Yo no entendía demasiado todo aquello, pero Isabel se lo había pensado bastante rato antes de abrirnos. Le había preguntado si no recordaba lo que habían hablado y que aquello no estaba bien. No, claro que no, que nos quites a nuestro padre durante tanto tiempo no está bien. Pero no dije nada porque en seguida descubrí las golosinas y encima me regaló una figura de aquellas con anises de vete tú a saber qué comunión.
Sí que era fea, tenía cara de mala de película, de las malas que no seducen, que sólo maquinan. Unas cejas muy gruesas, demasiado negras, y una nariz puntiaguda como de bruja. ¡Bruja!, pensé. Que madre es más guapa, que lo sepas, que es más bonita. Entonces sacó una caja de juguetes llena de muñequitos pequeños y caballos y piezas para hacer fortificaciones y tiendas de indios. Conocer a Isabel fue divertido. La casa de dos pisos con dos lavabos, la luz que entraba por todas partes y no tenías que toser por la humedad. Parecía otra ciudad capital de comarca, no se agrietaba la pintura ni se movían las baldosas del suelo. Me habríajugado lo que fuera a que el agua salía caliente sin tener que calentarla para ducharse y ella no parecía tener los nudillos de los dedos pelados de tanto lavar la ropa con agua helada, allí afuera, en la pila que teníamos en el patio.
Padre le preguntaba si quería que trajese a su mujer, que se podían conocer y ser amigas y eso y ella decía que no, no, ni de broma. Yo pensé que en otras circunstancias hubiesen podido ser amigas, se parecían en alguna cosa de esas que no son nunca evidentes para casi nadie. La forma de bajar la mirada, quizá.
No las presentó oficialmente. Nunca. Pero era fácil encontrarse. Un sábado cualquiera, madre y él se habían topado con Isabel y ella sólo había hecho un gesto con la cabeza. Adiós, Isabel, adiós. Él le dijo es ella y la situación le hacía cierta gracia. Madre adoptaba aquella actitud de «no me digas» y chasqueaba la lengua, mirando de soslayo a padre. Si te fijabas bien, la podías sentir suspirar, pero únicamente por dentro.
La tregua parecía continuar y quizá ya era la paz definitiva. No se sabía qué había pasado para que le durase tanto tiempo y madre daba gracias a Dios por haberle vuelto los ojos hacia el buen camino.
Los ladrillos hacen daño cuando los coges, cuando pones los dedos entre los agujeros, pues te pinchan sus muchas aristas. La empresa marchaba tan bien que padre debía ir el sábado y el domingo a preparar y ordenar el material. Yo también quería ir a trabajar con él. Madre decía que no, que era una niña y mis hermanos me hacían burla con las manos diciendo que ellos ganarían dinero y yo no. No me debió de costar mucho convencer a padre. Siempre estaba con él y no le importó que fuese a cargar piezas en las carretillas. Tú de una en una, no cojas más.
Era dentro de aquella fábrica de abonos donde había tanta peste y donde el amigo de padre decía siempre que se encontrarían más tarde. No sé qué hacía en aquel lugar. Los grandes bombos donde se limpiaban las pieles con toda clase de sales extrañas estaban parados y sólo los hermanos del dueño paseaban por allí con las botas hasta las rodillas y los monos azules. ¿Cómo vamos, Manel? Y padre quería que hablásemos en aquella lengua delante de ellos para no ofenderlos, para que no pensaran que decíamos vete tú a saber qué. Pero yo no podía, no podía hablar con él en ninguna otra lengua que no fuese la lengua con la que lo conocí. Me jugaba un guantazo, pero no podía. Podía acostumbrarme a que Mimoun fuese Manel y a que nosotros ya fuésemos de aquí, pero no podía cambiar al padre Mimoun por el padre Manel.
Madre decía sales demasiado y comenzaba aquellos discursos de que yo a tu edad ya hacía… Yo a su edad no habría sabido qué hacer porque ella sólo limpiaba y limpiaba y no sabía cómo ir al médico sin padre, cómo había de comprar sin padre, cómo había de vivir sin padre. Él le decía sal, que aquí los hombres no son como allá abajo, que los cristianos miran a las señoras de otra manera, pero ella sabía que aquello era una prueba para ver si volvía a ser la mujer domesticada de antes o sólo lo hacía ver.
¿Dónde quieres que vaya? Al parque, con nosotros, por ejemplo, al mercado el martes o al mercado el sábado o a caminar o… Pero ella no, limpiaba, lavaba la ropa y dormía la siesta, que era lo que la alejaba de todo. Rezaba sin saber dónde estaba La Meca porque padre no tenía ningún interés en averiguarlo. Estuvo durante años dirigiéndose hacia Estados Unidos en vez de hacia Arabia Saudí, pero tanto da porque Dios te perdona este tipo de cosas si no las has hecho expresamente.
Y todavía duraba la tregua, hasta parecer definitiva. Volveríamos a ser felices. Yo ya había comprado un cuaderno para pintar con el dinero que había ganado haciendo de ayudante de albañil, había pintado con los rotuladores que nos regaló aquel amigo de padre que le decía Manel, que un calentador no es tan caro. Incluso nos había traído una estufa donde podíamos quemar cáscaras de todas clases; pegados a ella, las mejillas se nos enrojecían en los días de más frío.
Debía de ir por la D cuando madre dijo levántate y yo intuí que ya no habría más tregua. Vete a buscar a tu padre, y yo pensé que sí que había madrugado si me despertaba a mí para irlo a buscar. Anda, ve, ve a preguntar si le ha pasado algo, si alguien lo ha visto. Son las siete y aún no ha venido a dormir. ¿Qué pasará si lo ha atropellado un coche o le ha dado un ataque y no sabe ni por dónde anda? ¿Qué pasará si está muerto?
Daci, dacia
, que es un adjetivo,
dació
, que es una acción y
dacita
, que es una roca.
CALLES, BARES, PARQUES YJARDINES
Las siete de la mañana de un día cualquiera era una buena hora para que una niña de ocho o nueve años fuera a buscar a su padre. Incluso si tenía diez. Y hasta once. Padre siempre llegaba tarde y bebido y despertaba a madre para hablar y hacía tanto ruido que acababa despertándonos a todos. ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Nada, volved a dormir, decía madre, y él seguía bailando o bien lloriqueando, en función de la fase etílica por la que pasara.
Suerte que aquel día no había niebla y la mañana era agradable. Aún no hacía calor, no hacía frío, y madre me había dicho vete a buscar a tu padre, venga, búscalo, que vete tú a saber. Vete tú a saber y yo que cogía los pantalones lilas del chándal que deslumbraban de tan brillantes que eran y una camiseta blanca con unas manchas que ya no se iban. Vosotros no podéis llevar ropa blanca, decía madre después de haberla frotado sin parar contra el lavadero del patio de atrás, el que estaba delante del palomar de padre. No hace falta que te peines, sólo recógete el pelo. Y así salí a la calle, con chancletas, chándal y la sensación de que entre el manojo de cabellos de mi moño debía de haber más de un nudo, muchos y muchos nudos que me notaba al pasarme la palma de la mano por la cabeza. Así, venga, búscalo, que son las siete de la mañana y todavía no ha vuelto.
Pregunta por él en los bares donde va siempre, date una vuelta por todo el barrio, mira por parques y por jardines.
A ella no se le debía de ocurrir que yo también tenía miedo de ir sola por la vida a las siete de la mañana, de la misma forma que nunca había pensado que me pudiera resultar difícil calcular las pesetas en duros y después traducirlos. No lo era, pero lo habría podido ser.
Me faltó una capa y los calzones encima de los pantalones lilas. Yo me sentía una heroína, debía salvar a mi familia. Madre siempre decía que yo era más responsable que mis hermanos, más trabajadora, todo, pero creo que lo único que yo era más que ellos era niña.
Me habría ido bien la capa de
supermana
para ir de bar en bar a una hora tan temprana. Me di una vuelta. Aquel bar estaba cerrado, en el otro exclamaban ¿qué me dices?, ¿que aún no ha vuelto a casa? Pero si se fue de aquí ayer por la noche… Yo no lo he visto más desde que acabó la partida de cartas, perdió mucho dinero, pero no sufráis que debe de estar bien. Fui hasta la bolera que hay junto al río y aún no había abierto. Me cogí a la puerta enrejada y vi al fondo de todo los agujeros adonde iban a parar los bolos que caían. Era mejor hacerlos caer todos que sólo uno. Mejor. Fui al parque y me columpié un rato antes de pensar qué estás haciendo, tu padre podría estar muerto y tú aquí tan tranquila. Pero era divertido, los caballos daban vueltas si los hacías girar con el impulso de una pierna, las palomas amenazaban con cagarme encima y yo que pensaba bastante mierda nos ha tocado a nosotros. O quizá no lo pensé, porque a esas edades se piensan otras cosas.
Fui de puente a puente, como en la oca. Del puente de cemento al puente románico, que no romano, e incluso miré en las sucias aguas, por si lo descubría flotando sobre los restos de las pieles de animales procedentes de las fábricas, Imagínate si la vida nos cambiaría si él saliera del agua con los ojos vidriosos y los labios morados. Imagínate si todo hubiera sido de ese modo. Habrías llorado mucho y mucho, pero era una posibilidad que no te angustiaba del todo, no señor. Te dio miedo mirarte por dentro y verte anhelando un final como ése, o peor o mejor, pero así de trágico.
Aún tuve tiempo de asomarme al puente que siempre me ha gustado y oler las piedras. No había nadie en la calle, quizá fuera domingo o festivo. La tienda de las lanas estaba cerrada y volví a casa dando saltos sobre los adoquines relucientes. Madre me llamó desde la ventana. Pero ¿qué estás haciendo? ¿Cómo puedes ponerte a jugar en un momento como éste?, y yo dije es que no lo he encontrado ni lo ha visto nadie.
Me senté frente a la puerta de casa, en el portal de los vecinos con el escalón color ocre aliado del garaje donde no se podía aparcar, se avisa grúa. Apoyé la cabeza encima de las palmas de las manos, con los codos sobre los muslos, y madre me volvió a regañar. No hagas eso, que da mala suerte. Sólo las huérfanas se sientan así.
Nada. ¿Y en el parque? Nada. ¿Y en el bar andaluz?
Nada. Nada, madre, nada, vete a saber dónde está. Nada.
Pues date otra vuelta por todo el barrio y si no lo encontramos avisaremos a los vecinos y les dirás que ha desaparecido. Fui saltando de un adoquín a otro, con los calzones y la capa imaginados que ya se iban destiñendo, y volví al punto de partida. Me quedé ahí sentada, moviendo las rodillas de un lado a otro, ahora juntas, ahora separadas, dándose un golpe o no.
Me lo podía imaginar devorado por unos perros hambrientos que le habrían abierto el vientre y dejado los intestinos colgando por fuera. O atropellado por un coche que nunca se detuvo y en esa postura con los brazos y las piernas deslavazados. Me fueron viniendo imágenes de las películas de terror que alquilábamos en el videoclub de la esquina. Habría estado bien poder contarles a todos un final así. Y lo encontramos con las tripas fuera, pobre padre. Me imaginé volviendo al pueblo, pidiendo caridad porque el abuelo ya no tenía más tierras para vender. Sólo entonces miré .dentro y sentí que me faltarían muchas cosas, que en realidad nunca había habido ninguna
supermana
en toda esta historia. Madre no paraba de repetir ay, ay, este hombre, ay, en qué lío se debe de haber metido, ay, Dios mío, ¿por qué me castigas así? Dios mío, haz que vuelva sano y salvo.
¿Qué haces aquí sentada? Me dijo esto en cuanto bajó del coche rojo. ¿Tienes coche? No, no tengo coche, ¿qué haces tú aquí? Te esperaba, y era mentira. Vi por el retrovisor a una mujer que miraba como si no tuviera que estar allí. Una mujer que lo había llevado en coche hasta casa.
Entré detrás de él y madre dijo aquello de mira que nos has asustado, pensábamos que te habías muerto, ¿no podías habernos avisado? Él hizo plaf, una bofetada, y nadie supo qué quería decir. No quiero oírte ni una palabra más, dijo, a partir de ahora haré lo que me dé la gana de la misma forma que tú hiciste lo que te dio la gana. Nadie sabía qué era lo que le daba la gana hacer ni quién era ella ni por qué lo tenía que decir con una bofetada, pero todos entendimos que la tregua ya se había acabado.
E
, nombre de la letra E.
E
, prefijo latino o
eben
, ébano.
UNABOMBONADEBUTANO
Ella se llamaba Rosa y madre no sabía decir su nombre. Era tan bajita y redonda que todo el mundo empezó a llamarla bombona de butano, pese a que no era naranja. Sólo con verla podía entenderse que la decisión de padre a la fuerza tenía que ser involuntaria. Con tantas mujeres que hay en el mundo…, no era posible que hubiera decidido escoger a una tan horrorosa. La piel de la cara le formaba unos bultos rosas como de haber vivido mucho, pero también la afeaban. Grasienta, y no sólo de carnes. Parecía supurar grasa por todos los poroy, a pesar de todo, sólo olía a cigarrillos y a alcohol.
Madre me decía, venga, hazlo, que te lo dice él, y a mí me daba pena dejarla sola, aunque ya tenía lavadora. El coche nos gustaba y era como una atracción subir a la parte trasera del Citroen sin asientos, balancearnos detrás de esa señora que ya formaba parte de nuestras vidas. Yo tenía que escoger siempre, cada día, y cada día era más difícil. Por mi lado, paseos en coche, helados en los bares de toda la comarca, incluso juguetes que ella nos regalaba. Por otro lado, madre, que se quedaba sola y esperaba que tarde o temprano volviéramos a casa. De hecho, era mentira que pudiese escoger. Porque él decía vamos y yo era su hija más querida y no le podía hacer un feo. Vamos, te digo, ya verás como con el tiempo te acostumbrarás.
Madre sólo tenía una explicación para todo ello. Decía que la noche anterior a conocer a la bombona de butano padre había sido invitado a casa de su primo, y su mujer, que se dedica por afición a separar matrimonios, seguro que le puso algo en la comida. Tu padre, con lo bendito que es, tan tonto, no se debió ni enterar. Pero nadie sabe qué le pasó por la cabeza esa noche para que apareciera tan tarde que ya no era de noche.
Sólo que nuestras vidas cambiaron. Aquel año fuimos a la playa. Todos juntos, sin saber cómo meternos en el coche y sin saber cómo teníamos que ponernos. Madre, nosotros, padre y ella. Ella con las dos hijas que ya tenía, cada una de un padre diferente, una mayor que nosotros, la otra, la pequeña, que no nos ponía mala cara. La mayor que siempre decía eso de ¿por dónde pasa el tren? Por la vía. Calla, burra, que ya lo sabía. Calla, burra, tú, que no ves que tu madre está liada con un hombre que tiene un montón de niños y hasta mujer, pero no le dije nunca nada de todo eso.
Jamás supe si era mala o no. Cuando no pensaba en madre me gustaba, pero el día de la playa fue un poco raro, todos juntos como si fuéramos una sola familia, y ella y madre que no se entendían, aunque tampoco habrían hablado demasiado si lo hubieran hecho. No se cómo la aguantas, con lo mal que huele. Y esas piernas de butifarra. Madre lo decía en nuestra lengua y ella le sonreía. Tú te pondrás muy morena, ¿eh? Madre le sonreía y le respondía un hala, vete a cagar sin que la otra se enterase. No decía
tfu
porque habría sido bastante evidente, pero tenía ganas de escupir a sus pies, que yo le veía el gesto de acumular saliva. La playa era larga y la arena fina, fina, pero madre decía Dios mío, ¿qué hago yo aquí? Nosotros jugábamos junto al agua y ellos ya estaban en el chiringuito bebiendo toda la cerveza que podían. Padre nunca me ha gustado en bañador.