—¿Y la montaña del
Purgatorio
de Dante tiene en su cima el Paraíso Terrenal? —preguntó Farag, interesado.
—En efecto —confirmó Glauser-Röist—, la segunda parte de la
Divina Comedia
termina cuando Dante, después de purificarse de los siete pecados capitales, llega al Paraíso Terrenal, y desde allí ya puede alcanzar el Paraíso Celestial, que es la tercera y última parte de la obra. Pero, además, escuchen lo que el ángel guardián de la puerta del Purgatorio le dice a Dante cuando este le suplica que le deje pasar:
Siete P, con la punta de la espada
en mi frente escribió: «Lavar procura
estas manchas —me dijo— cuando entres».
[16]
»¡Siete P, una por cada pecado capital! —siguió diciendo el capitán—. ¿Lo entienden? Dante se verá libre de ellas, una por una, a medida que vaya expiando sus pecados en las siete cornisas del
Purgatorio
y los staurofílakes marcan a los adeptos con siete cruces, una por cada pecado capital superado en las siete ciudades.
Yo no sabía qué pensar. ¿Acaso Dante había sido un staurofílax? Sonaba un poco absurdo. Tenía la sensación de que navegábamos sobre aguas turbias y de que estábamos tan cansados que carecíamos de perspectiva.
—Capitán, ¿cómo está tan seguro de lo que afirma? —pregunté sin poder evitar que todas esas dudas se reflejaran en mi voz.
—Mire, doctora, conozco esta obra como la palma de mi mano. La estudié a fondo en la universidad y puedo garantizarle que el
Purgatorio
de Dante es la guía Baedeker, como usted ha dicho, que nos llevará hasta los staurofílakes y los
Ligna Crucis
robados.
—Pero ¿cómo puede estar tan seguro? —insistí, terca—. Podría ser una casualidad. Todo el material que Dante utiliza en la
Divina Comedia
forma parte de la mitología cristiana medieval.
—¿Recuerda que a mediados del siglo
XII
varios grupos de staurofílakes partieron desde Jerusalén hacia las principales ciudades cristianas de Oriente y Occidente?
—Sí, lo recuerdo.
—¿Y recuerda también que esos grupos entraron en contacto con los cátaros, la Fede Santa, la Massenie du Saint Graal, los Minnesänger o los Fidei d’Amore, por mencionar sólo a algunas de esas organizaciones de carácter cristiano e iniciático?
—Sí, también lo recuerdo.
—Bien, pues déjeme decirle que Dante Alighieri formó parte de los Fidei d’Amore desde su más temprana juventud y llegó a ocupar un puesto muy destacado dentro de la Fede Santa.
—¿En serio…? —balbució Farag, parpadeando aturdido—. ¿Dante Alighieri?
—¿Por qué cree usted, profesor, que la gente no entiende nada cuando lee la
Divina Comedia
? A todos les parece un bonito y larguísimo poema cargado de metáforas que los estudiosos interpretan siempre como alegorías referidas a la Santa Iglesia Católica, a los Sacramentos o a cualquier otra tontería semejante. Y todo el mundo piensa que Beatriz, su amada Beatriz, fue la hija de Folco Portinari, que murió de sobreparto a los veinte años. Pues no, no es así, y por eso no se entiende lo que el poeta dice, porque se lee desde la perspectiva equivocada. Beatriz Portinari no es la Beatriz de la que habla Dante, ni tampoco es la Iglesia Católica la gran protagonista de la obra. La
Divina Comedia
hay que leerla en clave, como explican otros especialistas —se alejó de la mesa y sacó un papel meticulosamente doblado del bolsillo interior de su chaqueta—. ¿Sabían ustedes que cada una de las tres partes de la
Divina Comedia
tiene exactamente 33 cantos? ¿Sabían que cada uno de esos cantos tiene exactamente 115 o 160 versos, la suma de cuyos dígitos es 7? ¿Creen que esto es casualidad en una obra tan colosal como la Divina Comedia? ¿Sabían que las tres partes, el
Infierno
, el
Purgatorio
y el
Paraíso
, terminan exactamente con la misma palabra, «estrellas», de simbolismo astrológico? —respiró profundamente—. Y todo esto no es más que una pequeña parte de los misterios que contiene la obra. Podría mencionarles decenas de ellos, pero no terminaríamos nunca.
Farag y yo le mirábamos embobados. Nunca se me hubiera ocurrido pensar que la obra cumbre de la literatura italiana, la que llegué a aborrecer en el colegio de tanto como nos la hacían estudiar, podía ser un compendio de sabiduría esotérica… ¿o no lo era?
—Capitán, ¿nos está diciendo que la
Divina Comedia
es una especie de libro iniciático?
—No, doctora, no les estoy diciendo que es
una especie
de libro iniciático. Les estoy diciendo, taxativamente, que lo es. Sin ningún género de dudas. ¿Quiere más pruebas?
—¡Yo sí! —pidió Farag, entusiasmado.
El capitán volvió a coger el libro, que había dejado sobre la mesa, y lo abrió por otra de las marcas.
—Canto IX del
Infierno
, versos 61 a 63:
Vosotros que tenéis la inteligencia sana
observad la doctrina que se esconde
bajo el velo de estos versos enigmáticos
—¿Eso es todo? —pregunté, decepcionada.
—Observe, doctora —me explicó Glauser-Röist— que estos versos se encuentran en el Canto Noveno, un número de gran importancia para Dante, pues, según afirma en todas sus obras, Beatriz es el nueve, y el nueve, en la simbología numérica medieval, es la Sabiduría, el Conocimiento Supremo, la Ciencia que explica el mundo al margen de la fe. Además, esta misteriosa afirmación se encuentra entre los versos 61 y 63 del Canto, la suma de cuyos dígitos es siete y nueve, y recuerde que, en Dante, nada es casual, ni siquiera una coma: el
Infierno
tiene nueve círculos, donde se alojan las almas de los condenados según sus pecados, el
Purgatorio
siete cornisas, y el
Paraíso
, otra vez nueve círculos… Siete y nueve, ¿se dan cuenta? Pero les prometí más pruebas y se las voy a dar —me estaba poniendo nerviosa con tanto paseo arriba y abajo, pero no creí oportuno pedirle que se quedara quieto; parecía hondamente concentrado en lo que nos estaba contando—. Según confirma la mayoría de los especialistas, Dante ingresó en los Fidei d’Amore en 1283, a los 18 años, poco después de su teórico segundo encuentro con Beatriz (el primero ocurrió, según cuenta él mismo en
La Vita Nuova
, cuando ambos tenían nueve años, y, como verán, el segundo tuvo lugar otros nueve años después, a los 18). Los Fidei d’Amore constituían una sociedad secreta interesada en la renovación espiritual de la cristiandad. Piensen que estamos hablando de una época en la que ya la corrupción ha hecho mella en la Iglesia de Roma: riquezas, poder, ambición… Era la época del papado de Bonifacio VIII, de terrible memoria. Los Fidei d’Amore pretendían combatir esta depravación y restituir el cristianismo a su primitiva pureza. Se dice, incluso, que los Fidei d’Amore, la Fede Santa y los franciscanos eran tres ramas distintas de una misma Orden Terciaria de los Templarios. Pero esto, naturalmente, no se puede demostrar. Lo cierto es que Dante se formó en los franciscanos y que siempre mantuvo con ellos una estrecha relación. Integraban los Fidei d’Amore los poetas Guido Cavalcanti, Cino da Pistoia, Lapo Gianni, Forese Donati, el propio Dante, Guido Guinizeili, Dino Frascobaldi, Guido Orlandi y otros más. Guido Cavalcanti, que siempre tuvo fama de extravagante y herético, era el jefe florentino de los Fidei d’Amore, y fue el que admitió a Dante en esta sociedad secreta. Como hombres cultos, como intelectuales de una nueva sociedad medieval en desarrollo, eran inconformistas y denunciaban a gritos la inmoralidad eclesiástica y los intentos de Roma por impedir las nacientes libertades y el conocimiento científico. ¿Podría ser, pues, la
Divina Comedia
, como dicen, esa gran obra religiosa en la que se ensalza a la Iglesia Católica, así como a sus valores y virtudes? Yo creo que no y, de hecho, la lectura más sencilla del texto pone de manifiesto el rencor de Dante contra numerosos papas y cardenales, contra la podrida jerarquía clerical y contra las riquezas de la Iglesia. Sin embargo, los estudiosos oficiales han retorcido tanto las palabras del poeta que le hacen decir lo que no dice.
—Pero ¿qué tiene que ver Dante con los staurofílakes? —quiso saber Farag.
—Discúlpenme… —musitó el capitán—. Me estoy dejando llevar. Lo que quiero decir es que Dante sí tuvo relación con los staurofílakes. Los conoció y es posible, incluso, que perteneciera a la hermandad durante un tiempo. Pero, desde luego, más tarde los traicionó.
—¿Los traicionó? —me sorprendí—. ¿Por qué?
—Porque contó sus secretos, doctora. Porque explicó detalladamente, en el
Purgatorio
, el proceso iniciático de la hermandad. Algo parecido a lo que hizo Mozart en su ópera
La flauta mágica
, contando el ritual iniciático de la masonería, de la que era miembro. ¿Recuerdan que también la muerte de Mozart presenta numerosos aspectos enigmáticos? Dante Alighieri, sin ningún género de dudas, fue un staurofílax, y se aprovechó de sus conocimientos para triunfar como poeta, para enriquecer su obra literaria.
—Los staurofílakes no se lo hubieran permitido. Hubieran terminado con él.
—¿Y quién le ha dicho que no lo hicieron?
Abrí la boca de par en par.
—¿Lo hicieron?
—¿Sabe que después de publicar el
Purgatorio
, en 1315, Dante desapareció durante cuatro años? No se vuelve a saber nada de él hasta enero de 1320, cuando… —tomó aire y nos miró fijamente—, cuando reaparece, por sorpresa, en Verona, pronunciando una conferencia sobre el mar y la tierra en ¡la iglesia de Santa Helena! ¿Por qué precisamente allí, después de cuatro años de silencio? ¿Estaba intentando pedir perdón por lo que había hecho en el
Purgatorio
? Nunca lo sabremos. Lo cierto es que, nada más terminar su discurso, parte, a uña de caballo, hacia Rávena, ciudad gobernada por su gran amigo Guido Novello da Polenta. Es obvio que buscaba protección, porque, ese mismo año recibió una invitación para dar algunas clases en la Universidad de Bolonia y rechazó el ofrecimiento alegando que tenía miedo porque, si salía de Rávena, correría un grave peligro, un peligro que nunca especificó y que, históricamente, es incomprensible —el capitán se detuvo un momento, reflexionando—. Por desgracia, un año después, su amigo Novello le pidió el favor especialísimo de que intercediera ante el dogo de Venecia, que estaba a punto de invadirles. Dante salió, pero del viaje volvió mortalmente enfermo, con unas fiebres terribles de las que falleció muy poco después… ¿Saben qué día murió?
Farag y yo no dijimos ni media palabra. Creo que ni respirábamos.
—El 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Vera Cruz.
Naturalmente, ni el profesor ni yo nos presentamos en el Hipogeo a la mañana siguiente, ya que nos habíamos retirado a dormir cerca de las seis de la madrugada y con los nervios de punta por los increíbles descubrimientos del capitán. A mediodía, sin embargo, allí estábamos de nuevo los tres, reunidos en torno a una de las mesas del comedor de la Domus, con unas caras de sueño que habrían espantado a los fantasmas. Sin embargo, Glauser-Röist, que fue el último en llegar, más que cara de sueño propiamente dicha, lo que exhibía era un rictus gélido que me preocupó.
—¿Ha pasado algo, capitán? Tiene mala cara.
—No —respondió secamente, tomando asiento y desplegando la servilleta sobre sus rodillas. Ya estaba dicho todo, era evidente. Farag y yo nos miramos y nos leímos el pensamiento: más valía no insistir. De modo que entablamos una conversación sobre el futuro del profesor Boswell en Italia mientras la Roca permanecía encerrado en su mutismo. Sólo en los postres se dignó a despegar los labios y fue, naturalmente, para transmitirnos una mala noticia:
—Su Santidad está muy disgustado —nos espetó a bocajarro.
—No creo que tenga motivos —protesté—. Trabajamos todo lo rápido que podemos.
—Pues no es suficiente, doctora. El Papa me ha comunicado que no está nada satisfecho con el resultado de nuestra labor. Si en un plazo breve de tiempo no ofrecemos resultados, pondrá otro equipo a trabajar en la operación. Además, la noticia de los robos de
Ligna Crucis
ha estado a punto de saltar a la prensa.
—¿Cómo es posible? —me alarme.
—Mucha gente conoce ya el asunto en todo el mundo. Alguien ha hablado más de lo debido. Hemos conseguido pararlo en el último minuto, pero no sabemos por cuánto tiempo.
Farag se pinzaba el labio inferior, meditabundo.
—Creo que vuestro Papa se equivoca —dijo al fin—. No entiendo que pretenda amenazarnos con otro equipo de investigación. ¿Imagina que así trabajaremos más? A mí no me molestaría compartir con otros lo que sabemos. Cuatro ojos ven más que dos, ¿no es cierto? O vuestro Pontífice está muy disgustado, o nos trata como a niños pequeños.
—Está muy disgustado —le aclaró la Roca—. Así que volvamos al trabajo.
En menos de media hora estábamos en el sótano del Hipogeo, sentados los tres en torno a mi mesa. El capitán propuso empezar con una lectura completa e individual de la
Divina Comedia
, tomando notas de todo cuanto nos llamara la atención y reuniéndonos al final del día para poner en común nuestras apreciaciones. Farag discutió la idea, argumentando que la única parte que nos interesaba era la segunda, el
Purgatorio
, y que las otras dos, el
Infierno
y el
Paraíso
, debíamos examinarlas de pasada, sin perder tiempo, concentrándonos de manera sumaria en lo importante. Viendo el cielo abierto ante mí, adopté una actitud más tajante todavía: con el corazón en la mano, admití que odiaba a muerte la
Divina Comedia
, que, en el colegio, mis profesoras de literatura me habían hecho aborrecerla y que me sentía incapaz de leer ese mamotreto, de modo que lo mejor que podíamos hacer era ir directamente al grano y saltarnos todo lo demás.
—Pero, Ottavia —protestó Farag—, podemos dejar escapar inadvertidamente un montón de detalles importantes.
—En absoluto —afirmé con rotundidad—. ¿Para qué tenemos con nosotros al capitán? A él no sólo le apasiona este libro sino que, además, conoce la obra y al autor como si fueran de su familia. Que el capitán haga una lectura completa mientras nosotros trabajamos sobre el
Purgatorio
.
Glauser-Röist frunció los labios pero no dijo nada. Se le notaba bastante disgustado.