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Authors: Arthur C. Clarke y Frederik Pohl

El último teorema (24 page)

BOOK: El último teorema
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»Cada una de ellas puede darnos la cara o la cruz; lo que significa que tenemos cuatro resultados posibles: cara y cara; cara y cruz; cruz y cara, y cruz y cruz. Y si tenemos tres…

»… las posibilidades serán ocho: cara, cara y cara; cara, cara y cruz; cara…

—Ranjit —lo interrumpió Myra sonriente, sin que en su voz pudiese detectarse el menor atisbo de irritación—, Ada sabe muy bien cuánto es dos elevado al cubo.

—Por supuesto; por supuesto —dijo él en tono sumiso—. Pues vamos allá: toma este palo y añade tantas monedas como quieras a esta hilera sin que yo las vea. Luego, cuando acabes, me comprometo a averiguar, en diez segundos o menos, el número exacto de resultados que podría darse en caso de que las lanzásemos al aire. Y —añadió alzando un dedo— para hacerlo más interesante, voy a dejar que tapes el número de monedas que quieras, a partir del extremo que tú elijas, para que me sea imposible saber cuántas hay.

Ada, que había estado escuchándolo con atención, exclamó:

—¡Anda ya! ¿De verdad puede hacer eso, tía Myra?

—No —respondió ella con firmeza—. A no ser que lo mire a hurtadillas o haga trampas de cualquier otro modo. —Y a Ranjit—: ¿No vas a mirar?

—No.

—Y sin saber el número de monedas que hay en la fila…

Apretando los labios, él contestó:

—Yo no he dicho nada de lo que puedo saber…; pero no: sin saberlo.

—En ese caso, es imposible —declaró ella.

Aun así, cuando Ranjit la invitó a ponerlo a prueba, no dudó en hacer que se volviera mientras ponía a Ada a vigilar sus ojos para asegurarse de que no hacía uso de ninguna ventana a modo de espejo. Entonces, borró con rapidez la mayor parte de las monedas que había estado dibujando la niña para dejar sólo tres, y lanzando un guiño a su sobrina, tendió sobre ellas la toalla de tal manera que ocultase dos de ellas, así como todo un metro de arena en el que no había nada. Hecho esto, dijo:

—Cuando quieras.

Ranjit se dio la vuelta con lentitud, como quien dispone de todo el tiempo del mundo, y Ada no pudo evitar chillar:

—¡Date prisa! ¡Sólo tienes diez segundos! Cinco, ahora… ¡No! A lo mejor sólo dos…

—No te preocupes —pidió sonriendo con gesto tranquilizador, y a continuación, se inclinó hacia delante y miró por vez primera al lugar en que había estado la línea de círculos, tomó el palo y trazó una línea recta en el extremo de la fila. Acto seguido, mientras retiraba la toalla, anunció—: Ahí tienes la respuesta —y volvió a sonreír—. ¡Vaya! —añadió al ver el resultado—. ¡Qué astucia!

Esperó a ver cómo reaccionaba Myra ante el dibujo que había quedado en la arena:

1000

Ella se mostró desconcertada unos instantes, y a continuación se le iluminó el gesto.

—¡Dios mío, claro! Es la representación binaria del número… espera… ¡del ocho en decimal! ¡Y la respuesta correcta, por supuesto!

Sonriendo aún, Ranjit asintió con la cabeza y miró a continuación a Ada, quien parecía un tanto inquieta; y considerando estaba si tendría que mostrarle otra vez el funcionamiento de la notación binaria (1, 10, 11, 100… en lugar de uno, dos, tres, cuatro…), cuando vio que los labios de la niña cambiaban de posición por la alegría.

—No has dicho que fueras a adivinarlo en números binarios, pero tampoco que no fueras a hacerlo; así que supongo que vale. Buen truco.

Emitió semejante veredicto con la suficiente gravedad adulta para mantener el gesto de satisfacción de Ranjit, a quien, sin embargo, devoraba la curiosidad.

—Dime una cosa, Ada: ¿de verdad tienes claro lo que son los números binarios?

—¡Pues claro, Ranjit! —respondió ella con falsa indignación—. ¿O es que no sabes por qué convenció mi tía a mis papás para que me llamasen Ada?

Fue Myra quien despejó la expresión de asombro del joven.

—Sí: me confieso culpable —reconoció—. Mi hermana y mi cuñado no se ponían de acuerdo con el nombre de la niña, y fui yo quien propuso el que tiene ahora. Ada Lovelace era mi heroína, el modelo que yo quería imitar. Todas mis amigas tomaban como ejemplo a Siva, la Mujer Maravilla o Juana de Arco, y yo sólo deseaba ser, cuando creciese, como la condesa Ada Lovelace.

—La condesa… —comenzó a decir Ranjit. A continuación, hizo chascar los dedos y exclamó—: ¡Claro! La informática del… del siglo XIX, ¿no? La hija de lord Byron, que escribió el primer programa del que se tenga noticia para la calculadora de Charles Babbage.

—Ésa, sí —confirmó Myra—. Claro que aquella máquina no llegó a construirse, porque tal cosa era imposible con los medios con que contaban entonces; pero el programa era válido. En su honor bautizaron Ada al lenguaje de programación.

* * *

La visita diaria a la playa se convirtió en una institución, y Ranjit no tardó en dar con un modo de hacerla aún más deseable. De Saram había abierto una línea de crédito bancario fundándose en la previsión de la herencia paterna, lo que quería decir que, desde entonces, disponía no sólo de una cuenta de verdad con rupias de verdad para gastar, sino también de tarjeta de crédito. En consecuencia, Ranjit, que no había pasado por alto los restaurantes situados detrás de la línea de árboles, decidió llevar a Myra a cenar.

El conductor se detuvo ante uno de los establecimientos dispuestos a lo largo de la carretera; pero el olor que percibió Ranjit al abrir la portezuela con el fin de investigar no tenía mucho de alentador. El del segundo parecía mejor. De hecho, no dudó en entrar y pedir la carta, y tras olfatear a conciencia, informó a quien fue a llevársela que volvería, aunque no dijo cuándo. En el tercero, sin embargo, apenas hubo de mirar siquiera la relación de platos, pues los aromas que procedían de la cocina y el modo como se recreaban los escasos clientes con el té y los dulces de la sobremesa lo llevaron a hacer allí la reserva tras una honda inspiración. Cuando, al fin, formuló la invitación a Myra, ella se mostró indecisa un instante antes de decir:

—Claro; ¡qué idea tan buena!

Ranjit tenía aún todo el día por delante antes de ser él quien se diera el gusto de agasajarla a ella.

Ada no estaba; de modo que pudieron nadar juntos y adentrarse en el mar mucho más de lo habitual, y cuando regresaron, hablar a placer después de vestirse y sentarse a beber en la terraza cubierta.

—Esto tenía antes mucha más vida —dijo ella, clavando la mirada en la arena casi vacía que se extendía frente a la casa—. Cuando yo era un renacuajo, había dos hoteles de lujo en la playa, y muchos más restaurantes.

El la observó con curiosidad.

—¿Echas de menos los días de bullicio?

—En realidad, no. Me gusta más ahora que está más tranquilo; pero mis padres iban allí a bailar, y ya no queda nada.

Ranjit hizo un gesto de asentimiento.

—El maremoto de 2004, ¿no? —respondió con aire conocedor.

—Mucho antes —replicó ella meneando la cabeza—: en 1984. Aquí se libraron algunas de las primeras batallas de la guerra civil. Los Tigres del Mar desembarcaron aquí para poder hacerse con el aeropuerto. Como el ejército se había apoderado de los hoteles para disparar desde allí, los Tigres atacaron los edificios. Mis padres estaban aquí, en la casa, y no pudieron salir hasta que las cosas se calmaron y volvieron a abrir las carreteras. Mi madre decía que las balas trazadoras parecían fuegos de artificio cuando las veían llegar, silbando con estruendo, desde las embarcaciones de asalto o salir de los hoteles en dirección al mar. Lo llamaban «el espectáculo».

Ranjit quiso responder, pero no supo cómo, pues no le salían las palabras, y lo que de veras deseaba era rodearla con un brazo. Al final, se decidió por algo semejante a un primer paso posando una mano sobre la de ella, que descansaba en el brazo del asiento. A ella no pareció importarle.

—Siendo yo pequeña, las ruinas de los edificios seguían aquí; y ¿sabes qué fue lo que acabó con ellas al final? El maremoto: si no, creo que aún podríamos verlas.

Se volvió hacia él sonriente, con un gesto que hacía pensar que estaba deseando que la besasen. Así que Ranjit optó por probar.

Y resultó que no andaba errado. De hecho, fue ella la que le tomó la mano y lo llevó al interior de la casa, en donde los esperaba un diván por demás acogedor, en el que cabían a la perfección dos personas y en el que tuvo oportunidad de descubrir que mantener relaciones sexuales con una mujer, acto agradable de por sí, lo era en grado sumo cuando se trataba de alguien querido y respetado, en cuya compañía se hacía deseable pasar todo el tiempo del mundo.

La cena que corrió a su cargo también fue a pedir de boca. Aquel día de playa constituyó, en consecuencia, un éxito completo, y Myra y Ranjit no dudaron en hacer planes para repetirlo muy a menudo. Sin embargo, no fue posible, pues al día siguiente ocurrió algo que iba a cambiar por entero sus designios.

* * *

Ada Labrooy se hallaba con ellos aquel día, y también su niñera, que no dejaba de mirar al soslayo a Myra y a Ranjit, a quien acabó por persuadir de que debían llevar escrito en la cara cuanto había ocurrido la víspera. Todo se había desarrollado con normalidad (si se exceptúa el hecho de que, a su llegada, la anfitriona lo besó en los labios en lugar de en la mejilla como siempre); hasta el momento en que, de vuelta de su excursión por la playa, se disponían a tomar su refrigerio en albornoz.

Ada vio algo. Con la mano colocada a modo de visera a fin de protegerse del sol, preguntó:

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