El último argumento de los reyes (82 page)

BOOK: El último argumento de los reyes
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—¿Qué demonios...? —el aliento de Glokta salió en forma de vaho de sus labios escocidos. Una serie de objetos cuya identificación resultaba bastante problemática se desparramaban por la glacial sala. Una larga y serpenteante tira de tubería negra se había quedado pegada a los paneles congelados de la pared, como una tira de salchichas abandonada en la nieve. Sobre los libros, la mesa y los papeles había pequeños parches de hielo negro. En el techo había fragmentos congelados de color rosa, en el suelo largas esquirlas blancas...

¿Restos humanos?

En el centro del escritorio, cubierto parcialmente de escarcha, yacía un voluminoso bulto de carne helada. Glokta ladeó la cabeza para distinguirlo mejor. Tenía una boca, que conservaba aún algunos dientes, una oreja, un ojo. Algunos mechones de barba también. Lo suficiente para que Glokta supiera a quién habían pertenecido los restos que había desperdigados por la habitación.
¿A quién sino a mi última esperanza, a mi tercer pretendiente, el Juez Marovia?

Cosca se aclaró la garganta.

—Parece que después de todo su amigo Silber tenía su parte de razón.

Me parece que ese comentario se queda diabólicamente corto
. Glokta sintió que los músculos que rodeaban su ojo izquierdo latían con dolorosa intensidad. El secretario se acercó apresuradamente a la puerta que había a su espalda, echó una ojeada, pegó un gritó y salió corriendo. Glokta le oyó vomitar en la antesala.

—Dudo que el Juez nos vaya a resultar de mucha ayuda.

—Cierto. ¿Pero no cree que ya es un poco tarde para andarse con papeleos y cosas de esas? —Cosca señaló las ventanas, que estaban moteadas de sangre congelada—. Los gurkos se aproximan, acuérdese. Si tiene cuentas que saldar, hágalo ahora, antes de que nuestros amigos kantics rompan todas las facturas. Cuando fallan los planes, hay que recurrir a acciones expeditivas, ¿no le parece, Superior? —se llevó una mano a la nuca, desabrochó la máscara y la dejó caer al suelo—. ¡Es la hora de reírse en la cara del enemigo! ¡De jugárselo todo a una sola carta! Ya recogerá luego los trozos sueltos. Y si después resulta que no encajan bien, ¿qué más da? Quizá mañana todos estemos viviendo en un mundo diferente.

O muriendo. No es así como me hubiera gustado hacerlo. Pero tiene razón. Tal vez podamos tomar prestado un poco del arrojo del Coronel Glokta antes de que termine el juego.

—Espero poder seguir contando con su ayuda.

Cosca le dio una palmada en el hombro que hizo estremecer su espalda contrahecha.

—¿Un noble y desesperado intento de volver a tentar a la suerte? ¡Pues claro que sí! Aunque debo decirle que suelo cobrar el doble cuando hay artes diabólicas implicadas.

—¿Qué le parece el triple?
Al fin y al cabo, Valint y Balk tienen unos bolsillos muy profundos
.

La sonrisa de Cosca se hizo más amplia.

—Suena bien.

—¿Y sus hombres? ¿Son de confianza?

—Aún les debo las cuatro quintas partes de su paga. Hasta que las cobren, pondría mi vida en las manos de cualquiera de ellos.

—Bien. Entonces estamos preparados —Glokta movió su pie dolorido en el interior de la bota.
Aguanta un poco más, piececillo sin dedos. Unos pocos pasos más y, de una u otra forma, tú y yo podremos descansar
. Abrió los dedos y dejó que la confesión de Goyle cayera flotando al suelo helado—. ¡A la Universidad, pues! A Su Eminencia nunca le ha gustado que le hagan esperar.

Abre la caja

Logen percibía la duda en los hombres que le rodeaban. Veía la preocupación reflejada en sus rostros, en su forma de sostener las armas. Y no le extrañaba nada. Un hombre que lucha a las puertas de su casa contra un enemigo al que comprende puede ser muy valiente, pero basta con que se le meta en un barco, se le haga cruzar un montón de millas de agua salada y se le conduzca a un lugar extraño que ni en sueños se había imaginado para que de pronto se asuste hasta de un portal vacío. Y de esos había para dar y tomar.

La ciudad de las torres blancas, la misma a la que Logen había acudido siguiendo al Primero de los Magos y que le había dejado atónito por el tamaño de los edificios, por lo distinta que era allí la gente y por la gran cantidad de lo uno y lo otro que había, no era más que un laberinto de ruinas negras. Avanzaban sigilosamente por calles vacías, flanqueadas por los esqueletos calcinados de edificios cuyas vigas carbonizadas apuntaban al cielo. Atravesaban plazas desiertas, cubiertas de escombros y espolvoreadas de ceniza. Y en todo momento se oía el eco espectral de la batalla; cercano, lejano, llegando de todas partes.

Era como si estuvieran avanzando por el infierno.

—¿Cómo se lucha en un sitio así? —preguntó el Sabueso.

A Logen le hubiera gustado poder darle una respuesta. Combatir en un bosque, en una montaña, en un valle... eso lo habían hecho multitud de veces y conocían muy bien las reglas. ¿Pero esto? Sus ojos se posaban nerviosos en los vanos vacíos de puertas y ventanas, en los montones de cascotes. Había infinidad de sitios donde se podía ocultar el enemigo.

Lo único que podía hacer era dirigirse hacia la Casa del Creador y esperar que todo fuera bien. No estaba muy seguro de lo que pasaría cuando llegaran allí, pero no le cabía duda de que iba a correr la sangre. Una sangre que a ellos no les reportaría nada; pero él había dicho «vamos», y lo último que puede hacer un jefe es cambiar de opinión.

El fragor de la batalla sonaba cada vez más alto. El hedor del humo y la ira le producía un picor en la nariz y le raspaba la garganta. El metal estriado de la espada del Creador resbalaba en su mano sudorosa. Trepó agachado por un montón de escombros que había junto a una pared medio derruida, con la mano levantada a la espalda para indicar a los demás que fueran con cuidado. Cuando llegó al borde, se asomó.

El Agriont se erguía frente a él, con sus grandes torres y murallas recortándose sobre el cielo blanco y reflejándose en el foso.

Un gran número de hombres, que ocupaban el pavimento empedrado hasta donde alcanzaba la vista, se amontonaba cerca del agua. No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que eran gurkos. Las flechas volaban hacia las almenas y las saetas caían de ellas y rebotaban contra los adoquines o se clavaban vibrando en las grandes pantallas de madera.

A menos de treinta zancadas, de cara a la ciudadela, había formada una fila. Una fila perfectamente alineada y erizada de lanzas, que se distribuía a ambos lados de un estandarte en el que refulgían unas letras doradas. Una fila formada por hombres rudos, bien armados y protegidos con armaduras, no como los pobres tipos que habían encontrado fuera de las murallas. Logen pensó que por mucho que les gritara no se iban a mover de allí. Como no fuera para lanzarse contra él.

—Caray —masculló el Sabueso poniéndose a su lado. Unos cuantos norteños le habían seguido y ahora se encontraban desplegados a la entrada de la calle mirando como tontos a todos los lados.

Logen les hizo una señal con la mano.

—Quizá sea lo mejor que no nos dejemos ver por el mo...

Un oficial se destacó de las filas gurkas, ladró algo en su idioma y los señaló con su alfanje. Sus hombres prepararon las armas.

—Mierda... —bufó Logen. Avanzaban hacia ellos deprisa, pero sin perder la formación. Eran un montón y estaban bien provistos de metales brillantes, afilados y letales.

Cuando te atacan, sólo se pueden hacer tres cosas. Echar a correr, aguantar el ataque o atacar tú. Echar a correr no suele ser una mala opción, pero dado el estado de ánimo de sus hombres, lo más probable es que si echaban a correr ya no pararan hasta caerse al mar. Si aguantaban el ataque, desorganizados como estaban después de haber atravesado la ciudad, lo más probable era que acabaran dispersándose dejando unos cuantos muertos a sus espaldas sin haber conseguido nada. De modo que sólo había una elección posible, lo cual venía a ser lo mismo que no tener elección.

Dos cargas en un día. Ya era mala suerte. Pero de nada servía lamentarse. En ese tipo de asuntos más vale ser realista.

Logen echó a correr. No en la dirección que hubiera preferido, sino hacia delante, lejos de los edificios y por encima de las piedras, en dirección al foso. No se preocupó demasiado de si alguien le seguía. Bastante tenía con blandir su espada y pegar alaridos. El primero en precipitarse hacia la carnicería, como en los viejos tiempos. Un digno final para el Sanguinario. Se podría componer una bonita canción, si alguien se molestara en ponerle una melodía. Apretó los dientes, en espera del terrible impacto.

Entonces, de los edificios de la izquierda, empezaron a salir en tropel soldados de la Unión, gritando también como locos. La carga de los gurkos perdió fuerza, su formación empezó a romperse mientras las lanzas cambiaban bruscamente de orientación para enfrentarse a aquella nueva amenaza. Un golpe de fortuna inesperado, no había duda.

Los muchachos de la Unión arremetieron contra el final de la formación. Los hombres chillaban y bramaban, los metales se entrechocaban, las armas centelleaban, los cuerpos caían. Y en medio de todo eso impactó Logen. Pasó resbalando junto a la oscilante punta de una lanza y soltó un tajo a un soldado gurko. Falló con ése pero acertó con otro, al que mandó por los aires dando gritos y chorreando sangre a través de su cota de mallas. Embistió a un tercero con un hombro, tirándole al suelo de espaldas. Luego le propinó un puntapié en la mandíbula y la sintió partirse por debajo de su bota.

El oficial gurko que había mandado la carga estaba a un paso de él, con el alfanje desenfundado. Logen oyó vibrar una cuerda a su espalda y un instante después una flecha se hundía en la clavícula del oficial. Aspiró un poco de aire para gritar, volviéndose a medias, y entonces Logen le hizo un corte profundo en el espaldar del que salieron despedidas innumerables gotas de sangre. Los hombres arremetían contra los restos de la formación gurka. El asta de una lanza se partió en dos y arrojó una llovizna de astillas sobre la cara de Logen. Alguien rugió a su lado y sintió que la oreja le zumbaba. Levantó la cabeza y vio a un Carl que alzaba desesperadamente una mano; una espada curva le rebanó un pulgar, que voló dando vueltas por el aire. Logen vio al soldado gurko que había soltado aquel tajo y le descargó un golpe en la cara; la espada del Creador le atravesó la mejilla y le partió el cráneo en dos.

Una lanza se abatió sobre él. Logen intentó girar de lado y exhaló un gemido al sentir que la punta le desgarraba la camisa y se hundía en su costado, marcándole una fría línea por debajo de las costillas. El hombre que la sostenía se echó sobre él a trompicones y demasiado deprisa para poder frenarse. Logen le ensartó de lado a lado justo por debajo del peto y se quedó pegado a su cara. Era un soldado de la Unión con una barba rala pelirroja cubriéndole las mejillas.

El soldado hizo un gesto de sorpresa al ver otra cara blanca.

—¿Qué ha...? —graznó mientras intentaba echarle una mano al cuello.

Logen se desembarazó de él y se apretó el costado con una mano. Notó que estaba húmedo y se preguntó si la lanza le habría pinchado solamente o si le habría atravesado de parte a parte. Se preguntó si ya le había matado y sólo le quedaban unos minutos de vida.

Entonces recibió un golpe y salió dando vueltas y aullando sin saber lo que había pasado. De pronto, sus miembros parecían estar hechos de fango. El mundo daba tumbos a su alrededor, lleno de pellas de tierra y filos metálicos que volaban por todas partes. Lanzó un tajo contra algo que se movía y luego le atizó un puntapié a otra cosa. De repente se encontró enzarzado con alguien. Consiguió soltarse una mano, sacó un cuchillo y lo clavó en un cuello del que brotó un chorro de sangre negra. El ruido atroz de la batalla le atronaba en los oídos. Un hombre pasó junto a él tambaleándose, con parte de la cara colgando. Logen vio el interior destrozado de su boca, de la que caían pedazos de dientes.

La herida del costado le ardía y le cortaba la respiración. El golpe de la cabeza le palpitaba en el cráneo y hacía que el mundo, convertido en una mancha borrosa, se moviera de lado a lado. La boca le sabía a metal y a sangre. Alguien le tocó en el hombro y se volvió enseñando los dientes y con los dedos apretados sobre el mango de la espada del Creador.

El Sabueso le soltó y levantó las manos.

—¡Soy yo! ¡Soy yo!

Logen vio quién era. Pero no era su mano la que ahora sujetaba la espada y lo único que vio el Sanguinario fue un trabajo que tenía que hacer.

Qué rebaño tan curioso ha adquirido este pastor lisiado
. Dos docenas de falsos Practicantes seguían a Glokta por las calles desiertas del Agriont. Al frente de ellos, caminaba contoneándose Nicomo Cosca, ilustre soldado de fortuna de funesta reputación.
Todas mis esperanzas puestas en uno de los hombres menos dignos de confianza que deben de existir en el mundo
. Uno de los mercenarios arrastraba de una cuerda al Superior Goyle, que iba amordazado y tropezando a cada momento.
Como un perro que se resiste a que le saquen de paseo
. Ardee West marchaba entre ellos, con su traje blanco manchado con la mugre de las cloacas y la sangre de varios hombres y un rostro lleno de oscuras magulladuras y con un gesto desencajado.
Fruto sin duda de los diversos horrores que ha visto hoy. Ahí que van brincando alegremente por el Agriont siguiendo los pasos del único Superior tullido de la Inquisición. Una alegre danza hacia el infierno al son de una batalla lejana
.

De pronto se paró en seco. A su lado se abría una arcada que desembocaba en la Plaza de los Mariscales, cuya amplia extensión, por algún motivo que no alcanzaba a comprender, estaba totalmente cubierta de una capa de serrín. En el centro de aquella enorme superficie blanca y amarilla, perfectamente reconocible a pesar de la distancia, se alzaba la figura del Primero de los Magos y, a su lado, la mujer de piel oscura que estuvo a punto de ahogarle en su bañera.
Hombre, las dos personas a las que más aprecio en el mundo
.

—Bayaz —bufó.

—No hay tiempo para eso —Cosca lo apartó de allí cogiéndole de un codo y el Primero de los Magos y su taciturna acompañante desaparecieron de su vista. Glokta siguió su camino cojeando por la callejuela, hizo un gesto de dolor al doblar una esquina y de repente se encontró cara a cara con su antiguo conocido Jezal dan Luthar.
¿O debería llamarle el Rey de La Unión? Cuan doloroso honor
.

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