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Authors: Miyuki Miyabe

Tags: #Intriga

El susurro del diablo (22 page)

BOOK: El susurro del diablo
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La revista en la que se detuvo a continuación era algo diferente. Una publicación sensacionalista llena de sucesos, crímenes, accidentes y escándalos. Su difusión era bastante limitada y no correspondía al tipo de publicación que iba dirigida a un gremio determinado. Era de suponer que alguien tan curioso como para comprar una revista como esa se hiciera él mismo sus propios álbumes de recortes. Muy pocos lectores, un precio de venta bastante elevado… En definitiva, se trataba de un tipo de publicación algo artesana. Esa en particular llegaba a las estanterías de Laurel directamente de la mano del editor que no recurría a los servicios de ningún distribuidor y se presentaba en persona a tal efecto. Takano le había pedido que se volviera a pasar a recoger las copias no vendidas tres semanas después.

Mamoru reparó en el título: «Accidentes, suicidios y demás sucesos en los meses de septiembre y octubre», y tomó un ejemplar. Se preguntaba si encontraría aquella noticia sobre el accidente de su tío.

No encontró más que una simple mención del siniestro y algún que otro recorte de los tres principales rotativos, un diario de negocios, y del
Tokyo Daily News
, el periódico que solían leer los Asano. Un caso de secuestro ocupaba gran parte de la página. Mamoru pensó que no debían de ser pocas las desgracias que no quedaran plasmadas en las páginas de la prensa. Aquello no era justo; cualquier incidente era igualmente traumático para las personas implicadas.

Mientras ojeaba la revista, reparó en otro titular: «Una mujer se arroja a las vías al paso de un tren de la línea Tozai». Maki oyó hablar de ese incidente en el trabajo, y Mamoru recordaba lo que su prima le había relatado del suceso.

«En la estación, dijeron que la cabeza de esa mujer fue hallada en el enganche entre dos vagones. ¡Hablo en serio!».

Intrigado, Mamoru tomó asiento en el suelo y leyó la noticia. «La víctima responde al nombre de Atsuko Mita, de veinte años, trabajadora de…»

¡Atsuko Mita! ¿No era una de las mujeres entrevistadas para
Canal de Información
? Mamoru alzó la cabeza, parpadeó unas cuantas veces y volvió hundir la mirada en las líneas impresas. Atsuko Mita. Suicidio. No dejó ninguna nota, ni testamento.

Octubre: Atsuko Mita se quitaba la vida al saltar al paso de un tren. Noviembre: Yoko Sugano moría en un accidente, en lo que parecía ser un suicido puesto que, se abalanzó sobre el coche. Aún con la revista en la mano, Mamoru echó a correr hacia el teléfono público que había en esa misma planta. Intentó contactar con Hashimoto, de nuevo sin éxito.

Reflexionó durante un instante y decidió llamar al editor de la revista para preguntarle si otro suceso de semejantes características había sido publicado en ediciones anteriores. Mamoru explicó lo que quería averiguar y lo pusieron en espera. Impaciente, golpeaba los pies en el suelo mientras sonaba la melodía. Finalmente, alguien le atendió.

—¿Oiga? Siento haberle hecho esperar. Efectivamente, hay algo sobre una tal Fumie Kato. Un artículo publicado el 2 de septiembre. Saltó desde la azotea de su edificio.

—¿Se menciona si dejó testamento?

—Al parecer, no encontraron nada. Aquí dice que la policía no llegó a averiguar el motivo.

De modo que Fumie Kato también se había quitado la vida sin dejar tras ella su última voluntad.

—Otra pregunta, ¿ve en esa misma edición algún artículo sobre Kazuko Takagi?

Hubo una pausa que se prolongó unos minutos. Mamoru distinguió el sonido de la mujer pasando las páginas.

—No, no aparece ese nombre por ningún lado.

Tres. Ya iban tres. De las cuatro mujeres que aparecían en el artículo de
Canal de Información
, tres estaban muertas.

De súbito, Mamoru se dio cuenta de que Sato había vuelto y aguardaba a su lado.

—Eh, ¿qué pasa? Parece que acabaras de donar dos litros de sangre.

—Oye… me ha surgido algo. —Mamoru salió corriendo hacia la escalera. Tenía que ir a ver a Hashimoto. Seguro que Hashimoto también había caído en la cuenta. Esa debía de ser la razón de su llamada.

Tres de cuatro mujeres… No podía tratarse de una coincidencia.

No había rastro de Nobuhiko Hashimoto y todo indicaba que jamás volvería a casa. De su vivienda no quedaba más que la estructura carbonizada. Las paredes que aún permanecían en pie estaban rajadas y cubiertas de hollín. Solo las vigas de hierro apuntaban hacia el cielo. El escenario guardaba cierta similitud con el de un esqueleto ennegrecido.

Mamoru se acercó a la zona acordonada de la que colgaba un cartel: «¡Peligro! ¡Prohibido el paso!». Algo crujía bajo las suelas de sus zapatos. Los afilados cristales de una ventana y los restos de su colección de botellas se apilaban en un charco de agua ennegrecida.

Todo reducido a cenizas. El archivador estaba parcialmente derretido, y no quedaba nada del escritorio además de la estructura. El chico reparó en unos cuantos muelles del sofá en el que había tomado asiento.

¿Qué había sucedido? ¿Qué había sido de Hashimoto?

—¿Conocías a Hashimoto?

Mamoru se volvió sobre sí mismo. Se encontró frente a una mujer que llevaba un delantal rojo y sujetaba una escoba en la mano.

—Pues… Sí.

—¿Eres pariente suyo?

—No, apenas lo conocía. ¿Qué ha ocurrido?

—Hashimoto ha muerto.

—¿Muerto? —Mamoru se quedó inmóvil, boquiabierto.

—Una explosión de gas —explicó la mujer—. Fue horrible. Todas las ventanas de las casas de esta calle estallaron en pedazos. Qué desastre. —La mujer observó de cerca al muchacho—. ¿Te encuentras bien? No tienes buen aspecto.

—¿El señor Hashimoto murió en la explosión?

—Sí. Por lo visto, quedó totalmente carbonizado. —La mujer señaló a Mamoru con la mano que sujetaba la escoba—. Será mejor que te marches de aquí. Es peligroso. La policía ha ordenado que nos mantengamos alejados.

Mamoru se apartó de la casa y echó un último vistazo. De la montaña de escombros asomaba el reloj que vio una vez en la pared de la casa. El cristal estaba roto y las manecillas se habían detenido en las dos y diez.

No quedaba nada más que escombros calcinados. Eso explicaba que el número de Hashimoto estuviese ocupado tanto tiempo. Había oído que aunque las líneas telefónicas quedaran inutilizadas tras un accidente o desastre natural, no llegaban a cortarse hasta mucho después.

—¿Sabe qué causó la explosión?

—Quién sabe. Quizá el alcohol o el hecho de que su esposa lo hubiese dejado. Era un hombre muy extraño. Nadie sabía lo que le pasaba por la cabeza.

Mamoru no lograba captar el significado de sus palabras.

—¿Qué quiere decir?

—Sí, se suicidó. —La mujer se apoyó en la escoba—. No solo el gas estaba abierto, sino que lo había rociado todo con gasolina. Supongo que encendió una cerrilla y ya puedes imaginar el resto. El departamento de bomberos ya ha iniciado una investigación. ¿Estás seguro de que te encuentras bien? ¿Puedes contactar con su familia? Esto… Alguien tiene que encargarse de mis ventanas rotas y de las fugas de agua y…

Mamoru no oyó el resto de su discurso. Ya no podía prestar atención a nada.

Nobuhiko Hashimoto había muerto. Mamoru se apoyó contra la valla de la casa que quedaba al otro lado de la calle. Otro suicidio más. Ya no eran tres de cuatro, sino cuatro de las cinco personas involucradas en la entrevista encargada por
Canal de Información
. No era posible. No podía tratarse de una coincidencia.

Alguien tenía que estar detrás de esos «suicidios». Alguien que, de un modo u otro, había planeado eliminar a esas cuatro personas de forma encubierta. Quizás no lo pareciera a priori, pero debía de existir un plan no menos frío y premeditado que el de eliminarlos limpiamente. Hashimoto era la única conexión entre las cuatro mujeres, el vínculo que conectaba esos tres cadáveres. Y el archivador que contenía las grabaciones de la entrevista y las fotografías tuvo que ser la sentencia de muerte del periodista, condenado por quien fuera que moviese los hilos en la sombra.

Quizá lo liquidaron por temor a que relacionase las tres muertes. Pero ¿por qué precisamente ahora? A no ser que Hashimoto hubiese conseguido resolver el enigma. Sí, eso explicaría su muerte.

Mamoru miró al cielo. La cuestión era, ¿cómo se habían llevado a cabo los asesinatos? En el caso de Yoko Sugano, podía haber una explicación creíble, pero ¿qué había de los demás? Lo mirase por donde lo mirase, tenía que tratarse de suicidios. No faltaban los testimonios que abundaban en este sentido. Una cosa era empujar a una persona desde una azotea o al paso de un tren, pero, ¿cómo incitar a alguien a terminar con su propia vida?

Un olor a quemado y gasolina flotaba en el aire. ¡Gasolina! Eso era. La explosión de gas no habría bastado. Pero con el uso añadido de combustible y el detonante de una chispa, uno se aseguraría de que el archivador quedase destrozado.

No tenía sentido. Si el asesino hubiese estado allí, tendría que haber salido herido. Por eso mismo, la investigación policial apuntaba al suicidio.

Entonces ¿qué había sucedido exactamente?

«¿Qué quería decirme Hashimoto?». Mamoru recordó la llamada recibida por la mañana. ¿Quería acaso que supiese que las tres mujeres habían muerto? ¿O habría descubierto cómo habían sido asesinadas?

Las ruinas de la casa estaban frías. ¿Cuándo habría tenido lugar la explosión? El reloj se detuvo a las dos y diez de la madrugada. Y ahora eran las cuatro y media de la tarde. Era más que probable que el incendio se hubiese producido a la hora que marcaba el reloj.

Eso significaba que Hashimoto no había podido realizar la llamada. Había sido otra persona que se hizo pasar por él. De repente, lo comprendió todo. Mamoru tenía el último ejemplar de
Canal de Información
. Y eso lo convertía en la última prueba viviente de que existía una conexión entre esas cuatro mujeres. Le entró un sudor frío.

«¡La revista está en casa!». Se acordó de que le había dejado a Hashimoto su dirección y número de teléfono. ¡El mismo que dio con sus datos, lo llamó para advertirle que era el siguiente en la lista!

Mamoru tenía que dar con un teléfono y poner sobre aviso a su tía. Atravesó varios bloques hasta dar con una cabina. Presa del pánico, le costó recordar su propio número de teléfono. Se aferró al auricular y oyó el tono de marcación. Quizás ya fuese demasiado tarde. ¿Y si comunicaba?

—Casa de los Asano, ¿dígame? —respondió su tía Yoriko.

—¡Tía, tenéis que salir inmediatamente de la casa!

—¿Qué? ¿Quién es?

—Soy Mamoru. No tengo tiempo para explicártelo. Haz lo que te digo. Salid todos de casa. No os llevéis nada. Asegúrate de que el tío Taizo y Maki no se quedan dentro. ¡Vamos!

—Mamoru, ¿qué demonios te ocurre?

—¡Haz lo que digo! ¡Te lo ruego!

—No sé a qué estás jugando, pero han vuelto a llamar mientras estabas fuera. Ese tal Hashimoto quiere que contactes con él en cuanto…

—Ya lo sé, por eso te digo…

—Me ha dado su número. ¿Quieres que te lo diga?

Mamoru enmudeció. ¿Había dejado un número de teléfono?

—Dijo que tenía algo importante que discutir contigo. Toma papel y lápiz.

No era el número de Hashimoto. El prefijo correspondía al centro de la ciudad. A Mamoru empezó a dolerle la cabeza. Tuvo la sensación de estar jugando al balón prisionero con el Hombre Invisible. ¿De dónde vendría el siguiente lanzamiento? No quería hacer esa llamada, solo tenía ganas de echar a correr.

Pero acabó marcando el número que su tía le había dado. El teléfono dio dos tonos hasta que alguien contestó. Mamoru no sabía qué decir. Sostuvo el auricular con tanta fuerza que sus nudillos adoptaron un color blanco.

Una voz sosegada y afónica le habló.

—Eres tú, chico. Sé que eres tú. —Cayó un breve silencio hasta que el desconocido repuso con tono más animado—: Me temo que te he asustado sin querer. Quiero hablar contigo. Sin Nobuhiko Hashimoto de por medio, por supuesto. Su trabajo ha terminado…

Capítulo 5
La luz invisible

Esa voz… No le era desconocida. Sí, estaba seguro. Se trataba de la misma voz que, cierta noche, le dio las gracias por haber quitado de en medio a Yoko Sugano.

—Eres un chico listo —prosiguió, afónica. Mamoru determinó que quien se escondía tras esa voz debía de ser o bien un hombre muy enfermo o bien un fumador empedernido—. Listo y espabilado. Estoy deseando conocerte.

—¡Tú! —pudo por fin contestar Mamoru. Entre dientes, añadió—: ¿Quién demonios eres? Tú has maquinado todo esto.

—¿Todo esto?

—¡Sabes muy bien a que me refiero! La explosión que acabó con la vida de Hashimoto, la desaparición de las tres mujeres que aparecían en el reportaje publicado en
Canal de Información.

—¡Vaya! —Su entonación denotó gran asombro—. ¿Ya has atado todos los cabos? Te llamaba precisamente para anunciarte la muerte de Hashimoto. Y pensaba aprovechar la oportunidad para hablarte de esas tres mujeres. Aunque es obvio que llego un poco tarde.

—¿Por qué? —Mamoru fue incapaz de disimular el tono histérico que se desprendía de sus palabras—. ¿Por qué llevar a cabo semejante infamia y tomarte después la molestia de contármelo? ¿Qué pretendes?

—Todavía es demasiado pronto para decírtelo. —De súbito, adoptó un timbre casi dulce—. Responderé a todas tus preguntas a su debido tiempo. Hasta entonces, recuerda que tanto esas tres mujeres como Nobuhiko Hashimoto murieron obedeciendo mis órdenes.

—¿Órdenes? Me estás tomando el pelo. ¿Qué tipo de persona aceptaría la orden de terminar con su propia vida?

Su interlocutor estalló en agrias carcajadas, de aquellas que un profesor reservaba al comentario jocoso de un alumno. De hecho, bien metido en su papel, prosiguió con el tono condescendiente con el que un docente se dirigiría a un estudiante particularmente torpe.

—Es demasiado pronto para que todo cobre sentido en tu cabeza. Todavía eres un crío. Aprende, Mamoru: el mundo está lleno de secretos que jamás te serán revelados.

Dos mujeres pasaron frente a la cabina telefónica arrastrando sus bicicletas. Una de ellas le lanzó una mirada agridulce, una mezcla de preocupación y deferencia.

Quizá la persona que aguardaba al otro lado de la línea luciera una expresión parecida. «Pobre chico», parecía compadecerse la voz. «Sé que la situación te supera, pero tendrás que sobreponerte rápido.» Mamoru se sentía ultrajado, y esa sensación de rabia mantenía a raya el miedo.

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