—Cross, venme a ver a menudo, todas las veces que quieras. Tendrás una habitación reservada para ti en Sacramento. Nadie más la utilizará.
Al final se había producido la traición.
Pippi estuvo casi a punto de pegar un brinco de alegría. Era un alivio para su alma no tener que hacer lo que por un instante había decidido hacer.
—Tenemos que celebrarlo —dijo. Aunque nos divorciemos, seremos dos familias felices en lugar de una sola familia feliz. Y lo seremos siempre. Los demás lo miraron con la cara muy seria.
—Bueno, por lo menos lo intentaremos, ya lo creo —añadió.
Pasados los primeros dos años, Claudia dejó de visitar a su padre y a su hermano en Las Vegas. Cross iba todos los años a Sacramento para visitar a Nalene y a Claudia, pero después de cumplir los quince años, las visitas se redujeron a las vacaciones de Navidad.
Los dos progenitores eran como dos polos opuestos. Claudia y su madre eran cada vez más parecidas. La niña lo pasaba bien en la escuela; era muy aficionada a los libros, el teatro y las películas, gozaba profundamente del amor de su madre. Por su parte, Nalene veía en Claudia la vitalidad y el encanto de su padre, y amaba la fealdad de su rostro, aunque carente por completo de la brutalidad que caracterizaba el de su padre. Eran muy felices juntas.
A terminar sus estudios universitarios, Claudia se fue a los Ángeles para abrirse camino en la industria del cine. Nalene lamentó que se fuera, a pesar del agradable círculo de amistades que tenía en Sacramento y de su satisfactorio trabajo como subdirectora de uno de los institutos de enseñanza media de la ciudad.
Cross y su padre Pippi también eran muy felices, aunque de una manera muy distinta. Pippi sopesaba la situación. Cross era un deportista excepcional, aunque un estudiante más bien medio; a pesar de ser muy apuesto, no sentía demasiado interés por las mujeres.
Cross se lo pasaba muy bien con su padre. Por muy desagradable que hubiera sido la decisión, estaba claro que había sido la acertada. De hecho eran dos familias felices, aunque no vivían juntos. Pippi resultó ser tan buen padre para Cross como buena madre había sido Nalene para Claudia, y convirtió a Cross en hombre a su imagen y semejanza.
A Cross le encantaba el funcionamiento del hotel Xanadú, la manipulación de los clientes y la lucha contra los artistas de la estafa. Sentía un moderado apetito por las chicas de los espectáculos pero Pippi pensaba que no tenía que comparar las aficiones de su hijo con las suyas. Al final Pippi tomó la decisión de incorporar a Cross a la familia. Creía en las palabras que a menudo repetía el Don. Lo más importante en la vida es ganarse el pan.
Pippi convirtió a Cross en socio suyo de la Agencia de Cobros. Lo llevaba al hotel Xanadú a cenar con Gronevelt y se ingeniaba de mil maneras para que Gronevelt se interesara en el bienestar de su hijo. Convirtió a Cross en uno de los cuatro mejores jugadores de golf de la localidad, y lo fogueaba con los más importantes jugadores en Xanadú, emparejándolo siempre con los del equipo contrario. A los diecisiete años, Cross tenía esa virtud especial del jugador marrullero de golf que siempre se crece en el hoyo en el que apuestas son más altas. Cross y su compañero de equipo solían ganar. Pippi aceptaba las derrotas con espíritu deportivo, pues aunque le costaran dinero, le servían para granjearse el aprecio de su hijo.
Viajaba con Cross a Nueva York para asistir a los acontecimientos sociales de la familia Clericuzio, durante las vacaciones; y sobre todo el día de la fiesta nacional del Cuatro de Julio que la familia Clericuzio celebraba con gran fervor patriótico. También lo llevaba a bodas y entierros. A fin de cuentas Cross era un primo hermano de la familia, y por sus venas corría la sangre de Don Clericuzio.
Cuando Pippi efectuaba su incursión semanal por las mesas del Xanadú para ganarse su comisión de ocho mil dólares semanales con la ayuda de su banquero especial; Cross se sentaba a observar. Pippi le había enseñado los porcentajes de todas las modalidades de juego. Le había enseñado también el manejo de los fondos destinados al juego, a no jugar jamás cuando estuviera indispuesto, a no jugar más de dos horas diarias, a no jugar más de tres días a la semana, a no hacer jamás elevadas puestas cuando tuviera una mala racha, y a jugar con moderado entusiasmo cuando tuviera una buena racha.
A Pippi le parecía natural que un padre mostrara a su hijo las fealdades del mundo real. En su calidad de socio de menor antigüedad de la Agencia de Cobros, convenía que Cross adquiriera tales conocimientos. A véces los cobros no eran tan ínocuos como Pippi le había dicho a Nalene.
En algunos de los cobros más difíciles, Cross no había dado la menor muestra de aversión. Era todavía demasiado joven y guapo como para inspirar temor, pero su cuerpo parecía lo bastante fuerte como para cumplir cualquier orden que Pippi pudiera darle.
Al final, para poner a prueba a su hijo, Pippi le encomendó un caso especialmente duro en el que no se podría utilizar la fuerza sino tan sólo la persuasión. El hecho de que Pippi enviara a Cross ya era de por sí una señal de buena voluntad hacia el deudor, y significaba que no se le apremiaría para que pagara con urgencia El deudor, un pequeño bruglione mafioso del extremo norte de California, debía cien mil dólares al Xanadú. No era un asunto lo bastante importante como para echar mano del nombre de los Clericuzio y convenía resolverlo a un nivel inferior, con guante de terciopelo más que con puño de hierro.
Cross pilló al barón de la Mafia en un mal momento. El hombre apellidado Falco, escuchó sus explicaciones y después sacó inesperadamente una pistola y se la acercó a la garganta.
—Una palabra más y te atravieso las amígdalas —dijo Falco.
Para su gran sorpresa, Cross no se atemorizó.
—Dejemoslo en cincuenta mil —dijo. No querrás matar por cincuenta mil cochinos dólares, verdad? A mi padre no lecausaría mucha gracia.
—Y quién es tu padre? —preguntó Falco sin dejar de apuntarle con el arma.
—Pippi de Lena —contestó Cross, y lo malo es que será él quien me pegue un tiro por haberte rebajado la deuda a cincuenta de los grandes.
—Falco soltó una carcajada y se guardó la pistola.
—De acuerdo, diles que les pagaré la próxima vez que vaya a Las Vegas.
—Llámame cuando llegues —le dijo Cross, para garantizar tu entrada gratuita de cliente de la casa.
Falco, que había reconocido el nombre de Pippi dentro de Cross, sintió algo que lo indujo a no cumplir su propósito. También le llamaron la atención la valentía, la frialdad de su reacción, el pequeño comentario jocoso. Todo aquello le hacía sospechar que la muerte del joven sería vengada por sus amigos. A pesar del éxito, el incidente indujo a Cross a ir armado y a llevar guarda espaldas en sus futuras operaciones de cobro.
Pippi quiso celebrar el valor de su hijo yéndose con él de vacaciones al Xanadú. Gronevelt puso a su disposición dos espléndidas suites y le entregó a Cross una bolsa de fichas negras.
Por aquel entonces Gronevelt tenía ochenta años y el cabello completamente blanco; pero su estatura era impresionante su cuerpo seguía conservando el vigor y la flexibilidad de antaño. Además tenía ciertas dotes pedagógicas y se complacía en instruir a Cross, en el momento de entregarle la bolsa de fichas negras.
—Como no puedes ganar, las recuperaré —dijo. Y ahora, escúchame bien. Mi hotel tiene otras distracciones. Un espléndido campo de golf. Vienen jugadores del Japón sólo para poder usarlo. Tiene restaurantes de alta cocina y maravillosos espectáculos de chicas nuestro teatro, con los astros más grandes del cine y de la canción. Tenemos pistas de tenis y piscinas. Una excursión especial en la que sobrevuela el Gran Cañón del Colorado. Todo gratis. Así que no hay excusa para que pierdas los cinco mil dólares que llevas en esta bolsa. No pierdas la cabeza.
Durante los tres días de vacaciones, Cross siguió el consejo de Gronevelt. Cada mañana jugaba al golf con Gronevelt, su padre y los mejores clientes del hotel. Las apuestas eran siempre considerables, pero nunca escandalosas. Gronevelt observó con visible complacencia que Cross jugaba mejor que nunca cuando las apuestas llegaban al máximo.
—Nervios de acero, nervios de acero —le dijo a Pippi con admiración.
—Desde muy pequeño —contestó Pippi; asintiendo con la cabeza.
Pero lo que más le gustaba a Gronevelt del chico era su sentido común, su inteligencia y su capacidad para hacer lo más apropiado sin necesidad de que nadie se lo dijera. La última mañana de las vacaciones, el acaudalado cliente que jugaba con ellos estaba de muy mal humor, y con razón. Era un jugador experto y empedernido, un rico propietario de una cadena de establecimientos porno que la víspera había perdido casi quinientos mil dólares. Pero lo que más le fastidiaba no era el dinero en sí sino el hecho de haber perdido el control en medio de una racha de mala suerte, y haber tratado de remontarla. El típico error del jugador novato.
Aquella mañana, cuando Gronevelt propuso una moderada apuesta de cincuenta dólares por hoyo, el hombre contestó en tono despectivo:
—Alfred, con lo que te me llevaste anoche, te podrías permitir jugar mil dólares por hoyo.
Alfred se ofendió. Su partido de golf a primera hora de la mañana era un acontecimiento social. El hecho de relacionarlo con el negocio del hotel era una grosería. Pero con su habitual elegancia replicó:
—Faltaría más. Te cederé incluso a Pippi como compañero. Yo jugaré con Cross.
Jugaron. El magnate del porno salió muy bien. Pippi también. Y Gronevelt también. El único que falló fue Cross. Jugó el peor partido de golf de su vida. Golpeó mal la pelota, la hizo caer en los bunkers, la lanzó al pequeño estanque (construido en el desierto de Nevada con gran dificultad y a un coste muy alto) y se derrumbó por completo cuando hizo un putt. El magnate del porno ganó cinco mil dólares e insistió, con el orgullo recuperado, en compartir el desayuno con ellos.
—Lo siento, le he decepcionado, señor Gronevelt.
—Algún día —dijo Gronevelt mirándole con cara muy seria. Con el permiso de tu padre, tendrás que venir a trabajar para mi.
A lo largo de los años, Cross había estado observando muy cerca las relaciones entre su padre y Gronevelt. Ambos eran muy amigos, cenaban juntos una vez a la semana, y Pippi siempre ponía de un modo muy visible todas las cuestiones a la consideración de Gronevelt, cosa que no hacía ni siquiera con los Cleripuzio. Gronevelt, por su parte, no parecía temer a Pippi, pero ponía a su disposición todos los privilegios del Xanadú. Además, el joven había observado que su padre ganaba ocho mil dólares semanales en el hotel. No tardó en establecer una conexión. Los Clericuzio y Alfred Gronevelt eran socios del hotel Xanadú.
Cross se dio cuenta de que Gronevelt mostraba un especial interés por él y le hacía objeto de especiales muestras de consideración. Prueba de ello había sido el regalo de las fichas negras durante sus tres días de vacaciones, además de otros muchos detalles. Cross disfrutaba de entrada gratuita para él y sus amigos. Cuando el joven terminó sus estudios secundarios, Gronevelt le regaló un descapotable de una línea de automoviles barata, y cuando cumplió los diecisiete, lo empezó a presentar a las chicas del espectáculo con visibles muestras de afecto para que éstas le tuvieran respeto. Cross ya sabía desde hacía mucho tiempo que, a pesar de su edad, Gronevelt invitaba a menudo a alguna mujer a cenar a su suite del último piso del hotel. A juzgar por los chismes contaban las chicas, el viejo era un partido fabuloso. Nunca había mantenido unas relaciones amorosas serias con ninguna pero era tan extraordinariamente generoso con sus regalos que las chicas sentían en su presencia una especie de temor y reverencia. Cualquier mujer que disfrutara de su favor durante un tiempo se hacía rica.
Una vez en el transcurso de una de aquellas charlas entre profesor y alumno en que Gronevelt le explicaba los entretelones de la dirección de un gran hotel casino como el Xanadú, Cross se atrevió a hacerle una pregunta sobre las mujeres dentro del código de las relaciones con los empleados. Gronevelt lo miró sonriendo.
—Yo dejo las relaciones con las coristas al director de espectáculos. A las otras las trato exactamente igual que si fueran hombres. Pero si me pides un consejo sobre la vida amorosa, te diré lo siguiente. En la mayoría de los casos, un hombre inteligente y razonable no tiene nada que temer de las mujeres, pero debes guardarte de dos cosas. La primera y más peligrosa una damisela en apuros. La segunda una mujer más ambiciosa que tú. No vayas a pensar que soy un hombre insensible, podría hacerle la misma reflexión a una mujer, pero eso no viene a cuento ahora. Yo he tenido suerte porque he amado el Xanadú más que cualquier otra cosa de este mundo, aunque debo decirte que lamento no tener ningún hijo.
—Parece que vive usted una existencia perfecta —dijo Cross.
—¿Tú crees? replicó Gronevelt. Pero he pagado un precio.
En la mansión de Quogue, Cross provocó una gran comnoción entre las mujeres de la familia Clericuzio. A los veinte años, el joven estaba en la plenitud de su virilidad, era apuesto, fuerte, distinguido y sorprendentemente galante para su edad. Algunos miembros de la familia hicieron algunos comentarios no del todo exentos de campesina malicia siciliana en el sentido de que gracias a Dios que se parecía a su madre y no a su padre.
El Domingo de Pascua, mientras más de cien parientes celebraban la Resurrección, su primo Dante proporcionaba a Cross la última pieza que le faltaba del rompecabezas sobre su padre.
En el vasto jardín cerrado de la mansión de la familia, Cross vio a una hermosa muchacha rodeada por un grupo de jóvenes. Observó además que su padre, antes de acercarse al bufé para tomar un plato de salchichas a la parrilla, se detenía para hacer un amable comentario a los muchachos que acompañaban a la chica; y que ésta se apartaba visiblemente de él. Por regla general, las mujeres apreciaban a Pippi y se sentían atraídas por su fealdad, su buen humor y su simpatía.
Dante también había observado la escena.
—Preciosa chica —dijo sonriendo. Vamos a saludarla. Hizo las presentaciones.
—Lila —dijo, te presento a mi primo Cross.
Lila tenía su misma edad, pero aün no estaba plenamente desarrollada como mujer y conservaba la belleza ligeramente imperfecta de la adolescencia. Tenía el cabello del color de la miel, y su piel resplandecía como si estuviera iluminada por una luz interior, pero su boca era demasiado vulnerable, como si aún no estuviera totalmente formada. Llevaba un jersey blanco de lana de angora que confería un tono dorado a su piel. Cross se enamoró de ella en el momento, pero cuando intentó decirle algo, ella no le hizo caso. buscó refugio en un grupo de mujeres maduras sentadas alrededor de otra mesa.