Cuando la adversidad se sitúa frente a ti, tienes que reaccionar. El retraso en la concesión de los beneficios fiscales nos impidió seguir con nuestro proyecto y hubo que variar de estrategia. Ante el hecho de que los mercados internacionales, en el ambiente creado como consecuencia del conflicto bélico, no admitían una colocación internacional de acciones, diseñamos otra estrategia: intentar ventas privadas entre inversores institucionales que pudieran adquirir paquetes accionariales de cierta importancia con una vocación de permanencia y colaboración con nosotros en el desarrollo futuro de la Corporación Industrial.
En este proyecto colaboró J. P. Morgan, cuyo primer cometido fue realizar un análisis exhaustivo de todas y cada una de las empresas industriales que formaban parte de la Corporación. El proyecto, sin embargo, resultaba extraordinariamente difícil dado que la economía española empeoraba de forma constante, se temía que las consecuencias de la depresión fueran más graves que las proyectadas y que el deterioro del tejido industrial español alcanzara proporciones insospechadas. España, además, estaba dejando de ser el paraíso dorado de los inversores extranjeros y tratar de vender activos industriales nacionales en tales condiciones era una labor extremadamente compleja.
Hasta ese momento yo no había tenido contacto alguno con J. P. Morgan, y al comprobar su prestigio internacional se me ocurrió una idea. Como he escrito en estas páginas, yo estaba preocupado por la reacción del Sistema sobre nosotros a raíz del caso Ibercorp —aunque entonces no dispusiera de los datos concretos con los que hoy cuento— y pensé que una estrategia defensiva razonable era conseguir un dictamen acerca de la situación del banco, efectuado por uno de los más autorizados expertos mundiales. Por ello encargué el estudio a J. P. Morgan, con quien —como decía— ya estaba colaborando en otros cometidos.
Era consciente de que hacerlo revestía cierto riesgo, puesto que, por su propio prestigio, J. P. Morgan, como vulgarmente se dice, «no se casaba con nadie», de forma que si el resultado del análisis era negativo para nosotros no habría posibilidad de ocultarlo. Pero, por un lado, yo estaba seguro de que saldrían a la luz muchas cosas positivas de la labor que efectuamos en esos años y, por otro, teniendo en cuenta que además de presidente de Banesto yo personalmente era un accionista muy cualificado, es lógico pensar que tuviera interés en que expertos en el análisis bancario estudiaran la empresa en la que había invertido mis capitales. Siempre es una medida de prudencia someter tus juicios y tus actuaciones a la visión desapasionada de terceros, porque es posible que tu propio entusiasmo personal te lleve a tener una visión deformada de la realidad. Cuando diriges una empresa pequeña o mediana puedes tener acceso personal a toda la información. Sin embargo, en las grandes organizaciones, la información siempre te llega desde abajo, de forma que es imposible que conozcas todo por ti mismo. Siempre tienes que confiar en la organización, que es tanto como decir en un conjunto de personas, a muchas de las cuales no conoces, que producen los datos con los que te formas un juicio sobre lo que ocurre. Por eso creer que, en una organización compleja, el máximo responsable conoce todo al detalle, es una solemne tontería. Por ello es bueno someter a las organizaciones al análisis de terceros. Es siempre una medida de prudencia.
El estudio fue pormenorizado, detenido y concreto y en él colaboraron no solo analistas de la entidad americana, sino que para temas específicos, como por ejemplo tecnología, se subcontrataron especialistas en cada materia. El informe fue presentado al Consejo de Administración de Banesto y vio la luz pública. Era, sin duda, favorable para nosotros, en el sentido de describir el esfuerzo que habíamos efectuado durante estos años por tratar de sacar la entidad adelante. Recuerdo que en el Consejo de Administración en donde se hizo la presentación del informe, representantes de Morgan calificaron la situación previa a nuestra entrada en Banesto de práctica «quiebra técnica y moral del banco», señalando, además, que si no se hubieran invertido las cantidades de que dispusimos y en las áreas en las que lo hicimos, hubiera resultado imposible sostener al banco. No quiero extenderme más sobre este punto, pero sí lamento que el tono general de las palabras del gobernador en su comparecencia del día 30 de diciembre en el Congreso de los Diputados fuera de crítica hacia nuestro esfuerzo inversor, particularmente en materia tecnológica, cuando era reconocido en el mercado que Banesto disponía de la mejor tecnología de la banca española. Esas palabras del gobernador suenan a un tono de justificación de la decisión con argumentos ciertamente endebles. Muy poco antes de que fueran pronunciadas, la empresa IBM había efectuado un análisis, a nivel mundial, de las empresas que mejor habían diseñado su modelo tecnológico en relación con sus objetivos de mercado. El resultado fue situar a Banesto en primera línea mundial, muy destacado en relación con el resto de los bancos españoles. Estoy seguro de que ese activo estará siendo valorado por el Banco de Santander y, supongo, por los ejecutivos del BBV que en su etapa transitoria en Banesto tuvieron acceso —según parece— a los sistemas de Banesto.
El resultado del informe elaborado por J. P. Morgan puso de manifiesto con claridad que, dado el esfuerzo inversor de Banesto derivado de la situación del banco en 1987, era necesario completar un proceso de capitalización. Banesto, sencillamente, necesitaba abordar una ampliación de capital potente para poder competir en condiciones de igualdad relativa con el resto de los bancos españoles que, como tónica general, estaban mejor capitalizados que Banesto, fundamentalmente porque no habían sufrido los traumas que se habían hecho presentes en la historia de la institución que yo presidía, en especial a partir de 1975 (Banco Coca, Banco de Madrid, Garriga Nogués, etcétera). Lo más trascendente fue que el propio J. P. Morgan no se limitó a detectar esa necesidad, sino que descubrió una oportunidad de ganar dinero participando directamente en la ampliación de capital. Es decir, que como consecuencia de su análisis exhaustivo sobre nosotros, descubrió que existía un posible negocio invirtiendo su dinero en la ampliación de capital de Banesto.
Pero, antes de tratar brevemente el asunto de la ampliación de capital, no quisiera dejar de constatar un hecho: el informe de J. P. Morgan no fue bien recibido por el Sistema, puesto que beneficiaba claramente a Banesto. En consecuencia, aparecieron en la prensa algunos artículos afirmando que se trataba de un «mero papel», de algo contratado a terceros por lo que se habían pagado sumas ingentes de dinero y otras cosas parecidas. Pero ignoraban que J. P. Morgan no solo había decidido estudiar y analizar Banesto, sino invertir su dinero en él.
Como decía anteriormente, J. P. Morgan descubrió la oportunidad de invertir, pero desde el primer momento esa inversión contó con un condicionante: que yo mismo suscribiera una parte de la ampliación.
Tenía, además, que tratarse de una cifra de envergadura para transmitir al mercado una sensación de confianza, puesto que era evidente que si el presidente y primer accionista del banco estaba dispuesto a invertir dinero en la ampliación, era lógico que los potenciales inversores pensaran que se trataba de una buena oportunidad, puesto que nadie está dispuesto a engañarse a sí mismo invirtiendo en un negocio que sabe que no tiene futuro. Por ello mi inversión tenía un valor emblemático para colaborar en el éxito de la colocación de acciones.
Además, para J. P. Morgan tenía otro valor: ellos estaban dispuestos a invertir siempre que tuvieran la garantía de continuidad del equipo gestor conmigo al frente. Se trataba, por tanto, de comprometer mi dinero y mi dedicación al banco, lo cual era importante para J. P. Morgan, hasta el extremo de que en la reunión que mantuve con el pleno de la Comisión Ejecutiva de J. P. Morgan para decidir si invertían o no en Banesto, me formularon la pregunta de si pensaba dedicarme a la política de una manera descarnada, abierta, concreta, sin circunloquios, a lo que, obviamente, respondí que mi vida era el banco y que pensaba dedicar todos mis esfuerzos a él y, desde luego, por el período de tiempo en que se mantuviera la inversión de J. P. Morgan en Banesto.
En todo caso resulta significativo que, en un ambiente de la seriedad de una Comisión Ejecutiva de uno de los primeros bancos del mundo, se planteara la pregunta de mi dedicación a la política. Tengo que reconocer que desde mi llegada a Banesto este asunto ha sido una constante, hasta el extremo de que fuera una condición previa a una operación financiera internacional de envergadura como la que estábamos planteándonos. Pero había otro problema: de dónde obtener los fondos para acudir a la ampliación de capital.
En principio se acordó que J. P. Morgan me financiaría. El problema surgió con esas regulaciones tan complejas de la Reserva Federal americana, que consideraba que si J. P. Morgan me financiaba, tendría un cierto poder sobre las acciones que yo adquiriese y eso podía suponer superar el límite máximo de participación en el capital de Banesto que había autorizado al banco americano. Por ello, tuve que acudir a un banco español: el Central Hispano. Antes de que se tomara la decisión hubo dos conversaciones. La primera, del presidente del Central Hispano con el Banco de España para explicarles que yo había solicitado el crédito. Recibió luz verde para concederlo. Otra, la mía con el gobernador, señor Rojo. Le expuse que mi inversión era una condición solicitada por J. P. Morgan y que esperaba poder pagar el crédito con los dividendos de las acciones que compraba. No hubo ninguna objeción por parte del gobernador. Yo era consciente de que estaba arriesgando mucho más de lo normal en una composición ordenada de mi patrimonio. Pero Banesto necesitaba la ampliación de capital y si yo no invertía, ellos tampoco lo harían.
En el «acuerdo de inversores» que fue suscrito el 3 de mayo de 1993 por Corsair —el fondo de inversión gestionado por J. P. Morgan— y por mí, existe un apartado bajo el nombre de «Background» que recoge lo que podríamos llamar los aspectos fundamentales que llevaron a efectuar la inversión. Creo que tiene interés para el lector que transcriba algunas de las palabras que en dicho apartado se contienen:
Durante los pasados seis meses, J. P. Morgan ha llevado a cabo un análisis intensivo del Banco Español de Crédito, S. A. (Banesto) y de sus compañías filiales con vistas a descubrir sus valores y entender sus riesgos financieros. Este trabajo ha incluido una revisión de
due diligence
(una especie de auditoría financiera y legal), un análisis de los factores macroeconómicos e industriales que pueden afectar al valor de Banesto, un análisis de la evolución histórica de Banesto en relación con bancos similares internacionales y una valoración de la capacidad de su equipo directivo
.
En base a este análisis, J. P. Morgan ha llegado a la conclusión de que en los últimos años, el equipo de gestión, bajo el liderazgo de Mario Conde, ha implementado una estrategia efectiva para incrementar la posición competitiva de Banesto y su atractivo como oportunidad para un inversor internacional.
Un prerrequisito para esta inversión, sin embargo, es que continúe el papel de Mario Conde y de su equipo directivo en implementar la estrategia seguida.
No tienen demasiada trascendencia —a los efectos de la tesis que sustento en este libro— los detalles del proceso de ampliación de capital. Sin embargo, sí me interesa subrayar un punto: las presiones que J. P. Morgan recibió para que no participara con nosotros en la inversión en Banesto fueron intensas, constantes, diarias. Desde el Sistema se mandaban «informaciones» a J. P. Morgan acerca del tremendo error que estaban cometiendo. Unas veces lo justificaban en la situación patrimonial de Banesto, lo cual era bastante curioso puesto que J. P. Morgan la conocía mejor que nadie. Otras, se fundaban en mi enemistad política con el Gobierno y, por tanto, J. P. Morgan no debía asumir los costes derivados de la misma. En fin, un intento organizado y potente de disuadir a J. P. Morgan de que invirtiera en Banesto, por la sencilla razón de que ello reforzaba nuestra posición y, consiguientemente, debilitaba los planes del Sistema de intervenir Banesto que habían quedado aplazados como consecuencia de la posición de Mariano Rubio ante el escándalo Ibercorp y la excesiva politización de las actuaciones de Solchaga en relación con nosotros.
Tengo que reconocer que el día de la firma del documento con J. P. Morgan por el que se decidía abordar la ampliación de capital, sentí una íntima satisfacción. Las fuerzas del Sistema no habían podido evitar que un documento así se firmara. La verdad es que resultaba extraño que un banco «ortodoxo» como J. P. Morgan decidiera abordar una ampliación de capital tan comprometida con un banco «heterodoxo». Se había hecho casi todo para impedir llegar a ese punto. Incluso algo curioso: denunciar que nosotros teníamos relaciones con Libia. El tema era fascinante y estaba bien pensado.
Como consecuencia de un asunto de rehenes americanos retenidos por el Gobierno libio, existía una prohibición expresa del Gobierno de Estados Unidos para que las empresas americanas pudieran tener relación con aquellas personas o entidades que mantuvieran negocios con Libia. Si Banesto era una de ellas, la dificultad a la ampliación de capital era muy importante. La información llegó a la Reserva Federal americana y la aprobación de la inversión de J. P. Morgan en Banesto se retrasaba. Por eso digo que el tema estaba bien planteado, porque afectaba al «corazón» de las preocupaciones del Gobierno de Estados Unidos. Obviamente, no manteníamos ningún tipo especial de relaciones con Libia, pero la duda era bastante. Alguien me ayudó a solventarlo. Tengo informaciones de que la actitud del presidente del Gobierno, Felipe González, fue positiva al respecto. Pero la pregunta es: ¿quién inventó este tema? ¿quién transmitió esa información a la Reserva Federal? Tenía que ser alguien que reuniera dos condiciones: primera, ser un experto en política internacional, en el sentido de conocer que el tema libio era de «alta sensibilidad» en Estados Unidos; segunda, que intentara evitar la ampliación de capital. No sé quién lo hizo, pero no son tantas las personas en nuestro país que reúnen ambas condiciones.