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Authors: Gibran Khalil Gibran

Tags: #Clásico, Cuentos

El Vagabundo (3 page)

BOOK: El Vagabundo
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—Muy bien, —dijo su compañero— estoy de acuerdo. Veremos que nos trae después tu generoso corazón.

Aquella noche las ranas callaron y permanecieron silenciosas la noche siguiente y nuevamente la tercera noche.

Y, aunque resulte difícil de relatar, la mujer charlatana que vivía en la casa junto al lago bajó para el desayuno al tercer día y gritó a su marido:

—No he dormido estas tres noches. Me sentía segura durmiendo con el canto de las ranas en mis oídos. Pero algo debe haber sucedido. Pues, no han cantado por tres noches; y estoy casi medio loca por falta de sueño.

La rana oyó esto y volviéndose hacia su compañero, dijo guiñando un ojo:

—Y nosotros casi enloquecemos por nuestro silencio, ¿no es cierto?

Y su compañero respondió:

—Sí, el silencio de la noche pesaba sobre nosotros., y ahora me doy cuenta de que no es necesario cesar nuestro canto por la comodidad de aquellos que necesitan llenar su vacío con ruidos.

Y aquella noche la luna no reclamó vanamente sus ritmos, ni las estrellas sus rimas.

Las leyes

Años atrás existía un poderoso rey muy sabio que deseaba redactar un conjunto de leyes para sus súbditos. Convocó a mi sabios pertenecientes a mil tribus diferentes y los hizo venir a su castillo para redactar las leyes. Y ellos cumplieron con su trabajo.

Pero cuando las mil leyes escritas sobre pergamino fueron entregadas al rey, y luego de éste haberlas leído, su alma lloró amargamente, pues ignoraba que hubiera mil formas de crimen en su reino.

Entonces llamó al escriba, y con una sonrisa en los labios, él mismo dictó sus leyes. Y éstas no fueron más que siete.

Y los mil hombres sabios se retiraron enojados y regresaron a sus tribus con las leyes que habían redactado. Y cada tribu obedeció las leyes de sus hombres sabios.

Por ello es que poseen mil leyes aún en nuestros días. Es un gran país, pero tiene mil cárceles y las prisiones están llenas de mujeres y hombres, infractores de mil leyes. Es realmente un gran país, pero ese pueblo desciende de mil legisladores y de un solo rey sabio.

Ayer, hoy y mañana

Dije a mi amigo: —Tú la ves descansado sobre el brazo de aquel hombre. Solo que ayer descansaba así sobre el mío.

Y mi amigo dijo: —Y mañana se posará sobre el mío. Dije: —Mírala sentada junto a él. Fue sólo ayer que se sentaba junto a mí.

Y él respondió: —Mañana se sentará a mi lado.

Dije: —Observa, bebe vino de su copa y ayer bebía de la mía.

Y el agregó: —Mañana lo hará de mi copa.

Entonces dije: —Mira como lo contempla con amor y con ojos entregados. Ayer mismo me contemplaba así.

Y mi amigo dijo: —Mañana me contemplará a mí.

Pregunté: —¿No la oyes murmurar canciones de amor en sus oídos? Las mismas canciones de amor que murmuraba en los míos.

Y mi amigo. contestó: —Y mañana las susurrará en los míos.

Y dije: —Pero mira. Está abrazándolo. No fue sino ayer que me abrazaba a mí.

Y mi amigo dijo: —Me abrazará a mí mañana.

Entonces agregué: — ¡Qué mujer extraña!

Mas él me respondió: —Ella es como la vida, poseída por todos los hombres; y como la muerte, conquista a todos los hombres; y como la eternidad, envuelve a todos los hombres.

El filósofo y el remendón

Un filósofo llegó un día al taller de un zapatero remendón con unos zapatos gastados. Y el filósofo dijo al remendón:

—Por favor, remienda mis zapatos.

—Ahora estoy remendando zapatos de otros hombres —respondió éste—, y hay todavía más para reparar antes de que pueda ocuparme de los tuyos. Pero deja tus zapatos aquí, y usa este otro par por hoy, y ven mañana a buscar los tuyos.

—No uso zapatos que no son míos —protestó indignado el filósofo.

—Pues bien —dijo el remendón—, ¿en verdad eres tú un filósofo y no puedes calzarte con zapatos de otro hombre? Al final de esta calle hay otro remendón que comprende a los filósofos mejor que yo. Recurre a él para remiendos.

Los constructores

En Antioquía, donde el río Assi corre a encontrarse con el mar, se construyó un puente para acercar una mitad de la ciudad a la otra mitad. Fue construido con enormes piedras

cariadas desde lo alto de las colinas sobre el lomo de las mulas de Antioquía.

Cuando el puente fue terminado se grabó sobre el pilar en griego y en arameo: "Este puente fue construido por el Rey Antioco II".

Y toda la gente cruzó. el buen, puente sobre el manso río Assi.

Una tarde, un joven, tenido por algunos como un loco, descendió hasta el pilar donde se habían grabado las palabras, y las cubrió con carbón y escribió por encima: "Las piedras del puente fueron traídas desde las montañas por las mulas. Al pasar de ida o de vuelta sobre el puente están cabalgando sobre los lomos de las mulas de Antioquía, constructoras de este puente".

Y cuando la gente leyó lo que el joven había escrito, algunos se rieron y otros se maravillaron.

—Ah, sí —dijo uno—, sabemos quien hizo esto. ¿No es acaso un poco loco?

Pero una mula dijo, riéndose, a otra mula:

¿No recuerdas acaso que verdaderamente nosotras acarreamos esas piedras? Y, sin embargo, hasta ahora se decía que el puente lo había construido el Rey Antioco.

La tierra de Zaad

Camino a Zaad un viajero encontró a un hombre que vivía en una villa vecina; y el viajero, apuntando con su mano hacia una vasta extensión de tierra, preguntó al hombre diciendo:

—¿No fue éste el campo de batalla donde el Rey Ahlam venció a sus enemigos?

—Nunca ha sido un campo de batalla —respondió el hombre—. Una vez existió sobre esta tierra la gran ciudad de Zaad, incendiada hasta quedar cenizas. Pero ahora es tierra buena, ¿no es así?

Y el viajero y el hombre se separaron.

Casi media milla más lejos el viajero encontró a otro hombre y, señalando hacia el campo otra vez, dijo:

—Así que allí es donde la gran ciudad de Zaad se estableció una vez.

—Jamás existió ciudad alguna en este lugar —respondió el hombre—. Pero sí hubo un monasterio que fue destruido por la gente del País del Sur.

Un rato más tarde, en la misma ruta a Zaad, el viajero encontró a un tercer hombre, y apuntando otra vez hacia la tierra dijo:

—¿Es verdad que ese es el lugar donde una vez hubo un gran monasterio?

—Nunca existió un monasterio en los alrededores —respondió el hombre—,pero según nuestros padres y antepasados una vez cayó un gran meteoro sobre el campo.

El viajero continuó su camino, admirándose en su corazón. Y encontró a un hombre muy anciano y, saludándolo le dijo

—Señor, caminando esta ruta encontré a tres hombres que habitan el vecindario y les pregunté a cada uno la historia de esta tierra, y cada uno denegó lo que el otro había contestado, y a su vez cada uno me contaba una nueva historia que el otro ni había mencionado.

—Amigo mío —respondió el anciano elevando su cabeza—, cada uno y los tres te contestó lo que en realidad fue; pero muy pocos de nosotros estamos capacitados para agregar afirmaciones a otras afirmaciones diferentes y construir una verdad de ahí en más.

El oro

Cierto día, dos hombres que se encontraron en la ruta caminaban junto hacia Salamis, la Ciudad de las Columnas. Al mediodía llegaron hasta un ancho río sin puente para cruzarlo. Debían nadar o buscar alguna otra ruta que desconocían.

Y se dijeron: "Nademos. Después de todo el río no es tan ancho". Y se zambulleron y nadaron.

Y uno de los hombres, el que siempre supo de ríos y rutas de ríos, de pronto, en el medio de la corriente, comenzó a perderse y a ser arrastrado por las impetuosas aguas; mientras, el otro, que nunca antes había nadado, cruzó el río en línea recta y se detuvo sobre un banco. Entonces, viendo a su compañero luchando aún con la corriente, se arrojó otra vez al agua y lo trajo a salvo hasta la orilla.

Y el hombre que había sido arrastrado por la corriente dijo:

—¿No habías dicho que no podías nadar? ¿Cómo es que cruzaste el río con tanta seguridad?

—Amigo —explicó el segundo hombre—, ¿ves este cinturón que me ciñe? Está lleno de monedas de oro que gané para mi esposa y mis hijos, todo un año de trabajo. Es el peso de este

cinturón el que me condujo a través del río, hacia mi esposa y mis hijos. Y mi esposa y mis hijos estaban sobre mis hombros mientras yo nadaba.

Y los dos hombres continuaron su camino juntos hacia Salamis.

La tierra roja

Dijo un árbol a un hombre: —Mis raíces habitan en lo profundo de la tierra roja, y te daré mi fruto.

Y el hombre dijo al árbol: — ¡Qué parecidos somos! Mis raíces también habitan en la profundidad de la tierra roja. Y la tierra roja te da poder para concederme tu fruto y la tierra roja me enseña a recibir de ti con agradecimiento.

La luna llena

La luna llena se elevó gloriosa sobre el pueblo, y todos los perros de ese pueblo comenzaron a ladrarle.

Sólo un perro no ladró y dijo a los otros con voz grave: —No despertéis el sosiego de su sueño, ni atraigáis a la luna hacia la tierra con vuestros ladridos.

Entonces todos los perros cesaron de ladrar, creando un terrible silencio. Mas, el perro que les había hablado continuó ladrando pidiendo silencio durante el resto de la noche.

El profeta ermitaño

Hubo una vez un profeta ermitaño que cada tres lunas bajaba hasta la ciudad y en las plazas del mercado predicaba el dar y compartir entre la gente. Y era elocuente y su fama se expandía por sobre la tierra.

Una tarde, tres hombres llegaron a su ermita y lo saludaron.

—Tú predicas el dar y compartir —le dijeron—. Y buscas enseñar a quienes tienen mucho para dar a los que poseen poco; y no dudamos que tu fama te ha brindado riquezas. Ahora ven y danos de tus riquezas, pues tamos necesitados.

—Amigos míos —les contestó el ermitaño—, no tengo más que esta cama, esta estera y esta jarra de agua. Lleváoslo si así lo deseáis. No tengo ni oro ni plata.

Entonces lo miraron desdeñosos y dieron vuelta sus caras, y el último hombre se detuvo en la puerta un momento y gritó:

—¡Impostor! ¡Embustero! Tú enseñas y predicas aquello que tú mismo no practicas.

Aquel viejo, viejo vino

Hubo una vez un hombre rico muy orgulloso de su bodega y del vino que allí había; y también había una vasija con vino añejo guardada para alguna ocasión sólo conocida por él.

El gobernador del estado llegó a visitarlo, y aquél, luego de pensar se dijo: "Esa vasija no se abrirá por un simple gobernador".

Y un obispo de la diócesis lo visitó, pero él dijo para sí: "No, no destaparé la vasija. El no apreciará su valor, ni el aroma regodeará su olfato".

El príncipe del reino llegó y almorzó con él. Mas éste pensó: "Mi vino es demasiado majestuoso para un simple príncipe".

Y aún el día en que su propio sobrino se desposara, se dúo: "No, esa vasija no debe ser traída para estos invitados". Y los años pasaron, y él murió siendo ya viejo, y fue enterrado como cualquier semilla o bellota.

El día después de su entierro tanto la antigua vasija de vino como las otras fueron repartidas entre los habitantes del vecindario. Y ninguno notó su antigüedad.

Para ellos, todo lo que se vierte en una copa es solamente vino.

Dos poemas

Varios siglos atrás, camino a Atenas, se encontraron dos poetas, y les alegró verse.

Uno de ellos le preguntó al otro:

—¿Qué has compuesto últimamente, y cómo suena en tu lira?

El otro poeta respondió como orgullo:

—Acabo de terminar el más grande de mis poemas, quizás el más grande poema que se haya escrito en Grecia. Es una invocación a Zeus Olímpico. —Entonces extrajo de abajo de su capa un papiro diciendo: —Helo aquí, lo llevo conmigo, y desearía leértelo. Ven, sentémonos a la sombra de aquel ciprés blanco.

Y el poeta leyó su poema. Y era— un extenso poema.

—Es un gran poema —dijo el otro poeta amablemente—. Vivirá a través de los años, y en él serás glorificado.

—Y tú, ¿qué has escrito durante estos últimos días? —preguntó con calma el primero.

—He escrito poco —respondió el otro—. Sólo ocho líneas en memoria de un niño jugando en un jardín. —Y recitó sus líneas.

—No está mal. No está mal —comentó el primer poeta. Y se separaron.

Y hoy, luego de dos mil años, las ocho líneas del poeta son leídas en todos los idiomas, y son amadas y apreciadas.. Y aún cuando el otro poema ha vivido también a través de los años en librerías y en los textos escolares, y a pesar de ser recordado, ni es amado ni leído.

Lady Ruth

Una vez hubo tres hombres que miraban desde lejos hacia una casa blanca que se erguía solitaria sobre una verde colina. Uno de ellos dijo:

—Aquella es la casa de Lady Ruth. Es una vieja bruja.

—Te equivocas —dijo el segundo hombre—, Lady Ruth es una hermosa mujer que vive allí consagrada a sus sueños.

—Ambos se equivocan —dijo el tercero—. Lady Ruth es la arrendataria de esta vasta tierra y extrae sangre de sus siervos.

Y continuaron su_ camino discutiendo acerca de Lady Ruth.

Cuando llegaron a un cruce encontraron a un anciano y uno de ellos le preguntó:

—¿Podrías contarnos algo sobre Lady Ruth, la que habita aquella casa blanca sobre la colina?

El anciano levantó la cabeza y sonriendo dijo:

—Tengo noventa años y recuerdo a Lady Ruth desde niño. Pero Lady Ruth falleció ochenta años atrás. Y ahora la casa está vacía. Los búhos anidan en ella algunas veces, y la gente dice que el lugar está embrujado.

El gato y el ratón

Cierta tarde un poeta conoció a un campesino. El poeta era esquivo y el campesino tímido, pero conversaron.

—Déjame contarte una pequeña historia que escuché últimamente —dijo el campesino—. Un ratón fue apresado en una trampa. Y mientras comía feliz el queso que allí había, un gato se detuvo al lado de él. El ratón tembló un instante, pero sabía que en la trampa se hallaba seguro.

—¿Estás comiendo tu último alimento, amigo? —dijo el gato.

—Sí —contestó el ratón—, una vida tengo, por lo tanto una muerte. Mas, ¿qué hay de ti? Me dicen que posees nueve vidas. ¿No significa eso que posees nueve veces?

Entonces el campesino miró al poeta y dijo:

—¿No es una historia extraña?

El poeta no contestó, pero se fue diciendo dentro de sí: —En verdad, tenemos nueve vidas, nueve vidas para estar seguros. Y moriremos nueve veces, y nueve veces moriremos. Quizá fuera mejor poseer sólo una vida —apresada en una trampa—, la vida de un campesino con un trozo de queso como última comida Pues acaso, ¿no pertenecemos a la extirpe de los leones del desierto y de la jungla?

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