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Authors: Mario Conde

Tags: #Ensayo

El Sistema (30 page)

BOOK: El Sistema
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  • Según el señor Martín, la falta cometida por Banesto era o grave o muy grave. Por tanto, o hay falta o no la hay, y si la hay ¿cómo es posible abrir un expediente siendo conscientes de la existencia de una falta grave o muy grave y decir que no existe finalidad sancionadora?
  • ¿Qué quiere decirse con un
    cambio en la orientación de la gestión?
    Si el gobernador señor Rubio creía que era imposible negociar, ¿cómo se puede cambiar la orientación de la gestión? ¿Estaría pensando Mariano Rubio en un nuevo supuesto López de Letona?

Segundo.—
El objetivo del expediente es, según el subgobernador, que los gestores del banco «se comprometan sin lugar a dudas a seguir vendiendo activos». En páginas anteriores expliqué el doble juego del Banco del España y del Ministerio de Economía. El primero nos obligaba a vender empresas industriales. El segundo filtraba a la prensa que estábamos dilapidando el patrimonio histórico de Banesto. Esta acta de la sesión del Consejo Ejecutivo del Banco de España parece avalar la tesis. El subgobernador —entonces— y hoy gobernador exige que los gestores se comprometan sin lugar a dudas a seguir vendiendo activos. Es evidente que este término «activos» se refiere a las empresas industriales del Banco. Por ello cuando he insistido en estas páginas en que era una verdadera obsesión del Banco de España el que nos desprendiéramos de nuestras empresas industriales, estaba diciendo algo que queda expresamente recogido en un acta del órgano ejecutivo máximo del Banco de España y en palabras literales del entonces subgobernador y hoy gobernador del Banco de España.

Teniendo en cuenta lo anterior, no pude reprimir mi sorpresa cuando el gobernador, señor Rojo, en su declaración ante el Congreso de los Diputados el día 30 de diciembre de 1993, al referirse a la creación de la Corporación Industrial fue justo al reconocer que fue una operación a la que «le volvió la espalda la fortuna». Absolutamente cierto, puesto que la guerra del Golfo arruinó todos nuestros trabajos de colocación de acciones en los mercados internacionales. Lo que no dijo el gobernador es que si el ministro de Hacienda no hubiera retrasado injustificadamente la concesión de tales beneficios fiscales, la fortuna no nos habría vuelto la espalda sino que, por el contrario, las acciones se habrían vendido y se hubieran conseguido los objetivos diseñados por nosotros.

Pero resulta más preocupante que añada el gobernador la siguiente frase: «Banesto procedió entonces a vender las mejores piezas de la corporación y de su grupo para obtener plusvalías». Es indudable el tono de crítica a la gestión que esas palabras encierran. Resulta chocante que sean pronunciadas por la misma persona que en junio de 1992 exigía de los gestores de Banesto un compromiso sin lugar a dudas para vender activos del banco, es decir, empresas industriales, estando dispuesto, incluso, a abrir un expediente a la entidad para conseguir ese objetivo. Cuando, en el primer trimestre de 1993, Arturo Romaní, después de haber sido nombrado vicepresidente de Banesto, acudió a saludar al gobernador Luis Ángel Rojo, este le dijo algo parecido a lo siguiente: «A ver si conseguís acabar con esa Corporación Industrial...».

Después de tantas reuniones del Consejo Ejecutivo del Banco de España, después de describir un déficit de recursos propios que era falta grave o muy grave, después de tantas manifestaciones de que resultaba imprescindible la apertura de un expediente, después de aclarar que en un asunto de esta envergadura era necesario informar previamente al ministro de Economía y justificar la decisión a adoptar; después de todo ello se preguntará el lector: ¿por qué no ocurrió nada? ¿Cómo es posible que nada sucediera? ¿Por qué no se adoptó ninguna medida?

Sencillamente porque políticamente no se pudo hacer. Lo que parece deducirse de lo expuesto es que se pretendía una intervención política y había que medir los condicionantes externos de la decisión para hacerla creíble. El deterioro de la imagen del gobernador Mariano Rubio a consecuencia del escándalo Ibercorp era muy importante. La politización de la actuación de Solchaga en relación con Banesto, demasiado evidente. Cierto que Rubio no tenía nada que perder y era lógico que se utilizaran sus últimos momentos, pero el coste político podía ser excesivo y la medida volverse en contra de sus propios autores. Se debatió el tema en profundidad y la decisión fue esperar. Así me lo comunicó el señor Rubio poco antes de cesar como gobernador, dejándome, por cierto, la siguiente frase enigmática: «El problema no soy yo, sino quienes se quedan en el Banco de España».

Pero hay algo evidente: si la ley exigía actuar y si en opinión de todos los presentes era imprescindible actuar, ¿por qué no se adoptó ninguna medida? ¿Infringieron los miembros del Consejo Ejecutivo del Banco de España la ley al no abrir expediente? La respuesta es no. La razón es muy clara: se trataba de dar cobertura jurídica a una operación que parecía tener motivaciones políticas, y razones políticas aconsejaron aplazarla. No era el momento. ¿Qué me quiso decir Mariano Rubio con esa frase de «el problema no soy yo, sino quienes se quedan en el Banco de España»?

Miguel Martín había sido subsecretario de Presupuestos en el Ministerio de Hacienda al mismo tiempo que Arturo Romaní era subsecretario de Hacienda. Ramiro Núñez, consejero secretario de Banesto, había sido su jefe de Gabinete. Por tanto, existía una relación de cierta amistad. Por ello, al día siguiente de la intervención, Miguel Martín buscó, en repetidas ocasiones, a Arturo Romaní para darle «explicaciones» acerca de lo sucedido. Pero, en todo caso, se extendía por determinados círculos que yo consideraba a Miguel Martín como el verdadero responsable de lo ocurrido. Por ello comenté con Arturo Romaní la conveniencia de una cena en su casa con Miguel Martín, con un único propósito: despejar los problemas humanos del caso. No se trataba de abordar ningún tema concreto, puesto que las conversaciones que se mantenían con Banesto estaban canalizadas a través de Enrique Lasarte y había que continuar con esa vía. La cena, insisto, estaba destinada a tratar de despejar ciertos puntos referentes a temas estrictamente humanos. Así se lo explicó Arturo Romaní a Miguel Martín, y la cena se celebró.

De ella solo quisiera entresacar una frase que fue pronunciada por Miguel Martín, después de cenar y cuando estaba a punto de terminar la reunión. Arturo y yo nos quedamos hasta muy tarde comentándola. Estábamos hablando de Mariano Rubio y de la situación creada en torno a Banesto durante el mandato de este como gobernador. En ese momento, Miguel Martín dijo algo parecido a lo siguiente:
«Por eso yo le dije a Rojo que Mariano Rubio no podía intervenir Banesto, porque quien tenía que hacerlo era él»
. Tanto Arturo como yo guardamos silencio al oír aquellas palabras. La conversación se cortó de repente, como si algo de extraordinaria trascendencia hubiera sido revelado. Muy poco después, como decía, concluyó la reunión. Ahora entiendo qué es lo que quería decir Mariano Rubio con esa frase: «El problema no soy yo, sino las personas que se quedan en el Banco de España». El Sistema mide bien los tiempos. Era imprescindible esperar a que Rojo fuera gobernador y su aureola de independencia permitiera dar credibilidad a la intervención. Y eso fue exactamente lo que sucedió.

B) LOS ACONTECIMIENTOS POSTERIORES
La aparición del banco de negocios americano J. P. Morgan y el proceso de creación de la Corporación Industrial Banesto

Mis relaciones con el banco de negocios J. P. Morgan —uno de los más prestigiosos del mundo— nacieron como consecuencia del fracaso de la colocación de acciones de la Corporación Industrial derivado de la crisis político-económica producida por la guerra del Golfo Pérsico. Quizá sea este el momento adecuado para dedicar unas líneas al proceso de creación de la Corporación Industrial.

Como expuse en la Introducción, uno de los aspectos de Banesto que me resultaba de mayor interés era el conjunto de empresas industriales que formaban parte de su cartera. Es posible que mi experiencia en torno a Antibióticos y mi amistad con Raul Gardini hubieran despertado en mí una mayor atracción por los temas empresariales que por los estrictamente financieros. La verdad es que siempre he pensado que lo importante para un país es la capacidad de crear riqueza y que la banca debe tener un valor instrumental al servicio de esta idea. No es ese el modelo implantado en nuestro país, como expuse al explicar el dogma de las relaciones banca-industria.

En todo caso, ese conjunto de empresas tenía una situación peculiar. No existía un control accionarial claro, se empleaban mecanismos muy difusos para «mandar» en las empresas, no existía una estrategia global o de grupo. Es decir, las empresas estaban ahí, en el balance, y parece que su misión era facilitar el negocio bancario de Banesto. Eso no me parecía razonable y pensé que debíamos diseñar una gestión de conjunto. Por cierto, cuando accedimos a Banesto, como anteriormente explicaba, yo no tenía ningún interés especial en que López de Letona dejara de ser presidente. Tampoco en que siguiera, pero mi deseo era encaminar mis esfuerzos al área de las empresas que eran propiedad del banco. Aquello parece que sentó mal en el Banco de España, porque alguien llegó a decir que lo que yo quería era «partir el banco en dos», por un lado el negocio bancario y por otro el industrial. Lo que realmente pretendía era decir que se trataba de dos cuestiones distintas y que debían tener gestión diferenciada.

Pero era muy difícil hacerlo con el entramado que existía en Banesto. Por eso estudiamos en profundidad la idea de sacar todas las empresas de Banesto y crear una única sociedad que las controlara y diseñara una estrategia de conjunto. Para conseguirlo creamos la Corporación Industrial, con lo que el balance del banco era mucho más claro: ya se sabía qué es lo que teníamos, cuánto dinero se invertía en tales empresas, y podía abordarse una estrategia de conjunto. Pero no se podía hacer sin los beneficios fiscales. A mí me parecía absolutamente lógico que a un proyecto como este se le concedieran tales beneficios. Pero no todo el mundo razonaba así.

Presentamos el expediente ante el Ministerio de Economía y Hacienda, con toda la documentación requerida. Pero pronto nos dimos cuenta de que no avanzaba, de que existía una decisión de paralizar la tramitación del expediente. La respuesta parecía muy clara: el ministro de Hacienda, Carlos Solchaga, no tenía interés especial en la creación de nuestra Corporación. Estábamos aislados políticamente y poco podíamos hacer al respecto. Sin embargo, yo pensaba que ese era un proyecto interesante para nuestro país y decidí luchar por él. ¿Con quién podía contactar? Pensé que explicando el tema al Partido Socialista quizá pudiera llevar a Felipe González a un convencimiento distinto del que le transmitía, al parecer, Carlos Solchaga.

La postura de Carlos Solchaga, que me llegaba a través de diversas fuentes, era la siguiente: la concesión de beneficios fiscales es algo discrecional, es decir, que yo puedo concederla o no según aprecie que un proyecto es beneficioso o no para la economía nacional. Pero es el ministro quien dice si lo es o no. Se trata, por tanto, de un poder de tipo político y debo utilizarlo con criterios políticos. ¿Es Mario Conde un amigo del Gobierno? Obviamente, no. Por tanto —me decían que pensaba Carlos Solchaga—, no tengo por qué contribuir a hacer más fuerte a una persona enemiga nuestra.

Creo que incluso hubo una discusión muy fuerte entre Carlos Solchaga y otra persona, en un bar cercano a la calle de Ferraz, en la que Carlos Solchaga llegó a decir que si yo me fortalecía en Banesto acabaría con el Partido Socialista. No sé si es verdad una frase tan brutal, pero quien me la contó merece toda mi confianza en lo referente a este punto. Me parece demasiado ese poder que me atribuía el entonces ministro de Hacienda, pero lo importante es que revela, una vez más, el funcionamiento del Sistema. Poco importa que sea bueno o malo el proyecto. Lo que interesa es la posición de amistad o enemistad con quien lo lidera, porque no debemos usar nuestro poder para fortalecer a nuestros enemigos.

La resistencia debió de ser fuerte, pero, al final, conseguí una entrevista con Felipe González. Le expliqué el proyecto, mi filosofía de las relaciones banca-industria, la necesidad de intentar un grupo industrial fuerte en España y, en general, todas las consideraciones que estaban detrás del proyecto. Una vez más, como siempre me ha ocurrido cuando hablo con Felipe González, encontré una sintonía de planteamientos. Me dio la razón y me dijo que iba a apoyar el proyecto.

Pero el tiempo transcurría y la decisión seguía sin ser tomada. Estábamos perdiendo oportunidades muy serias. La mayoría de los bancos del mundo quería participar en la colocación de acciones de la Corporación. Pero el ministro de Hacienda seguía sin contestar. Se me decía que Felipe González ya había hablado con Carlos Solchaga, pero lo cierto es que el expediente seguía sin resolverse. Por fin, justo antes de las vacaciones de Semana Santa del año 1990, se acordó una cita con Carlos Solchaga. Fue en el Ministerio de Economía y Hacienda, pero no en la calle de Alcalá, sino en las instalaciones que tiene cerca de la plaza del Cuzco. Allí, en una conversación breve, me concedió los beneficios, eso sí, con una rebaja muy sustancial sobre lo solicitado y después de un forcejeo dialéctico. Pero lo interesante fue la frase que Carlos Solchaga pronunció. Según mis notas, fue más o menos de este tenor: «Con ello ya sabes quién te concede los beneficios. —Y añadió algo de este estilo—: El partido es una organización muy cara».

Había dos puntos de interés en esa frase: el primero, dejar claro que era él quien me concedía los beneficios y, consiguientemente, a él tenía que estarle agradecido, y la segunda parte hacía referencia al partido, en el sentido de que es una organización que ingresa menos de lo que consume. No habló, en absoluto, de que nadie del partido hubiera cobrado alguna cantidad en este tema, pero sus palabras eran un tanto enigmáticas. No sé muy bien por qué me hizo esta mención en ese momento, pero puede imaginarse fácilmente.

La verdad es que yo estoy agradecido a la labor que se efectuó desde el partido, porque lo que se barajaba era el interés del proyecto para la economía nacional. En agosto de 1991 se declaró la guerra del Golfo. La conmoción fue tremenda en los mercados internacionales. Se paralizaron todas las operaciones de colocación de acciones. Yo estaba en Bonifacio cuando la guerra estalló. Me di cuenta inmediatamente de que esa noticia era letal para nuestro proyecto. Así fue. La fortuna nos había dado la espalda, pero sobre todo una cosa: si el ministro de Economía y Hacienda, Carlos Solchaga, no hubiera actuado como actuó, las cosas habrían salido de otra manera. Hubiéramos podido vender las acciones, nuevos socios internacionales habrían entrado en la Corporación, el dinero habría llegado al banco, se habrían terminado los problemas de recursos propios... y una serie de efectos en cadena tremendamente positivos para Banesto. Pero la tesis de la enemistad política funcionó.

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