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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El templo de Istar (33 page)

BOOK: El templo de Istar
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Al parecer hacía ya rato que duraban las negociaciones. Tas miró por el ojo de la cerradura y vio a Bupu, salpicadas las greñas de puré de patata, erguida en actitud recelosa frente a una figura ataviada de rojo. Al fin, Tas recordó dónde había oído aquella voz: pertenecía al mago del cónclave que había importunado sin descanso a Par-Salian.

—¡Gran Bulp! —corrigió indignada la enana gully—. Su título es Gran Bulp, no Gran Pulp. Está en casa. Mándame a casa y yo lo encontraré.

—De acuerdo. ¿Dónde está tu casa?

—Donde vive el Gran Bulp.

—¿Y dónde vive el Gran Pul… Bulp? —insistió el hechicero, abandonadas las últimas esperanzas.

—En casa —fue la sucinta respuesta de Bupu—. Ya te lo he dicho antes. ¿Tienes orejas debajo de esa capucha? Quizá seas sordo.

La diminuta mujer desapareció unos segundos del campo de visión de Tas, al agacharse para revolver en su hatillo. Cuando se levantó de nuevo exhibía en su mano un lagarto muerto, con una correa anudada en torno a su cola.

—Te curaré —ofreció—. Introduce el rabo en el lóbulo y…

—Agradezco tu interés —se apresuró a declarar el mago—, pero puedo asegurarte que no sufro ninguna anomalía. Veamos, ¿cómo se llama tu hogar? ¿Tiene algún nombre?

—El Pozzo, con dos zetas. Imaginativo, ¿verdad? —comentó ella orgullosa—. Fue idea del Gran Bulp. En una ocasión devoró un libro y aprendió mucho. Todavía lo guarda aquí —añadió, señalando su estómago.

Tas tuvo que cubrirse los labios con la mano para refrenar una carcajada, mientras advertía que el hechicero experimentaba problemas similares. Temblábanle los hombros bajo la túnica, y no pudo articular palabra hasta unos momentos después. Cuando lo hizo, su voz parecía quebrada.

—¿Cómo denominan los humanos a tu… tu Pozzo?

—De un modo muy feo. Se diría que escupen: Skroth.

—Skroth —repitió el sabio, desconcertado pero sin desistir de su propósito. De pronto, chasqueó los dedos y se le iluminó el rostro—. ¡Ya lo tengo! —exclamó—. El kender pronunció ese nombre en la asamblea. Sin duda te refieres a Xak Tsaroth.

—Te lo he dicho hace un minuto —gruñó Bupu—. ¿De verdad no quieres probar mi remedio contra la sordera? Insertas la cola…

Emitiendo un suspiro de alivio, el mago extendió la mano sobre la cabeza de la enana y comenzó a entonar un extraño cántico. Entre una y otra estrofa, derramaba sobre la pequeña gully un polvillo que la hacía estornudar violentamente.

—¿Ahora volveré a casa? —indagó Bupu, olvidadas sus suspicacias.

El hechicero no contestó, no podía interrumpir su fórmula.

«No es nada simpático —rezongó ella para sus adentros, molesta por la picazón que la agitaba cada vez que una nueva capa de polvo se depositaba sobre su cuerpo—. Ninguno de estos seres puede compararse a mi hombre cautivador. Él no se burlaba de mí, me llamaba "pequeña"».

La substancia harinosa que envolvía a la enana gully empezó a refulgir con una luz amarilla. Tas contempló sin resuello cómo los resplandores ganaban intensidad y se tornaban anaranjados, verde mar, azules y…

—¡Bupu! —susurró el kender. Su compañera había desaparecido.

«¡Y yo seré el próximo!», comprendió aterrorizado. En efecto, el renqueante individuo echó a andar hacia el lecho donde Tas, en una estratagema digna de su astucia, había confeccionado una tosca réplica de sí mismo para que Caramon no se preocupara en el caso de despertar.

—Tasslehoff Burrfoot —lo llamó con quedo acento el mago de Túnica Roja. Éste se hallaba ahora en un rincón de la alcoba y el kender había dejado de divisarle.

El hombrecillo estaba paralizado, aguardando que el sabio descubriera el engaño. No le asustaba la idea de ser atrapado, no sería la primera vez que escapara de un atolladero gracias a su locuacidad, pero le causaba un espanto indecible que lo mandaran a su recóndito país. Por mucho que se lo propusieran, no catapultarían a Caramon al pasado sin él.

«¡Mi amigo me necesita! —se revolvió en una muda agonía—. Ellos no saben que atraviesa momentos difíciles, no se han preguntado qué ocurriría si yo no estuviera a su lado para arrancarle de las tabernas.»

—Tasslehoff —persistió el hechicero al no recibir respuesta. Debía hallarse junto a la cama.

Hundió el kender la mano en uno de sus saquillos y, sacando un puñado de quincalla, esperó contra toda esperanza encontrar algo útil. Abrió la palma, la alzó hacia la llama de su vela y columbró bajo su tenue luz un anillo, un grano de uva y una pelota de cera. Era obvio que estos últimos objetos no le interesaban, de modo que se desprendió de ellos.

—¡Caramon! —oyó que el mago interpelaba al guerrero con tono severo. El hombretón rezongó y gimió, no era difícil adivinar que su oponente lo estaba zarandeando—. Caramon, despierta. ¿Dónde está el kender?

Tas trató de ignorar la escena que se desarrollaba en la cámara para concentrarse en examinar la sortija. Probablemente era mágica, quizá si recordaba de qué dormitorio la había sustraído… ¿era el tercero o el cuarto de la izquierda? Poco importaba, lo que tenía que hacer era conjurar sus virtudes y, por regla general, eso se lograba con sólo ceñirla al dedo adecuado. El kender era un experto en estas cuestiones ya que, en el curso de una aventura, se había probado una accidentalmente y había sido transportado al palacio de un perverso brujo. Tal recuerdo lo detuvo, no sabía cuál sería el resultado si volvía a intentarlo.

Existía la posibilidad de que en su cerco se ocultara alguna clave reveladora. Sin pensarlo dos veces comenzó a voltearla entre sus dedos, tan precipitadamente que a punto estuvo de caérsele al suelo. ¡Por fortuna no era tarea liviana despertar a Caramon!

Era una joya sencilla, tallada en marfil y con dos piedras rosáceas. En el interior aparecían unas runas de imposible lectura, que evocaron en la memoria del kender aquellos anteojos de la visión que un día perdiera en Neraka. Sintió una gran congoja al pensar en ellos, e indignación al imaginar que acaso en la actualidad los lucía sobre sus ojos un abyecto draconiano.

—¿Qué… qué pasa? —balbuceó el amodorrado guerrero—. Indiqué a Tas que no se moviera, que había espectros…

—¡Maldita sea! —renegó el sabio con el rostro tan encendido como el atavío. ¡Se dirigía hacia la puerta!

—¡Escúchame, Fizban, te lo suplico! —murmuró el kender—. Si te acuerdas de mí, cosa que pongo en duda, ven en mi auxilio. Yo era aquel individuo de pequeña estatura que siempre recuperaba tu sombrero, estoy seguro de que ese detalle te permitirá identificarme. ¡No dejes que manden a Caramon a ese viaje en solitario! Puedes convertir esta alhaja en un anillo de invisibilidad, o de algo que les impida apresarme.

Entornando los párpados para no presenciar los horrores que quizá había invocado, Tasslehoff deslizó la sortija por su pulgar. A decir verdad, en el último momento abrió los ojos pues no quería perderse el espléndido espectáculo del Mal.

No se produjo ningún fenómeno, las pisadas desiguales del hechicero se aproximaban, implacables, a la cerrada puerta. Sin embargo, cuando la desilusión se cernía sobre el hombrecillo se obró un repentino cambio en su entorno. ¡El pasillo estaba creciendo a ritmo vertiginoso! Un potente silbido, semejante al del huracán, resonó en sus tímpanos, mientras los muros se lanzaban hacia las alturas y catapultaban el techo hacia el espacio. Boquiabierto, Tas contempló cómo se agrandaba la hoja de recia madera que lo separaba de su perseguidor hasta asumir un tamaño descomunal.

«¿Qué he hecho? —se reprendió alarmado—. ¿He magnificado toda la Torre? A lo mejor sus moradores no lo perciben o, si lo hacen, no le dan importancia.»

La inmensa puerta se abrió, provocando una ráfaga de viento que casi arrastró el desvalido kender. Frente a él se erguía una gigantesca figura vestida de rojo.

—¡Un coloso! —exclamó Tas—. No sólo las dimensiones del edificio han aumentado, también la estatura de sus habitantes. Eso sí lo advertirán, al menos la primera vez que intenten calzarse. ¡Y montarán en cólera! La situación es tan grave como si yo, de pronto, midiera dos metros y no me cupiera la ropa.

No obstante, y pese a sus fundados temores, el kender observó perplejo que el mago no daba muestras de sentirse disgustado por tan repentino estirón. Se limitó a espiar el pasillo en ambos sentidos, vociferando:

—¡Tasslehoff Burrfoot!

Incluso bajó los ojos hacia el lugar donde él se encontraba, ¡sin verlo!

—Gracias, Fizban —dijo el kender emocionado, aunque procuró no levantar la voz. Se percató en el acto de que había pronunciado aquellas palabras en un tono chillón, diferente del habitual, y probó a invocar de nuevo el nombre de Fizban, no sin antes aclararse la garganta. El resultado fue idéntico.

No tuvo tiempo de reflexionar pues el gigante fijó la vista en el suelo, en la juntura de las piedras donde él se erguía, y comentó:

—¿De qué alcoba has escapado, pequeño amigo?

Inmóvil, sobrecogido, Tasslehoff contempló cómo aquel enorme ser se agachaba en su dirección con la manaza abierta. Los dedos se aproximaban para atraparlo, pero estaba tan asustado que no acertó a decir ni hacer nada sino que esperó que lo estrujara en su palma. Cuando eso sucediera todo habría terminado, el hechicero lo enviaría a casa sin tardanza a menos que le infligiera un castigo peor por agrandar su Torre en contra, probablemente, de sus deseos.

La mano se mantuvo unos segundos suspendida sobre su cuerpo y lo sujetó por la cola.

«¡La cola! ¡Yo no tengo cola! Sin embargo, por algún sitio debe haberme agarrado», pensó el hombrecillo en un mar de confusiones, mientras la mano le alzaba en el aire.

Logró girar la cabeza en su difícil equilibrio y descubrió que, en efecto, le había crecido un largo apéndice. Y no sólo eso, también nacían de su vientre cuatro patas rosadas que cubrían una pelambre blanca en vez de sus alegres calzones azules.

—Respóndeme enseguida —le urgió una voz imperiosa que estuvo a punto de dejarlo sordo—. ¿Quién te ha convertido en su familiar, diminuto roedor?

16

Viaje al Pasado

«
Familiar
». Tasslehoff daba vueltas en su mente a este apelativo, que recordaba haber oído mencionar a Raistlin en alguna de sus conversaciones de otros tiempos. Las explicaciones del hechicero, poco a poco, fueron tomando cuerpo en su memoria.

—Algunos magos utilizan animales para determinados fines —le había contado—. Estas criaturas o familiares, que es su denominación común, actúan como extensiones de los sentidos de su señor. Pueden introducirse en lugares a los que él no tiene acceso, ver lo que a él le está vedado y escuchar conciliábulos sin haber sido invitados.

A Tas se le antojó entonces una idea brillante, si bien Raistlin no parecía muy entusiasmado porque, según él, era un síntoma de debilidad depender de otro ser vivo en cuestiones de suma importancia.

—¿Vas a contestar o no? —se impacientó el mago de Túnica Roja, a la vez que balanceaba en las alturas al supuesto roedor.

La sangre se agolpó en las sienes del kender causándole un mareo que, dada la situación, no era el peor de sus males. Le dolían las articulaciones de su tirante cola y, además, era indigno permanecer en tal postura. En un primer momento se le ocurrió pensar que era una suerte no tener a Flint como testigo de su ridicula desdicha.

«Supongo —se dijo tras una rápida reflexión —que los familiares poseen el don del habla. Espero que se expresarán en lengua común y no mediante los extraños sonidos que emiten, por ejemplo, las ratas.»

—Verás, yo pertenezco a… —se aventuró en voz alta mientras rebuscaba en su cerebro un nombre apropiado para un mago—. A Faikus —declaró al fin, recordando, de pronto, que así se llamaba un estudiante compañero de Raistlin.

—Debería haberlo imaginado —gruñó el mago con el ceño fruncido—. ¿Has salido para cumplir algún encargo de tu señor, o te dedicabas simplemente a deambular?

Comprobó Tas, aliviado, que el sabio soltaba su cola y lo depositaba en la palma de su mano, sin dejar por ello de sujetarlo con firmeza. Posó el kender-ratón sus temblorosas garras en el pulgar de su oponente y sus ojos, ahora saltones y tan encarnados como la túnica de su aprehensor, intercambiaron una intensa mirada con aquéllos otros oscuros y fríos.

«¿Qué voy a responderle?», vaciló Tas. Ninguna de las alternativas que discurrió le parecía convincente.

—Es mi noche libre —anunció en un tono agudo que pretendía aparentar indignación

—Temo que has vivido demasiado tiempo en compañía de ese holgazán de Faikus —repuso el mago disgustado—. Mañana sostendré una larga charla con ese joven. Y en cuanto a ti ¡no empieces a contorsionarte, te lo ruego! por lo visto has olvidado que la familiar de Sudora suele salir a estas horas para recorrer los pasillos, a la caza de presas suculentas. Podrías haberte convertido en el poste de Marigold, y no creo que eso constituya una grata experiencia. Ven conmigo, cuando haya concluido la tarea de hoy te restituiré a tu amo.

Tasslehoff, que se disponía a hundir sus afilados colmillos en el pulgar del sabio, cambió repentinamente de idea. «Concluir la tarea de hoy —repitió para sus adentros—. Seguro que está relacionada con el viaje de Caramon, y de esta guisa no me resultará difícil escabullirme y partir junto a él.»

Inclinó la cabeza en una actitud que debía denotar docilidad ratonil y que sin duda satisfizo al gigante, pues sonrió con aire preocupado y empezó a hurgar en sus bolsillos como si buscara algo.

—¿Qué ocurre, Justarius? —inquirió Caramon, que se había levantado y asomaba ahora la testa por el dintel a fin de, aturdido y somnoliento, escudriñar el pasadizo—. ¿Has encontrado ya a Tas?

—¿Al kender? No. —El hechicero sonrió de nuevo, esta vez visiblemente contrariado—. Quizá tarde un buen rato en descubrir su paradero, los de su raza siempre saben dónde ocultarse.

—No lo lastimarás, ¿verdad? —preguntó el guerrero anhelante, tanto que Tas sintió pena por él y pensó en el modo de tranquilizarle.

—Por supuesto que no —le aseguró Justarius, sin cejar en su búsqueda—. Aunque —rectificó —quizá sin quererlo se dañe él mismo. Hay objetos en la Torre con los que no es aconsejable jugar. Concentrémonos en ti: ¿estás preparado?

—No me iré hasta que haya aparecido mi amigo sano y salvo —se empecinó Caramon.

—No tienes opción —le regañó el mago, y Tas percibió en su voz una creciente frialdad—. Tu hermano saldrá al alba, la única manera de ayudarle es que inicies tu viaje en el mismo momento. Par-Salian tarda varias horas en memorizar y formular este complejo hechizo, así que, debemos apresurarnos. Lo cierto es que he perdido unos minutos preciosos buscando al kender. Vamos, no puedo permitirme más demoras.

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