El Último Don (37 page)

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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: El Último Don
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—Prometiste que me dejarías marchar gimoteó Julia.

Dante le besó las nalgas y empezó a hurgar con los dedos. Después la penetró violentamente y ella lanzó un grito de dolor. Al terminar, le dio unas cariñosas palmadas en el trasero.

—Ahora ya puedes vestirte —le dijo. Siento no haber cumplido mi palabra. No podía perderme la ocasión de contarles a mis amigos que he follado con el sensacional culo de Julia Deleree.

A la mañana siguiente, una llamada telefónica de recepción obligó a Cross a levantarse muy temprano. La jornada iba a ser muy ajetreada. Tenía que sacar todos los marcadores de Dante de la caja del casino y hacer el papeleo necesario para que desaparecieran. Luego tenía que quitarles a los directores de sala los libros de los marcadores e introducir en ellos las oportunas modificaciones. Después tenía que tomar disposiciones para cambiar la documentación del Rolls Royce de Bíg Tim. Giorgio había preparado los documentos legales de tal manera que el cambio oficial de propiedad no fuera válido hasta un mes después. Todo aquello era cosecha de Giorgio.

Una llamada de Loretta Lang lo interrumpió en medio de su frenética actividad. Estaba en el hotel y necesitaba verle urgentemente. Cross pensó que a lo mejor era por algo relacionado con Claudia y ordenó que el servicio de seguridad la acompañara al último piso.

Loretta lo besó en las mejillas y después le contó toda la historia de Julia y Dante. Después del almuerzo recibió una inesperada llamada de unos agentes del FBI que deseaban hacerle unas cuantas preguntas sobre sus relaciones con un congresista sometido, a un proceso judicial Los envió a la mierda.

Big Tim el Buscavidas nunca había sabido lo que era el miedo, tal vez por su enorme volumen, o porque estaba chaveta pues ignoraba no sólo lo que era el miedo físico sino también el mental. Había emprendido una lucha no sólo contra el hombre sino contra la naturaleza. Cuando los médicos le dijeron que el exceso de comida lo mataría, y que convendría que hiciera régimen, optó por someterse a una arriesgada operación de bypass gástrico. Y le salió muy bien. Comía lo que quería sin sufrir efectos perjudiciales.

Su imperio financiero lo había construido de la misma manera. Firmaba contratos que no cumplía cuando dejaban de ser rentables, y traicionaba a los socios y a los amigos. Todos lo denunciaban, pero siempre se tenían que conformar con menos de lo que hubieran recibido si él hubiera cumplido las condiciones iniciales. Su vida era una sucesión de éxitos, pero él jamás tomaba precauciones con vistas al futuro. Siempre pensaba que al final saldría ganando. Era capaz de arruinar empresas y de contar chismes sobre enemistades personales. Con las mujeres era todavía más implacable: prometía regalarles galerías comerciales, apartamentos y boutiques, pero al final se conformaban con una joyita por Navidad y un pequeño cheque por su cumpleaños. Las cantidades eran considerables pero jamás alcanzaban las promesas iniciales. Big Tim no quería mantener relaciones. Él lo único que quería era follar amistosamente cuando lo necesitaba.

A Big Tim. le encantaba todo aquel jaleo pues así su vida resultaba mucho más interesante. Una vez le había estafado setenta mil dólares a un corredor de apuestas independiente de Los Ángeles en unas apuestas de fútbol. El corredor de apuestas le acercó una pistola a la cabeza y Big Tim le dijo:

—¡Vete a la mierda, imbécil!

Después le ofreció diez mil dólares para saldar la deuda, y el corredor aceptó.

Su riqueza, su excelente salud, la mole impresionante de su cuerpo y su falta de remordimientos hacían que Big Tim alcanzara el éxito en todas sus empresas. Su creencia de que toda la humanidad era corruptible le confería un cierto aire de inocencia que le resultaba útil no sólo en la cama de una mujer sino también en los tribunales de justicia. Su afición a los placeres de la vida le proporcionaba además cierto encanto. Era un fullero que te permitía echar un vistazo a sus cartas.

Big Tím no se extrañó por tanto del misterio que rodeaba el plan que Pippi de Lena le había preparado para aquella noche. Aquel hombre era un buscavidas como él, y ya le arreglaría las cuentas cuando llegara el momento. Grandes promesas y pequeñas recompensas.

En cuanto a Steve Sharpe, Big Tim olfateaba una gran oportunidad de cometer estafas a lo largo de muchos años El pequeñajo había perdido por lo menos medio millón de dólares en un día en las mesas donde él lo había visto jugar, lo cual significaba que tenía un crédito ilimitado en el casino y que debía de estar en condiciones de ganar enormes cantidades de dinero negro. Sería perfecto para el fraude de la Super Bowl. No sólo podría proporcionar el dinero de las apuestas, sino que además contaría con la confianza de los corredores. Al fin y al cabo, aquellos tipos no aceptaban apuestas gigantescas de cualquiera.

Big Tim empezó después a soñar con su siguiente visita a Las Vegas. Al final le cederían una villa. Se preguntó a quiénes llevaría como invitados. ¿Negocios, o placer? ¿Llevaría a víctimas de futuras estafas o a unas cuantas tías buenas? al final llegó la hora de su cena con Pippi y Steve Sharpe. Llamó a su ex mujer y a sus dos hijos para charlar un poco con ellos y salió.

Cenaron en un pequeño restaurante especializado en platos de do de la zona portuaria de Los Ángeles. Como no había servicio de aparcacoches, Big Tim dejó su automovil en un aparcamiento.

Al llegar al restaurante lo recibió un maestre muy bajito, quien después de echarle un vistazo lo acompañó a la mesa donde Pippi de Lena lo estaba esperando.

Big Tim era un experto del abrazo; inmediatamente abrazó a Pippi.

—¿Dónde está Steve? ¿Es que me quiere tomar el pelo? No tengo tiempo para tonterías.

Pippi echó mano de su encanto y le dio a Big Tim una palmada en el hombro.

—¿Y yo qué soy, una mierda? —dijo. Anda, siéntate. Yo tengo el dinero, pero él tiene el cerebro. Hizo una pausa y después añadió con toda sinceridad: Me ha contado cosas muy buenas de ti, Tim, por eso estamos hablando.

El yate navegaba muy rápido y las copas temblaban sobre la bandeja. Big Tim no sabía si incluir a aquel tipo en la estafa de la Super Bowl. De repente tuvo una de aquellas corazonadas que jamás le fallaban. Se reclinó contra el respaldo de su asiento, tomó un sorbo de brandy y les dirigió una severa mirada inquisitiva, que utilizaba muy a menudo y que incluso había ensayado. La mirada de un hombre que está a punto de otorgar su confianza a alguien. En plan de buen amigo.

—Os voy a revelar un secreto —dijo. Pero, primero, ¿vamos a hacer negocio juntos? ¿Queréis una parte del centro comercial? Big Tim apuró el contenido de su copa y se inclinó hacia delante. Puedo amañar el partido de la Super Bowl. Con un teatral floreo le indicó a Pippi que volviera a llenarle la copa y se alegró al ver la expresión de asombro de sus rostros. Creeis que eso es un cuento, ¿verdad?

Dante se quitó su gorro renacentista y lo estudió detenidamente.

—Creo que me estás tomando el pelo —dijo con una nostálgica sonrisa. Muchos lo intentan, pero Pippi es un experto en estas cosas. ¿Pippi?

—Eso no se puede hacer —dijo Pippi. Faltan ocho meses para la Super Bowly tú ni siquiera sabes quién la jugará.

—Pues entonces ya os podéis ir a la mierda —dijo Big Tim. Sino queréis participar en un negocio seguro, allá vosotros, pero os digo que yo lo puedo amañar. Si no quereis participar, me parece muy bien. Hagamos lo del centro comercial. Que este maldito barco de la vuelta y no me obliguéis a perder más el tiempo.

—No seas tan susceptible —le dijo Pippi. Tú dinos cómo se puede amañar el partido.

Big Tim tomó un sorbo de brandy y contestó casi en tono de disculpa:

—Eso no os lo puedo decir, pero os daré una garantía. Vosotros apostais diez millones y nos repartimos las ganancias. Si falla algo os devolveré los diez millones. ¿Os parece justo?

Dante y Pippi se miraron sonriendo. Dante inclinó la cabeza, y el gorro renacentista le confirió el aspecto de una astuta ardilla.

—¿Me devolverás el dinero en efectivo? —preguntó.

—No exactamente —contestó Big Tim. Haré otro trato y descontaré los diez millones del precio.

—¿Comprarás a los jugadores? —preguntó Dante.

—Eso no lo puede hacer —dijo Pippi. Ganan demasiada pasta. Tiene que comprar a los directivos.

Big Tim no cabía en sí de gozo.

—No os lo puedo decir, pero es un sistema infalible. Y no os preocupeis por el dinero. Pensad en la gloria. Será el mayor amaño de toda la historia del deporte.

—Ya, y nos encerrarán a todos en la cárcel —dijo Dante.

—Por eso yo no os digo nada —dijo Big Tim. Yo iré a la cárcel, pero vosotros no. Además mis abogados son estupendos y tengo muchas conexiones.

Por primera vez, Dante modificó el guión de Pippi.

—¿Crees que ya sabemos suficiente? —le preguntó a éste.

—Sí, —contestó Pippi, pero me parece que si seguimos hablando un poco más Tim nos lo contará todo.

—Que se vaya a la mierda Tim —dijo Dante en tono burlón. ¿Lo has oído, Big Tim? Ahora quiero que me digas cómo funciona el amaño. Y no me vengas con rollos.

El tono de su voz era tan despectivo que Big Tim, enrojeció de rabia.

—¿Crees que me das miedo, enano de mierda? ¿Te crees más listo que los del FBI, del Departamento de Contribuciones y los más duros usureros de la Costa Oeste? Me cago en tu puta madre.

Dante se reclinó en su asiento y aporreó el mamparo del camarote. A los pocos segundos dos individuos corpulentos se plantaron en la puerta y se pusieron en guardia. Como respuesta, Big Tim se levantó y limpió la superficie de la mesa con el brazo. Las botellas, el cubo de hielo y la bandeja de las copas cayeron al suelo.

—No, Tim, escúchame —dijo Pippi.

Quería ahorrarle al hombre unos sufrimientos innecesarios. Además no quería verse obligado a disparar pues eso no formaba parte del plan. Pero Big Tim estaba corriendo hacia la puerta, dispuesto a presentar batalla.

De repente Dante se arrojó en brazos de Big Tim y se comprimió contra su cuerpo. Big Tim separó los brazos y cayó de rodillas. La mitad de su camisa estaba rasgada, y en la parte derecha de su velloso pecho se veía una enorme mancha roja de la que se escapaba la sangre a borbotones sobre la mesa.

Dante sostenía en la mano el cuchillo con toda la ancha hoja manchada de carmesí hasta el mango.

—Sentado en la silla —les dijo Dante a los guardias.

Después tomó el mantel de la mesa para restañar la hemorragia de Big Tim, que estaba casi a punto de perder el conocimiento.

—Hubieras podido esperar —dijo Pippi.

—No, —replicó Dante. Es un tipo duro. Ahora veremos hasta qué extremo.

—Voy a prepararlo todo en cubierta —dijo Pippi.

No quería verlo. Él jamás había practicado la tortura. Nunca había secretos lo bastante importantes como para justificar aquel tipo de trabajo. Cuando matabas a un hombre, simplemente lo apartabas de este mundo para que no te pudiera hacer daño.

En la cubierta observó que dos de sus hombres ya lo tenían todo preparado. La jaula de acero colgaba del gancho, y las lamas estaban cerradas. Los hombres habían extendido una hoja de plástico sobre la cubierta del yate.

Aspiró el salino olor del aire y contempló la tonalidad violeta del inmovil océano bajo el cielo nocturno. El yate aminoró la velocidad y se detuvo. Pippi se pasó quince minutos largos con los ojos clavados en el mar hasta que aparecieron los dos hombres que montaban guardia en la puerta, llevando el cuerpo de Big Tim. El espectáculo era tan horrible que Pippi apartó la mirada. Los cuatro hombres colocaron el cuerpo de Big Tim en el interior de la jaula y la bajaron al agua. Uno de los hombres había ajustado las lamas de tal manera que los habitantes de las profundidades del océano pudieran penetrar en el interior de la jaula y darse un festín con el cadáver. Después soltaron el gancho y la jaula bajó al fondo del mar.

Antes de que amaneciera sólo quedaría el esqueleto del cuerpo de Big Tim, nadando eternamente en su caja del fondo del océano. Dante subió a la cubierta. Se había duchado y cambiado de ropa. Por debajo del gorro renacentista su cabello aparecía liso y mojado. No había ni rastro de sangre.

—Bueno, pues ya ha hecho la
comunión
—dijo. Me hubierais podido esperar.

—¿Ha hablado? —preguntó Pippi.

Claro —contestó Dante . En realidad el fraude era muy sencillo, pero él se ha pasado el rato incordiando hasta el final.

Al día siguiente, Pippi voló al Este para presentar un detallado informe al Don y a Giorgio.

—Big Tim estaba loco —dijo. Sobornó a la empresa de catering que abastece a los equipos de la Super Bowl. Pensaban utilizar drogas para que el equipo contra del que ellos hubieran apostado se fuera debilitando poco a poco a lo largo del partido. Quizá los inchas no se hubieran dado cuenta de lo que ocurría, pero los entrenadores y los jugadores sí, y el FBI también. Tenía usted razón, tío, el escándalo hubiera acabado para siempre con nuestro programa.

—¿Pero es que era idiota o qué? —preguntó Giorgio.

—Creo que quería hacerse famoso —contestó Pippi. No le bastaba con ser rico.

—¿Y qué hay de los demás participantes en el plan? —preguntó el Don.

—Cuando vean que el Buscavidas no aparece, se asustarán —contestó Pippi.

—Yo también pienso lo mismo —dijo Giorgio.

—Muy bien —dijo el Don. Y mi nieto se ha portado como es debido?

Parecían unas palabras sin importancia, pero Pippi conocía lo bastante bien al Don como para comprender que la pregunta era muy seria.

—Le dije que no se pusiera el sombrero en la operación de Las Vegas y Los Ángeles, pero se lo puso. No siguió el guión de la operación. Hubiéramos podido obtener la misma información hablando un poco más, pero él quería sangre. Cortó al tipo en pedazos. Le cortó la pofia, los huevos y las tetillas. No era necesario. Disfruta haciéndolo, y eso es muy peligroso para la familia. Alguien tiene que hablar con él.

—Tendrás que ser tú —le dijo Giorgio al Don. A mí no me hace caso.

Don Domenico reflexionó en silencio un buen rato. Es joven, ya madurará.

Al comprender que el Don no haría nada, Pippi les reveló la indiscreción cometida por Dante con la actriz cinematográfica la víspera de la operación.

Vio que el Don pegaba un respingo y que Giorgio hacía una mueca de desagrado. Hubo un largo silencio. Pippi se preguntó si habría llegado demasiado lejos.

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