El tiempo escondido (39 page)

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Authors: Joaquín M. Barrero

Tags: #Intriga, Policíaco, Histórico,

BOOK: El tiempo escondido
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Los testimonios, tras la desaparición de Amador Muniellos, no variaban. Nadie había visto nada y la búsqueda fue hecha por todos los vecinos menos por los Carbayones, Teverga y Regalado. Estaba la declaración de Francisca López Antuña, amante del finado. Habían estado juntos el viernes y el sábado en Cangas «comiendo, charlando y tomando café». El domingo estuvo con él en la iglesia, almorzaron juntos y luego se despidieron. Ya no volvieron a verse. Ella había sugerido a la Guardia Civil que investigaran en Madrid a Leticia Álvarez Martínez, porque «a menudo le ponía los cuernos con esa golfa». También se aportaban las declaraciones de los tres amigos, vecinos de Cangas, que habían estado con Amador en la tarde del domingo, después de su comida con Francisca. Estaban sus datos. Uno soltero y los otros separados. Jugaron a las cartas y así siguieron hasta bastante después de que Amador marchara, lo que ocurrió sobre las seis de la tarde. También estaba el testimonio de Alfredo Cosme García, el criado de los Muniellos desde la muerte del criado anterior, Sabino, ocurrida en el Rif. Había salido a buscar a Amador por órdenes de Jesús y había encontrado al burro parado muy a las afueras del pueblo, lo que coincidía con lo expresado por sus amos. Alfredo quería mucho la casa, en la que llevaba desde 1926. No había visto nada ni tenía idea de dónde podía estar Amador. Sí sabía que era un mujeriego, pero eso a él no le incumbía.

En cuanto a Manín y Pedrín, sus respectivos informes eran extensos y estaban unidos en el mismo cartapacio, lo que evidenciaba que se les sometió a investigación diferenciada de los demás. Cubrían varios días y había anejos de meses y años después. Comenzaba con: «Puestos a disposición de las autoridades competentes, el día 2 de febrero de 1943, los súbditos Pedro Menéndez Llanera, alias Pedrín, y Mariano Martín Lastra, alias Manín, solteros, de treinta y nueve años ambos, vecinos de Prados donde tienen tierras, en las dependencias de la Guardia Civil de este concejo de Cangas del Narcea se procede al interrogatorio separadamente de ambos sujetos por las sospechas de connivencia con los grupos de traidores a la patria denominados Federación Guerrillera de Asturias, que tanto malestar y perjuicios causan a la feliz convivencia de la gente de orden. De sus declaraciones no se deducen por el momento circunstancias de culpabilidad ni de inocencia, por lo que esta comandancia estima conveniente retenerlos en estas dependencias para proseguir los interrogatorios». Una semana después se añade una extensión: «Sin haberse podido determinar su participación en los hechos objeto de estas investigaciones ni su vinculación a grupos armados, la superioridad decide dejar libres y sin cargos a los vecinos de Prados indicados en este informe, aunque se les apercibe de su obligación a presentarse en esta comandancia los días sábados últimos de cada mes». Había dos extensiones más, una de 1945 y otra de 1950, en las que se informaba de que la «situación económica y las actividades de ambos sospechosos no han variado». Una apostilla de 1952, hecha por el sargento instructor, señalaba que «no habiendo pruebas concluyentes ni pistas vinculantes, esta investigación se inclina por la hipótesis de que las desapariciones han sido causadas por la guerrilla». Con relación a los presuntos robos, el informe concluía: «Ya que no es posible que ambas familias se pusieran de acuerdo sobre robos ficticios por razón de que entre ellas no mantienen relación y porque son gente de orden, se admitió como cierto la falta del dinero a pesar de la ausencia de pruebas y de la nula constancia de cantidades concretas. Sin embargo, tras los años transcurridos sin que nadie haya mejorado ostensiblemente su nivel económico, se concluye que la denuncia sobre los hurtos no se apoya en hechos consistentes, por lo que la teoría de las sustracciones debe quedar descartada o atribuida también a la guerrilla».

Lo realmente curioso para mí fue no encontrar ninguna referencia policial ni vecinal al tema del prado de Rosa. Toda la investigación parece haber girado sobre sospechas por robos o por venganzas de tipo político. Que nadie haya mencionado lo que en su día debió de haber sido una conmoción en el pueblo era algo sorprendente.

Me había retrepado en la silla. En los casos que investigo, procuro sumergirme mentalmente en las situaciones que leo. Así hice al estudiar los informes y al recrear las entrevistas realizadas. Cerré los ojos y vi el alboroto causado por las desapariciones en un pueblo atrasado de ese atrasado cuartel que era la España de 1943. Vi el temor de los lugareños de izquierdas y el odio hacia ellos de las autoridades, así como el miedo de los adictos al régimen por si continuaban las desapariciones y les tocaba a ellos el turno. Fui testigo de las palizas a Manín y a Pedrín, y capté su rabia y desesperación por su desvalimiento e impotencia, así como la frustración de quienes investigaban sin cortapisas a sus métodos, ante la falta de resultados.

¿No hablaron porque eran realmente duros, hombres de un temple acerado inusual o, lo que era más simple, porque ellos no fueron los autores y nada podían decir?

Había buscado, luego, los escasos y parcos informes de 1997, redactados aceptablemente y limpios de tachaduras. El primero de ellos era el de los obreros que descubrieron los cuerpos. Pertenecían a Contratas Hermanos Sierra, del mismo Cangas. «Que al excavar en el piso de la pared norte donde había mayor humedad, aparecieron unos huesos que identificaron como humanos, lo que confirmó la aparición de un cráneo. Dieron aviso a sus jefes, quienes avisaron a la Guardia Civil. Se les dijo que salieran y dejaran todo exactamente como estaba, incluso sus herramientas y ropas. Vieron llegar a la policía científica de la Guardia Civil y al juez. Se les impidió continuar las obras hasta autorización pertinente, les tomaron la declaración en el cuartel y se les dijo que se les avisaría para que prosiguieran los trabajos». El informe de la policía era más técnico. Al llegar, al lugar habían instalado un sistema portable de alta iluminación y habían procedido a la exhumación de los restos, actuando de la forma habitual. De su trabajo, que duró dos días, se hizo un minucioso informe que recogía los trámites realizados hasta la fecha última. Se evidenciaba que habían excavado todo el piso del sótano y que de resultas de esa excavación se habían extraído restos pertenecientes a dos cuerpos: restos que posteriormente se identificaron como correspondientes a dos hombres. Los esqueletos estaban completos, sin que faltara ningún hueso. Las dentaduras estaban bien conservadas y destacaban en ambos casos algunas piezas de oro. Las ropas habían desaparecido y entre los objetos reconocibles había llaves y monedas no identificables, botones y lo que parecía el cristal de un farol de aceite. No había anillos ni sortijas. Habían sido enterrados uno encima del otro, con una ligera capa de tierra entre ambos. El más hondo estaba a metro y medio de la superficie aproximadamente. El juzgado no había iniciado diligencias, se había limitado a conservar los datos. Sólo cuando hubo denuncia por parte de José Vega Palacios, quien fue decisivo en el establecimiento de la identidad de los despojos, el juez decidió la apertura del caso para asignar las responsabilidades de los crímenes. Los agentes iniciaron las pesquisas con lo que tenían a mano, que no era mucho. Pocos testigos quedaban vivos o localizables. Interrogaron a Flora Vega, a Susana Teverga, a su hija y a su yerno. También a la sobrina de Pedrín Regalado e, incluso, a las sobrinas–nietas. También a la cuñada de Amador Muniellos, a su hija y a su nieto. Todos ellos expresaron, según cada caso, que no recordaban nada, que lo que sabían es lo que dijeron en su día, que eran muy pequeños cuando ocurrió o que no habían nacido aún. En cuanto a Manín y Pedrín habían estado trabajando en la mina hasta 1954. Permanecieron, luego, cuidando sus respectivas casas hasta 1965, año en que decidieron «no estorbar» y pasaron a una residencia que, contrastada, resultó ser la misma cuyas señas me diera Agapito. Se daba noticia de la muerte de ambos en 1970, en Argentina, donde fueron enterrados. Había constancia de los viajes hechos por las familias a los sepelios y de las esquelas publicadas en periódicos bonaerenses y asturianos. No había más gente a quien interrogar. Un apunte indicaba que no se habían dado hechos significativos diferenciales en la forma de vivir de las familias del pueblo. Las restauraciones hechas en las casas de algunos vecinos se entendían como normales en gente que trabaja a lo largo de su vida. El criado Alfredo era quien tenía un punto sospechoso ya que el piso habitado por la hija tuvo un alto costo el día de su adquisición, sin que hubiera una justificación clara de dónde salió el dinero. Estuvo hasta 1953 con los Muniellos. Tenía cincuenta y siete años. Parece que ayudaba a su hija en una mercería que ella abrió en Tineo. Era el caso más claro de cambio de nivel social, pero Alfredo estaba muerto y su familia declaró total ignorancia de los hechos.

Yo deseaba que Manín y Pedrín estuvieran vivos, pero lo indicado en el informe policial anulaba mi esperanza. Ni en Hacienda ni en Seguridad Social había datos a su nombre. No hacían declaraciones de la renta, no cobraban pensiones, no tenían cuentas en ningún banco ni cajas del país. Simplemente no existían en España. Estaban muertos. En una separata dentro del informe general, se hacía mención a César, citado por Flora Vega, quien dijo que tras los sucesos de 1943 había seguido siendo criado de la casa hasta 1946, año en que se fue a la mina donde trabajaban Manín y Pedrín, en la cuenca del río Gillón. En 1954 pasó al monte Muniellos como guardabosque, en la nómina de Muniellos, S. A., la empresa propietaria de entonces. En 1969, ingresó en un asilo de Cangas, tal y como había indicado Flora Vega. Confronté el nombre; era el mismo asilo en el que habían estado Manín y Pedrín. Tenía lógica. ¿Estaría muerto también?

Después de releer los informes más relevantes, busqué la cinta que grabé cuando estuve en el sótano de la iglesia de Prados. No me apareció, lo que era frustrante porque recordaba haber percibido clarividencias que, aunque ahora no serían tan indudables, algo habían dejado en mi memoria. Con todo ello fui plasmando sobre papel las conclusiones derivadas de mis reflexiones.

1. Los asesinatos y presuntos robos no los cometieron los guerrilleros, sino una sola persona del pueblo. Más de una persona habría sido demasiado llamativo y alguien extraño en el pueblo habría sido recordado después.

2. La fosa y el traslado del cadáver de José Vega hubieron de ser hechos por un hombre muy fuerte que, como todos en el pueblo, supiera de las costumbres de los ultimados.

3. Si los robos existieron, aunque no había ninguna prueba de ello, salvo las denuncias de los Muniellos–Carbayones, el asesino debía de haber sabido el sitio exacto donde estaba el dinero. Al llegar aquí tracé un guión de sospechosos posibles.

a) Los que salieron beneficiados (asesinatos por interés).

b) Los que odiaban a José y a Amador (asesinatos por venganza).

c) Los que pudieran asesinar por sentimientos amorosos.

Y luego los cruces lógicos:

d) Interés–venganza, e) interés–amor, f) venganza–amor.

En a), Jesús Muniellos. Es el único que oficialmente obtuvo réditos con la muerte de su hermano. Evitó que la casa pasara a manos de la querida de Amador, quien, con el tiempo, los hubiera echado a todos. ¿Matar a un hermano? La historia está llena de fratricidios, pero Jesús no tenía el vigor físico necesario para realizar semejante tarea. ¿Entonces? Ahí aparecía Alberto, hombre silencioso y de gran fuerza física. Por dinero, podría haber sido el brazo ejecutor. Al fin, su patrimonio experimentó, tiempo después, gran mejora sin que hubiera clara explicación de esa mejora. ¿Por qué matar también a Carbayón? Como coartada o pieza de distracción. Dos asesinatos modifican la normal investigación desviándola a un contexto diferente del verdadero propósito. Pero ¿por qué Carbayón y no otro del pueblo? La elección entraba de lleno en la lógica antes apuntada, aunque no sólo para desviar la investigación, sino para conducirla. La Guardia Civil apreciaría similitudes entre los dos asesinados. Ambos eran los más ricos del pueblo y ambos eran odiados por muchos, en particular por Manín y Pedrín debido a motivos políticos y personales. Ahora bien, si los robos no existieron, ¿quién podría demostrar que Jesús mentía sobre un dinero controlado por él? Habría sido otra intoxicación razonable para confundir a los investigadores, dejando libre de sospecha lo de la heredad. En el caso de Carbayón, si hubo robo, el ladrón arriesgó mucho, y más si fue Alfredo, hombre corpulento. Cabía la posibilidad, también, de que el dinero pudiera haber sido autosustraído por el propio asesinado, tiempo atrás, para satisfacer compromisos. Pero, si no hubo robo, ¿por qué los Carbayones lo denunciaron? Lo habrían hecho para magnificar el caso, incentivando la imaginación y el interés de los investigadores con el brillo de una fortuna desaparecida.

En b), Manín y Pedrín, por ajuste de cuentas por los años de agravios y torturas. Los investigadores siguieron esta pista a plena conciencia, pero el móvil podía haber sido por lo que ambos asesinados hicieron con Rosa, motivo este último que apunta también a Alfredo, que podía haber cometido el doble asesinato bajo su propia inducción dado lo mucho que adoraba a la muchacha.

En c), Manín y Pedrín, enamorados indesmayables de la mujer de su vida, a quien los dos presuntos malvados habían destruido su normal existencia y su futuro.

En d), la misma reflexión que en a), pero con botín en este caso. Dado que los enamorados no experimentaron cambios económicos de consideración en toda su vida, el único a considerar aquí sería Alfredo. El dinero robado lo administraría años después, aunque, si la cifra sumada de ambos hurtos fuera aproximada a la que dijeron las dos familias perjudicadas, hubiera sido tan desmesurada que no habría podido manejarla sin levantar sospechas. Con lo que una vez más había que considerar que, o el dinero era mucho menos que el denunciado o no había habido robos. En esta última hipótesis, el premio percibido por Alfredo por su acción hubiera sido la posible recompensa generosa de Jesús, punto a), o no hubo premio, con lo que se volvía al punto b), implicando sólo a Alfredo.

En e), dos propósitos contradictorios. Donde hay amor no hay interés. Aquí sólo aparecen los dos amigos. Pero si hubo botín, ¿por qué no disfrutaron de él, años después, cuando pudieran hacerlo, jóvenes todavía? Si no hubo robos, el punto se iba a los b) y c).

En f), Manín, Pedrín y Alfredo.

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