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Authors: Patrick Senécal

Tags: #Terror

El umbral (34 page)

BOOK: El umbral
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Me levanto aún aturdido y diviso a la señora Chagnon de pie, junto a la cama del escritor, con el cuchillo en el aire, dispuesta a asestar el golpe, como si fuera un ángel exterminador. Y Roy, boca arriba, medio incorporado, mira a su atacante con una especie de fascinación morbosa. Grito:

—¡No, no, señora Chagnon, no!

Grito, pero me siento incapaz de moverme, paralizado por esta terrible escena.

De repente, la mano que sostiene el cuchillo vacila y la mirada de la demente desfallece. La señora Chagnon abre unos ojos como platos y palidece, como si algo terrible acabara de doblegarla. Entonces, sin previo aviso, su mano cambia de ángulo y clava la hoja del cuchillo en su rostro.

El cemento que me tiene prisionero se resquebraja por fin y me abalanzo sobre ella.

Por falta de precisión, la hoja del cuchillo choca contra la arcada superciliar de la señora Chagnon. Cuando levanta el arma de nuevo para agredirse por segunda vez, agarro su brazo y lo sacudo en todas direcciones.

—¡Suéltelo! ¡Suéltelo ahora mismo!

Ella grita mientras intenta liberarse. Su rostro cubierto de sangre está tan deformado por el odio que creo ver algo parecido a la boca del infierno. La mujer me pega con su mano libre, me da patadas… Yo gesticulo mientras encajo los golpes, pero no suelto su brazo.

En este instante, entran tres enfermeras y consiguen reducirla. Por sobre sus alaridos histéricos consigo articular:

—¡A urgencias! ¡Lo más rápido posible! ¡Llámenlos si hace falta!

Las tres enfermeras y la demente se alejan. Jadeante y despeinado, me vuelvo hacia Roy.

Él está incorporado sobre los codos. Su cara permanece impasible, como si no hubiera pasado nada. Sólo hablan sus ojos: angustiados, atormentados…, y esa sombra, ese maldito destello sombrío que baila siempre en la pupila de su ojo sano…

—¿Se encuentra bien? —mascullo, sin aliento—. ¿No… no se encuentra demasiado afectado?

Después de un instante de silencio, se limita a decir con una voz apagada:

—Debieron dejarme morir ayer…

Y se vuelve hacia la pared.

Lo observo un buen rato, inmóvil.

—He pensado en ello durante todo el día, Jeanne…

Estamos sentados en una mesa del Maussade. Pero esta vez no nos encontramos en la terraza. Hemos elegido una mesa de dentro, completamente apartada.

Ella está impresionada por lo que acabo de contarle. Mueve la cabeza y me consuela.

—De todas maneras, puedes sentirte orgulloso de ti mismo: has impedido que se mutilara gravemente.

Miro mi cerveza de un modo casi hipnótico.

—Quería reventarse los ojos, Jeanne, ¿te imaginas?

—Sí, pero sólo se ha herido la arcada superciliar. Gracias a ti.

Después de un corto silencio Jeanne pregunta:

—¿Por qué quería atacar a Roy?

—No lo sé… He ido a verla a urgencias para hablar con ella, pero no ha dicho ni una palabra.

—¿Catatónica?

—No, nos ve, nos oye, reacciona, pero no habla.

—Esto ha debido de crear una gran conmoción en el hospital…

—No tanto, lo que es mucho peor…

Jeanne me interroga con la mirada. Me sorprendo.

—¡No me digas que no te has dado cuenta! ¡Todo el mundo está de mal humor en el hospital últimamente! ¡Y no sólo los pacientes! ¡En la reunión de esta mañana, me daba la impresión de estar en un tanatorio! ¡Nicole parecía un perro dispuesto a morder! Incluso tú tenías cara de enterrador, Jeanne…

—Yo estoy cansada… Y tú también…

Suspiro mientras me paso las manos por la cara.

—¡Esas dos peleas, en dos semanas…, y la señora Chagnon que ataca a Roy! Pasa algo, Jeanne, algo fuera de lo normal…

—Por fin lo admites —dice sin rastro de humor.

Miro de nuevo mi cerveza. Pienso en las dos puertas…, en la que está entreabierta…

Consulto el reloj.

—¿Qué hace Monette? Te ha dicho a las ocho y cuarto, ¿no?

—Sí. Parece que ha encontrado cosas interesantes.

Jeanne vacila un instante y luego:

—Entonces, ¿estamos de acuerdo? ¿Se lo contamos todo?

No respondo. Me muerdo los labios y hago girar el vaso entre las palmas de las manos.

—No tenemos elección, Paul… Ahora Monette está en el ajo. Lo queramos o no.

Tiene razón. Si hoy sabemos tantas cosas de Roy es en gran medida gracias a él. Y si queremos saber más… Al final, me muestro de acuerdo.

—Se lo decimos todo.

La mirada de Jeanne se desplaza hacia la derecha.

—Ahí está…

El periodista se acerca a nuestra mesa. Sonriente, seguro de sí mismo… y particularmente excitado.

—Doctor Lacasse, doctora Marcoux…

Le saludamos. Monette se sienta y coloca su cartera encima de la mesa, bien a la vista. Quiere que la miremos, que sepamos que contiene «cosas» interesantes. Tengo la impresión de retroceder un mes en el tiempo, cuando nos encontramos aquí mismo por primera vez. En aquel momento, me negaba casi hasta a dirigirle la palabra. Mientras que hoy estaría dispuesto a suplicarle que nos revelara lo que sabe.

Las cosas han cambiado tanto desde entonces…

Monette me mira con un ligero aire de reprobación.

—La última vez que nos vimos, doctor Lacasse, se despidió de un modo un poco… descortés…

—Lo sé y lo siento.

No hay frialdad en mi voz, ni desprecio. Ya no puedo permitírmelo. Jeanne lo ha dicho: ahora Monette está en el ajo.

El periodista hace un gesto indulgente.

—No es grave. No soy rencoroso. Lo importante es que nos volvemos a ver y que seguimos trabajando juntos…

Monette recalca estas dos últimas palabras y espera una reacción de mi parte. No reacciono. Parece contento y continúa:

—Entonces, si trabajamos en equipo, me parece que… que les toca a ustedes decirme lo que saben, ¿no?

Jeanne y yo intercambiamos una mirada; luego me acerco al periodista:

—Ante todo, estamos de acuerdo en una cosa: no publicará nada, absolutamente nada, mientras esta historia no esté acabada y esclarecida… ¿Tengo su palabra?

Los ojos de Monette brillan de codicia. Ya está, se va enterar, esto le inyecta adrenalina hasta en las pupilas.

—Lo juro —susurra.

Entonces, sin remordimientos, sin lamentarlo, se lo cuento todo. Absolutamente todo, sin omitir nada. No me siento culpable por traicionar la ética profesional: desde hace algún tiempo, lo que hago no tiene nada que ver con la psiquiatría.

Hablo durante media hora larga. Jeanne añade algunos detalles de vez en cuando. Monette escucha en silencio, pendiente de mis labios, con el cuerpo en tensión. Y a medida que le cuento, veo que el sentimiento de victoria ilumina su rostro. Lo comprendo: estamos demostrando que él tenía razón, desde el principio. Y que esto va aún más lejos de lo que él imaginaba…

Al final, bebo la mitad de mi vaso de un trago. Monette se queda un rato callado, mirando a lo lejos. Se acaricia la barba con aire pensativo y comprendo que mil ideas bullen en su cabeza. Por fin, dice:

—Un sacerdote calvo, ¿eh?

Jeanne adelanta la cabeza:

—Sí, calvo… ¿Por qué? ¿Ha encontrado algo sobre él?

El periodista coloca las dos manos sobre la cartera y adopta de nuevo ese aire de cierta superioridad. Ha descubierto algo importante. Una vez más.

—He buscado en todos los grandes periódicos artículos que trataran sobre el padre Boudrault o sobre la parroquia de Mont-Mathieu. Incluso he ido a Quebec, ¿saben? ¡Y todo esto en sólo dos días! He tenido que remontarme hasta 1956 para encontrar algo relacionado con la religión. Al nueve de abril de 1956 para ser exactos…

Nos mira con aire misterioso.

—Ese año, 1956, ¿no les dice nada?

Estoy pensando cuando Jeanne exclama:

—Es el año del nacimiento de Roy…

Monette pone cara de admiración.

—Una auténtica seguidora, doctora Marcoux…

—El cumpleaños de Roy es el veintidós de junio, ¿no? —digo para no ser menos.

—Eso es, doctor. Por tanto, el artículo es dos meses y medio anterior al nacimiento de Roy…

Le brillan los ojos. Jeanne y yo estamos impacientes. Por fin, abre la cartera y saca dos hojas de papel.

—He hecho una fotocopia para cada uno del artículo que he encontrado —explica tendiéndonos las hojas.

Me pongo las gafas.
Le Soleil
, de Quebec, 9 de abril de 1956: «Un sacerdote de Mont-Mathieu desaparecido». Una foto representa la cara de un hombre de unos cuarenta años, calvo, que nos mira con una sonrisa dulce. Por el alzacuellos, reconozco a un sacerdote. Un largo escalofrío me recorre todo el cuerpo y, casi a mi pesar, susurro:

—Es él…

—Entonces existe —dice Jeanne en el mismo tono.

Monette está satisfecho del efecto que ha causado.

—Se trata del padre Henri Pivot, coadjutor de Mont-Mathieu. El párroco denunció su desaparición el ocho de abril. ¿Adivinan quién era este párroco?

—El padre Boudrault —respondo.

—Exactamente. Les resumo el artículo: el padre Boudrault declaró haber visto al padre Pivot por última vez el cinco de abril por la noche. Regresó de Quebec y podía asegurar que el coadjutor estaba acostado en su cama alrededor de la medianoche. La mañana siguiente, el padre Boudrault se levantó sobre las siete y media y comprobó que Pivot había salido. El párroco pensó que su compañero se habría ido a realizar una pequeña marcha matinal, como hacía con frecuencia.

Monette se cruza de brazos.

—Pero nunca volvió. Al anochecer, el padre Boudrault llamó a los sacerdotes de los pueblos vecinos. Nadie había visto a Pivot. A continuación, se puso en contacto con el obispo. Ninguna noticia. Al final, al cabo de dos días, decidió avisar a la policía.

Monette señala el artículo.

—La policía interrogó también a otro sacerdote, más joven. Se encontraba en Mont-Mathieu desde hacía unos meses para hacer una investigación o algo así. ¿Cómo se llamaba? Ya…, el padre Lemay, eso es. Se hospedaba en la casa parroquial y había tratado con Pivot. Su testimonio fue idéntico al del padre Boudrault.

Otro sacerdote, más joven… Pienso en el que perseguí el sábado, pero me callo de momento. Monette continúa:

—Durante algunas semanas, varios artículos informaron sobre el desarrollo de la historia: la policía no tenía ningún indicio de esta extraña desaparición, el padre Pivot seguía en paradero desconocido… Después de dos meses, dieron carpetazo al asunto.

Un destello cruza la mirada del periodista.

—He continuado buscando con la esperanza de encontrar algo más sobre Pivot…, y he descubierto otra cosa. En apariencia, no tiene relación, aunque es bastante interesante…

Monette saca dos fotocopias más y nos las alarga. Esta vez, el artículo data del 2 de julio de 1956: «Oleada de misteriosas desapariciones».

—En resumen, el artículo cuenta que cerca de veinte personas de los alrededores han desaparecido. Las primeras llamadas para denunciar una desaparición se produjeron el dieciséis de junio… En los días siguientes, se sucedieron más, hasta alcanzar la increíble cifra de diecisiete personas el veinte de junio, es decir, cuatro días después. ¡Diecisiete adultos de Mont-Mathieu o de los pueblos de la zona desaparecidos sin dejar rastro!

Examino el artículo. Bajo la frase: «Llame de inmediato si ha visto a alguna de estas personas en los últimos días», se alinean diecisiete fotos en tres columnas. Hombres y mujeres, de veinte a cincuenta años, sonrientes, de aspecto normal…

—¿Alguien lo relacionó con la desaparición de Pivot? —pregunta Jeanne.

—El periodista menciona que unos meses atrás también se produjo una desaparición misteriosa, pero nada más. Se pueden imaginar que estas diecisiete desapariciones fueron el suceso más importante durante varias semanas. Lo más curioso es que se encontraron los vehículos pertenecientes a estas personas. Todos estaban en Mont-Mathieu, aparcados en diferentes calles, dispersos. Pero no había ningún rastro de la gente desaparecida. Nada. Misterio total. Entonces he seguido buscando en los archivos… Y cinco meses después…

Otras dos hojas aparecen sobre la mesa. El artículo tiene fecha del 12 de noviembre de 1956: «Descubrimiento macabro». Monette resume:

—Dos cazadores se aventuran por un pequeño bosque junto a un camino rural, justo a la salida del pueblo. Un bosque a donde nunca iba nadie. Había nieve, pero no demasiada. Uno de los cazadores divisa algo extraño que sobresale entre la nieve. Tira de aquello y resulta ser el hueso de una pierna. Humana.

Monette se recuesta en la silla y coloca las manos detrás de la nuca con actitud relajada.

—En el lugar de los hechos, la policía descubrió varios cuerpos en avanzado estado de descomposición. Sin embargo, se pudieron identificar casi todos. Eran precisamente las diecisiete personas que habían desaparecido cinco meses antes. También había varios cuchillos, que probablemente se habían utilizado para matarlos. Pero los cuerpos se encontraban en un estado lamentable y era difícil identificar la causa del fallecimiento. Cinco meses, ¿se imaginan? ¡El sol, la lluvia, la nieve… y los animalillos del bosque! Un buen revoltijo, sí… Varios cuerpos estaban literalmente despedazados…

Jeanne levanta una mano:

—Está bien, señor Monette, no hace falta que entre en detalles…

—De todas maneras, los expertos pudieron confirmar que en algunos casos se habían producido cuchilladas. ¿Obra de un asesino? ¿De varios? ¿Los mataron a todos juntos? ¿Por separado? Es imposible saberlo. ¿Les dieron muerte en otro sitio y luego llevaron los cadáveres al bosque? Ésta es la hipótesis que parecía sostener la policía.

De repente, pregunto:

—¿Pivot se encontraba entre los cadáveres?

Monette bebe un trago de su güisqui escocés y mueve la cabeza.

—No. En apariencia, no hay ninguna relación entre las dos historias. Al menos, nadie la ha establecido. Y es normal. ¿Por qué tendría que haberla?

Esboza una sonrisa sagaz y continúa:

—He seguido buscando y he dado con este artículo del año 1959…

Nuevas fotocopias. El título: «Encontrado un sacerdote desaparecido hace tres años».

—En un campo abandonado de Mont-Mathieu, una excavadora dejó al descubierto el cadáver. Estaban excavando el terreno para construir un edificio. Sólo quedaban los huesos y una pequeña cruz de oro. Todo eso permitió identificar al padre Pivot. Según los expertos, probablemente, la muerte se remontaba a la época de su desaparición… Un par de periodistas relacionaron su desaparición con el asesinato de los diecisiete lugareños, pero sin sacar nada en claro. Además, la policía, descartó cualquier conexión entre ambos sucesos. Pivot fue encontrado en un campo muy alejado del bosque, en el lado completamente opuesto. Si los asesinos de las diecisiete personas eran los mismos que habían matado a Pivot, ¿por qué esconder su cadáver en un lugar diferente? ¿Y por qué enterrarle a él y a los otros no? Otro
dossier
que acabaron cerrando por falta de explicación. Jamás se han resuelto estos diecisiete asesinatos. Jamás se ha resuelto la muerte del padre Pivot. Jamás se ha establecido una conexión formal entre ambos sucesos.

BOOK: El umbral
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