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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El señor de los demonios (16 page)

BOOK: El señor de los demonios
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Entretanto, en lo alto de la escalera, el heraldo se preparaba para el siguiente invitado, con los ojos muy abiertos y la cara pálida.

—Limítate a decirlo —oyó Garion que le decía su abuelo—. Estoy seguro de que reconocerán el nombre.

El heraldo se acercó a la balaustrada de mármol de la escalera.

—Majestad —dijo con voz titubeante—, damas y caballeros, tengo el inesperado honor de anunciar a Belgarath, el hechicero.

Mientras el anciano, enfundado en una túnica con capucha de suave lana gris, bajaba la escalera con pasos ruidosos, sin gracia ni elegancia, se oyeron exclamaciones de sorpresa entre el público. El hechicero se dirigió a la mesa donde los demás se habían unido a Zakath, y los nobles malloreanos se apresuraron a apartarse a su paso.

Sin embargo, cuando estaba a medio camino de la plataforma, una joven y rubia melcene le llamó la atención. La mujer lo miraba atónita y no fue capaz de hacer una reverencia ni incluso de moverse cuando el hombre más famoso del mundo se aproximó a ella. Belgarath se detuvo, la miró despacio de arriba abajo, reparando con beneplácito en la transparencia de su vestido. Una sonrisa insinuante se dibujó en sus labios y sus ojos comenzaron a brillar como dos ascuas.

—Bonito vestido —dijo. La cara de la joven se ruborizó y el anciano rió y le dio una palmadita en la mejilla—. Buena chica —observó.

—Padre —dijo Polgara con voz firme.

—Ya voy, Pol. —El anciano volvió a reír y siguió andando hacia la mesa. La bella joven melcene lo miraba fascinada con una mano en la mejilla que le había tocado.

—¿No es vergonzoso? —dijo Ce'Nedra.

—El es así, cariño —replicó Garion—. No finge ser de otra manera ni hay necesidad de que lo haga.

El banquete incluía una serie de platos exóticos cuyos nombres Garion desconocía y otros tantos que ni siquiera sabía cómo comer. Un simple arroz resultó estar condimentado con especias tan fuertes que le hicieron brotar lágrimas de los ojos mientras buscaba a tientas un vaso de agua.

—¡Belar, Mara, Nedra! —exclamó Durnik con voz ahogada mientras él también buscaba su vaso de agua.

Si no recordaba mal, era la primera vez que Garion oía maldecir a Durnik. Lo hacía sorprendentemente bien.

—Está picante —comentó Sadi, pero continuó comiendo con tranquilidad aquel espantoso plato.

—¿Cómo puedes comerlo? —preguntó Garion.

—Olvidas que estoy acostumbrado a que me envenenen, Belgarion. El veneno endurece la lengua y hace incombustible la garganta.

Zakath observaba sus reacciones, divertido.

—Debería haberos advertido —se disculpó—. Este plato procede de Gandahar, y los nativos de esa región se entretienen durante la época de las lluvias intentando encender fuego en los estómagos de los demás. Casi todos son cazadores de elefantes y se enorgullecen de su valor.

Después del largo banquete, Brador se acercó a Garion.

—Si no te importa —dijo inclinándose para que Garion pudiera oírlo por encima del estruendo de las risas y de las animadas conversaciones de las mesas vecinas—, hay gente a la que le complacería mucho conocerte.

Garion asintió con un gesto cortés aunque en su interior se estremeció. Ya había pasado antes por situación parecida y sabía lo aburrido que podía llegar a ser. El jefe del Departamento de Asuntos Internos lo guió entre los invitados de coloridos atuendos, deteniéndose a menudo para intercambiar saludos con otros oficiales o para presentarles a Garion. El joven rey de Riva se preparó para una o dos horas de total aburrimiento. Sin embargo, el regordete y calvo Brador demostró ser una agradable compañía. Aunque su charla parecía frívola, en realidad ofrecía una información precisa y a menudo importante.

—Hablaremos con el reyezuelo de Pallia —murmuró mientras se aproximaban a un grupo de hombres con altos sombreros cónicos de felpa y trajes de piel teñida en un desagradable tono verdoso—. Es adulador, mentiroso, cobarde y no es aconsejable fiarse de él.

—¡Ah!, estás aquí, Brador —saludó uno de los hombres de sombrero de felpa con fingido afecto.

—Alteza —respondió Brador con una ostentosa reverencia—, tengo el honor de presentarte a Su Majestad Belgarion de Riva. —Se volvió hacia Garion—. Majestad, éste es Su Alteza Warasin, régulo de Pallia.

—Majestad —dijo Warasin con una ridícula reverencia.

Era un hombre de cara alargada y picada de viruelas, con labios gruesos. Garion notó que sus manos no estaban del todo limpias.

—Alteza —respondió Garion con tono distante.

—Justamente estaba comentando con los miembros de mi corte que yo hubiera estado más dispuesto a creer que el sol saliera por el norte mañana a que el Señor Supremo del Oeste pudiera presentarse en Mal Zeth.

—El mundo está lleno de sorpresas.

—Por las barbas de Torak, tienes razón, Belgarion. No te importa que te llame Belgarion, ¿verdad?

—Torak no tenía barba —se limitó a corregir Garion.

—¿Qué?

—Que Torak no tenía barba. Al menos no la tenía cuando yo lo conocí.

—Cuando tú... —Warasin se interrumpió con los ojos abiertos como platos—. ¿Intentas decirme que todas esas historias sobre lo ocurrido en Cthol Mishrak son ciertas? —preguntó, azorado.

—No estoy seguro, Alteza —respondió Garion—. Aún no las he oído todas. Ha sido un placer conocerte, amigo. —Palmeó la espalda del reyezuelo con exagerada familiaridad—. Es una pena que no tengamos más tiempo para charlar. ¿Vamos, Brador? —añadió, y se despidió del régulo de Pallia con una breve inclinación de cabeza.

—Eres muy hábil, Belgarion —murmuró Brador—, mucho más de lo que hubiera imaginado teniendo en cuenta...

—¿Teniendo en cuenta que parezco un simple e inculto campesino? —añadió Garion.

—Yo no lo diría así.

—¿Por qué no? —dijo Garion encogiéndose de hombros—. Es la verdad, ¿no es cierto? ¿Adonde quería llevar la conversación ese cerdo? Es obvio que pretendía decir algo.

—Es muy simple —respondió Brador—. Se ha dado cuenta de tu actual amistad con Zakath. En Mallorea todo el poder deriva del trono, y el hombre que consigue que el emperador lo escuche está en una posición privilegiada. En estos momentos Warasin está involucrado en una cuestión de fronteras con el príncipe regente de Delchin y sin duda pretendía que hablaras a su favor. —Brador lo miró con expresión divertida—. En tu actual posición podrías ganar millones, ¿sabes?

—Pero no podría llevármelos a casa, Brador —rió Garion—. Una vez visité el tesoro real en Riva y sé cuánto pesa un millón. ¿Quién es el siguiente?

—El jefe del Departamento de Comercio, un bribón sin escrúpulos. Como casi todos los jefes de Departamento.

—¿Y qué quiere? —preguntó Garion con una sonrisa.

—No estoy seguro —dijo Brador mientras se rascaba una oreja con aire pensativo—, porque he estado fuera del país. Sin embargo, ten cuidado, pues Vasca es muy astuto.

—Yo siempre tengo cuidado, Brador.

El barón Vasca, jefe del Departamento de Comercio, era un hombre calvo, con profundas arrugas, vestido con la característica túnica marrón, que parecía ser el uniforme de los burócratas, y las cadenas de oro de su rango parecían demasiado pesadas para su delgado cuello. Aunque a primera vista daba la impresión de ser viejo y débil, sus ojos eran penetrantes y astutos como los de un buitre.

—Es un placer conocerte.

—El placer es mío, barón Vasca —respondió Garion con amabilidad.

Charlaron durante un rato, pero Garion no pudo detectar nada fuera de lo común en la conversación del barón.

—He notado que el príncipe Kheldar de Drasnia es un miembro de vuestro séquito —dijo por fin.

—Somos viejos amigos. ¿Lo conoces, barón?

—Hemos tenido algunos tratos, los acostumbrados permisos y formalidades, ya sabes. Sin embargo, siempre que puede intenta evitar cualquier contacto con las autoridades.

—Lo he notado —dijo Garion.

—Sabía que así sería. No quiero entretenerte, Majestad. Aquí hay mucha gente deseosa de conocerte y no me gustaría que me acusaran de monopolizar tu atención. —El barón se volvió hacia el jefe del Departamento de Asuntos Internos— Te agradezco que me lo hayas presentado, mi querido Brador —dijo.

—No merece la pena que me des las gracias, mi querido barón —respondió Brador.

El funcionario cogió el brazo de Garion y ambos se alejaron de allí.

—¿A qué venía todo eso? —preguntó Garion.

—No estoy seguro —respondió Brador—, pero sin duda ya ha conseguido lo que quería.

—En realidad no dijimos nada.

—Lo sé. Eso es lo que me preocupa. Ha conseguido despertar mi curiosidad.

Las dos horas siguientes las empleó Garion en conocer a otros dos reyezuelos de llamativos atuendos, a varios burócratas vestidos de etiqueta y a importantes nobles con sus esposas. Muchos de ellos sólo pretendían que los vieran hablar con él, para luego poder decir en un tono indiferente: «El otro día estuve hablando con Belgarion y me dijo...». Otros se atrevieron a sugerir la conveniencia de una futura charla en privado y algunos incluso intentaron tener con él una cita concreta.

Cuando por fin Velvet se acercó a rescatarlo, ya era bastante tarde. La joven se aproximó al lugar donde Garion estaba acorralado entre la familia real de Peldane, un regordete reyezuelo con un turbante color mostaza, su delgada esposa de sonrisa tonta enfundada en un vestido rosa que discordaba horriblemente con su pelo color naranja y tres niños consentidos que se pasaban el tiempo peleando.

—Majestad —dijo la joven rubia con una reverencia—. Tu esposa solicita tu permiso para retirarse.

—¿Permiso?

—No se encuentra muy bien.

—Eso quiere decir que debo ir a verla inmediatamente —respondió Garion con una mirada de gratitud. Se volvió hacia la familia Peldane—. Espero que me disculpéis.

—Por supuesto, Belgarion —respondió el reyezuelo con elegancia.

—Y, por favor, presenta nuestros respetos a tu encantadora esposa —añadió la reina.

Los niños continuaron peleándose y propinándose puntapiés.

—Parecías desolado —murmuró Velvet mientras se alejaban.

—Te daría un beso.

—Ésa es una idea interesante.

—Deberían ahogar a esos tres monstruos —dijo Garion mirando hacia atrás—, y criar una camada de cachorros.

—Mejor de cerdos —corrigió ella. Él la miró con asombro—. Así podrían vender el tocino y el esfuerzo no habría sido en vano.

—¿Es verdad que Ce'Nedra está enferma?

—Por supuesto que no, pero esta noche ya ha hecho suficientes conquistas y quiere guardar algunas para futuras ocasiones. Ya es hora de retirarse y dejar atrás a la horda de desilusionados admiradores que esperaban conocerla gimiendo de desesperación.

—Es una forma extraña de ver las cosas.

Ella rió con afecto y entrelazó su brazo con el de él.

—No para una mujer.

A la mañana siguiente, poco después del desayuno, Garion y Belgarath acudieron a reunirse con Zakath y Brador en el despacho privado del emperador. Era un despacho amplio y cómodo, atestado de libros y mapas, con sillones mullidos alrededor de unas mesas bajas. Fuera hacía un día caluroso y las ventanas abiertas permitían la entrada de una brisa fresca, con fragancia a flores, que agitaba las cortinas.

—Buenos días, caballeros —los saludó Zakath al entrar en el estudio—. Espero que hayáis dormido bien.

—Lo hice en cuanto logré sacar a Ce'Nedra de la bañera —rió Garion—. Me parece que tenemos excesivas comodidades. ¿Puedes creer que ayer se bañó tres veces?

—Mal Zeth es demasiado calurosa y polvorienta en verano —dijo Zakath—. Sólo los baños la hacen tolerable.

—¿Cómo llega el agua caliente allí arriba? —preguntó Garion con curiosidad—. No he visto a nadie bajando ni subiendo cubos.

—Sube por cañerías empotradas —respondió el emperador—. El artesano que inventó el sistema fue premiado con un título de barón.

—Espero que no te moleste que lo copiemos. Durnik ya está haciendo bocetos.

—Yo creo que no es saludable —dijo Belgarath—. Los baños deberían tomarse al aire libre y con agua fría. Todos estos caprichos ablandan el carácter de la gente. —Miró a Zakath—. Sin embargo, estoy seguro de que no nos mandaste a buscar para discutir el sistema de cañerías de los baños.

—No, a no ser que tú quieras hacerlo, Belgarath —respondió Zakath, y luego se irguió en su silla—. Ahora que todos hemos tenido oportunidad de descansar del viaje, pensé que ya era hora de ponernos a trabajar. Los hombres de Brador han elaborado unos informes y él está preparado para asesorarnos sobre la situación en Karanda. Adelante, Brador.

—Sí, Majestad. —El regordete y calvo melcene se levantó de su asiento y se dirigió a un mapa del continente malloreano colgado en la pared. El mapa estaba exquisitamente pintado, con lagos y ríos azules, praderas verdes, bosques de color marrón y verde oscuro y montañas coronadas de nieve. Las ciudades aparecían representadas con dibujos de edificios y fortificaciones en lugar de los habituales puntos negros. Garion notó que la red de caminos malloreana eran casi tan extensa como la de Tolnedra.

Brador carraspeó, se disputó uno de los largos punteros con uno de los gatitos de Zakath y comenzó:

—Como ya os dije en Rak Hagga, hace unos seis meses, un hombre llamado Mengha salió del bosque situado al norte del río Karanda. —Señaló el dibujo de una gran zona arbolada que se extendía desde la cordillera karandense hasta las montañas de Zamad—. Sabemos muy poco sobre sus orígenes.

—Eso no es exactamente así, Brador —objetó Belgarath—. Cyradis nos dijo que es, o era, un sacerdote grolim. A partir de ahí, podemos deducir unas cuantas cosas.

—Me interesaría oír cualquier sugerencia al respecto —dijo Zakath.

Belgarath echó un vistazo a su alrededor y finalmente fijó la vista en un aparador situado en un rincón de la estancia, lleno de botellas de cristal y vasos relucientes.

—Me perdonáis —dijo señalando las botellas—. Creo que pienso mejor con un vaso en la mano.

—Sírvete tú mismo —respondió Zakath.

El anciano se puso de pie, se aproximó al aparador y se sirvió un vaso de vino rosado.

—¿Garion? —preguntó mostrándole la botella.

—No, gracias, abuelo.

Belgarath volvió a colocar el tapón de cristal de la botella y comenzó a pasear de un extremo al otro de la habitación.

—Muy bien —dijo—. Sabemos que la adoración a los demonios todavía persiste en el país de Karanda, pese a que los grolims intentaron desterrar esa práctica en el segundo milenio, cuando los karands se convirtieron a la religión de Torak. También sabemos que Mengha era un sacerdote. Si aquí en Mallorea los grolims reaccionaron igual que en Cthol Murgos ante la noticia de la muerte de Torak, podemos afirmar que se sentiría totalmente desmoralizado. El hecho de que Urvon dedicara varios años de su vida a la búsqueda de profecías que justificaran la unidad de la Iglesia es una prueba de que tuvo que enfrentarse a una desesperación general entre las filas de los grolims.

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