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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II (14 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II
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—Drachea hizo una pausa, reflexionando—. Nosotros cruzamos la barrera que separa el Castillo del

resto del mundo. No sabemos cómo ocurrió y él tampoco lo sabe; ya viste lo mucho que le impresionó nuestra llegada. Si podemos alcanzar aquella piedra, se valdrá de nosotros para que lo hagamos. Y entonces… —Dejó la frase sin terminar.

Cyllan miró de nuevo hacia la luz roja de más allá de la ventana. La idea de lo que podía ocurrir si la piedra volvía a estar en poder de Tarod era terrible; sin embargo, sin ella, no había esperanza de escapar. Una eternidad, vivida en un mundo encerrado por cuatro murallas negras, acompañada solamente de Drachea y de un hombre que no era mortal, sino que debía su origen a algo que escapaba a su comprensión…, sin cambiar jamás, sin envejecer jamás, privado incluso de la liberación de la muerte. De pronto sonrió débilmente para sí. ¿Era esta perspectiva mucho peor que la vida que había llevado? Al menos, aquí no había penalidades, ni tenía que trabajar continuamente. Aquí no le faltaba nada. Salvo, tal vez…

Drachea interrumpió bruscamente el hilo de sus pensamientos.

—Hay una manera —dijo—, sólo una manera de escapar de este lugar sin hacerle el juego a Tarod. Debemos encontrar la piedra y utilizarla nosotros.

Cyllan se volvió y le miró fijamente.

—¿Encontrarla y emplearla? —repitió, con incredulidad—. Drachea, ¡esto no es un juego de niños! Si lo que dicen esos papeles es verdad, ¡la gema es una cosa del Caos! ¿Somos tú o yo tan grandes adeptos que nos atreveríamos a utilizarla aunque pudiésemos?

—Al menos podemos probar —insistió tercamente Drachea—. ¿Tienes tú un plan mejor? No, ¡ya veo que no! Mira… —Se acercó a la cama y recogió los documentos desparramados—. El Sumo Iniciado habla de una cámara llamada Salón de Mármol. Parece ser el sanctasanctórum del Círculo, el lugar donde se realizaban los ritos más sagrados y se guardaban los más sagrados artefactos. —Sonrió—. Recordarás que Tarod se mostró muy misterioso en lo tocante al paradero de la gema. Yo creo que, si podemos encontrar el Salón de Mármol, encontraremos también aquella piedra.

—Un lugar en el que, por alguna razón, Tarod no puede entrar… —murmuró Cyllan.

La teoría de Drachea parecía plausible.

—O no quiere entrar. Es posible que sea lo único que le da miedo, y esto sólo podría redundar en beneficio nuestro. —Drachea estaba ahora hojeando los papeles—. Tendría que haber aquí algún indicio, algo que permitiese localizar el Salón de Mármol… ¡Pero no, no hay nada!

Arrojó los papeles a un lado, desanimado.

—Encontraste esto —dijo Cyllan, señalando las hojas desparramadas—. Tiene que haber, seguramente, otros documentos, algo que pueda ayudarnos.

—Sí…, en el estudio del Sumo Iniciado o, mejor aún, en la biblioteca. —Los ojos de Drachea se iluminaron de pronto—. ¡Por los dioses, Cyllan! La biblioteca… es un tesoro de conocimientos, ¡alberga la ciencia arcana de muchos siglos! La encontré por casualidad, y pensar que está allí, abierta para mí siempre que me apetezca… —Se interrumpió al ver que la expresión de ella no había cambiado—. Bueno…, desde luego, para ti no significa gran cosa.

—Cierto —dijo ella, con cierta acritud.

El tuvo el buen sentido de ruborizarse.

—Naturalmente, estoy mucho más preocupado por nuestra triste situación y la manera de resolverla…, pero apostaría cualquier cosa a que la biblioteca puede proporcionarnos lo que necesitamos para empezar nuestra búsqueda. Tiene que haber relatos históricos que expliquen la disposición del Castillo.

Recordó su anterior visita a la biblioteca, y este recuerdo le inquietó. Aunque por nada del mundo habría confesado que tenía miedo, estaba resuelto a no volver solo allí.

Cyllan miró el libro roto sobre el suelo.

—Tarod está enterado de tu primera visita a la biblioteca —le recordó—. Debemos tener cuidado en no darle más motivos de sospecha.

Drachea sonrió con condescendencia.

—Lo que ignora no puede inquietarle. No te preocupes por Tarod. No es tan invencible como parece creer y, dentro de poco, ¡pretendo demostrárselo!

Las dos figuras que caminaban por el patio quedaban casi ocultas por la espesa sombra de la pared del Castillo, pero incluso el menor movimiento en aquella quietud sombría era bastante para llamar la atención. Tarod estaba detrás de la ventana de su habitación a oscuras en la cima de la torre, inexpresivo el semblante, mientras observaba cómo se deslizaban precavidamente a lo largo de la columnata y en dirección a la puerta del sótano. Drachea marchaba el primero y se detenía cada pocos pasos para hacer una señal imponiendo silencio. Probablemente quería mostrar a Cyllan los tesoros que había descubierto en la biblioteca, y parecía lógico prever que, desde allí, acabarían por descubrir la entrada del Salón de Mármol. Tarod no había querido especular sobre si serían o no capaces de entrar en el Salón; la fuerza que retenía al Castillo en el limbo había, de alguna manera, desviado a aquella cámara peculiar de una sincronización perfecta, y él mismo tenía la entrada vedada, con tanta seguridad como si el Salón no hubiese existido. Pero Cyllan y Drachea habían cruzado una barrera…, por lo que era posible que pudiesen triunfar donde él había fracasado.

¿Y si lo hacían? Tarod no sabía lo que encontrarían, pero de una cosa estaba seguro: el Salón de Mármol tenía la clave crucial de su esperanza de liberación. Era la única puerta para volver a los terribles planos astrales a través de los cuales había viajado para encontrar y detener el Péndulo del Tiempo y también era el lugar donde la piedra del Caos, su propia alma, estaba atrapada.

Miró de nuevo a través de la ventana y vio que las dos lejanas figuras habían desaparecido, dejando entreabierta la puerta del sótano. Por un breve instante, le asaltó un sentimiento desacostumbrado y sin embargo remotamente familiar; una sensación de anticipación mezclada con un amorfo indicio de miedo. Una sensación muy humana…, se dijo, sonriendo para sus adentros. La imaginación debía de estar gastándole una broma; los sentimientos humanos estaban en el pasado que había enterrado para siempre. O al menos, él lo había creído así…

Tarod se apartó súbitamente de la ventana, disgustado por el giro inesperado que habían tomado sus pensamientos. Desde que había salido de la habitación de Cyllan, incapaz de resistir la tentación de aplastar a Drachea como habría aplastado a un insecto molesto, no había podido apartar de su mente aquel encuentro. Tenía poco más en que pensar, pero no estaba acostumbrado a ser inquietado por semejantes ideas. Los viejos recuerdos que habían despertado en él al encontrar a Cyllan yaciendo desmayada en el suelo se negaban a abandonar su mente, y a ellos se sumaban, complicándolos, extrañas y azarosas impresiones que centelleaban contra su voluntad en su cerebro. Lo poco que pesaba la muchacha cuando la había levantado; la aspereza de su piel cuando le había asido la mano para reanimarla; incluso la manera en que había jurado ella, como un curtido marinero, al despertar y encontrarle a su lado. Aunque le tenía miedo, no había querido dejarse intimidar, y su valor había pulsado una cuerda en algún lugar del interior de él. Entonces se había preguntado si a pesar de la indiferencia que declaraba sentir, podía confiar en ella… pero había rechazado bruscamente esta idea al recordar otra muchacha, otra joven en la que había puesto su confianza.

Sashka Veyyil había sido todo lo que no era Cyllan: hermosa, educada, segura de su posición en el mundo. El había pensado que el suyo era un amor idílico, hasta que ella le había traicionado vilmente para salvaguardar aquella posición e incluso mejorarla. Sashka languidecía ahora en el limbo con los moradores del Castillo; el amor que Tarod había sentido por la joven se había convertido en un desprecio total, y la idea de la terrible situación en que ella se encontraba le producía una satisfacción malévola. Pero, contra toda lógica, la presencia de Cyllan en el Castillo había resucitado aquellos viejos tiempos, despertado algo que no hubiese debido existir.

De pronto se sintió irritado, contra él mismo y contra la mujer. La preocupación que había sentido cuando la había encontrado inconsciente había quedado reducida a cenizas, y era así como debía continuar. Para él, Cyllan no era más que un instrumento que, si la fortuna le favorecía, podría emplear para sus propios fines, y, si ella sufría en el proceso, esto carecía de importancia. Poner su fe en ella habría sido una locura; observaría y esperaría, comprobaría el valor que tenía para él y la emplearía. Aparte de esto, ella no era nada.

Tomando un libro que había leído ya dos veces, Tarod se sentó, haciendo oídos sordos a una voz débil y lejana que le acusaba de querer engañarse. Estas flaquezas humanas eran cosa del pasado. Y el pasado estaba muerto.

Cyllan contempló asombrada los miles de libros y manuscritos desperdigados por el suelo del sótano o alineados en los estantes. Al dar un paso hacia delante, tropezó con un enorme volumen encuadernado en negro y se apartó rápidamente a un lado, temerosa de estropear alguno de los preciosos libros.

Drachea no tenía tantos escrúpulos. Ahora que tenía una compañera para darle valor, había olvidado su primera e inquietante experiencia aquí y revolvía los libros, separando los que parecían prometedores. Cyllan le observaba, consciente de su propia insuficiencia: salvo para encontrar algún sentido a un mapa, no podía representar ningún papel en la búsqueda de claves. Desanimada, se dirigió al fondo del sótano, donde la luz parecía ser un poco más intensa…, y se detuvo al advertir una puerta pequeña y baja en el fondo de un hueco de la pared, y que sólo era visible desde muy cerca. La tocó, impulsada por la curiosidad, y la puerta se movió, al principio con dificultad y después de par en par al aflojarse los goznes.

—Drachea…

El respondió con un gruñido de rechazo, pero ella insistió.

—Drachea, ¡mira! Hay otro pasillo…

El levantó la cabeza y miró a su alrededor; después se quedó inmóvil. Había reconocido aquella puerta; era la misma que había descubierto involuntariamente en su momento de pánico, aquí a solas, y no le gustaba recordar aquel incidente.

—Sin duda no tiene importancia —dijo con fingida indiferencia.

—Yo creo que sí…

Cyllan frunció el entrecejo. El estrecho y débilmente iluminado corredor que descendía en fuerte inclinación la intrigaba; la intuición le decía que allí había más de lo que veían los ojos, y dio unos pasos en el pasillo. La luz aumentó; todavía era débil, pero se hacía inconfundiblemente más intensa, como si su fuente oculta estuviese en el extremo del corredor. Cyllan quería seguir explorando.

—Drachea, creo que deberíamos investigar. Tal vez estoy equivocada, pero… creo que deberíamos

hacerlo.

Oyó que Drachea maldecía en voz baja, con impaciencia; después sonaron sus pisadas en las losas

y se reunió con ella.

—Mira —dijo quedamente ella, señalando—. La luz…

El joven comprendió lo que ella quería decir y esto despertó su curiosidad. A fin de cuentas, aquí no había nada que temer: ni monstruos al acecho, ni demonios, ni fantasmas, salvo aquellos que quisiera crear su propia mente.

—Muy bien —dijo, apartándola a un lado y poniéndose en cabeza—. Si te empeñas, ¡veremos adónde conduce esto!

Echó a andar, de prisa y sin esperar a que ella le alcanzase. Cyllan corrió tras él y, entonces, casi incapaz de detenerse en la brusca pendiente, estuvo a punto de chocar con Drachea, que se había detenido en seco, lanzando una exclamación de sorpresa.

Se hallaban ante una puerta de metal, pero era un metal que ninguno de los dos había visto antes. Tenía un brillo apagado, como de plata vieja y oxidada; sin embargo daba bastante luz para iluminar el pasillo y filtrarse en el sótano. Una iluminación peculiar y sin origen conocido… Algo en ella hizo que a Cyllan se le erizasen los cabellos, y su mano se detuvo a medio camino, sin atreverse a tocar la puerta.

Drachea había olvidado su escepticismo y contempló la puerta con nuevo interés.

—El Salón de Mármol… —dijo, hablando a medias consigo mismo.

Cyllan le miró.

—¿Crees que puede serlo?

—No lo sé. Pero parece posible…, incluso probable.

Lamiéndose los resecos labios, alargó una mano y dio a la puerta un empujón de prueba. Sintió un

hormigueo en los dedos, que se transmitió a la mano y al brazo, y la puerta no se movió.

Drachea retiró la mano y la sacudió.

—Sea lo que fuere lo que hay detrás, debe ser importante. Esta puerta está cerrada o bien mágicamente protegida.

—Hay una cerradura —dijo Cyllan, señalando una pequeña ranura en un lado de la plateada superficie.

—Sí… —Drachea se agachó y miró entornando los ojos, pero teniendo buen cuidado de no volver a tocar la puerta. Después sacudió la cabeza y se levantó—. No se ve nada. —El resentimiento y la frustración se dejaron sentir en su voz—. Pero es el Salón de Mármol. ¡Lo siento en mis huesos!

Ella no respondió, pero siguió mirando la puerta. Sintió en su espina dorsal aquel cosquilleo que conocía tan bien; como si algo que estaba junto a los bordes de su conciencia psíquica estuviese despertando y asomándose a la superficie. Su visión se deformó momentáneamente de manera que vio la puerta de plata como desde una gran distancia; la ilusión pasó rápidamente, pero cuando sus sentidos recobraron la normalidad, pensó…, no, se imaginó, se dijo a sí misma, que sentía una presencia al otro lado. Algo que vivía, que sentía que ellos estaban allí, que esperaba y observaba…

Tal vez tuvo Drachea alguna impresión parecida, pues retrocedió súbitamente y palideció.

—La llave —dijo—. Tiene que haber una llave.

—Tú registraste el estudio del Sumo Iniciado —le recordó Cyllan—. ¿No había nada allí que pudieses pasar por alto?

—No lo sé…, es posible. Aunque sospecho que es más probable que, si esta puerta conduce al lugar que nosotros pensamos, la llave esté en posesión de Tarod. —Sonrió débilmente—. En fin de cuentas, si tú estuvieras en su lugar, ¿no tomarías esta precaución para que no fuese descubierto tu secreto?

Esto era lógico y, si Drachea estaba en lo cierto, la idea de intentar hacerse con la llave no le parecía muy alentadora a Cyllan. Sin embargo, quería abrir aquella puerta y ver lo que había detrás. Algo en este misterio la atraía, y, no tenía nada que ver con la enigmática joya. Algo la estaba llamando, citándola, y el deseo de responder a la cita adquiría proporciones desmesuradas.

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