Read El señor de los demonios Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El señor de los demonios (18 page)

BOOK: El señor de los demonios
2.79Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Velvet y Polgara añadieron varios artículos a la ya larga lista de Garion. Seda le echó un vistazo mientras caminaban por los largos pasillos en dirección al centro del palacio.

—Me pregunto si Brador podrá dejarnos una mula —murmuró.

—¿Te estás burlando de mí? —dijo Garion.

—¿Me crees capaz de algo así?

—¿Por qué me hablaste con los dedos allí dentro?

—Espías.

—¿En nuestras habitaciones privadas?

Garion recordó con disgusto la costumbre de Ce'Nedra de pasearse desnuda cuando estaban solos.

—En los sitios privados es donde se pueden descubrir los mejores secretos. Ningún espía desaprovecha la oportunidad de husmear en un dormitorio.

—¡Eso es vergonzoso! —exclamó Garion con las mejillas encendidas.

—Por supuesto, pero es una práctica muy extendida.

Pasaron junto a la rotonda abovedada, situada al otro lado de la puerta chapada en oro del palacio, y salieron a la brillante luz de la mañana, acariciada por una fragante brisa.

—¿Sabes? —dijo Seda—, me gusta Mal Zeth. Nuestra oficina está encima de una panadería y algunas mañanas siento como si por el olor que viene de abajo fuera a desmayarme.

Apenas se detuvieron un instante ante las puertas del complejo industrial. Un pequeño gesto de los hombres que los seguían advirtió a los guardias de que Seda y Garion tenían permiso para visitar la ciudad.

—A veces los policías resultan útiles —dijo Seda mientras comenzaban a descender por un amplio paseo, alejándose del palacio.

Las calles de Mal Zeth estaban abarrotadas de gente procedente de todos los rincones del imperio e incluso de distintos puntos del Oeste. Garion se sorprendió al reconocer unas cuantas túnicas tolnedranas entre la multitud, además de algunos sendarios, drasnianos y nadraks. Sin embargo, no había ningún murgo.

—Un lugar bullicioso —le dijo a Seda.

—¡Oh, sí! Mal Zeth hace que Tol Honeth parezca una feria rural y Camaar un mercado de pueblo.

—Entonces ¿es quizás el centro comercial más grande del mundo?

—No, el más grande es Melcene. Aunque en realidad en Melcene se intercambia dinero más que mercancías. Allí no puede comprarse ni un perol para la cocina. Lo único que está en venta es el dinero.

—Pero, Seda, ¿quién puede hacer negocios comprando dinero con dinero?

—Es algo complicado —respondió Seda—. ¿Sabes una cosa? Si pudieras apoderarte del tesoro real de Riva, yo podría enseñarte cómo doblarlo en seis meses en la calle Basa de Melcene... con una buena comisión para los dos, por supuesto.

—¿Pretendes que especule con el tesoro real? Si alguien se enterara se produciría una verdadera insurrección.

—Ése es el secreto, Garion: no permitir que nadie se entere.

—¿Alguna vez has tenido una idea honrada en tu vida?

—Que yo recuerde, no —respondió el hombrecillo con candidez después de reflexionar un momento—; pero cuando la tenga, te avisaré.

Tal como había adelantado el hombrecillo, las oficinas de su imperio comercial eran modestas y estaban situadas encima de una panadería. La única forma de acceder al segundo piso era a través de una escalera que daba a una estrecha calle lateral. Cuando Seda comenzó a subir las escaleras, Garion notó que su amigo se relajaba, librándose de una tensión de la que él ni siquiera había sido consciente.

—Odio no poder hablar libremente —dijo—. Hay tantos espías en Mal Zeth que Brador recibirá tres informes de lo que dijimos antes de que alcancemos a cerrar la boca.

—Entonces es muy probable que haya espías vigilando tu oficina.

—Por supuesto, pero no pueden oír nada. Yarblek y yo hicimos colocar una capa de treinta centímetros de corcho sólido en los suelos, los techos y las paredes.

—¿Corcho?

—Apaga el sonido.

—Pero ¿no resulta muy caro?

Seda hizo un gesto afirmativo.

—Pero recuperamos los gastos la semana en que llegamos a conseguir guardar en secreto ciertas negociaciones. —Metió una mano en un bolsillo y sacó una llave de bronce—. Veamos si puedo coger a Dolmar con las manos en la caja —murmuró.

—¿Por qué? De todos modos, ya sabes que te roba.

—Claro que sí, pero si lo cojo, podré reducirle la comisión anual.

—¿Por qué no te limitas a robarle la cartera?

Seda reflexionó un momento mientras se daba unos golpecitos con la llave en la mejilla.

—No —decidió por fin—. Eso no estaría bien. Una relación como ésta se funda en la confianza mutua. —Garion se echó a reír—. Tiene que haber algún límite, Garion —dijo Seda mientras introducía la llave de bronce en la cerradura y la giraba sin hacer ruido.

Abrió la puerta de golpe e irrumpió en la habitación.

—Buenos días, príncipe Kheldar —dijo con calma el hombre que estaba sentado dentro, al otro lado de una vulgar mesa de madera—. Te estaba esperando.

Seda parecía algo desilusionado.

El hombre sentado a la mesa era un melcene delgado, de ojos astutos y penetrantes, labios finos y una rala cabellera de color castaño. Tenía un aspecto de esos que enseguida despiertan desconfianza.

—Buenos días, Dolmar —respondió Seda—. Éste es Belgarion de Riva.

—Majestad —dijo Dolmar mientras se incorporaba y hacía una reverencia.

—Dolmar.

Seda cerró la puerta y cogió un par de sillas que estaban contra la pared recubierta de corcho. Aunque el suelo era de madera, el sonido sordo que producía al caminar o mover los muebles era un mudo testimonio del grosor del corcho que había debajo.

—¿Cómo van los negocios? —preguntó Seda mientras se sentaba y ofrecía la otra silla a Garion.

—Lo bastante bien como para pagar el alquiler —respondió Dolmar con cautela.

—Estoy seguro de que el panadero estará encantado, pero intenta ser más concreto, Dolmar. He estado fuera de Mal Zeth durante bastante tiempo y quiero que me informes sobre la situación de mis inversiones aquí.

—Hemos tenido un quince por ciento más de beneficios que el año pasado.

—¿Eso es todo? —Seda parecía decepcionado.

—Acabamos de hacer una gran inversión en existencias. Si tomas en cuenta el valor de esa mercancía, la cifra ascendería al cuarenta por ciento.

—Eso suena mejor. Pero ¿por qué estamos acumulando existencias?

—Son órdenes de Yarblek. Ahora está en Mal Camat, contratando barcos para transportar las mercancías al Oeste. Supongo que estará aquí dentro de una semana..., él y la bocazas de su mujer. —Dolmar se puso de pie, recogió con cuidado los documentos que había encima de la mesa y se dirigió a una estufa de hierro situada en un rincón. Luego se inclinó, abrió la portezuela y echó las hojas de pergamino al fuego. Ante la sorpresa de Garion, Seda no hizo ninguna objeción a las maniobras incendiarias de su comisionado—. Hemos hecho algunas incursiones en el mercado de la lana —informó el melcene mientras regresaba a su mesa, ahora vacía—. Con la movilización de tropas, el Departamento de Aprovisionamiento Militar va a necesitar uniformes, capas y mantas. Si conseguimos ofertas de los ganaderos de ovejas más importantes, podremos controlar el mercado y tal vez romper el monopolio del consorcio melcene en los equipamientos militares. Con un pie dentro del Departamento, estoy seguro de que tendremos oportunidad de participar en todo tipo de contratos.

—Habas —dijo Seda mientras se rascaba su larga nariz afilada, con los ojos entornados y una mueca de concentración.

—¿Perdón?

—Investiga si podemos adquirir toda la cosecha de habas de este año. Un soldado puede sobrevivir con un uniforme viejo, pero tiene que comer. Si controlamos la cosecha de habas y la de harina integral, el Departamento de Aprovisionamiento Militar tendrá que comprarnos a nosotros; no tendrá otra opción.

—Muy astuto, príncipe Kheldar.

—Llevo bastante tiempo en esto —respondió Seda.

—El consorcio se reúne la semana que viene en Melcene —informó el comisionado—. Pondrán precio a los artículos más corrientes. Deberíamos hacer todo lo posible para conseguir esa lista.

—Estoy alojado en el palacio —dijo Seda—. Tal vez pueda arrebatársela a alguien.

—Hay algo más que deberías saber, príncipe Kheldar. Se ha corrido la voz de que el consorcio piensa proponer ciertas normas al barón Vasca del Departamento de Comercio. Las presentarán con la excusa de proteger la economía, pero la verdad es que están destinadas a ti y a Yarblek. Quieren restringir las operaciones de comerciantes occidentales que ingresan más de diez millones al año a uno o dos sitios de la costa oeste. Eso no supondrá ningún inconveniente para los pequeños comerciantes, pero a nosotros podría conducirnos a la bancarrota.

—¿Podemos sobornar a alguien para que las detenga?

—Ya estamos pagando una fortuna a Vasca para que nos deje en paz, pero el consorcio está despilfarrando dinero como si fuera agua. Es probable que el soborno del barón sea insuficiente.

—Déjame husmear un poco dentro del palacio antes de duplicar la cantidad —dijo Seda.

—El soborno es el procedimiento más común, príncipe Kheldar.

—Lo sé, pero a veces las amenazas funcionan mejor. —Seda miró a Garion y luego otra vez a su comisionado—. ¿Qué sabes de lo que ocurre en Karanda?

—Lo suficiente para asegurarte de que es una pésima situación para los negocios. Todos los comerciantes respetables han cerrado sus tiendas y se dirigen a Calida a unirse a las filas de Mengha. Además, marchan en círculos, entonan Muerte a los angaraks y agitan sus oxidadas espadas en el aire.

—¿Hay alguna posibilidad de venderles armas? —se apresuró a preguntar Seda.

—No lo creo. En el norte de Karanda no hay suficiente dinero para que valga la pena intentarlo y la inestabilidad política ha hecho que se cerraran todas las minas. El mercado de piedras preciosas se ha hundido también.

Seda asintió con un gesto sombrío.

—¿Qué es lo que ocurre allí, Dolmar? —preguntó—. Los informes de Brador no son muy detallados.

—Mengha llegó a las puertas de Calida con demonios —respondió el comisionado encogiéndose de hombros—. Los karands primero se pusieron histéricos y luego se sumieron en una especie de éxtasis religioso.

—Brador dijo que se cometen atrocidades —observó Garion.

—Supongo que habrá recibido informes algo exagerados, Majestad —respondió Dolmar—. Incluso el observador mejor entrenado es capaz de multiplicar por diez los cuerpos mutilados. Lo cierto es que la mayor parte de las víctimas son melcenes o angaraks. Los demonios de Mengha tienen mucho cuidado de no matar karands, excepto por accidente. Ha ocurrido lo mismo en todas las ciudades que ha conquistado hasta el momento. —Se rascó la cabeza con aire pensativo—. Es realmente extraño, ¿sabéis? Los karands ven a Mengha como un liberador y a sus demonios como la vanguardia invencible del ejército. Ignoro cuáles serán sus verdaderos motivos, pero esos bárbaros lo consideran como un salvador que ha venido a liberar a Karanda de los angaraks y de la burocracia melcene. En seis meses habrá logrado lo que nadie ha sido capaz de conseguir hasta ahora.

—¿A qué te refieres? —preguntó Seda.

—A la unificación de Karanda.

—¿Se sirve de los demonios en cada ciudad que ataca? —preguntó Garion, ansioso por confirmar lo que les había dicho Brador.

—Ya no, Majestad —respondió Dolmar—. Después de lo ocurrido en Calida y en varias ciudades que tomó al principio de la campaña, no ha tenido necesidad de hacerlo. Lo único que ha hecho en los últimos tiempos ha sido marchar directamente sobre las ciudades. Los demonios van con él, por supuesto, pero no necesitan hacer otra cosa más que presentarse con su aspecto horrible. Los karands matan a todos los angaraks y melcenes de la ciudad, abren las puertas y los reciben con los brazos abiertos. Los demonios desaparecen. —Reflexionó un instante—. Sin embargo, hay uno que siempre está con él, una criatura borrosa que no parece gigantesca, como debería ser. En todas las apariciones públicas de Mengha, el demonio está siempre detrás de él a su lado izquierdo.

—¿Destruyen los templos grolims? —preguntó Garion, inducido por una súbita idea.

—No —respondió Dolmar, sorprendido—, la verdad es que no. Y tampoco parece que haya grolims entre los muertos. Aunque, por supuesto, es posible que Urvon sacara a todos sus grolims fuera de Karanda cuando comenzaron los problemas.

—Eso es improbable —terció Garion—. La llegada de Mengha a Calida fue muy repentina y los grolims no hubieran tenido tiempo de escapar —añadió con la vista fija en el techo, abstraído en sus pensamientos.

—¿Qué ocurre, Garion? —preguntó Seda.

—Acaba de ocurrírseme una idea estremecedora. Sabemos que Mengha es un grolim, ¿verdad?

—Yo no lo sabía —dijo Dolmar, sorprendido.

—Hemos tenido acceso a información privilegiada —le explicó Seda—. Continúa, Garion.

—Urvon pasa todo el tiempo en Mal Yaska, ¿verdad?

—Eso he oído —asintió Seda—. No quiere que Beldin lo coja desprevenido.

—¿No crees que eso lo convierte en un líder muy poco competente? Supongamos que Mengha pasó por el típico período de desesperación después de la muerte de Torak y encontró un mago que le enseñó cómo convocar demonios. Cuando volvió, se presentó dispuesto a suplantar a Urvon, asistido por un poder que nadie había tenido antes. Un demonio en manos de un karand estúpido y analfabeto es una cosa, pero un demonio controlado por un hechicero grolim es otra muy distinta. Si Mengha está reuniendo grolims degradados a su alrededor y los está entrenando en el uso de la magia, estamos ante un gran problema. No me gustaría enfrentarme a una legión entera de Chabats, ¿y a ti?

Seda se estremeció.

—A mí tampoco —respondió con énfasis.

—Entonces hay que derrocarlo —sentenció Dolmar—. Y pronto.

—Zakath no se moverá hasta que su ejército regrese de Cthol Murgos —dijo Garion con una mueca de disgusto—, dentro de tres meses.

—Dentro de tres meses Mengha será invencible —dijo el comisionado.

—Pues entonces tenemos que actuar ahora —respondió Garion—, con o sin Zakath.

—¿Cómo piensas salir de la ciudad? —preguntó Seda.

—Dejaremos que Belgarath se ocupe de eso. —Garion se volvió hacia el agente de Seda—. ¿Puedes decirnos algo más?

—Solamente un rumor —contestó Dolmar mientras se rascaba la nariz en una curiosa imitación del habitual gesto de Seda.

—Continúa.

BOOK: El señor de los demonios
2.79Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Grave Matters by Margaret Yorke
Murder in a Cathedral by Ruth Dudley Edwards
A Vintage Christmas by Harris, Ali
Witches by Stern, Phil
In the Wilderness by Kim Barnes
Nutcase by HUGHES, CHARLOTTE
Logan's Woman by Avery Duncan
Stone Guardian by Greyson, Maeve