó la ilusión del grolim con ambas manos—. Tu demonio no parece muy sólido, amigo —observó, dirigiéndose al hombre de los tatuajes—. ¿Por qué no lo envías de nuevo al sitio de donde lo sacaste? Yo podría enseñarte a ti y a tus compañeros un verdadero demonio.

Belgarath se llevó las manos a la cintura, inclinó ligeramente el cuerpo hacia adelante y sopló hacia la sombra. La ilusión desapareció y el grolim de los tatuajes retrocedió, asustado.

—Se está preparando para huir —le dijo Seda a Garion en un murmullo—. Tú ve hacia aquel lado de la plataforma y yo me quedaré en éste. Si va hacia allí, dale un golpe en la cabeza.

Garion asintió y caminó hacia el extremo opuesto de la plataforma.

Mientras tanto, Belgarath alzó la voz para dirigirse a la multitud.

—Si os arrodilláis ante la falsa figura del Señor de los Demonios, ¿qué haréis cuando convoque al rey de los Infiernos?

Se inclinó y dibujó un círculo y una estrella de cinco puntas bajo sus pies. El sacerdote de los tatuajes se alejó aún más.

—¡Quédate aquí, grolim! —dijo Belgarath sonriendo maliciosamente—. El rey de los Infiernos siempre tiene hambre y creo que le apetecerá devorarte.

El hechicero trazó un círculo con la mano y el grolim comenzó a luchar, como si intentara desasirse de una mano poderosa e invisible que lo inmovilizaba.

Belgarath se puso a recitar un conjuro muy distinto del que había pronunciado el grolim y sus palabras retumbaron en la cúpula del cielo, ingeniosamente amplificadas en la enormidad del firmamento. Una verdadera cortina de llamas chisporroteantes se elevó en el aire, de un extremo al otro del horizonte.

—¡Contemplad las llamas del infierno! —bramó, señalando el fuego.

Al otro lado del lago aparecieron dos columnas que flanqueaban las nubes de llamas y humo. Tras la ardiente puerta, una multitud de voces siniestras entonaba un horrible himno de adoración.

—Y ahora convoco al rey de los Infiernos para que aparezca ante vosotros —gritó el anciano hechicero con la vara en alto.

Las vibraciones de su poder eran grandes y las cortinas de llamas parecían brotar del mismo sol, para reemplazar su esplendor con una temible luz propia.

Procedente del otro lado de la puerta ardiente se oyó un potente silbido, cuyo volumen descendió hasta convertirse en un rugido. Las llamas se abrieron y la figura de un poderoso tornado se dibujó entre las dos columnas. El tornado se acercó, girando cada vez más rápido, y su color negro azabache fue palideciendo hasta volverse blanco como la nieve. Entonces, la pesada nube blanca avanzó sobre el lago, solidificándose a medida que se acercaba. Al principio parecía un fantasma de nieve con los ojos huecos y la boca entreabierta. Tenía más de diez metros de altura y su aliento caía sobre la aterrorizada multitud como una tormenta de nieve.

—Habéis probado el sabor del hielo —les dijo Belgarath—, ahora probad el del fuego. Vuestro culto al falso Señor de los Demonios ha ofendido al Señor de Los Infiernos y ahora os abrasaréis en un fuego eterno.

Dichas estas palabras, el hechicero hizo otro gesto envolvente con su vara y un intenso resplandor rojo apareció en el centro de la figura blanca que continuaba acercándose a la orilla del lago. El resplandor avanzaba cada vez con más rapidez, expandiéndose hasta cubrir casi por completo la figura blanca. El espectro de fuego y hielo alzó sus brazos de más de tres metros y lanzó un rugido ensordecedor. El hielo pareció derretirse y el fantasma quedó convertido en una criatura de fuego que despedía llamas por la boca y por la nariz. El vapor se elevaba sobre la superficie del lago, mientras el espejismo recorría los últimos metros de agua en dirección a la orilla.

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