El señor del carnaval (28 page)

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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

BOOK: El señor del carnaval
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—¿Y es ahí donde ve una conexión con Internet? —preguntó Tansu.

—Es una posibilidad. Necesita un lugar en el que intercambiar fantasías y hasta comparar notas o anunciarse a sus víctimas. Me parece altamente improbable que vuestro chico no se haya sentado nunca a solas, de noche, frente al ordenador, y haya introducido la palabra «caníbal» en el buscador.

—Lo acepto —dijo Scholz—, pero ¿cómo nos ayuda eso?

Fabel sacó una carpeta de su maletín.

—Antes de venir le pedí a uno de los expertos de nuestro departamento técnico que me facilitara un listado de posibles páginas web y foros que pudieran interesar a nuestro asesino; al menos de los que conocemos. En la red hay infinitos rincones oscuros en los que ocultarse, pero les pedí que se centraran especialmente en las páginas en alemán y, en particular, en cualquier cosa que estuviera basada en la zona de Colonia.

—¿Es eso relevante? Pensaba que en Internet la geografía no tenía ninguna importancia.

—No la tiene. Pero si encontramos a alguien cargando una página con este tipo de contenido en la zona, habremos dado con un miembro de esta… exclusiva comunidad.

Alguien que nos podría abrir una puerta de entrada.

Scholz examinó la carpeta. Se le escaparon un par de muecas ante algunas de las imágenes.

—Dios mío… Ahí fuera hay tipos realmente enfermos.

—E Internet los junta. Dicho esto, también es cierto que nuestro asesino puede ser extremadamente discreto. Puede que se considere único, aunque sospecho que debe de haber visitado al menos un par de estas páginas.

—¿Cuál es el pero? —Scholz advirtió cierta cautela en la expresión de Fabel.

—Andrei Chikatilo, el caníbal ucraniano de los años ochenta; Fritz Haarman de Hanover en los años veinte; Joachim Kroll en Duisburg en la década de 1970; Ed Gein en Estados Unidos en los años cuarenta… todos esos caníbales existieron antes del advenimiento de Internet. Existe siempre la posibilidad de que haya madurado sus fantasías en solitario, si bien espero que no. En Internet todo el mundo se siente seguro. Se creen que son anónimos, cuando la realidad es que están muy lejos de serlo.

Fabel se volvió hacia Tansu Bakrac.

—Ya se lo he explicado a Herr Scholz, tengo la sensación de que este asesino pudo hacer prácticas en el pasado. Me dice que tiene usted una teoría al respecto.

—Es más que una teoría. Hay un par de casos que creo que están relacionados.

—O tal vez no… —dijo Scholz, dubitativo—. No hay nada más que una conexión que los vincule con el carnaval.

—¿De qué casos hablamos? —pidió Fabel.

—En 2003 fue hallada muerta una muchacha llamada Annemarie Küppers. La habían matado a golpes. Quienquiera que lo hizo fue presa de una furia inhumana y le destrozó la cabeza.

—Pero no la estrangularon —intervino Scholz—, ni le cortaron carne. De hecho, ni le habían quitado la ropa interior ni ésta intervino para nada.

—¿Decía usted que había relación con el carnaval? —preguntó Fabel—. ¿La mataron la noche del carnaval de las Mujeres?

—No… —dijo Tansu—. Al día siguiente. Le daré una copia del informe. De los dos informes, de hecho.

—¿Cuál es el otro?

—Este crimen sí ocurrió la noche del carnaval de las Mujeres, en 1999. Una joven estudiante de medicina llamada Vera Reinartz fue golpeada, violada y parcialmente estrangulada, no se lo pierda, con una corbata.

—¿Sobrevivió?

—Sí. Y lo más escalofriante es que su asaltante era un payaso. Quiero decir, alguien que iba vestido de payaso.

Fabel se frotó el mentón, pensativo.

—Resulta tentador relacionarlo, pero dice usted que esa chica fue violada. En cambio, nuestro asesino no tiene contacto sexual. ¿Se pudo recoger alguna muestra de semen?

—Sí. No obstante, para mí el factor decisivo no es sólo que el intento de estrangulamiento lo hicieran con una corbata, sino que tenía marcas de mordiscos por todo el cuerpo.

—De acuerdo, entonces —asintió Fabel—. Supongo que habréis vuelto a interrogar a la víctima.

—Lo siento —se disculpó Tansu—, pero ése es otro callejón sin salida, de momento. Vera Reinartz abandonó sus estudios de medicina en la Universidad de Colonia y desapareció más o menos un año después del ataque.

—Pero debe de constar un nuevo domicilio… —intervino Fabel—. Tendrá que haberse registrado en alguna parte si ha cambiado de ciudad.

—No hay ni rastro de nadie con ese nombre, aunque sigo tras sus pasos.

—Tal vez haya muerto. ¿No debería ser un caso de persona desaparecida? —preguntó Fabel.

Kris había hecho café y le ofreció una taza con un dibujo de un payaso y el
lemaKÖLLE ALAAF
! impreso en un lado. Fabel sabía que eso significaba «¡Hola, Colonia!» en dialecto colones.

—No está muerta —dijo Kris—. Ha escrito a sus padres unas cuantas veces para que sepan que está viva y se encuentra bien, pero les dice que está llevando, en sus propias palabras, «una vida diferente». Las cartas llegan sin remitente pero llevan matasellos de Colonia. Los padres viven cerca de Francfort, que es donde ella nació.

—Bien —dijo Fabel—. Creo que Tansu puede tener algo de razón con uno de estos casos, o con los dos. Tengamos como prioridad inmediata encontrar a Vera Reinartz.

—¿Qué más hiciste antes de venir? —preguntó Scholz.

—Tracé perfiles.

—¿Del asesino? Obviamente, nosotros también lo hicimos… —La expresión de Scholz se ensombreció.

—No me refería al asesino. Pedí perfiles psicosociales de las víctimas. Supongo que comprobasteis cualquier punto de coincidencia posible.

—Sí. Y sus caminos nunca se cruzaron, por lo que pudimos averiguar. A menos que tú puedas decirnos algo distinto. —La expresión sombría todavía no había desaparecido.

Fabel lo desarmó con una sonrisa.

—Mira… No he estado investigando lo mismo que vosotros porque pensara que no habéis hecho bien vuestro trabájelo he hecho porque me pedisteis que me involucrara y tuve que hacer mis deberes. Y también porque mi punto de vista es distinto.

Scholz asintió con la cabeza:

—Lo entiendo, Jan.

—Sé que ya habréis hecho algo parecido —dijo Fabel—, pero también he hecho una evaluación psicogeográfica.

—Sí… también está encargada, pero con tan sólo dos asesinatos sobre los que trabajar, nuestros colaboradores nos dijeron que no tenían suficiente material para trazar una pauta, aunque sí opinaron que no deberíamos mirar mucho más lejos del barrio antiguo de la ciudad.

—¿Comentaron algo sobre la proximidad a las iglesias? —preguntó Fabel.

—Se comentó, pero no se tuvo en cuenta. Hay muchas iglesias en Colonia. Si hubiera algún significado religioso yo supongo que aparecería la catedral. Pero incluso esto resultaría difícil de valorar, porque la catedral de Colonia está en el centro mismo de la ciudad y el plano de la ciudad parte de ella. ¿Cree que podría ser un fanático religioso?

—Puede ser, aunque no especialmente. Podría tratarse de iglesias como edificaciones, y no como instituciones. Como tú dices, en Colonia hay un buen puñado. —Fabel sonrió—. ¿Qué os parecería hacerme de guías turísticos de Colonia por un día?

2

Había pasado una semana, y nada. Había escuchado la radio, mirado las noticias por la tele, leído el
Kólner StadtAnzeiger
cada día. Era muy probable que María le hubiese quitado la vida a otro ser humano o, al menos, lo hubiese herido de gravedad; sin embargo, no se mencionaba en ningún lugar el hallazgo de un cuerpo sin vida o de un BMW lleno de agujeros de bala estrellado en alguna zanja. El ucraniano se había esfumado por completo. Lo que sí encontró en el periódico fue una breve noticia sobre el asesinato en la cocina del restaurante Biarritz. Había convencido a Slavko Dmytruk de que podía confiar en ella, de que lo protegería, y la realidad fue que hicieron una carnicería con él porque ella lo coaccionó para que le contara cosas.

Seguramente su gente había hecho desaparecer el cadáver del ucraniano del BMW, o tal vez hubiera sobrevivido y le estaban curando las heridas. En cualquier caso, la estarían buscando, pero mientras no se acercara al bar o a la casa de Viktor, debería estar a salvo. Y si era cierto que no tenían idea de quién era o de dónde podían encontrarla, siempre cabía la posibilidad de escabullirse de la ciudad y regresar a Hamburgo, a su trabajo, a su identidad de siempre.

Haber ido a Colonia le había dado una ventaja: había podido convertirse en otra persona, en algo distinto al objeto de autoaversión que había sido durante meses; le había permitido asomarse por debajo de las fobias y neurosis que había ido acumulando unas encima de otras hasta que estuvieron a punto de aplastaría hasta la muerte. Por todas partes la rodeaban los recordatorios del inminente carnaval de Colonia, y hasta ese momento no se dio cuenta de cómo esa gente se deleitaba con esos pocos días de locura y de caos. La ciudad se convertía en algo distinto, los habitantes se convertían en personas distintas. Cuando terminaba y volvían a sus vidas normales, parecían conservar algo del carnaval vivo en su interior. Tal vez, pensó, fuera eso lo que ella había conseguido.

Sabía Dios que no había logrado nada más. ¿Qué le había hecho pensar que podía ir allí sola y desenmascarar a uno de los capos más peligrosos y sofisticados del crimen organizado de Europa? Ahora se daba cuenta de lo desesperada y mal con cebida que había sido su patética cruzada, desde el principio. Decidió desaparecer aproximadamente durante una semana; permanecería en el apartamento de su amiga y luego regresaría a Hamburgo. Buscaría un peluquero digno y se volvería a teñir el pelo de su color natural; retomaría el atuendo y la personalidad de la antigua María, pero sin las neurosis. Nadie en Hamburgo tendría que saber nunca que había estado allí.

Ahora tenía que ocuparse del coche. Ese segundo hotel estaba justo en Konrad-Adenauer-Ufer tocando al río y había dejado el Saxo aparcado en el aparcamiento que quedaba a la vuelta de la esquina del mismo. Luego lo llevaría de vuelta al garaje donde lo compró y se lo revendería por una parte de lo que había pagado. Había sido un alquiler muy caro.

Estaba a punto de vestirse con uno de sus ropajes baratos, pero se miró al espejo y decidió, en cambio, ponerse un elegante traje de diseño que se había llevado en la maleta. Se sorprendió de lo bien que le quedaba con el pelo teñido de oscuro. Se maquilló y volvió a mirarse al espejo: casi era la antigua María, pero ahora decidió tomar un desayuno tardío de camino al concesionario.

Salió del hotel y anduvo con un vigor y una seguridad renovados. Cuando llevaba un par de manzanas advirtió a alguien cerca que andaba ligeramente por detrás de ella. De pronto, ese alguien se inclinó hacia ella y sus dedos se cerraron como unos alicates alrededor del antebrazo. Algo frío y duro, inequívocamente el cañón de una pistola, se le clavó en la espalda, encima de la cadera.

—Haz exactamente lo que te digo. —María sintió el miedo frío y duro creciendo en su interior al reconocer el acento ucraniano—. Sube por la puerta trasera del furgón que tienes delante.

Cuando se acercaron al gran furgón de paneles la puerta se abrió desde el interior.

El pistolero metió a María a empujones mientras una segunda figura desde dentro, a la que María no podía ver, le ponía rápidamente una capucha negra sobre la cabeza.

Algo le pinchó el brazo y sintió el líquido frío de la sustancia que le estaban inyectando.

3

—Aquí es donde encontraron a Melissa Schenker, la segunda víctima.
Weiberfastnacht
, el año pasado —dijo Scholz. El, Fabel, Kris y Tansu estaban de pie en la boca del callejón, encogidos por el frío y la llovizna de aguanieve.

Fabel miró a lo largo de la calle. Al fondo hacía un poco de curva pero se veía una aguja que apuntaba al cielo por encima de los tejados. Señaló en su dirección.

—¿Qué es aquello?

—La iglesia de Santa Úrsula.

—La primera víctima, Sabine Jordanski, fue hallada cerca de allí.

—Sí, al otro lado. Vivía en un apartamento en Gereonswall, pero, como he dicho, la relevancia de ese detalle es difícil de establecer. En Colonia hay iglesias a patadas. Aquí mismo, donde estamos, tenemos cerca al menos cuatro de las doce iglesias románicas de la ciudad: Santa Úrsula, San Kunibert, San Gereon, San Andreas y, por supuesto… —Scholz se dio la vuelta para señalar en otra dirección y estiró el brazo como si anunciara un número de cabaret. Fabel vio las enormes e imponentes torres gemelas de la catedral de Colonia, que se levantaban amenazadoramente oscuras por encima de la ciudad.

Fabel volvió a mirar el lugar que menos de un año antes había sido el escenario de un crimen. Era un callejón estrecho que quedaba entre dos edificios de apartamentos de cuatro plantas, un pasaje adoquinado y limpio. A un lado había una hilera de contenedores de reciclaje y basura, por lo que permitía el paso de una sola persona.

Los contenedores ya estaban cuando se produjo el crimen; Fabel los había visto en las fotos que se tomaron aquel día. Estar allí en persona le confirmaba la intuición que había tenido al ver las fotos.

—Siempre hemos supuesto que el asesino siguió a las víctimas; que las seleccionó entre la muchedumbre del carnaval porque su físico se adaptaba a sus apetencias.

Pero yo creo que la selección ya estaba hecha desde mucho antes: semanas, tal vez meses. Tal vez les seguía el rastro durante la noche, pero mi sospecha es que sabía exactamente dónde vivían y se adelantaba o predecía sus movimientos. Creo que cuando Melissa Schenker volvió a casa, él la estaba esperando. A oscuras, en este espacio cerrado, como una araña a la puerta de su telaraña.

—¿De modo que seleccionó el lugar del crimen con mucha antelación? ¿No sólo a la víctima?

—Sí… y eso lo convierte en un sujeto totalmente distinto —dijo Fabel—. Los asesinos en serie tienen dos perfiles: el impulsivo y el organizado. El impulsivo responde sencillamente a sus apetitos: se rasca cuando le pica. Los asesinos en serie caníbales suelen ser impulsivos, y creí que tal vez nos enfrentábamos a este tipo.

—¿Hay mucha diferencia? —El acné de Kris Feilke destacaba mucho más ahora que tenía la tez blanca azulada por efecto del frío.

—Sí, mucha —dijo Fabel—. Los dos tipos asesinan en serie, ambos suelen llevarse trofeos, ambos sufren trastornos límite de la personalidad, ambos tienen tendencia a ser tipos perdedores… pero son muy distintos. Los impulsivos tienen coeficientes intelectuales inferiores a la media; a menudo muy inferiores.

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