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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El señor de los demonios (39 page)

BOOK: El señor de los demonios
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—Puedo cuidarme solo. Ahora apártate.

—Piénsalo, Beldin. Ya habrá tiempo para ocuparse de Urvon más adelante. Ahora necesitamos tomar otras decisiones.

—¿Qué decisiones? Tú persigues a Zandramas y yo a Urvon. Está bastante claro, ¿no crees?

—No del todo. De cualquier modo, no permitiré que persigas a Nahaz en la oscuridad. Sabes tan bien como yo que la oscuridad multiplica su poder, y no me quedan tantos hermanos como para perder uno sólo porque esté enfadado.

Se miraron fijamente hasta que el jorobado cedió. Se volvió de espaldas, echó a andar resuelto hacia el estrado y de una patada, pero sin dejar de maldecir, destrozó una silla.

—¿Estáis todos bien? —preguntó Seda cuando guardaba su cuchillo.

—Eso parece —respondió Polgara tras quitarse la capucha de la capa azul.

—Ha sido una situación tensa, ¿verdad? —preguntó el hombrecillo con los ojos muy brillantes.

—Y totalmente innecesaria —respondió ella dirigiendo una mirada fulminante a Garion—. Será mejor que eches un vistazo a lo que queda de la casa, Kheldar. Comprueba si está realmente vacía. Durnik, será mejor que Toth y tú lo acompañéis.

Seda asintió y caminó por el suelo ensangrentado, abriéndose paso entre los cuerpos caídos, seguido de cerca por Durnik y Toth.

—No lo entiendo —dijo Ce'Nedra mirando asombrada al deforme Beldin que otra vez vestía de harapos y llevaba las habituales ramitas y pajas pegadas a las ropas—. ¿Cómo has hecho para ocupar el lugar de Feldegast? ¿Y dónde está él?

—Mi querida chiquilla —dijo Beldin con una sonrisa pícara y la voz del comediante—, sigo aquí, ¿sabes?, y si te apetece, aún puedo divertirte con mi magnífico talento.

—Pero Feldegast me gustaba —protestó ella.

—Todo lo que tienes que hacer es transferirme ese afecto a mí, querida chiquilla —respondió él.

—No es lo mismo —objetó ella.

Mientras tanto, Belgarath observaba con atención al deforme hechicero.

—¿Tienes idea de cuánto me molesta esa forma de hablar? —dijo.

—¡Oh!, sí, hermano —sonrió Beldin—, lo sé. Por eso la he elegido.

—No acabo de entender la necesidad de usar un disfraz tan elaborado —dijo Sadi mientras guardaba su pequeña daga envenenada.

—En esta parte de Mallorea mucha gente me conoce de vista —explicó Beldin—. Durante los últimos dos mil años, Urvon ha hecho colgar mi fotografía en cada árbol y en cada valla en cientos de kilómetros a la redonda, y lo cierto es que para reconocerme a mí basta con una descripción aproximada.

—Eres único, tío —dijo Polgara con una sonrisa afectuosa.

—Y tú eres muy amable, querida mía —respondió él con la voz de Feldegast y una exagerada reverencia.

—¿Quieres parar de una vez por todas? —dijo Belgarath, y luego se volvió hacia Garion—. Creo que nos debes una explicación. Te escuchamos.

—Me engañó —respondió Garion.

—¿Quién?

—Zandramas.

—¿Aún está aquí? —exclamó Ce'Nedra.

—No —respondió Garion—, pero envió una proyección de sí misma y de Geran.

—¿No sabes distinguir entre una proyección y la realidad? —preguntó Belgarath.

—No lo supe en el momento en que ocurrió.

—¿Qué quieres decir?

Garion respiró profundamente y se sentó en uno de los bancos. Fue entonces cuando notó que le temblaban las manos y que estaban manchadas de sangre.

—Es muy lista —dijo—. Desde que salimos de Mal Zeth he tenido el mismo sueño una y otra vez.

—¿Sueño? —preguntó Polgara con asombro—. ¿Qué tipo de sueño?

—Tal vez no haya sido un sueño —respondió—, pero no dejaba de oír el llanto de un bebé. Primero creí que recordaba los gemidos del niño enfermo que vimos en las calles de Mal Zeth, pero no era así. Cuando Seda, Beldin y yo estábamos en aquella habitación, espiamos por una grieta y vimos a Urvon y a Nahaz. Urvon está completamente loco; cree que es un dios. Bueno, él mandó llamar a Mengha, que resultó ser Harakan, y entonces...

—¡Un momento! —interrumpió Belgarath—. ¿Harakan es Mengha?

Garion miró hacia el cuerpo inerte tendido frente al altar. Zith seguía enrollada sobre la piedra negra y silbaba.

—Bueno, en realidad lo era —dijo.

—Urvon lo anunció poco antes de que estallara la pelea —añadió Beldin—, no tuvimos tiempo de informaros.

—Eso explica muchas cosas —murmuró Belgarath con aire pensativo, y miró a Velvet y le preguntó—: ¿Tú lo sabías?

—No, venerable anciano —respondió ella—, la verdad es que no, pero aproveché la oportunidad en cuanto se presentó.

Seda, Durnik y Toth regresaron a la sala llena de cadáveres.

—La casa está vacía —informó el hombrecillo—. La tenemos toda para nosotros.

—Bien —dijo Belgarath—. Garion estaba contándonos por qué consideró necesario iniciar esta guerra personal.

—Zandramas se lo ordenó —dijo Seda encogiéndose de hombros—. No sé por qué resolvió obedecerle, pero lo hizo.

—A eso iba —continuó Garion—. Cuando Urvon les decía a los chandims que Mengha, o sea Harakan, iba a ser su primer discípulo, entró Zandramas, o al menos eso creí. Llevaba un bulto debajo de su capa, que, aunque al principio no me di cuenta, era Geran. Ella y Urvon se gritaron el uno al otro durante un rato, hasta que Urvon dijo que era un dios y ella le respondió algo así: «Entonces convocaré al Justiciero de los dioses para que acabe contigo». Luego puso el bulto sobre el altar y vi que era Geran. El pequeño rompió a llorar y me di cuenta de que era su llanto el que había oído todo ese tiempo. A partir de ese momento, no pude pensar en nada más.

—Eso es obvio —dijo Belgarath.

—Bueno, creo que ya sabéis lo que ocurrió después. —Garion echó un vistazo a los cadáveres de la sala y se estremeció—. No pensé que las cosas pudieran llegar tan lejos. Supongo que me puse muy nervioso.

—Di más bien que enloqueciste, Garion —puntualizó Belgarath—. Eso es muy común entre los alorns. Yo pensé que tú serías distinto, pero por lo visto me he equivocado.

—Tenía razones para hacerlo, padre —dijo Polgara.

—Nada justifica que uno pierda el control, Polgara —refunfuñó él.

—Lo provocaron —dijo, y colocó las manos en las sienes de Garion con un gesto de concentración—. Ya estás libre.

—¿A qué te refieres? —preguntó Ce'Nedra, preocupada.

—A la posesión.

—¿Posesión?

—Sí —asintió Polgara—. Ese fue el truco de Zandramas. Invadió su mente con el llanto de un niño. Luego dejó un bulto que se parecía a Geran sobre el altar, y cuando Garion oyó el mismo llanto, no tuvo más opción que hacer lo que ella quería. —Miró a Belgarath—. Esto es muy serio, padre. Primero manipuló la mente de Ce'Nedra y ahora la de Garion. Podría intentar lo mismo con los demás.

—¿Con qué fin? —preguntó él—. Tú podrías detenerla, ¿verdad?

—Por lo general sí, aunque sólo si me doy cuenta de lo que ocurre. Zandramas es muy hábil y emplea métodos muy sutiles. En cierto sentido, es mejor que Asharak. —Miró a su alrededor—. Ahora escuchadme todos con atención —dijo—: si os sucede algo fuera de lo común, si tenéis pesadillas, ideas, sensaciones extrañas o cualquier cosa por el estilo, quiero que me lo comuniquéis de inmediato. Zandramas sabe que la perseguimos y emplea estos métodos para retrasarnos. Primero lo intentó con Ce'Nedra en Rak Hagga y ahora...

—¿Conmigo? —preguntó Ce'Nedra, atónita.

—¿Recuerdas tu enfermedad en el viaje desde Rak Verkat? —dijo Polgara—. No era exactamente una enfermedad, sino el efecto del poder de Zandramas sobre tu mente.

—Pero nadie me lo dijo.

—Una vez que Andel y yo logramos liberarte de Zandramas, no había necesidad de preocuparte. Bueno, como os decía, Zandramas ya lo ha intentado con Ce'Nedra y con Garion y ahora podría hacerlo con cualquiera de nosotros; así que no olvidéis decirme si sentís algo extraño.

—Latón —dijo Durnik.

—¿Qué has dicho, cariño? —preguntó Polgara.

—Esto es de latón —dijo el herrero alzando la corona de Urvon—, y también el trono. Ya suponía yo que aquí no podía quedar nada de oro. La casa ha estado abandonada durante siglos, abierta a los saqueadores.

—Es lo que suele suceder con los regalos de los demonios —dijo Beldin—. Son muy buenos creando ilusiones ópticas. —El jorobado miró a su alrededor—. Es muy probable que Urvon creyera que estaba rodeado de grandes riquezas. Era incapaz de darse cuenta de las cortinas rotas, de las telarañas o de la basura en el suelo. Lo único que veía era la gloria que Nahaz le obligaba a ver. —Al hombrecillo se le escapó una risita tonta—. Me gusta la idea de que Urvon termine sus días como un loco de atar, al menos hasta el momento en que yo le abra la barriga con el hierro candente.

Mientras tanto, Seda miraba a Velvet con aire pensativo.

—¿Puedes explicarme algo? —le preguntó.

—Lo intentaré —respondió ella.

—Cuando arrojaste a Zith a la cara de Harakan dijiste algo extraño.

—¿Dije algo?

—Sí. Dijiste: «Un regalo para el jefe del culto del Oso de parte de Hunter».

—¡Ah, te refieres a eso! —Ella sonrió y los hoyuelos se le volvieron a formar en sus mejillas—. Sólo quería que supiera quién lo mataba, eso es todo.

El la miró fijamente.

—No cabe duda de que tu mente se está oxidando, querido Kheldar —le riñó ella—. Creía que ya lo habrías adivinado. Está más claro que el agua.

—¿Hunter? —preguntó él, incrédulo—. ¿Tú?

—He sido Hunter durante bastante tiempo. Por eso me apresuré a reunirme contigo en Tol Honeth —añadió mientras se alisaba la falda gris de su traje de viaje.

—En Tol Honeth nos dijiste que Bethra era Hunter.

—Y lo fue, Kheldar, pero ya había cumplido su misión. Ella debía ocuparse de buscar un buen sucesor para Ran Borune. Primero tuvo que eliminar a varios miembros de la familia Honeth para que no se consolidaran en sus puestos y luego mencionó el nombre de Varana a Ran Borune cuando estaban... —Se interrumpió y miró de soslayo a Ce'Nedra. Luego carraspeó—... Eh, digamos, ¿entreteniéndose mutuamente? —Ce'Nedra se ruborizó hasta las orejas—. ¡Oh, cariño! —dijo la joven rubia acariciándole una mejilla—. No he sido muy delicada, ¿verdad? Bueno, Javelin decidió que la misión de Bethra se había cumplido y que era hora de nombrar a otro Hunter para una nueva misión. La reina Porenn estaba muy enfadada con lo que Harakan había hecho en el Oeste: el ataque a Ce'Nedra, el asesinato de Brand, y todo lo que sucedió en Rheon, así que ordenó a Javelin que lo castigara y él me eligió a mí para hacerlo. Yo sabía que vendríais aquí y por eso me uní a vosotros. —Contempló el cuerpo inerte de Harakan—. Me quedé azorada al verlo ante el altar, pero no podía dejar pasar una oportunidad como ésta. —Sonrió—. En realidad, todo ha salido bastante bien. Estaba a punto de dejaros para ir a buscarlo a Mal Yaska. El hecho de que Harakan resultara ser Mengha ha sido una ventaja adicional.

—Creí que te habían mandado para vigilarme.

—Lo siento mucho, príncipe Kheldar, pero necesitaba una excusa para unirme a vosotros e inventé ésa. A veces Belgarath puede ser muy terco. —Sonrió con picardía al viejo hechicero y se volvió otra vez hacia Seda, que la miraba perplejo—. La verdad es que mi tío no está enfadado contigo en absoluto.

—Pero tú dijiste... —La miró fijamente—. ¡Me mentiste!

—Ésa es una palabra muy fea, Kheldar —respondió ella mientras le acariciaba una mejilla con ternura—. ¿No podríamos decir que exageré un poco? Es cierto que no quería perderte de vista, pero tenía mis propias razones para ello... que no tienen nada que ver con la política de Drasnia. —Las mejillas de Seda se ruborizaron—. ¡Oh, Kheldar! —exclamó ella, dichosa—, se te están subiendo los colores a la cara como a una pobre campesina que acaba de ser seducida.

Mientras tanto, Garion hacía grandes esfuerzos por comprender lo sucedido.

—¿Por qué crees que Zandramas actuó de ese modo, tía Pol? —preguntó.

—Para retrasarnos —respondió—, pero sobre todo para intentar vencernos antes de llegar al encuentro final.

—No te entiendo.

—Sabemos que uno de nosotros morirá —dijo ella con un suspiro—, pues Cyradis nos lo dijo en Rheon, pero siempre existe la posibilidad de que en una de estas peleas casuales muera alguien más por un simple accidente. Si el Niño de la Luz, o sea, tú, pierde a alguno de sus acompañantes, no tendrá ninguna posibilidad de vencer en el encuentro final. El propósito de la cruel estrategia de Zandramas fue obligarte a luchar con los chandims y con Nahaz. Ella sabía que los demás, como es obvio, acudiríamos en tu ayuda, y en esa clase de peleas siempre pueden ocurrir accidentes.

—¿Accidentes? ¿Cómo puede haber accidentes cuando todos estamos bajo el control de la profecía?

—Olvidas algo, Belgarion —dijo Beldin—. Este asunto comenzó con un accidente. Esto es lo que dividió a la profecía en primer lugar. Puedes leer profecías hasta envejecer, pero siempre cabe la posibilidad de que suceda algo que altere las cosas.

—Como ya habréis notado, mi hermano es un filósofo —dijo Belgarath—, siempre dispuesto a ver el lado negro de las cosas.

—¿De verdad sois hermanos? —preguntó Ce'Nedra con curiosidad.

—Sí —respondió Beldin—, pero de un modo que tú nunca podrías comprender. Fue una idea que nos inculcó nuestro Maestro.

—¿Y Zedar también era uno de vuestros hermanos?

—Sí —admitió el anciano con las mandíbulas apretadas.

—Pero tú...

—Adelante, Ce'Nedra, no te interrumpas —la animó Belgarath—. No hay nada que puedas decirme que no me haya dicho yo antes a mí mismo.

—Algún día —dijo ella con su suave vocecilla—, cuando todo esto haya acabado, ¿lo dejarás libre?

—No, no lo creo —respondió él con mirada pétrea.

—Si él lo deja libre —añadió Beldin—, yo me ocuparé de volverlo a encerrar.

—No tiene sentido que nos pongamos a recordar viejas historias —dijo Belgarath. Reflexionó un momento y luego añadió—: Creo que es hora de que hablemos con la jovencita de Kell. —Se volvió hacia Toth y le preguntó—: ¿Podrías llamar a tu ama?

El gigante no parecía contento. Cuando por fin aceptó, lo hizo con evidente reticencia.

—Lo siento, amigo —dijo Belgarath—, pero es realmente necesario.

Toth suspiró, se arrodilló sobre una pierna y cerró los ojos como si fuera a rezar. Una vez más, al igual que en Rak Hagga y en la isla de Verkat, Garion creyó oír el murmullo de muchas voces. Entonces se produjo un extraño resplandor multicolor junto al vulgar trono de Urvon. El aire se aclaró y la nítida silueta de la vidente de Kell apareció sobre el estrado. Garion la miró con atención. Estaba más delgada y parecía muy vulnerable. La bata blanca y la venda de los ojos acentuaban aún más su aspecto de indefensión. Sin embargo, su rostro tenía una expresión serena, la serenidad propia del que mira de frente al destino y lo acepta sin reservas y sin cuestionárselo siquiera. Por alguna razón, aquella radiante presencia le producía un temor reverente.

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