El Último Don (39 page)

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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: El Último Don
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Diez años atrás, Pippi de Lena había viajado con su hijo Cross a Sicilia como parte de su adiestramiento. Su tarea no era tanto de reclutar cuanto la de seleccionar, pues había centenares de hombres cuyo sueño dorado era ser elegidos para trasladarse a América.

Un día acudieron a una pequeña localidad a unos ochenta kilómetros de Palermo situada en medio de una campiña con vallas construidas en piedra y adornadas con vistosas flores de Sica. Allí fueron recibidos por el alcalde en su propia casa. Era un hombre bajito y barrigudo, tanto en sentido lírico como figurado pues en Sicilia la expresión un hombre de barriga significaba un jefe de la Mafia.

La casa disponía de un bonito jardín con higueras, olivos y naranjos, y allí fue donde Pippi hizo sus entrevistas a los candidatos. El jardín tenía un curioso parecido con el de los Clericuzio de Quogue, exceptuando las flores multicolores y los limoneros; al parecer, el alcalde era un hombre muy aficionado a la belleza. Tenía una esposa muy guapa y tres preciosas hijas apenas adolescentes, aunque plenamente desarrolladas como mujeres.

Cross observó sin embargo que su padre Pippi era muy distinto en Sicilia. Allí no era un despreocupado galanteador sino un hombre serio, respetuoso y sin una pizca de encanto con las mujeres. Aquella noche, en la habitación que compartían, Pippi le dijo a Cross:

—Tienes que andarte con cuidado con los sicilianos. Desconfían de los hombres que muestran interés por las mujeres. Si follas con una de sus hijas, jamás saldremos con vida de aquí.

Durante varios días los hombres acudieron a la casa para ser entrevistados por Pippi, el cual se atenía a toda una serie de normas. Los hombres no podían superar los treinta y cinco años ni ser menores de veintE. Si estaban casados, no podían tener más de un hijo. Y finalmente tenían que contar con el aval del alcalde. Pippi le explicó las razones a Cross. Si los hombres eran demasiado jóvenes cabía la posibilidad de que se dejaran influir por la cultura norteamericana. Y si eran demasiado mayores, a lo mejor no podrían adaptarse a Estados Unidos. Si tenían más de un hijo, su cauteloso temperamento les impediría correr los riesgos que sus deberes les exigirían.

Algunos de los hombres tenían unos conflictos tan graves con la justicia que necesitaban abandonar Sicilia. Otros buscaban simplemente una vida mejor en Estados Unidos, al precio que fuera, y algunos eran demasiado listos como para confiar en el destino y ansiaban con toda su alma convertirse en soldados de los Clericuzio. Ésos eran los mejores.

Al final de la semana, Pippi ya había alcanzado su cuota de veinte hombres y le presentó la lista al alcalde, quien le daría el visto bueno y después tomaría las disposiciones necesarias para que los elegidos pudieran emígrar. El alcalde tachó un nombre de la lista.

—Pensé que sería ideal para nosotros —dijo Pippi. ¿Es que me he equivocado?

—No, —No, —contestó el alcalde. Lo ha hecho con muy buen criterio, como síempre.

Pippi lo miró, desconcertado. Todos los elegidos serian muy bien tratados. A los solteros se les facilitarían apartamentos, y a los casados con un híjo, una casita. Todos tendrían trabajos estables. Todos vivirían en el Enclave del Bronx. Algunos serían nombrados soldados de la familia Clericuzio; se ganarían muy bien la vida y tendrían un brillante futuro por delante. El hombre que había tachado el alcalde debía de tener alguna pega, pero, en tal caso, ¿por qué entonces le había dado el visto bueno para la entrevista? Pippi intuyó que álli había gato encerrado.

El alcalde lo estaba mirando con astucia, como si le hubiera leído el pensamiento, y se alegrara de lo que había leído.

—Es usted demasiado siciliano como para que yo le mienta —le dijo. El nombre que he tachado es el de alguien con quien mi hija quiere casarse. Quiero mantenerle aquí un año más por la felicidad de mi hija. Después se lo podrá usted llevar. No podía negarle la entrevista. El otro motivo es que tengo un hombre a quien yo creo que debería usted llevarse en su lugar. ¿Me hará usted el favor de hablar con él?

—Por supuesto —contéstó Pippi.

—No quiero mentirle —añadió el alcalde, aunque se trata de un caso especial y tiene que irse enseguida.

—Usted sabe que tengo que andarme con mucho tiento —dijo Pippi. Los Clericuzio son muy éspeciales.

—Será en su propro interés —dijo el alcalde, aunque es un poco peligroso.

Después le expuso la siruación de Lia Vazzi. El asesinato del magistrado había saltado a los titularesde la prensa mundial. Pippi y Cross estaban por tanto familiarizados con el caso.

—Si no tienen pruebas, ¿por qué es tan desesperada la situación de Vazzi? —preguntó Cross.

—Mire, joven —contestó el alcalde, aquí estamos en Sicilia. Los agentes de la policía son sicilianos. El magistrado era siciliano. Todo el mundo sabe que ha sido Lia. Aunque no existan pruebas legales, si cae en manos de esa gente será hombre muerto.

—¿Lo podrá sacar del país y enviarlo a Estados Unidos? —preguntó Pippi.

—Sí, —contestó el alcalde. Lo más difícil será mantenerle oculto en Estados Unidos.

—Me parece que no merece la pena que nos tomemos tantas molestias —dijo Pippi.

El alcalde se encogió de hombros.

—Es amigo mío; lo reconozco. Pero dejando eso aparte —añadió esbozando una benévola sonrisa para dejar bien sentado que no lo quería dejar aparte, es también la quinta esencia del hombre
cualificado
. Es experto en explosivos, y eso es siempre muy delicado. Sabe usar la cuerda, una habilidad muy útil y muy antigua. Maneja muy bien el cuchillo y las armas de fuego. Pero por encima de todo es inteligente y sirve para cualquier cosa. Y es firme como una roca. Nunca habla. Escucha y tiene el don de soltar las lenguas de los demás. Y ahora dígame, ¿no encuentra de utilidad a un hombre como éste?

—Es la respuesta a todas mis plegarias —contestó Pippi en un susurro, pero insisto en preguntar, ¿por qué huye ese hombre?

—Porque aparte de todas sus restantes virtudes —contestó el alcalde, es un hombre prudente. No quiere desafiar el destino. Aquí tiene los días contados.

—Y un hombre tan bien preparado —dijo Pippi, podrá ser feliz como simple soldado en Estados Unidos?

El alcaldé inclinó la cabeza en gesto de dolorosá conmiseración.

—Es un verdadero cristiano contestó. Y tiene la humildad que siempre nos ha enseñado Jesucristo.

—Tengo que conocer a ese hombre —dijo Pippi, aunque sólo sea por el placer de la experiencia, pero no le puedo garantizar nada.

El alcalde hizo un amplio gesto con la mano.

—Estoy seguro de que será de su agrado —dijo. Pero hay otra cosa que debo decirle. Me prohibió que le ocultara a usted ese detalle.

Por primera vez, el alcalde pareció dudar un poco.

—Tiene mujer y tres hijos, y todos tienen que ir con él.

En aquel momento Pippi compreñdió que su respuésta sería negativa.

—Ya —dijo, eso me lo pone muy difícil. ¿Cuándo podré verle?

—Estará en el jardín después del anochecer —contestó el alcalde. No hay peligro, he tomado todas las precauciones.

Lia Vazzi era un hombre de baja estatura, pero con el nervudo vigor que muchos sicilianos habían heredado de sus antiguos antepasados árabes. Poseía un hermoso róstro de halcón que parecía una morena máscara, y hablaba un poco el inglés.

Se sentaron alrededor de la mesa del jardín del alcalde con una botella de vino tinto casero, un cuenco de aceitunas de los cercanos olivos, un pan redondo y crujiente hecho aquella misma noche y todavía caliente, y a su lado toda una pata de prosciutto con unos granos enteros de pimienta que parecían diamantes negros. Lia Vazzi comió y bebió sin decir nada.

—Me han hecho muchos elogios de usted —dijo respetuosamente Pippi, pero estoy preocupado. ¿Podrá un hombre con la educación y las cualificaciones que usted tiene ser feliz en Estados Unidos al servicio de otro hombre?

—Usted tiene un hijo —dijo Lia, mirando primero a Cross y después a Pippi. ¿Qué haría para salvarle? Quiero que mi mujer y mis hijos estén a salvo, y por eso cumpliré con mi deber.

—Correremos un cierto riesgo —dijo Pippi. Como usted comprenderá, tengo que ver si las ventajas justifican el riesgo.

Lia se encogió de hombros.

—Yo no soy quién para juzgar eso —dijo, resignándose aparentemente a no ser aceptado.

—Si fuera usted solo sería más fácil —dijo Pippi.

—No —dijo Vazzi. Los miembros de mi familia vivirán juntos o morirán juntos. Hizo una breve pausa . Si los dejo aquí, Roma les hará la vida imposible. Antes prefiero dejarlo correr.

—El problema es cómo ocultarle a usted y a su familia —dijo Pippi.

—América es muy grande —dijo Vazzi encogiéndose de hombros. Mientras le ofrecía el cuenco de aceitunas a Cross, añadió casi en tono burlón

—¿Cree usted que su padre lo abandonaría?

—No —contestó Cross. Es tan anticuado como usted. —Lo dijo en un tono muy serio, pero con una leve sonrisa en los labios—. Me han dicho que también es usted agricultor añadió.

—Tengo olivos —dijo Vazzi. Tengo una prensa.

—¿Qué te parece el pabellón de caza que tiene la familia en la Sierra? le —preguntó Cross a su padre. Podría cuidarlo con su familia y ganarse la vida alli. Es un lugar muy aislado y su familia lo podría ayudar.

—No le importaría vivir en el bosque? —le preguntó a Lia.

La paiabra bosque significaba cualquier cosa que no tuviera carácter urbano. Lia se encogió de hombros.

La fuerza personal de Lia Vazzi fue la que convenció a Pippi de Lena. Lia no era alto, pero su cuerpo irradiaba una eléctrica dignidad y ejercía un efecto estremecedor, pues un hombre que no temía la muerte tampoco temía el cielo ni el infierno.

—Es una buena idea —contestó Pippi. Un camuflaje perfecto. Y podremos utilizarlo para tareas especiales con las que se ganará un sobresueldo. Esas tareas serán su riesgo.

Vieron que los músculos del rostro de Lia se relajaban al darse cuenta de que había sido elegido. La voz le temblaba ligeramente cuando habló —Quiero darle las gracias por salvar a mi mujer y a mis hijos —dijo Lia, mirando directamente a Cross de Lena.

Desde entonces Lia Vazzi se había ganado sobradamente el favor que le habían hecho. Había ascendido de soldado a jefe de todos los equipos operativos de Cross. Estaba al mando de los seis hombres que lo ayudaban a vigilar el pabellón de caza, en cuyas tierras era propietario de una casa. Había prosperado, había adquirido la nacionalidad estadounidense y sus hijos se habían ido a estudiar a la universidad. Todo se lo había ganado gracias a su valentía, su sentido común y sobre todo su lealtad. Así pues, cuando recibió el mensaje de Cross de Lena en el que éste le ordenaba que se reuniera con él en Las Vegas, hizo la maleta y emprendió el largo viaje hasta Las Vegas y el hotel Xanadú en su Buick recién estrenado.

Andrew Pollard fue el primero en llegar a Las Vegas. Viajó desde Los Ángeles en el vuelo del mediodía, descansó un rato junto a una de las enormes piscinas del hotel, se pasó unas cuantas horas jugando al craps y después fue secretamente acompañado al despacho de la suite de Cross de Lena en el último piso del hotel. Cross le estrechó la mano.

—No te entretendré demasiado —le dijo. Puedes regresar esta misma noche. Necesito toda la información que tengas sobre ese Skannet.

Pollard le facilitó información sobre todo lo ocurrido y le reveló que Skannet se alojaba en aquellos momentos en el hotel Beverly Hills. Después le refirió los detalles de la conversación que había mantenido con Bantz.

—O sea que Athena les importa una mierda; ellos lo que quieren es hacer la película —le dijo a Cross. Además los estudios no se suelen tomar muy en serio a esos tipos. En mi empresa tengo una sección de veinte hombres que sólo se dedica a los casos de acoso. Es lógico que las actrices cinematográficas se preocupen por los tipos como él.

—¿Y la policía? —preguntó Cross. ¿No puede hacer nada?

—No —contestó Pollard. Ellos sólo intervienen cuando el daño ya está hecho.

—¿Y tú? Tienes un personal muy bueno a tus órdenes.

—Tengo que andar con mucho cuidado —dijo Pollard. Podría perder el negocio si me pusiera muy duro. Ya sabes cómo son los tribunales de justicia. ¿Por qué tengo que arriesgarme?

—¿Qué clase de individuo es ese Boz Skannet? —preguntó Cross.

—No le tiene miedo a nada —contestó Pollard. Más bien se lo tengo yo a él. Es uno de esos tipos duros de verdad que no se preocupan por las consecuencias. Su familia tiene dinero y poder político, y debe de pensar que puede hacer lo que le dé la gana. Y es uno de esos tipos que disfrutan provocando problemas. Si tienes intención de meterte en eso tendrás que actuar con mucha seriedad.

—Yo siempre actúo con seriedad —dijo Cross. ¿Y ahora tienes a Skannet bajo vigilancia?

—Pues claro —contestó Pollard. Es muy capaz de hacer un disparate.

—Retírale la vigilancia —dijo Cross. No quiero que nadie le vigile. ¿Entendido?

—De acuerdo, si tú lo dices —dijo Pollard. Tras una breve vacilación, añadió: Ten cuidado con Jim Losey, está vigilando a Skannet. ¿Conoces a Losey?

—Me lo han presentado —contestó Cross. Quiero que hagas otra cosa. Préstame un par de horas tu carnet de identidad de la Pacific Ocean Security. Te lo devolveré a tiempo para que tomes el vuelo de medianoche a Los Ángeles.

Pollard lo miró con semblante preocupado.

—Tú sabes que haría cualquier cosa por ti, Cross, pero ten cuidado, es un caso muy difícil. Aquí me he creado una vida estupenda y no quisiera perderla. Sé que se lo debo todo a la familia Clericuzio, y siempre lo agradezco y procuro corresponder. Pero este asunto es muy complicado.

Cross esbozó una sonrisa tranquilizadora.

—Vales demasiado para nosotros. Otra cosa, si llama Skannet para comprobar que le llaman los hombres de tu empresa, dile que sí.

Al oír esta última frase, Pollard se hundió en el desánimo. Aquello sería muy peligroso.

—Y ahora —dijo Cross, cuéntame todas las demás cosas que sabes sobre él. Al ver que Pollard dudaba, añadió —Te lo recompensaré bien más adelante.

Pollard reflexionó un instante.

—Skannet dice que conoce un gran secreto que Athena no quisiera por nada del mundo que alguien descubriera. Por eso ella retiró la denuncia que había presentado contra él. Un secreto terrible que a Skannet le encanta. Cross, yo no sé cómo ni por qué te has mezclado en eso, pero a lo mejor el descubrir ese secreto resolvería tu problema.

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