Pippi era la quintaesencia de lo que se llamaba un qualifacato es decir, un hombre cualificado. A la temprana edad de diecisiete años había conseguido su primer fiambre. Su hazaña había sido tanto más meritoria por cuanto la había llevado a cabo por medio del estrangulamiento, en un país donde los jóvenes imberbes desdeñaban orgullosamente el uso de la cuerda. Por si fuera poco, era físicamente muy fuerte, tenía una buena estatura y una temible corpulencia. Como es natural, era experto en armas de fuego y explosivos. Por lo demás era un hombre encantador y amante de la vida que se ganaba sin esfuerzo la simpatía de los hombres y el aprecio de las mujeres, por su galantería a medio camino entre la rusticidad siciliana y la cinematográfica sofisticación norteamericana. A pesar de que se tomaba su trabajo muy en serio, creía que la vida era para disfrutarla.
También tenía sus debilidades. Bebía más de la cuenta, era muy aficionado al juego y le gustaban demasiado las mujeres. No era despiadado como hubiera deseado el feroz Don, tal vez porque gozaba demasiado con la compañía de la gente. Sin embargo, todas estas debilidades contribuían en cierto modo a convertirle en alguien aún más poderoso. Era un hombre que utilizaba sus vicios para sacar el veneno que llevaba en el cuerpo más que para saturarlo. Había prosperado en su carrera por ser el sobrino del Don, lo cual fue muy importante cuando decidió romper la tradición familiar.
Nadie puede vivir su vida sin cometer errores. A los veintiocho años, Pippi de Lena se casó por amor y, para agravar su equivocación, eligió por esposa a una mujer totalmente inadecuada un para hombre cualificado.
Se llamaba Nalene Jessup y era una corista del espectáculo del hotel Xanadú de Las Vegas. Pippi siempre señalaba con orgullo que no era una de esas chicas que se exhibían en primera fila con las tetas y el cúlo al aire sino una auténtica bailarina. Según los criterios imperantes en Las Vegas; Nalene era además una intelectual. Sentía afición por los libros, se interesaba por la política y, dado que sus raíces se hundíán en una cultura especialmente blanca, anglosajona y protestante de Sacramento, California, sus principios eran muy anticuados.
Ambos esposos eran completamente dispares. Pippi carecía de intereses intelectuales y raras veces leía, escuchaba música o iba al cine o al teatro. Pippi tenía cara de toro y Nalene, de flor. Pippi era extrovertido, derramaba encanto a manos llenas y siempre era él alma de todas las fiestas, a pesar de lo cual rezumaba peligro. Nalene tenía un carácter tan dulce que ninguna bailarina o compañera del espectáculo había conseguido jamás pelearse con ella, cosa que hacían muy a menudo, simplemente para pasar el rato.
Lo único que Pippi y Nalene tenían en común era la afición al baile. Pippi de Lena, el temido Martillo de los Clericuzio, era un auténtico idiot savant cuando salía a la pista de baile. Ésa era la poesía que él no podía leer, la galantería medieval de los caballeros andantes, la ternura y el exquisito refinamiento del sexo, la única ocasión en que aspiraba a algo que no acababa de comprender.
En el caso de Nalene; el baile le permitía vislumbrar los más recónditos rincones del alma de Pippi. Cuando ambos bailaban juntos horas y horas antes de hacer el amor, sus relaciones se convertían en algo etéreo, en una auténtica comunicación entre almas gemelas. Pippi le hablaba cuando bailaban solos en su partamento o bien en las pistas de baile de los distintos hoteles de Las Vegas
Era un buen conversador y siempre tenía cosas interesantes que contar. Sabía expresar su adoración de una forma extremadamente halagadora e ingeniosa. Depositaba a sus pies su presencia abrumadoramente masculina y sabía escuchar. se mostraba orgulloso e interesado cuando ella le hablaba de libros, de teatro, del deber demócrata de elevar el nivel de vida de los pobres, de los derechos de los negros; de la liberación de Sudáfrica y de la obligación de dar de comer a los hambrientos del Tercer Mundo. Pippi se entusiasmaba ante aquellos sentimientos tan exóticos para él.
El hecho de que se compenetraran sexualmente y de que se atrajeran precisamente por ser tan distintos el uno del otro contribuía a favorecer la relación, También contribuía el hecho de que Pippi hubiera comprendido la verdadera naturaleza de Nalene, aunque ella no hubiera comprendido cómo era el verdadero Pippi. Ella sólo veía a un hombre que la adoraba, la inundaba de regalos y escuchaba sus sueños.
Se casaron una semana después de haberse conocido. Nalene tenía sólo dieciocho años y carecía de experiencia. Pippi tenía veintiocho y estaba sinceramente enamorado de ella. Él también había sido educado en el respeto de unos principios anticuados, aunque vistos desde una perspectiva distinta, y ambos deseaban fundar una familia. Nalene era huérfana y Pippi se mostraba reacio a incluir a los Clericuzio en su recién descubierto éxtásis. Sabía además que éstos no aprobarían su elección, así que sería mejor presentarles los hechos consumados e ir suavizando poco a poco la situación. Se casaron en una capilla de Las Vegas.
Pero en eso Pippi cometió otro error de juicio. Don Clericuzio aprobó que Pippi se hubiera casado. Tal como amenudo decía, El principal deber de un hombre es ganarse la vida; pero con qué propósito si no tenía mujer e hijos? El Don se tomó a mal que no lo hubieran consultado y que la boda no se húbiera celebrado dentro del marco de la familia Clericuzio. A fin de cuentas, por las venas de Pippi corría la sangre de los Clericuzio.
El Don comentó en tono malhumorado:
—Que bailen todo lo que quieran y que se vayan al carajo.
Pero a pesar de todo les envió costosos regalos de boda. La escritura de una casa de Las Vegas, la propiedad de una agencia de cobros que en aquellos momentos reportaba unos fabulosos ingresos de cien mil dólares al año, (un ascenso). Pippi de Lena seguiría sirviendo a la familia Clericuzio como uno de los bruglioni del Oeste más estrechaménte unidos a ella; pero tendría prohibida la entrada en el Enclave del Brons porque, cómo hubiera podido semejante esposa vivir en armonía con los creyentes? Era tan forastera para ellos como los musulmanes, los negros; los judíos y los asiáticos; que también tenían prohibida la entrada en aquella zona. Por consiguiente, aunque siguiera siendo el Martillo de los Clericuzio y uno de los barones locales, Pippi perdió cierta influencia en el palacio de Quogue. Su carrera sólo se salvó gracias a que había sido un gran héroe en la guerra contra los Santadio.
El padrino de la discreta ceremonia civil de la boda fue Alfréd Gronevelt, el propietario del hotel Xanadú. Éste ofreció después una pequeña cena con baile, en la que el novio y la novia estuvieron toda la noche bailando. En los años sucesivos, Gronevelt y Pippi de Lena desarrollaron una íntima y leal amistad.
El matrimonio duró justo lo suficiente como para producir dos hijos un niño y una niña. El mayor, Croccificio, al que siempre llamaban Cross, era a los diez años el vívo retrato de su madre, con un cuerpo de elegantes proporciones y un rostro de belleza casi afeminada. Sin embargo poseía la fuerza físíca y la extraordinaria coordinación de movimientos de su padre. La menor, Claudia; era a sus nueve años la imagen de su padre, y sus toscas facciones sólo se salvaban de la fealdad gracias a la frescura y la inocencia de la infancia; aunque carecía de las cualidades de su progenitor. En cambio tenía la misma afición que su madre a los libros, la música y el teatro, y poseía su misma gentileza de espíritu. Era lógico que Cross y Pippi estuvieran muy unidos el uno al otro que Claudia estuviera más unida a su madre Nalene.
En los once años que duró el matrimonio antes de que la familia De Lena se separara, las cosas fueron muy bien. Pippi se afianzó en su papel de bruglione y recaudador del hotel Xanadú, pero seguía actuando como Martillo de los Clericuzio. Se hizo muy rico y llevaba un buen tren de vidá, pero no hacía alarde de riqueza, cumpliendo las órdenes del Don. Bebía, jugaba, bailaba con su mujer, jugaba con los niños y procuraba prepararlos para su entrada en la edad adulta.
Pippi había aprendido a lo largo de su azarosa vida a mirar hacia el futuro. Ésa era una de las razones de su éxito. Muy pronto supo ver al Cross hombre, más allá del Cross niño. Quería que aquel hombre fuera su aliado. O quizá quería tener a su lado por lo menos a un ser humano en quien poder confiar plenamente.
Así pues decidió entrenar a Cross, le enseñó todos los trucos del juego y solía llevarlo a cenar con Gronevelt para que averiguara de sus labios todas las distintas maneras en que se podía estafar a un casino. Gronevelt siempre empezaba diciendo Millones de hombres permanecen despiertos cada noche tratando de inventarse algún medio de engañar a mi casino.
Pippi se llevaba a Cross de caza y le enseñaba a desollar y a destripar a los animales, a identificar el olor de la sangre y a teñirse las manos de rojo con ella, Lo obligó a tomar clases de boxeo para que aprendiera a sentir dolor; y le enseñó el uso y el cuidado de las armas de fuego, pero se abstuvo de enseñarle el método del estrangulamiento pues éste había sido a fin de cuentas un simple capricho suyo y ya no resultaba muy útil en los tiempos modernos. Por otra parte no hubiera sido posible explicar a la madre del chico la presencia de la cuerda.
La familia Clericuzio era propietaria de un enorme pabellón de caza en las montañas de Nevada, y Pippi lo utilizaba para sus vacaciones familiares. Allí se llevaba a los niños de caza mientras Nalene se quedaba en casa leyendo libros en la caldeada atmósfera del pabellón. En sus salidas, Cross cobraba sin dificultad lobos, venados e incluso pumas y jabalíes, lo cual significaba que era valiente. Tenía aptitudes para el manejo de las armas de fuego, era siempre muy cuidadoso con ellas, se mostraba sereno ante el peligro y nunca se echaba atrás cuando sus manos llegaban a las sanguinolentas entrañas y los viscosos intestinos. Jamás hacía remilgo cuando cortaba miembros y cabezas y preparaba las piezas.
Claudia no tenía sus mismas virtudes. Pegaba un brinco al oír un disparo y vomitaba cuando desollaban un venado. Al cabo de unas cuantas salidas, la niña se negó a abandonar el pabellón y decidió quedarse con su madre, leyendo libros o paseando por la orilla de un riachuelo cercano. Se negó incluso a ir de pesca pues no soportaba clavar el duro anzuelo de acero en el tierno cuerpo de una lombriz.
Pippi se concentraba en su hijo. Instruyó al chico en las normas básicas de conducta. No mostrar enojo ante un desaire, no revelar nada acerca de uno mismo. Ganarse el respeto de los demás, no con palabras sino con obras. Respetar a los miembros de la familia carnal. El juego era una diversión, no una forma de ganarse la vida. Amar al padre, a la madre y a la hermana, pero guardarse de amar otra mujer que no fuera la esposa. La esposa era la mujer que da a luz a los hijos de uno. En cuanto ocurría tal cosa, uno tenía que entregarse en cuerpo y alma a ganar para ellos el pan de cada día.
Cross era un alumno tan aventajado que a su padre se le caía la baba. A Pippi le encantaba que Cross se pareciera a Nalene, que tuviera su mismo donaire y fuera una copia exácta de su persona; pero sin las cualidades intelectuales que en aquellos momentos estaban destruyendo su matrimonio.
Pippi jamás había creído en el sueño del Don. Según él, todos los hijos más pequeños acabarían desapareciendo en la sociedad legal, y ni siquiera creía que ése fuera el camino más deseable. Reconocía el genio del viejo, pero aquello no era más que la faceta romántica del Don. A fin de cuentas, todos los padres querían que sus hijos trabajaran con ellos y fueran como ellos. La sangre era la sangre y eso no cambiaba jamás.
En eso Pippi tuvo razón. A pesar de los planes de Don Clericuzio, su nieto Dante era el que más tenazmente se oponía a sus proyectos. Dante había resultado ser una reencarnación de sus antepasados sicilianos, sediento de poder, obstinado y siempre dispuesto a quebrantar las leyes humanas y divinas.
Cuando Cross tenía siete años y Claudia cinco, el niño, agresivo por naturaleza, adquirió la costumbre de golpear a su hermana en la barriga, incluso en presencia de su padre. Claudia pedía ayuda y Pippi, en su calidad de progenitor, resolvíá el problema de distintas maneras. Podía ordenarle a Cross que se detuviera y, en caso de que no lo hiciera, agarrarlo por el pescuezo y levantarlo en vilo, cosa que solía hacer muy a menudo. O podía ordenarle a Claudia que se defendiera. O arrojar a Cross contra la pared, cosa que había hecho en una o dos ocasiones. Pero aquella noche en particular, quizá porque acababa de cenar y estaba un poco adormilado o más probablemente porque Nalene siempre protestaba cuando utilizaba la fuerza física con los niños, Pippi encendió pausadamente un cigarro y le dijo a Cross:
—Cada vez que pegues a tu hermana, le daré un dólar.
Mientras Cross seguía pegando a su hermana, Pippi derramó una lluvia de billetes de un dólar sobre la extasiada Claudia. Al final, Cross se detuvo, desalentado.
Pippi inundaba a su mujer de regalos, como haría un amo con su esclava. Eran sobornos para disimular su esclavitud. Los regalos eran muy costosos anillos de brillantes, abrigos de pieles, viajes a Europa. Le compró una casa de vacaciones en Sacramento porque ella aborrecía Las Vegas. La vez que le regaló un Bentley, se pusó un uniforme de chofer para entregarselo. Poco antes del final de su matrimonio le regaló una sortija antigua que había pertenecido a los Borgia. Sólo le restringía el uso de las tarjetas de crédito y quería que pagara con la asignación que él le entregaba para gastos doméstícos.
Píppí jamás utilizaba tarjetas. En otros aspectos era muy liberal. Nalene gozaba de una total libertad física. Pippi no era un celoso marido italiano. Aunque no viajaba al extranjero más que por asuntos de negocios, permitía que Nalene viajara con sus amigas, consciente de lo mucho que significaban para ella los museos de Londres, el ballet de París y las representaciones de ópera de Italia.
A veces Nalene se extrañaba de que Pippi fuera tan poco celoso, pero con el paso de los años comprendió que ningún hombre de su círculo se hubiera atrevido a hacerle la corte.
Sobre su matrimonio, Don Clericuzio había comentado en tono sarcástico:
—¿Pero es que se creen que se van a pasar toda la vida bailando?
La realidad demostró que no. Nalene no era una bailarina lo bastante buena como para llegar a la cumbre pues tenía unas piernas demasiado largas. Además era demasiado seria para llegar a ser una chica de alterne. Todo ello la había inducido a conformarse con el matrimonio. Durante los primeros cuatro años había sido muy feliz, cuidaba de sus hijos, asistía a clase en la Universidad de Las Vegas y leía vorazmente todo lo que caía en sus manos.