El Vagabundo (4 page)

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Authors: Gibran Khalil Gibran

Tags: #Clásico, Cuentos

BOOK: El Vagabundo
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La maldición

Una vez me dijo un viejo hombre de mar:

—Treinta años ha, un marinero escapó con mi hija. Y maldije en mi corazón a ambos, pues amaba a mi hija más que a nada en el mundo.

No mucho después el joven marino se hundió con su barco hasta el fondo del mar y con él mi hija amada, perdiéndose de mí.

Y ahora vedme como el asesino de un joven y una esposa. Fue mi maldición que los destruyó. Y ahora en camino hacia mi tumba busco el perdón de Dios.

Esto dijo el anciano. Mas, sus palabras sonaban petulantes, y parece que aún se enorgullecía del poder de su maldición.

Las granadas

Había una vez un hombre poseedor de varios granados en su huerta. Y todos los otoños colocaba las granadas en bandejas de plata fuera de su morada, y sobre las bandejas escribía un cartel que decía así: "Tomad una por nada. Sois bienvenidos".

Mas la gente pasaba sin tomar la fruta.

Entonces, el hombre meditó, y un otoño no dejó granadas en las bandejas de plata fuera de su morada, sino que colocó un gran anuncio: "Tenemos las mejores granadas de la tierra, pero las vendemos por más monedas de plata que cualquier otra granada".

Y, creedlo, todos los hombres y mujeres del vecindario llegaron corriendo a comprar.

Tres dioses y ninguno

En la ciudad de Kilafis un sofista se paró sobre los escalones del Templo y predicó sobre varios dioses. Y el pueblo dijo en sus corazones: "Sabemos todo esto. ¿Acaso no vive con nosotros y nos siguen doquiera que vayamos?"

No mucho después, otro hombre de pie en la plaza del mercado habló así a la gente:

—Dios no existe.

Y varios de los que escuchaban se alegraron con sus relatos, pues temían a los dioses.

Y un día llegó un hombre muy elocuente y dijo:

—Sólo existe un Dios.

Y entonces todo el pueblo se acongojó, pues en sus corazones temían al juicio de un Dios más que al de varios dioses. Por aquella misma época apareció otro hombre y dijo al pueblo:

—Hay tres dioses y habitan en el viento como uno solo, y tienen una grande y agraciada madre que' es a la vez su compañera y hermana.

Entonces todos se sintieron reconfortados, pues en secreto se decían: "Tres dioses en uno deben desaprobar nuestras fallas, pero también su agraciada madre será seguramente la abogada de nuestras pobres debilidades".

Aún hoy día en la ciudad de Kilafis, hay quienes pelean y discuten entre sí sobre la existencia de varios dioses y ninguno, y sobre un dios y tres dioses en uno y acerca de cierta agraciada madre de los dioses.

La que era sorda

Había una vez un hombre rico desposado con una joven sorda por completo.

Una mañana, mientras desayunaban, ella le dijo:

—Ayer visité el mercado y exhibían vestidos de seda de Damasco, velos de la india, collares de Persia y brazaletes de Yemmen. Parece qué las caravanas acaban de traer todo eso

a nuestra ciudad. Y ahora mírame, yo en harapos, siendo la esposa de un hombre rico. Debo comprar alguno de esos hermosos objetos.

—Querida —contestó el esposo, aún ocupado con su café

matinal— no existe razón alguna por la cual tú no vayas al mercado y compres todo lo que tu corazón desee.

— ¡No! —protestó la esposa sorda—. Siempre dices no, no. ¿Es necesario que aparezca en harapos ante nuestros amigos, avergonzando así a tu fama y a mi gente?

—No he dicho que no —dijo el esposo—; puedes ir libremente a la plaza del mercado y comprar la vestimenta más hermosa y las joyas que hayan llegado a nuestra ciudad.

Pero otra vez la esposa equivocó la lectura de sus palabras y replicó:

—De todos los hombres ricos tú eres el más miserable. Me niegas toda belleza y hermosura mientras las otras mujeres de mi edad caminan por los jardines de la ciudad ataviadas con ricos vestidos. —Y comenzó a llorar. Y mientras sus lágrimas caían sobre su pecho gritó otra vez: —Tú siempre me dices no, no, cuando deseo un vestido o una joya.

Entonces el esposo, conmovido, se levantó y sacando de su bolsa un puñado de oro, se lo entregó y con dulzura le dijo:

—Ve al mercado, querida mía, y compra todo lo que desees.

Desde ese día la joven y sorda esposa cada vez que deseaba algo aparecía ante su esposo con una perlada lágrima en los ojos, y él en silencio tomaba un puñado de oro y lo ponía sobre sus faldas.

Pero ocurrió que la joven se enamoró de un joven cuyo hábito era realizar largos viajes. Y cuando él partía ella se sentaba a llorar.

Cuando el esposo la hallaba llorando decía en su corazón: "Debe haber llegado una nueva caravana con prendas de seda y joyas raras".

Y sacaba otro puñado de oro y se lo entregaba.

La búsqueda

Mil años atrás dos filósofos se encontraron en la cuesta del Líbano y uno dijo al otro: —¿Hacia dónde te diriges?

—Busco la fuente de la juventud —respondió el otro— que se halla entre estas colinas. He. encontrado escritos donde cuenta sobre la fuente floreciendo en dirección al sol. Y tú ¿qué buscas?

—Busco el misterio de la muerte —contestó el primero. Entonces cada uno pensó que el otro estaba falto de grandes conocimientos y comenzaron a discutir y a acusarse de ceguera espiritual.

Mientras los filósofos discutían al viento, un extranjero un hombre considerado tonto en su propia ciudad, pasó por allí, y cuando oyó a los hombres en ardiente disputa se detuvo por un momento y escuchó sus argumentos.

Luego acercándose les dijo:

—Mis buenos amigos, realmente ambos pertenecéis a la misma escuela filosófica y habláis sobre lo mismo, sólo que usáis palabras diferentes. Uno de vosotros busca la fuente de la juventud, y el otro el misterio de la muerte. Sólo son una misma cosa y como una habitan ambas en vosotros —y se apartó diciendo: —Hasta siempre, sabios.

Y alejándose se reía con complaciente risa.

Los dos filósofos se miraron en silencio por un momento y luego también ellos rieron. Y uno de los dos dijo:

—Y bien, ¿por qué no caminamos y buscamos juntos?

El cetro

Dijo un rey a su esposa: —Señora, tú no eres verdaderamente una reina. Eres demasiado vulgar y poco graciosa para ser mi compañera.

Dijo su esposa: —Señor, tú te consideras rey pero eres solamente un pobre parlanchín.

Estas palabras enfurecieron, al rey y tomó el cetro con sus manos, y golpeó la frente de la reina con el cetro de oro. En ese momento el ayuda de cámara apareció y dijo:

— ¡Está bien, está bien, Su Majestad! Ese cetro fue creado por el más grande artista de la tierra. ¡Ay de mí! Algún día tú y la reina serán olvidados, pero este cetro permanecerá como cosa bella de generación en generación. Y ahora que has extraído sangre de la cabeza de Su Majestad, Señor, el cetro será el más famoso y recordado.

La senda

Una mujer y su hijo vivían entre las colinas; este era su primer y único hijo.

El niño murió de una fiebre mientras el médico lo vigilaba.

La madre, destruida por la tristeza, gritó al médico diciendo:

—Dime, dime, ¿qué es lo que hizo aquietar su fortaleza y silenciar su canción?

Y el médico respondió: —Fue la fiebre. Y la madre dijo: —¿Qué es la fiebre?

Y también el médico respondió: —No puedo explicártelo. Es algo infinitamente pequeño que visita el cuerpo y que no podemos ver con nuestros ojos humanos.

Luego el médico se fue y ella continuó repitiendo para sí:

—Algo infinitamente pequeño que no podemos ver con nuestros ojos humanos.

Por la tarde el sacerdote llegó para consolarla. Y ella lloró y gritó diciendo:

— ¡Oh! ¿Por qué he perdido a mi hijo, mi único hijo, mi primer hijo? —Y el sacerdote respondió: —Hija mía, es la voluntad de Dios.

—¿Qué es Dios y dónde está Dios? —preguntó entonces la mujer—. Quiero ver a Dios y rasgarme el pecho delante de El y hacerme brotar sangre de mi corazón a sus pies. Dime dónde encontrarlo.

—Dios es infinitamente grande —contestó el sacerdote— No puede ser visto con nuestros ojos humanos.

—¡Lo infinitamente pequeño asesinó a mi hijo por voluntad de lo infinitamente grande! —gritó la mujer—. Dime, ¿qué somos nosotros?

En ese momento entró la madre de la mujer con el sudario para el niño muerto, y oyó las palabras del sacerdote y el llanto de su hija. Deposito el sudario y tomó entre sus manos la mano de su hija y le dijo:

—Hija mía, nosotros mismos somos lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande, y somos la senda entre ambos.

La ballena y la mariposa

Una tarde un hombre y una mujer se encontraron dentro de una diligencia. Se habían conocido antes.

El hombre era un poeta, y, cuando se hubo sentado junto a la mujer, decidió entretenerla con cuentos, algunos tramados por él y otros que no eran propios.

Pero mientras él hablaba la dama se durmió. De pronto la diligencia se sacudió y ella, despertándose, dijo:

—Admiro tu interpretación de la fábula de Jonás y la ballena.

Y el poeta dijo:

— ¡Pero, Señora, os he estado contando una de mis historias sobre una mariposa y una rosa blanca y de cómo se comportaba una con la otra!

Paz contagiosa

Una rama en flor dijo a su rama vecina:

—Éste es un día aburrido y vacío.

Y la otra rama respondió:

—Sí, realmente un día vacío y aburrido.

En ese momento un gorrión voló sobre una de las ramas y luego otro se posó muy cerca.

Y uno de los gorriones gorjeando dijo: —Mi compañera me ha abandonado. El otro gorrión lloró:

—Mi compañera también ha partido para no regresar. Pero, ¿qué me importa?

Entonces los dos comenzaron a chillar y regañarse y pronto se hallaron peleando y llenando de desagradables ruidos el aire.

De pronto, otros dos gorriones bajaron del cielo y se sentaron tranquilos junto a los dos inquietos. Y hubo calma y hubo paz.

Y los cuatro se alejaron volando juntos en pareja.

La primera rama dijo a su vecina:

—¡Qué barullo terrible!

—Y la otra rama respondió:

—Llámalo como quieras, ahora todo está pacífico y despejado. Y si los altos 'aires hacen las paces creo que aquellos que habitan en lo bajo deben hacer las paces también. ¿No podrías balancearte con el viento un poco más cerca de mí?

Y la primera rama dijo:

—Oh, quizás en bien de la paz, antes de que la primavera se haya ido, lo haré.

Y luego él mismo se balanceó con el fuerte viento para abrazarla.

La sombra

Cierto día de junio la hierba dijo a la sombra de un olmo:

—Te mueves tan seguido de derecha a izquierda que perturbas mi paz.

—Yo no, yo no —respondió la sombra—. Mira hacia el cielo. Verás un árbol que se mueve por el viento de Este a Oeste entre el Sol y la Tierra.

Y la hierba elevó la mirada y por primera vez observó el árbol. Y dijo. en su corazón:

—¿Por qué, pues, existe una hierba más alta que yo?

Luego calló.

Setenta

El joven poeta dijo a la princesa:

—Te amo.

—Yo también te amo, hijo mío —dijo la princesa.

—Yo no soy tu hijo. Soy un hombre y te amo.

—Soy la madre de hijos e hijas —respondió ella—, y ello; son padres y madres de hijos e hijas; y uno de los hijos de mis hijos es mayor que tú.

El joven poeta protestó: —Pero te amo.

No mucho después la princesa murió. Mas, antes de que su último suspiro fuera recibido nuevamente por el gran suspiro de la tierra, ella dijo desde su alma:

—Mi bien amado, mi único hijo, mi joven poeta, llegará el día en que nos encontremos de nuevo y yo no tendré setenta años.

Con Dios

Dos hombres paseaban por el valle y uno, señalando hacia la montaña, dijo:

—¿Ves esa ermita? Allí vive un hombre que hace ya mucho tiempo se divorció del mundo. Busca a Dios y a nada más sobre la tierra.

—No encontrará a Dios —dijo el otro hombre— hasta que no abandone su ermita y la soledad que lo envuelve, y regrese a nuestro mundo a compartir nuestra alegría y dolor, a bailar con nuestras bailarinas en las fiestas de esponsales, y a llorar junto a aquellos que lloran alrededor del ataúd de nuestros muertos.

Y el otro hombre se convenció en su corazón, mas, pese a ello, respondió:

—Concuerdo con lo que tú dices, mas creo que el ermitaño es un buen hombre. Y ¿no podría ser que un solo buen hombre con su ausencia obrara mayores bienes que la aparente bondad de tantos hombres?

El río

En el valle de Kadisha, donde fluye el majestuoso río, dos pequeñas corrientes se encontraron y conversaron.

Una corriente dijo:

—¿Cómo has llegado, amiga mía, y cómo ha sido tu camino?

Y la otra contestó:

—Mi camino fue de lo más embarazoso. La rueda del molino se había roto y el granjero que me conducía desde el cauce hasta sus plantas murió. Y hube de bajar forcejeando y filtrándome por la suciedad de aquellos que no hacen nada más que sentarse y cocer su pereza al sol. ¿Y cómo fue tu camino, hermana mía?

—Mi camino fue diferente —respondió la otra corriente—. Bajé de las colinas entre flores fragantes y tímidos sauces; hombres y mujeres bebían de mí con copas de plata y los niños remojaban sus piececitos rosados en mis orillas, y todo era risa alrededor de mí, y dulces canciones. ¡Qué pena que tu camino no haya sido feliz!

En ese momento el río habló con voz potente:

—Venid, venid, iremos hacia el mar. Venid, venid, pues en mí olvidaréis vuestros caminos errantes, tristes o alegres. Venid, venid. Y vosotros y yo olvidaremos todo cuando hayamos alcanzado el corazón de nuestra madre, la mar.

Los dos cazadores

Cierto día de mayo Alegría y Tristeza se encontraron a orillas de un lago. Saludáronse y se sentaron junto a las tranquilas aguas y conversaron.

Alegría habló sobre la belleza que reina sobre la tierra, del cotidiano encanto de la vida en el bosque y entre las colinas, y de las canciones escuchadas al amanecer y al anochecer.

Y Tristeza estuvo de acuerdo con todo lo que Alegría había dicho; pues Tristeza conocía la magia de la hora y la belleza de aquellas cosas. Y Tristeza habló con elocuencia cuando se refirió a los campos y a las colinas de mayo. Alegría y Tristeza conversaron un largo rato y estuvieron de acuerdo con todas las cosas que conocían.

En ese momento pasaban por la otra orilla dos cazadores. Miraron hacia la otra ribera y uno dijo:

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