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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El señor de los demonios (36 page)

BOOK: El señor de los demonios
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—¿Crees que Zandramas estará acompañada por grolims? —preguntó Ce'Nedra—. Si está sola en la casa y ve entrar a un grupo de grolims podría asustarse y huir con mi pequeño.

—Incluso si lo hiciera, estamos lo bastante cerca para alcanzarla —respondió Belgarath—, sobre todo teniendo el Orbe, que la seguirá adonde vaya. Además, si ella está aquí, es muy probable que la acompañen algunos de sus grolims. No estamos tan lejos de Darshiva para que no los haya mandado llamar.

—¿Y qué hay de éste? —preguntó Durnik señalando a Feldegast—. No tiene una túnica de esclavo.

—Ya improvisaremos algo —murmuró Velvet, y le sonrió al comediante—. Tengo una bonita bata azul que hará juego con tus ojos. Podemos añadir un pañuelo para simular una capucha y luego cruzar el patio llevándote en el centro del grupo.

—Eso atenta contra mi dignidad —objetó el hombrecillo.

—¿Preferirías quedarte atrás a cuidar los caballos? —preguntó ella en tono jocoso.

—Eres una mujer muy dura, amiga mía —protestó él.

—A veces —respondió ella.

—De acuerdo, hagámoslo —decidió Belgarath—, tenemos que entrar en la casa.

Tardaron apenas unos minutos en retroceder hasta donde habían dejado los caballos y en ponerse las túnicas de comerciantes de esclavos cuidadosamente dobladas en los sacos, bajo la luz tenue de la lámpara de Feldegast.

—¿No estoy ridículo? —protestó el comediante mientras señalaba la túnica de raso azul que le había puesto Velvet.

—Yo creo que estás encantador —respondió Ce'Nedra.

—Si allí dentro hay gente, ¿no es probable que vigilen los pasillos? —preguntó Durnik.

—Sólo en la planta principal —respondió Feldegast—. Los demás pisos están inhabitables. Las ventanas rotas permiten que el viento sople por los pasillos como en el exterior. Detrás de la puerta principal debe de haber una escalera y con un poco de suerte subiremos sin que nadie nos vea. Una vez arriba, sólo encontraremos murciélagos, ratones y tal vez alguna rata solitaria.

—¿Era necesario que dijeras eso? —preguntó Ce'Nedra con sarcasmo.

—¡Ah, pobrecilla mía! —sonrió él—, yo estaré junto a ti. Aún no he encontrado ni murciélago ni ratón ni rata capaces de vencerme en una pelea.

—Feldegast tiene razón, Belgarath —dijo Seda—. Si irrumpimos en los pasillos de la planta baja, tarde o temprano nos descubrirán, pero cuando estemos arriba, fuera de la vista, podré explorar el lugar y enterarme de qué es exactamente lo que nos espera.

—De acuerdo —asintió el anciano—, pero antes tenemos que entrar.

—Adelante —dijo Feldegast, levantando con elegancia la falda de su bata.

—Esconde la lámpara —le ordenó Belgarath.

Caminaron en fila india hacia la puerta de la poterna y salieron al sombrío patio con el paso rítmico y oscilante que solían adoptar los grolims en sus ceremonias. La ventana iluminada de la casa parecía un ojo fulgurante que seguía con atención todos sus movimientos.

El patio no era demasiado grande, pero Garion tuvo la impresión de que tardaban horas en cruzarlo. Por fin llegaron ante la entrada principal, una puerta grande, negra, llena de herrajes, como todas las que conducían a los templos grolims. Sin embargo, la máscara de acero engastada en ella no estaba pulida. El suave resplandor procedente del otro extremo de la casa le permitió ver a Garion que se había oxidado con el paso de los siglos, dando a aquel rostro de fría hermosura un aspecto siniestro y enfermizo, acentuado por dos hilos de grumoso óxido semilíquido que caían de las cuencas vacías de los ojos y corrían por las mejillas. Garion se estremeció al recordar las lágrimas de fuego que había derramado el dios vencido antes de morir.

Subieron los tres peldaños que los separaban de aquella tenebrosa puerta y Toth la empujó despacio.

El vestíbulo estaba iluminado por una sola antorcha de llama vacilante. Tal como había anticipado Feldegast, frente a la puerta había una amplia escalera que se perdía en la penumbra. Los peldaños estaban cubiertos de piedras y las telarañas colgaban del techo como largas guirnaldas entre las sombras. Belgarath los guió por el vestíbulo y comenzó a subir las escaleras, sin dejar de imitar el paso solemne de los grolims. Garion lo seguía muy sereno, aunque sentía un deseo irresistible de echar a correr. Estando a mitad de camino del primer piso, oyeron un ruido metálico a sus espaldas y se encendió una luz al pie de la escalera.

—¿Qué estáis haciendo? —preguntó una voz estridente—. ¿Quiénes sois?

El corazón de Garion se estremeció y el joven se volvió. El hombre que estaba debajo llevaba una cota de malla larga, similar a un abrigo, un casco y un escudo. En la mano derecha sostenía una antorcha encendida.

—¡Bajad! —gritó el hombre de la cota de malla. El gigantesco Toth se volvió, obediente, con la cabeza encapuchada y las manos escondidas en las mangas de la túnica. Luego comenzó a bajar las escaleras con actitud sumisa—. Os hablo a todos —insistió el guardián del templo—. Os lo ordeno en nombre del dios de Angarak. —Cuando Toth llegó al pie de la escalera, el guardián del templo descubrió, atónito, que la túnica que llevaba no era la característica prenda negra de los grolims—. ¿Qué significa esto? ¡Vosotros no sois chandims! Sois... —se interrumpió de repente, pues Toth lo levantó del suelo con una de sus manazas. El guardián arrojó la antorcha al suelo y comenzó a patalear. Toth le quitó el casco con la otra mano y le golpeó la cabeza varias veces contra la pared del pasillo. El hombre se estremeció y cayó desmayado. Toth cargó al guardián sobre los hombros y comenzó a subir otra vez las escaleras.

Seda corrió escaleras abajo, recogió el casco y la antorcha del suelo y volvió a subir.

—Siempre hay que hacer desaparecer todas las pruebas —murmuró a Toth—. Ninguna fechoría está completa hasta que uno ha limpiado el escenario del crimen.

Toth le respondió con una sonrisa.

Cuando se acercaban a lo alto de la escalera, encontraron los peldaños cubiertos de hojas. El viento se colaba por las ventanas sin cristales y las telarañas se agitaban como cortinas deshilachadas.

El pasillo del primer piso estaba muy sucio. Las hojas secas, arrastradas por el viento, se apilaban en montoncitos que les llegaban a la altura de los tobillos. Al final del pasillo, una espesa mata de hiedra cubría la abertura de una ventana y se mecía en la fría brisa de la noche que soplaba desde las montañas. La madera de las puertas estaba carcomida y apenas algunas tablas colgaban de los goznes. Las habitaciones que había al otro lado de aquellas puertas estaban llenas de polvo y hojas secas, y tanto los muebles como los tapizados habían sucumbido a miles de generaciones de hacendosos ratones que buscaban despojos para sus madrigueras. Toth llevó a su inconsciente prisionero a una de esas habitaciones, le ató de pies y manos y lo amordazó para evitar que gritara al despertarse.

—La luz venía del otro extremo de la casa, ¿no es cierto? —preguntó Garion.

—Allí vivía el propio Torak —respondió Feldegast mientras manipulaba su pequeña lámpara para que irradiara sólo un débil resplandor—. La sala del trono y la capilla privada están en esa ala del edificio. Si os apetece, puedo llevaros a su dormitorio y dejaros saltar en su enorme cama, o lo que queda de ella, sólo para divertiros.

—Creo que puedo pasar sin esa diversión.

Mientras tanto, Belgarath no dejaba de rascarse una oreja con aire pensativo.

—¿Has estado aquí últimamente? —le preguntó al comediante.

—Hace unos seis meses.

—¿Y había alguien? —preguntó Ce'Nedra.

—Me temo que no, querida. La casa estaba silenciosa como una tumba.

—Eso fue antes de que Zandramas llegara aquí, Ce'Nedra —le recordó Polgara.

—¿Por qué lo preguntas, Belgarath? —dijo Feldegast.

—No he estado aquí desde poco después de la batalla de Vo Mimbre —respondió Belgarath mientras avanzaban por el mugriento pasillo—. En aquel entonces, la casa aún se mantenía en pie, pero los angaraks no se distinguen por su diligencia en cuidar sus edificios. ¿En qué condiciones está la argamasa?

—Se desmorona como se desmigaja el pan del año pasado.

—Lo imaginaba —dijo Belgarath—. Bueno, primero dejemos claro que lo que queremos es información y no una batalla campal en los pasillos.

—A no ser que nos encontremos con Zandramas —le advirtió Garion—. Si aún está aquí con mi hijo, la batalla de Vo Mimbre parecerá una feria campestre comparada con la guerra que desataré.

—Y yo me ocuparé de destruir lo que él deje en pie —añadió Ce'Nedra con furia.

—¿No puedes controlarlos? —le preguntó Belgarath a su hija.

—En estas circunstancias, no —respondió ella—. Es probable que decida unirme a ellos.

—Creí que habías logrado suavizar el lado alorn de tu carácter, Polgara.

—No era ese lado el que hablaba, padre.

—Más a mi favor —repuso Belgarath—. Antes de que vosotros comenzarais a preparar vuestros músculos para la pelea, yo intentaba deciros que posiblemente desde aquí arriba oigamos o veamos algo de lo que sucede en la parte principal de la casa. Si la argamasa está tan mal como dice Feldegast, no será difícil encontrar pequeñas grietas en el suelo, y si no las hay las hacemos, para enterarnos de lo que necesitamos saber. Si Zandramas está aquí, nos ocuparemos de ella en la forma más conveniente, pero si sólo hay chandims, guardianes del templo o una banda de ladrones karands, seguiremos el rastro de Zandramas sin anunciarles nuestra presencia.

—Parece razonable —asintió Durnik—. No es lógico que perdamos el tiempo en luchas inútiles.

—Me alegro de que alguien tenga sentido común dentro de este pequeño grupo de guerreros —dijo el anciano.

—Aunque si Zandramas está ahí abajo, me veré obligado a tomar otras medidas —añadió el herrero.

—¿Tú también? —gruñó el hechicero.

—Por supuesto, Belgarath. Después de todo, lo que es justo es justo.

Avanzaron por el pasillo cubierto de hojas, con telarañas colgando del techo y en los rincones el monótono roer de los ratones. Al pasar junto a una puerta de dos hojas, tan gruesa que permanecía intacta, Belgarath pareció recordar algo.

—Quiero echar un vistazo aquí dentro —murmuró.

Cuando el anciano abrió la puerta, la espada que Garion llevaba enfundada a la espalda dio un tirón tan violento que estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio.

—¡Abuelo! —exclamó Garion, y al mismo tiempo extendió el brazo para desenvainar la tizona. La punta señaló el suelo y la cuchilla lo empujó a la habitación—. Ella ha estado aquí —dijo él, rebosante de alegría.

—¿Qué? —preguntó Durnik.

—Me refiero a Zandramas. Ha estado en esta habitación con Geran.

Feldegast levantó la pared frontal de la lámpara para iluminar mejor la habitación. Era una biblioteca grande y abovedada con multitud de estantes atestados de polvorientos libros y pergaminos.

—¡Conque eso era lo que buscaba! —exclamó Belgarath.

—¿De qué hablas? —preguntó Seda.

—De un libro, sin duda una profecía —respondió el anciano con expresión sombría—. Ella sigue el mismo camino que yo y tal vez éste sea el único lugar donde pueda encontrarse una copia fiel de los oráculos de Ashaba.

—¡Oh! —exclamó Ce'Nedra con la angustia reflejada en el rostro. Luego, señaló con una mano temblorosa el suelo cubierto de polvo donde había huellas de pisadas. Era evidente que algunas correspondían a los pies de una mujer, pero junto a ellas había otras muy pequeñas—. Mi niño ha estado aquí —dijo Ce'Nedra a punto de llorar. La joven reina dejó escapar un sollozo y luego se echó a llorar abiertamente—. Ya sabe andar —gimió—, yo, yo no he podido ser testigo de sus primeros pasos.

Polgara se acercó a ella y la estrechó en un reconfortante abrazo.

Los ojos de Garion también se llenaron de lágrimas y el joven apretó la empuñadura de su espada con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Sintió un deseo incontenible de romper cosas.

Belgarath, mientras tanto, maldecía entre dientes.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Seda.

—Esa era la razón principal para venir aquí —gruñó el anciano—, necesitaba conseguir una copia de los oráculos de Ashaba; pero Zandramas se me ha adelantado.

—Tal vez haya otra copia.

—Imposible. Ha estado corriendo delante de mí para quemar los libros. Si hubiera más de una copia, ella la habría hecho desaparecer, por eso ha estado tanto tiempo aquí. Ha registrado de arriba abajo este lugar para asegurarse de que no había otra copia. —Y comenzó a maldecir otra vez.

—¿Crees que este libro es importante? —preguntó Eriond mientras se acercaba a una mesa que, a diferencia de las demás, estaba barnizada y limpia.

En el centro de la mesa había un libro encuadernado en piel negra y flanqueado por dos candelabros. Eriond levantó el libro y una hoja de pergamino perfectamente doblada cayó de su interior. El joven se inclinó a recoger el pergamino y lo miró.

—¿De qué se trata? —preguntó Belgarath.

—Es una nota —respondió Eriond—. Es para ti —añadió mientras se la entregaba.

Belgarath la leyó. Su cara primero palideció y luego se tiñó de un intenso color rojo. El anciano apretó los dientes y las venas de su cara y de su cuello se hincharon. De repente, Garion notó las vibraciones del poder de su abuelo.

—¡Padre! —exclamó Polgara—. ¡No! ¡Recuerda que no estamos solos!

El hechicero recobró la compostura con tremendo esfuerzo, arrugó el pergamino hasta formar una bola y la arrojó al otro extremo de la habitación; cogió el libro como si también fuera a arrojarlo, pero luego pareció pensárselo mejor. Lo abrió al azar, pasó unas cuantas páginas y comenzó a maldecir con rabia mal contenida mientras le entregaba el libro a Garion.

—Toma. Sosténlo —dijo, y empezó a pasearse de un extremo a otro de la habitación con el rostro desencajado y sombrío como una nube de tormenta, mientras maldecía en susurros y agitaba los brazos al aire.

Garion abrió el libro y lo acercó a la luz. Enseguida descubrió la causa de la rabia de Belgarath. Páginas enteras habían sido cortadas con una navaja de afeitar o un cuchillo muy afilado. Garion también comenzó a maldecir.

Seda recogió con curiosidad el trozo de pergamino que el anciano había arrojado al suelo y lo leyó. Tragó saliva y miró con temor a Belgarath.

—¡Cielos! —exclamó.

—¿Qué dice? —preguntó Garion.

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