El Último Don (6 page)

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Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: El Último Don
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Después sonrió para sus adentros y recordó, con la boca torcida en una mueca de amargura, los tiempos en que lo creía realmente posible. Ahora todo el mundo la amaba, la admiraba y la adoraba... pero en realidad se sentía más vacía y solitaria de lo que se hubiera podido sentir cualquier ser humano. A veces, cuando se cruzaba por la calle con alguna mujer acompañada de su marido y sus hijos, una mujer de esas que vivía una existencia normal, sentía un anhelo casi insoportable. ¡Yabi ta!, se dijo. Piénsalo bien. De ti depende. Traza un plan y ponlo en práctica. No es sólo tu vida la que depende de ti...

Ya era media mañana cuando regresó a casa, y lo hizo con la cabeza bien alta y los ojos mirando fijamente hacia delante. Sabía qué tenía que hacer.

Boz Skannet permaneció detenido toda la noche. Cuando lo pusieron en libertad, su abogado convocó una rueda de prensa. Skannet declaró a los periodistas que estaba casado con Athena Aquitane, aunque llevaba diez años sin verla, y que lo que había hecho era simplemente una broma. El líquido era sólo agua. Predijo que Athena no presentaría ninguna denuncia contra él, insinuando que conocía un terrible secreto sobre ella. En eso tuvo razón. No se presentó ninguna denuncia.

Aquel día Athena Aquitane comunicó a los Estudios LoddStone, que en aquellos momentos estaban rodando una de las películas más caras de toda la historia del cine, su intención de no seguir trabajando con ellos. Temía por su vida, después de la agresión que había sufrido.

La película, una epopeya histórica titulada Mesalina, no se podría terminar sin ella. Los cincuenta millones de dólares ya invertidos se perderían totalmente. La decisión significaba también que ningún estudio importante se atrevería Jamás a incluir a Athena Aquitane en una película.

Los Estudios LoddStone hicieron público un comunicado explicando que la estrella sufría una grave crisis nerviosa, pero que en cuestión de un mes se recuperaría y se podría reanudar el rodaje.

Los Estudios LoddStone eran la fábrica de películas más poderosa de Hollywood, pero la negativa de Athena Aquitane a reanudar el trabajo significaba una traición muy costosa. Parecía un poco extraño que una simple actriz de talento pudiera descargar un golpe tan devastador, pero Mesalina era la locomotora de la temporada navideña de los estudios, la gran superproducción que arrastraría en pos de sí todas las restantes producciones de los estudios durante el largo y crudo período invernal.

Aquel domingo se iba a celebrar la fiesta benéfica anual del Festival de la Fraternidad en la residencia de Beverly Hills de Elí Marrion, principal accionista y presidente de los Estudios LoddStone.

La lujosa mansión de Elí Marrion, al fondo de los cañones que se elevaban por encima de Beverly Hilis, era un impresionante edificio de veinte estancias cuya principal originalidad era el hecho de no tener más que un solo dormitorio. A Elí Marrion no le gustaba que nadie durmiera en su casa. Había bungalows para invitados, por supuesto, dos pistas de tenis y una enorme piscina. Seis de las estancias estaban dedicadas a su importante colección de pintura.

Quinientas destacadas personalidades de Hollywood habían sido invitadas a la fiesta benéfica, a mil dólares por persona. En el jardín había unas carpas para las mesas del bufé y para la pista de baile, una orquesta y varios bares. Pero el acceso a la casa propiamente dicha estaba prohibido. Se habían instalado unos sanitarios portátiles en unas carpas de ingenioso diseño y alegres colores.

La mansión, las pistas de tenis, la piscina y los bungalows de invitados estaban acordonados y vigilados por guardias de seguridad.

El ámbito de la fiesta se limitaba al jardín. Ninguno de los invitados se lo tomó a mal pues Elí Marrion era un personaje demasiado encumbrado como para que alguien pudiera ofenderse.

Sin embargo, mientras los invitados se divertían en el jardín, bailaban y se contaban chismes durante las tres horas de rigor, Elí Marrion permaneció encerrado en la enorme sala de reuniones de la mansión con un grupo de personas más interesadas en la terminación del rodaje de la película Mesalina que en la fiesta.

Elí Marrion dominaba la escena. Tenía ochenta años, pero tan bien disimulados que no aparentaba más de sesenta. Su cabello gris estaba pulcramente cortado y teñido de plata, su traje oscuro le ensanchaba los hombros, añadía carne a sus huesos y aislaba sus piernas, delgadas como palillos. Unos zapatos color caoba lo anclaban al suelo. La camisa blanca estaba atravesada verticalmente por una corbata rosa que confería un poco de arrebol a la grisácea palidez de su rostro. Su dominio en los Estudios LoddStone sólo era absoluto cuando él quería que lo fuera pues algunas veces consideraba más prudente permitir que los simples mortales ejercieran libremente su voluntad.

La negativa de Athena Aquitane a terminar la película en curso era un problema lo bastante grave como para exigir la intervención de Marrion. Mesalina, una producción de cien millones de dólares, la locomotora de los estudios, con los derechos extranjeros ya vendidos para cubrir los costes, vídeo, televisión y cable incluidos, era un inmenso tesoro que estaba a punto de hundirse como un viejo galeón español de imposible rescate.

Había además el problema de Athena. A sus treinta años, la actriz era una fulgurante estrella que ya tenía firmado otro contrato con los Estudios LoddStone para una nueva superproducción. Un verdadero talento de valor incalculable. Marrion adoraba el talento.

Pero el talento era tan peligroso como la dinamita y había que controlarlo. Y eso se hacía con amor, con las formas más abyectas de adulación, inundando a las estrellas de bienes terrenales, convirtiéndose uno en su padre, su madre, su hermano, su hermana e incluso su amante. Ningún sacrificio era demasiado grande, pero llegaba un momento en que uno no podía ser débil y tenía incluso que ser despiadado.

Y ahora varias personas se habían reunido en aquella estancia para obligar a Elí Marrion a actuar. Bobby Bantz, Skippy Deere, Melo Stuart y Dita Toniffley.

Elí Marrion, sentado entre ellos en aquella conocida sala de reuniones en cuyas paredes colgaban cuadros valorados en veinte millones de dólares aparte el medio millón que debían de costar las mesas, sillas y alfombras, copas y jarras de cristal, sintió que los huesos se le desintegraban por dentro. Cada día se asombraba más de lo difícil que resultaba presentarse ante el mundo como la todopoderosa figura que aparentaba ser.

Las mañanas ya no eran placenteras; afeitarse, hacerse el nudo de la corbata o abrocharse los botones de la camisa constituían unas tareas fatigosas. Y lo más peligroso era la debilidad mental que se manifestaba en forma de compasión hacia las personas menos poderosas que él. Ahora utilizaba más que antes a Bobby Bantz y le había otorgado más poder. A fin de cuentas, Bobby tenía treinta años menos que él y era su mejor y más leal amigo desde hacía mucho tiempo.

Bantz era el presidente y máximo ejecutivo de los estudios. Durante más de treinta años había sido el esbirro de Elí Marrion, y en el transcurso de aquel largo período de tiempo habían estado tan estrechamente unidos como un padre y un hijo. Eran tal para cual. Elí Marrion, pasados los setenta, se había vuelto demasiado tierno y sentimental como para hacer las cosas que no había más remedio que hacer.

Era Bantz quien se encargaba de asumir los cortes artísticos sugeridos por los directores cinematográficos para hacerlos aceptables al público. Era él quien discutía los porcentajes de los directores, actores y guionistas y quien los obligaba a presentar querellas para cobrar lo acordado o conformarse con menos. Era él quien negociaba los contratos más difíciles con los grandes actores, y sobre todo con los guionistas.

Bantz se negaba incluso a hacerles la habitual adulación a los guionistas. Cierto que en principio era muy necesario un guion, pero Bantz creía que lo más decisivo eran los actores del reparto. El
Star Power
lo llamaban, el poder de las estrellas. Los directores eran importantes porque lo podían dejar a uno en pelotas, y la desbordante energía de los productores, que no les andaban a la zaga en lo tocante al dinero, era absolutamente necesaria para poner en marcha las películas.

Pero qué decir de los guionistas? Lo único que tenían que hacer era trazar el esquema inicial sobre una hoja de papel. Después se contrataba a otras doce personas para que lo desarrollaran.

El productor daba forma a la trama, y el director se inventaba el negocio (a veces una película totalmente distinta), y las estrellas hacían inspiradas aportaciones a los diálogos. Finalmente intervenía el equipo creativo de los estudios, que en unos largos memorándums cuidadosamente elaborados hacía sugerencias a los guionistas, insinuaba ideas y confeccionaba listas de deseos. Bantz había visto muchas películas que una vez terminadas no contenían ni una sola palabra o un solo diálogo de los guiones iniciales de los destacados guionistas cinematográficos que habían cobrado un millón de dólares por ellos.

Por qué sería que siempre tenían tantos problemas? Por qué eran tan desdichados? La gente que iba en pos del dinero más que del arte tenía sin duda unas carreras más largas, vivían unas existencias más placenteras y era mas valiosa desde el punto de vista social que los artistas que se esforzaban en mostrar la chispa divina que encerraban los seres humanos. Lástima que no se pudiera hacer una película sobre todo aquello. El dinero era más curativo que el arte y el amor, pero el público jamás se tragaría eso.

Bobby Bantz los había reunido a todos, apartándolos de la fiesta que se estaba celebrando en el jardín de la mansión. Entre ellos, el único talento era la directora de Mesalina, una cuadra de cinco directores de clase A, no altamente cotizados, y una actriz también muy cotizada, Athena, lo cual significaba que contaba con tres personas que podían garantizarle luz verde para cualquier empresa. Aun así no era prudente hacer enfadar a Marrion. Stuart había alcanzado el poder precisamente porque había sabido evitar semejantes peligros. No cabía duda de que la situación se prestaba a un buen atraco, pero mejor no hacerlo. Era uno de aquellos insólitos momentos en que la honradez podía resultar más rentable. Stuart era un hombre muy poderoso en el mundillo cinematográfico. No tenía por qué lamerle el trasero a Marrion. Controlaba una cuadra de cinco directores de clase A, no altamente cotizados pero sí muy valiosos, dos actores muy cotizados y una actriz también muy cotizada, Athena, lo cual significaba que contaba con tres personas que podían garantizarle luz verde para cualquier película. Aun asi no era prudente hacer enfadar a Marrion. Stuart había alcanzado el poder precisamente porque había sabido evitar semejantes peligros. No cabía duda de que la situación se prestaba a un buen atraco, pero mejor no hacerlo. Era uno de aquellos insólitos momentos en que la honradez podía resultar más rentable.

La mejor cualidad de Melo Suart era la sinceridad. Creía sinceramente en lo que vendía y había creído en el talento de Athena. diez años atrás, cuando era una desconocida. Ahora seguía creyendo en ella. Pero y si pudiera hacerla cambiar de idea y llevarla de nuevo ante las cámaras? Era evidente que algo se tendría que pagar a cambio, y no sepodía descartar en absoluto tal posibilidad. No se trata de dinero —contestó Melo Stuart con vehemencia, conmovido por su propia sinceridad. Aunque le ofreciérais un millón más, Athena no volvería. Tenéis que resolver el problema de este presunto marido tanto tiempo ausente.

Se hizo un profundo silencio. Todos se pusieron en guardia. Se había mencionado una suma de dinero. ¿Sería una brecha inicial?

—Ella no aceptará dinero —dijo Skippy Deere.

—Dita Tommey se encogió de hombros. No se creía ni una sola palabra de lo que estaba diciendo Stuart, pero el dinero no saldría de su bolsillo. Bantz se limitó a mirar con rabía mal contenida a Stuart, quien seguía mirando fríamente a Marrion.

Marrion había interpretado correctamente el comentario de Stuart. Athena no regresará por dinero. Los actores de talento nunca actuaban movidos por semejantes consideraciones. Decidió dar por terminada la reunión.

—Melo —dijo, explícale cuidadosamente a tu clienta que si no regresa dentro de un mes, los estudios, abandonarán la película, y asumirán las pérdidas. A continuación interpondremos una querella y perderá todo lo que tiene. Y que no olvide que después jamás podrá volver a trabajar para los más importantes estudios norteamericanos. Mirando con una sonrisa a los hombres reunidos en torno a la mesa, añadió:

—Que demonios, sólo son cincuenta millones.

Todos comprendieron que hablaba en serio. Había perdido la paciencia. Dita Tommey se llevó un gran susto porque consideraba aquella película la más importante que había dirigido en su vida.

Era algo así como su bebé. Si triunfaba, se convertiría en una directora de máxima cotización. Bastaría su visto bueno para que se diera luz verde a cualquier proyecto.

—Que Claudia de Lena hable con ella apuntó, presa del pánico. Es una de sus mejores amigas.

Los hombres presentes en la estancia se sorprendieron de que Dita Tommey incluyera a una guionista en una discusión de tan alto nivel y de que una gran estrella como Athena pudiera aceptar el consejo de una simple guionista como Claudia de Lena, por muy buena que ésta fuera.

—No sé qué es peor —dijo despectivamente Bantz, que una estrella folle con alguien por debajo de su categoría o que sea amiga de una guionista.

Al oír sus palabras, Marrion volvió a perder la paciencia.

—Bobby, todo eso no viene al caso en una discusión de negocios. Que Claudia hable con ella, pero resolvamos este asunto de la manera que sea. Tenemos otras películas que hacer.

Sin embargo, al día siguiente, los Estudios LoddStone recibieron un cheque por valor de cinco millones de dólares. Lo enviaba Athena Aquitane. Devolvía el anticipo que había cobrado por Mesalina.

Ahora el asunto estaba en manos de los abogados.

En sólo veinte años, Andrew Pollard había convertido la empresa Pacific Ocean Security en la agencia de seguridad más prestigiosa de la Costa Oeste. Había empezado en una suite de hotel y ahora era propietario de un edificio de cuatro plantas en Santa Mónica, con un cuartel general integrado por más de cincuenta personas en nómina, quinientos investigadores y guardias con contrato de colaboradores independientes, más una reserva flotante que trabajaba para él durante una buena parte del año.

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